Begoña Gasch,pionera de la enseñanza de segunda oportunidad, fundadora de El Llindar

El poder de educar

Hace 30 años que nuestros niveles de fracaso escolar y consiguiente paro juvenil –¡el 40%!– nos hacen líderes de la exclusión educativa y laboral en Europa. Esa imagen de la España y la Catalunya que condenan al paro o al subempleo a casi la mitad de sus jóvenes precariza nuestro futuro como país y exige unos recursos y una atención que brillan por su ausencia en el debate público. De ahí, que la iniciativa de Begoña Gasch para adaptar experiencias como la de Marsella a nuestras necesidades ha demostrado, con la indiferencia en el mejor de los casos de las administraciones, que nuestros profesionales de la educación llegan con vocación y voluntarismo a veces heroicos donde nuestros políticos no suelen ni acercarse.

Por qué se hizo maestra?

Mi madre era maestra en un pueblecito del Alt Urgell, Montellà, y decidió llevarnos a estudiar a Barcelona, donde enseñó en el Bon Pastor; allí valoré la diversidad en sus alumnos gitanos.

¿Por qué le interesaban?

Me fascinaba el poder transformador e integrador de la educación que ejercía mi madre.

¿Por eso estudió usted Magisterio?

Y Educación Social y Psicopedagogía. Enseñé en l’Hospitalet hasta que un día me propusieron dar clases en Cornellà a ocho alumnos difíciles expulsados de la ESO. Y acepté.

¿Cómo eran?

Me dijeron que algunos ya habían delinquido y que todos habían fracasado en las aulas.javascript:falsePUBLICIDAD 

¿Qué fue lo primero que le enseñaron?

Que hay adolescentes con un enorme malestar interior y que nos lo hacen compartir de la peor manera con conductas enloquecidas.

¿Cómo ayudarles?

Yo he ido aprendiendo que estos chicos han sufrido y que, por eso, lo primero es escucharlos.

¿Por qué?

Porque han estado en aulas durante años donde eran invisibles y se hacían ver como fuera.

¿Cómo tratarlos?

Sin prisas ni presiones. Hay que escucharles. No presionarles. Pero eso sirve para todos y para todo. Vivimos en un estado de urgencia permanente nocivo que nos autoimponemos, debemos darnos tiempo y salir de él.

¿Y usted lo ha logrado con esos chavales?

Trabajamos con ellos un día y otro y otro, hasta que un día hacen un clic.

¿Un clic?

Sí, unclic, un día se abren y consienten por fin aprender. Tras haber sufrido y sentirse ignorados, se permitan a sí mismos esa capacidad de progreso, de crecimiento.

¿Y empiezan a mejorar?

Vuelven a reconectar con las ganas de integrarse y aprender de cualquier chaval.

¿Por qué las habían perdido?

Porque la vida para ellos ha sido jodida y debemos ajustar la oferta educativa a lo que llega con cada uno: al que se ha pasado la noche en el calabozo o al que su padre le ha dado una manta de palos o ha dormido al raso tras huir de casa.

¿Le cuentan sus historias?

Se van abriendo. Un día les pregunté cuál eran sus sueños. Y una chica dijo que solo soñaba
con dormir un día en una casa,porque siempre estaba en hogares de acogida y siempre de paso.

¿Y esa chica empezó a progresar?

¿Lo ve? Tiene usted demasiada prisa. Eso solo fue un día. Y en las escuelas de segunda oportunidad como el Llindar esa mejora es lenta.

¿Por qué?

Porque tratamos problemas que vienen de lejos. Antes hay que amabilizar , curar, sanar. Porque estos chicos llevan años percibiendo que ni sirven para nada ni van a ser nadie.

¿Los habían echado del sistema o eran ellos quienes habían abandonado?

Nuestra hipótesis es que el sistema les centrifuga y ellos abandonan. Se llama proceso de “desvinculación escolar”. Y en estos momentos se han desvinculado de la secundaria un 17% de los jóvenes catalanes y españoles.

El FMI y la OCDE suelen denunciarlo, pero las campañas electorales lo ignoran.

Pues ese fracaso y nuestra formación profesional disfuncional explica que tengamos un paro juvenil del 40% que nos convierte en lamentables líderes europeos del fracaso temprano.

¿Por qué fracasan escuela y mercado?

Son el mismo fracaso, que evidencia que nuestro sistema es incapaz de integrar y expulsa a casi uno de cada cinco alumnos. Y esa expulsión se arrastra hasta el mercado laboral.

Sorprende saber que son tantos.

Hoy en El Llindar tenemos 400 chicas y chicos con situaciones diversas, pero precarias. Y en Catalunya hay 6 escuelas como la nuestra y en España, 43: ocho mil alumnos de 13 a 21 años.

¿Cuántos años pasan en los centros?

Apostamos por itinerarios largos de entre 2 y 5 años. Y así logramos que algunos se reintegren en ciclos educativos y otros trabajen.

¿Por qué la escuela fracasa con tantos?

Porque el sistema es más perverso que una empresa. En él se fracasa y no hay consecuencias para nadie excepto para el fracasado. Se maquillan estadísticas en lugar de mejorar el sistema.

¿Cuál cree que es el nudo de ese error?

A nuestra educación le falta diversidad para adaptarse a cada alumno. No puede asfixiar como ahora con los currículos rígidos excluyentes para esa enorme cantidad de jóvenes.

¿Diversidad de escuelas para atender a la diversidad de los alumnos?

De los 8 chavales de Cornellà en el 2003 hemos llegado a 8.000 porque transcendemos la oferta administrativa para crear un camino diferente con la escuela de segunda oportunidad.

¿Cómo?

Fui a Marsella a estudiar la mayor escuela de segunda oportunidad de europa y en el 2015 creamos en Barcelona la Asociación Española de Escuelas de Segunda Oportunidad.

¿Barcelona, capital de la inclusión edu-cativa?

Unimos a 43 centros en España porque pensamos a lo grande y somos necesarios y útiles, aunque administrativamente heterodoxos.

Fuente: La Vanguardia

La molécula que denomina al alcohol se llama ‘etanol’ y es una sustancia tóxica. En la composición de las bebidas alcohólicas está el etanol en forma natural o adquirida, y su concentración es igual o superior al 1% de su volumen.
Según la RAE, ‘tóxico’ es toda sustancia o preparado que, en pequeñas dosis, produce la muerte o efectos agudos o crónicos, por inhalación, ingestión, o penetración en la piel. «Es un líquido transparente e incoloro y el principal ingrediente de bebidas alcohólicas como la cerveza, el vino o el brandi. Como se disuelve fácilmente en agua y otros compuestos orgánicos, también es un ingrediente de cosméticos, colonias, pinturas, barnices y combustibles. ¿Puede ser saludable algo que se usa sobre todo como disolvente, desinfectante, y combustible?», alerta en una entrevista el pediatra Carlos Casabona.
Este médico zaragozano ha publicado junto al dietista-nutricionista Julio Basulto ‘Beber sin sed’ (Paidós), una auténtica guía sobre todas las bebidas habidas y por haber, y que suelen formar parte de nuestro día a día, y es que es vital saber lo que bebemos porque es tan importante, o más, que lo que comemos.
Ambos autores dedican un capítulo de su libro a las bebidas alcohólicas, sobre las que llaman la atención que muchas veces las tomamos sin tener sed, gracias a esa ‘cultura de la bebida’ actual que en su opinión «tanto nos perjudica». De hecho, llaman la atención sobre el hecho de que al año casi 3 millones de muertes tienen lugar como consecuencia del consumo de alcohol, siendo además esta bebida «la primera causa de mortalidad y de discapacidad en personas de 15 a 49 años».


Las 6 razones por las que el alcohol es malo para nuestra salud


Las razones por las que el alcohol es dañino para nuestra salud serían las siguientes señalando que fundamentalmente éstas se derivan de su composición química:
1.- Es neurotóxico (afecta a las neuronas): El alcohol afecta, en pocos segundos tras su ingestión, a la capacidad de razonamiento cada vez que se bebe, aunque sea poca cantidad. No existe una dosis de consumo segura, aunque la publicidad arme que disfrutemos de un consumo responsable. Así pues, daña, sin duda a las neuronas, lo que provoca un daño permanente a la memoria, a la capacidad de razonamiento y a la forma en la que nos comportamos.
2.- Es adictivo, es decir, que su ingesta habitual puede condicionar una necesidad física de su consumo de manera diaria, de tal manera que se convierte en un hábito insano del que sea muy difícil salir sin ayuda.
3.- Es teratogénico: Afecta al feto y puede provocar malformaciones graves y trastornos del espectro alcohólico fetal (TEAF). Hasta 40.000 bebes nacen con un TEAF cada año en los Estados Unidos. Estos trastornos son de por vida, y sus efectos pueden resultar en problemas graves de orden físico y mental.
4.- Es cancerígeno: Su consumo se ha relacionado con cáncer de boca, faringe, de laringe, de esófago, de mama en mujeres, de hígado y de intestino.
5.- Está implicado en millones de muertes en el mundo por accidentes de tráco, suicidios, agresiones mortales, etc.
6.- Provoca problemas emocionales y laborales en los individuos, en sus familias, en el conjunto de la sociedad y tiene elevados costes económicos y medioambientales.


APUNTES QUE DEBES CONOCER


Ambos especialistas avisan también en el libro de ciertos aspectos que debes conocer, como por ejemplo su enorme rechazo, y más que contrastado cientícamente, de que una copa de vino al día es beneciosa para la salud del corazón: «El nivel de de consumo de alcohol que minimiza la pérdida de salud es cero. Lo único que podemos hacer con las bebidas alcohólicas es desaconsejarlas».

Aquí recuerdan también que por ejemplo la Sociedad Europea de Cardiología en 2019 declaró que «no debe promoverse en consumo de alcohol con moderación para proteger la enfermedad cardiovascular», al mismo tiempo que la OMS en 2012 señaló que «el alcohol es perjudicial para el sistema cardiovascular». Por eso sentencian: «El vino no es bueno para el corazón. Cualquier bebida alcohólica eleva el riesgo de sufrir problemas de corazón».
Otro aspecto que mencionan es aclara que las ‘cervezas sin alcohol’ sí tienen alcohol. «Poco, pero tienen. Su graduación alcohólica es menor al 1% de su volumen.
Mientras, la ‘0,0’ tiene una graduación alcohólica de un 0,03%», precisan Casabona y Basulto.
A su vez, destacan que, si lo que te preocupa es tu peso, el alcohol estimula el apetito y sus calorías líquidas (y vacías de nutrientes) aumentan el riesgo de obesidad. «Si te preocupa tu peso, reduce el consumo de bebidas alcohólicas», agregan.
Casabona y Basulto resaltan también que cualquier dosis de cualquier bebida alcohólica (incluidos el vino y la cerveza) incrementan el riesgo de padecer distintos tipos de cáncer. «El Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer aconseja evitar el consumo de cualquier bebida alcohólica para prevenir el cáncer», agregan.

Fuente: Infosalus.

El parte del jueves de urgencias pediátricas de Vall d’Hebron recogió tres casos del autolesiones. Tres en un solo día: una chica de 15 años con autolesiones físicas (cortes), dos de 13 con intento de suicidio con fármacos (los intentos de suicidio con sobredosis se consideran autolesiones, como también los golpes autoinfligidos o las ideas de muerte).

“Crece mucho, las autolesiones ya son una cuarta parte de todas las urgencias psiquiátricas que llegan a pediatría. Y baja la edad. En el análisis que hemos realizado con los 566 episodios atendidos entre 2015 y 2017 se nota el crecimiento y si en 2015 la media de edad era de 16 años, en 2017 ya era de 12”, resume Marc Ferrer, jefe de hospitalización psiquiátrica en Vall d’Hebron y líder de la investigación que ha llevado a cabo el servicio de psiquiatría del centro y la red de investigación en Salud Mental Cibersam.

Las autolesiones suelen ser un modo de regular la presión, de aliviar el malestar por no saber cómo manejar las emociones. “En sí mismo no parece gravísimo, hay mucha imitación a la hora de empezar a hacerlo, sobre todo se miran en las redes. Pero lo preocupante es que tiene un lazo claro con el suicidio. Cuando se pone en marcha la autolesión, en los siguientes tres años aumenta el riesgo de intentar un suicidio”, explica Ferrer.

La autolesión funciona como una droga, “cada vez necesitas más para tener e mismo efecto. Llega un punto en que no te sientes a gusto. Es autodestructiva. Te da muchos problemas con los iguales, sobre todo, provoca su rechazo. Empieza a fallar el rendimiento escolar, da problemas con los profesores. Y se llega a pensar que no vale la pena vivir”, explica el psiquiatra.

Que para un adolescente es difícil gestionar la frustración, la ira y que lo pasa mal no es nuevo. “A algunos les pasa de forma más intensa y buscan la manera de superarlo con atracones, que estuvo de moda hace unos años, con consumo de sustancias, y ahora, con autolesiones: el efecto es superrápido. Y a esa edad les va más la recompensa inmediata que la demorada. Todo encaja”.

Se copian en Instagram (ahora la plataforma envía mensajes por si necesita ayuda) o en la red que usen, sobre todo ellas. Los chicos a veces quedan camuflados con otras etiquetas, como conducta desafiante. Pero las patadas y los destrozos son posiblemente su particular auto-
lesión.

¿La familia? “Seguro que nos dedicamos a ellos menos de lo que deberíamos, pero los problemas los sufren sobre todo con sus iguales, la pieza esencial para madurar y donde tropiezan”, explica Ferrer. Sí que perjudican los padres que responden con un ‘no digas tonterías’ o los que dicen ‘me vas a provocar un infarto’. “Los padres tienen que estar ahí. Su respuesta influye claramente, pero no es causa directa. La principal fuente del problema se encuentra en sus iguales”.

¿La pandemia lo está empeorando? “Lo tenemos que analizar en profundidad. Pero de entrada, los adolescentes se han quedado sin espacio de ocio, de relación, donde verse, donde tener encuentros sexuales”.

A veces las familias piensan en trasladarse a un lugar menos agresivo, a un pueblo, para ayudarles. “Pero en todos hay internet y un modelo social según el cual has de ser un megacrack informático a los 10 años, si no ya vas tarde. La velocidad con la que hay que lograr el éxito les deja a muchos adolescentes más vulnerables fuera de juego”.

Fuente: La Vanguardia

MÓNICA MORÁN. Acaba de cumplir los 18 y define el móvil como una extensión más de su cuerpo. A pesar del calor no se quita la chaqueta de chándal. Mónica Morán es de León, ha venido a pasar el fin de semana a Madrid. Le cuelgan aros de las orejas, lleva un pendiente plateado en la lengua. Ha comido en un Burger King junto a la plaza Mayor con dos amigos de León y otro de Barcelona, cuya amistad se ha cimentado a través de las redes sociales. En el interior del local los cuatro estaban bastante inquietos porque hablaban de cosas que han vivido, y de las que tienen testimonio gráfico, pero allí no llegaba la cobertura así que cogían el móvil y agitaban el brazo, a ver si les entraba alguna barrita. Al salir, a Morán la frenan dos chicas y entre risas vergonzosas le piden hacerse un selfie. La noche anterior, la leonesa cruzó el umbral de los 700.000 seguidores en Instagram, que es algo así como la gran plaza virtual en la que coinciden millones de adolescentes. A ella suben fotos, vídeos y las llamadas instastories o historias a secas, que a menudo son pequeños fogonazos de sus vidas que desaparecen a las 24 horas. Como cuentan cosas en tiempo presente, a través de una de ellas me he enterado esta misma mañana de que Morán iba de camino a Madrid: aparecía ella en un tren, junto a sus amigos, con cara de dormidos y llamaradas en la cabeza.

Contacto a Morán por WhatsApp:

Conversación por Whatsapp

La cita es en el centro. Y enseguida Morán dice que este es su “primer verano como influencer”. Hace un año solo tenía su cuenta “privada” con unos 1.000 seguidores, lo habitual para alguien de su edad medianamente popular, “popu” en la jerga. En agosto de 2017, abrió una cuenta pública y empezó a colgar en ella vídeos que elaboraba en otra red social llamada Musical.ly, que se propaga entre menores como un tsunami. Los chavales graban en ella piezas breves similares a un videoclip: mueven los labios marcando las letras y se contonean con más o menos gracia. Morán suele acompañarse de trap y reguetón. Se graba sola o con amigos, compone transiciones imaginativas en la calle y en su casa, y baila al ritmo de temas provocativos, como este de Farruko, que supera las 600.000 reproducciones:

Para un novato resulta un misterio cómo se compone uno de estos vídeos. Muy pocos, fuera de la burbuja adolescente, conocen Musical.ly. Oí hablar por primera vez de esta red en un hogar de clase media ubicado al norte de Madrid. Aún era invierno.

QUEMANDO EL MÓVIL


Es un viernes de febrero, ocho y pico de la tarde, ruedan las coca-colas y las patatas fritas, hay una tele encendida con videojuegos ahí al fondo, donde se entretienen los hermanos mayores. Los padres se sientan en el sofá y en la mesa de la cocina se quedan los pequeños. Eva, Laura, Diego. Tienen 13, 14 y 15 años. Para romper el hielo, y explicar cómo usan el móvil, comienzan con “los fueguitos” de la red social Snapchat, que miden, según cuentan, el grado de amistad con una persona al otro lado. Una madre, antes de esfumarse, aporta: “Debe de ser interesante porque, a ver, Laura entre semana no tiene el móvil, porque si no no estudia. Y siempre me dice: ‘Mamá, por favor, déjamelo; es que tengo cinco fueguitos con no sé quién y los voy a perder”. La hija gruñe: “Es que no se pueden recuperar. Es muy difícil”. Otra madre añade: “Yo de esas cosas es que ni me entero”. Finalmente, los adultos se alejan y dejan que hablen sus hijos.

Eva y Laura han colocado su móvil sobre la mesa. Un Bq y un Samsung, táctiles, pantalla grande. Diego lo ha dejado en casa. La conversación transcurre a trompicones. No es fácil colarse en su mundo. Cuesta romper la burbuja, la barrera de la edad. Y hoy, en ese hermetismo, juega un papel clave el smartphone. Un territorio propio. Su adquisición marca, como un rito de paso, el fin de la infancia: a los 10 años, según el INE, tienen un móvil el 25% de la población; a los 14, un 93%. En esta era tecnológica se es adolescente en la medida en que uno dispone de teléfono conectado a la Red.

Los tres recuerdan con precisión la fecha en que lo recibieron:

—Cuando hice la primera comunión, en 2013.

—El pasado verano.

—El 23 de diciembre de 2015.

Si se les pregunta cuánto lo usan, no saben ni qué contestar: “Buf, no sé, ja, ja”. Los padres ponen restricciones o lo esconden. Los profesores lo prohíben y lo requisan. “Te ven con él y es como si estuvieras a punto de explotar una bomba nuclear”, según Diego. Los chavales tienen sus fórmulas para tratar de pasar más tiempo con el aparato, como irse en el recreo detrás de unos bambús. Hablar, en el sentido tradicional, apenas lo hacen. Pero sí se llaman, por ejemplo, cuando juegan a polis y cacos en el pueblo: “¡Es mucho mejor! Se vuelve un juego más de estrategia”. Lo que más usan, convienen, es Whats­App. Vale para una conversación íntima y para saber qué hay de deberes y estudiar en común y para pasar a toda velocidad las respuestas de un examen de una clase a otra y para que los padres sepan dónde andan y para enviar memes y chistes y test psicológicos. “Para hablar con amigos”, sería el resumen. Eva, que es la de 13 años, muestra el chat de su clase. Están 24 de 28 alumnos.

Facebook y Twitter, para ellos, han pasado de moda. Snapchat anda de capa caída. Ahora, dicen, despunta Musical.ly, que definen como “una especie de karaoke; ponen una música y tú tienes como que ir haciendo las cosas”. Diego reniega, porque no hay rock en esa red social. Para escuchar sus canciones favoritas en el móvil convierten vídeos de YouTube a MP3 y las reproducen con Google Play. Siguen a youtubers jóvenes como Paula Gonu, los hermanos Jaso, y Soy una pringada, la más contracultural de los tres, que saluda a sus 220.000 suscriptores maquillada como un cadáver.

A veces, Laura ve series en el teléfono mientras desayuna. O lo usa como un entrenador personal, para hacer tablas de ejercicios en casa. Los tres tienen algún juego en el móvil (de fútbol, de una bolita, de números). Y por encima de todo esto, en el pedestal, se encuentra Instagram. A Laura la siguen casi 700 personas; a Eva algo más de 300; a Diego poco más de 100. Sus perfiles están “candados”, es decir, solo se los puede seguir si ellos lo autorizan. Pero tanto Eva como Laura reconocen que tienen más cuentas. En una de ellas, en la que llaman “privada”, solo dan acceso a su círculo más cercano, y muestran en ella su cara más vulnerable. Los tres siguen a Cabronazi, con 3,5 millones de followers, que tratan de explicar: “Hace memes”, “tonterías”, y los tres se parten de risa. Laura dice que sigue a famosos, como las Kardashian. Y Diego asegura que usa Instagram para “informarse”, es decir, si un periódico al que sigue sube alguna foto, la mira. “No voy a estar bajando a buscarla”. De los tres, la más activa parece Laura, que añade una foto suya cada dos semanas: “Lo tengo programado así para que reciba los mismos likes que la anterior”. En ellas, suele posar mirando al infinito y con alguna frase impactante.

De la casa salgo con un chat compartido con los tres, autorizado por sus padres. Lo bautizo Quemando el móvil, le añado un icono de un teléfono ardiendo. Y a lo largo de cinco meses han ido compartiendo un poco de todo.

Un día, Laura envió un vídeo del youtuber Hamza Zaidi, un joven madrileño de origen marroquí. Y añadió: “Me sentí superidentificada”. Titulado Espionaje de chicas, en el clip Zaidi interpreta a una joven que llama a sus amigas porque su novio ha quedado para salir “de fiesta”; activan de inmediato un “código de espionaje” para comprobar si liga con otras: “Ok, tía, yo me dedico a espiarle los stories”, responde una, mientras otra se dedica “a ver si le da ‘me gusta’ a alguna zorra”.

Unas semanas después, sondeo en el chat sobre ese botón de me gusta y el efecto like:

Conversación por Whatsapp

Tras unos días, vibra el chat:

Conversación por Whatsapp

GENERACIÓN IPHONE


Sean Parker, el arrepentido expresidente de Facebook (compañía también dueña de WhatsApp e Instagram), habló en 2017 sobre ese botón de like. Confesó que surgió de las estrategias para tratar de “consumir el mayor tiempo posible de atención consciente de la gente”; que le daba a los usuarios “un pequeño golpe de dopamina” y de ese modo lograba “explotar una vulnerabilidad de la psique humana”. La validación social. Añadió: “Solo Dios sabe lo que le está haciendo a la mente de nuestros hijos”.

Esos hijos, los adolescentes de hoy, nacieron ya bajo el influjo del móvil. La mayoría de los entrevistados para este reportaje, de entre 13 y 19 años, distinguen en sus primeros recuerdos a los adultos con un apéndice en la mano. El primer teléfono que se le viene a la mente a una de 16 es el Nokia que le dejó su madre para jugar a la serpiente en un restaurante (probablemente para que no diera la lata). Tomaron potitos entre SMS, se desarrollaron a la vez que el 3G, se curtieron en redes sociales en espacios virtuales para niños como Habo, se foguearon en la mensajería instantánea con el Messenger, soplaron diez velitas con la globalización del iPhone, que nació en 2007, y sintieron muy pronto el hormigueo en la tripa de una nueva solicitud de amistad. Para los más veteranos, tener un millar de seguidores es “como la base”, y flirtean antes por Instagram que cara a cara. Cuando quieren pasar a mayores, piden el número de móvil y siguen por WhatsApp, arguyendo alguna excusa que ellos sí entienden: “Es que me quedan pocos datos”.

El 49% de los españoles de entre 14 y 18 años usa más de cuatro horas al día WhatsApp y otros servicios de mensajería y el 70% pasa más de dos horas diarias en redes sociales, según el informe Etudes del Ministerio de Sanidad (2016). Casi todos (más del 95%) lo hacen a diario, a través del smartphone y desde casa, según el Estudio General de Medios.

El móvil, se podría decir, es como la calle del siglo pasado. Algo así me comenta Mónica Morán, que tuvo su primera Blackberry a los 13, en un audio de WhatsApp

“Hoy en día pues obviamente no hay la misma libertad que antes (…) Entonces, claro, cuando te dan el móvil es una especie de libertad que te dan sin necesidad de salir a la calle (…) Puedes hablar, puedes jugar con tus amigos, puedes hacer de todo a través del móvil sin casi ni tener que salir de casa”

En estos tiempos, “abrir un privado” equivale a llamar al timbre de casa de tu mejor amigo. Y las estadísticas (del Injuve, el CIS y el INE) parecen sugerir un cierto efecto jaula dorada: los adolescentes de hoy salen menos por la noche que hace una década (también beben menos, fuman menos y se drogan menos). Pero en los últimos años crece el número de los que nunca quedan a dar una vuelta, nunca practican deporte fuera del colegio ni hobbies del estilo “pintar, tocar algún instrumento, escribir” y nunca leen un libro por placer. También aumenta el número de quienes se declaran “insatisfechos”; y cae el de quienes duermen más de ocho horas. La crisis podría explicar una parte de todo esto, y también el cambio en el modo de consumo y de los patrones sociales. Pero el móvil y la hiperconexión digital probablemente tengan algo que ver. Otra prueba indiciaria: si el coche fue el símbolo de independencia juvenil hasta hace poco, tener el carné de conducir ya no parece indispensable para los que vienen. En 2008 el 52% de los jóvenes se lo había sacado antes de los 20; en 2016 no llegaban al 38%.

En este tipo de investigaciones generacionales trabaja Jean M. Twenge, profesora de psicología de la Universidad de San Diego, que lleva 25 años estudiando la evolución de los adolescentes estadounidenses. Editó el año pasado el libro iGen, una llamada de atención sobre el cambio profundo en el modo de vida de los posmillennials. Tal y como explicó en una adaptación de su ensayo publicada en la revista The Atlantic, siempre han existido diferencias entre épocas, pero estas solían ser graduales. Hacia 2012, sin embargo, comenzó a descubrir saltos abruptos en las gráficas: “Las suaves pendientes se volvieron montañas y acantilados escarpados (…) En todos mis análisis de generaciones —algunos llegan hasta 1930— no había visto nada parecido”. Falta de sueño, menor número de quedadas con amigos, menos citas, menos sexo, ausencia de diálogo con la familia, mayor sensación de soledad, incremento notable en los síntomas depresivos… “Las correlaciones son lo suficientemente fuertes como para sugerir a los padres que les digan a sus hijos que suelten el móvil”.

RADIO GUARIDA


Raquel Robles es profesora en un taller de radio en un centro juvenil de Móstoles, un municipio del sur de Madrid. Sus alumnos tienen 13 y 14 años. Un sábado de abril aceptan recibirme en su programa semanal para hablar de móviles. Ante la inminente cita, la profesora me avisa de que va a crear un grupo de WhatsApp con los chavales y advierte: “Espera la lluvia de corazoncitos”. Enseguida, Robles provoca una cascada de emoticonos cuando envía al grupo un vídeo de ellos haciendo el ganso en la radio:

Conversación por Whatsapp

La Guarida, así se llama el centro juvenil, se encuentra en un edificio colmena encajonado junto a las vías del tren. En la pared de entrada al estudio cuelga un cartel a rotulador: “El amor es como el wifi. Todos quieren tenerlo pero nadie conoce la clave”. En torno a la mesa, los chavales hablan a micrófono abierto:

Lucía: No sé si os pasa, pero como que uno se pone con el móvil para buscar cosas en Internet al estudiar, el significado de palabras, cosas así, y termina en YouTube.

Samia: Estás en la calculadora resolviendo algo, y te llega un mensaje de WhatsApp; dejas la calculadora y te pasas al WhatsApp.

Lucía: Y luego se te olvida lo que estás haciendo.

El programa sigue y Melisa cuenta que sus padres se lo requisan a diario. “Me lo dejan en fin de semana y ya desfogo”. Desfogar significa que puede pasar seis horas seguidas con él. Ve o hace musical.lys, se mete en Snapchat, lee relatos en Wattpad, donde los usuarios suben sus propias historias. De hecho, ha llegado a la radio y se le ha muerto la batería. Lástima, porque quería leer una de las poesías que a veces anota en el móvil, cuando no le quedan datos, y va en el autobús sin wifi. También lo usa para enterarse “de lo que pasa”. Es decir, como es “superfán” de Operación Triunfo, sigue “un canal que te pone las noticias de última hora”. Y usa también la aplicación Classroom, un aula virtual donde los profesores del instituto suben sus lecciones.

Al poco, Melisa alarga el brazo y hace un selfie; Raquel inmortaliza el momento y envía la foto al chat:

Conversación por Whatsapp

Poco después, Lucía dice con timidez: «Mis padres no me lo prohíben. Más bien soy yo la que me lo prohíbo, porque muchas veces me quedo ahí como muy enganchada…”. Samia añade: “Si te quitan el móvil es como que te falta algo. Pero te ayuda a dormir mejor, porque no te acuestas con él, tantas horas, eso daña los ojos, y estudias mejor”. Mario: “Lo complicado es jugar a juegos de mesa con dos personas con el móvil, y no miro a nadie”. Melisa: “Es verdad. Soy culpable. He estado mirando musical.lys”. Samia, de nuevo: “En mi instituto, los de 16 años están enchufados en el recreo, y no lo dejan hasta que suena el timbre. Creo que deberían aprovechar para jugar”. Melisa, sobre los peligros: “Que te hable alguien al que no conozcas. O que un pederasta te pida fotos y se las des”. Y Samia: “Hay que tener cuidado. Si subes una foto medio desnuda o en toalla, todos esos seguidores te van a empezar a comentar y pueden hacer captura, y mandarla a otra red social”.

Por cosas así, Pablo Llama, psicoterapeuta del programa de adolescentes de Proyecto Hombre, con experiencia tratando el uso abusivo de la tecnología, considera peligroso hablar de nativos digitales. “Porque presuponemos que están preparados. Y nada más lejos de la realidad. Manejan la tecnología, pero están desnudos en el mundo digital”. Un estudio de la red europea EU Kids Online da alguna pista sobre el tipo de impactos que recibe ese cerebro desnudo. El documento analiza por tramos de edades, y compara la evolución entre 2010 y 2015, cuando se generalizó el uso del smartphone. Datos para los de 15 y 16 años: un 42% recibió mensajes sexuales en 2015 (frente a un 13% en 2010); un 70% vio imágenes sexuales (frente al 17% en 2010); el 28% sufrió bullying o ciberbullying (frente al 18% en 2010). Creció también el número de quienes se sentían “aburridos” cuando no podían conectarse (39% frente al 15%).

La coordinadora del estudio, la socióloga de la Universidad del País Vasco Maialen Garmendia, dice que, en cualquier caso, a menudo se exagera todo lo que tiene que ver con los jóvenes: “Se habla de dependencia de los adolescentes. ¿Y qué pasa con los adultos?”. Solo hace falta echar un vistazo en el metro, en la oficina, en los parques, en cualquier cena de cualquier hogar.

MILA


Un día, apareció en la redacción una adolescente llamada Mila. Ella quería saber cómo se preparaba un reportaje; yo le dije que, siendo adolescente, podía echarme un cable. Le pasé un artículo de Financial Times titulado ‘La vida secreta de los hijos y sus teléfonos’. Me lo devolvió con la penúltima frase subrayada. Donde decía “las redes sociales permiten a las personas ser ellas mismas”, añadió a lápiz: “A veces te fuerza a ser como los demás quieren y terminas perdiendo tu esencia”.

Mila es alta y fuerte. Cinturón negro de yudo. Y en su mochila lleva un libro de Thomas Mann. Tiene 16 años, los ojos del color del desierto y una melena hasta media espalda. Odia el reguetón, se ha quitado de Instagram. Me ha contado que en su instituto el móvil está prohibido, y entonces los alumnos aprovechan el recreo para salir a la puerta y mirarlo. Así que un viernes por la mañana le escribo un mensaje:

Conversación por Whatsapp

Nos sentamos en un banco a la puerta de un instituto para ver el ambiente. A las 11.00, comienzan a acumularse chavales en la entrada. El que sale, saca el móvil del bolsillo como un acto reflejo. Los novios se besan, se despiden y, al girarse, desenfundan y se alejan mirando la pantalla. Muchos llevan un auricular colgado de la oreja, aunque hablen con el resto. Uno camina haciendo rotar el smartphone como un revólver. En la marquesina, frente a la entrada, destaca un anuncio de Samsung. Mientras, Mila cuenta que, a veces, cuando queda con amigos, hacen una “montaña de teléfonos”. Colocan uno sobre otro, como ladrillos, y el primero que lo coja pierde y paga la cena, por ejemplo. Lo hacen para tratar de hablar cara a cara. Le pregunto si en verano aún se escriben cartas en papel entre amigos. Me mira como a un marciano. “Si quieres ser clásico, mandas un e-mail”.

Al poco, Mila me acompaña a entrevistar a Eulalia Alemany, directora técnica de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. Pedagoga de 53 años, Alemany constata que cada vez le llegan más padres preocupados; muchos le preguntan por qué miramos tantas veces el móvil: “Porque genera placer. Mirarlo significa charlar con un amigo, ver fotos. Eso está bien. Se convierte en un problema cuando lo necesitas, cuando tienes miedo a perderte algo, a que no llegue un mensaje, a la ausencia de likes”. Añade un dato: el uso compulsivo de Internet ha pasado del 16,4% en 2014 al 21% en 2016 entre los de 14 y 18 años. En su opinión el móvil “no es un demonio”, sino “un gran invento”, con más ventajas que inconvenientes y riesgos educables. “Permite acceder a toda la información desde el bolsillo; ofrece la posibilidad de conectarte al mundo. De solucionar problemas de forma colaborativa. Hemos puesto en manos de nuestros hijos una herramienta hiperpotente. Ahora hay que enseñar a utilizarla”.

Mila también aporta sus preguntas:

—¿Qué uso se considera adecuado?

—El que no te genere problemas ni provoque una actitud compulsiva ni ponga en riesgo tu intimidad. Y que sepas medirlo. Y tenga un acompañamiento de los padres. Los adolescentes están en pleno desarrollo. Tenemos que ser coherentes y no pensar que ya son adultos.

—¿Algún número de horas en concreto?

—La respuesta es el sentido común.

Tras la entrevista, Mila parece algo decepcionada. No hay normas claras de uso. Pero dice que le ha sorprendido que existan tantas estadísticas, como la del incremento en el consumo de hipnosedantes entre chicas, asociado a la falta de sueño. Le encaja con el perfil de una amiga, que sale poco de casa y pasa mucho tiempo en Internet: le cuesta mucho dormirse. “Debe de ser por la exposición a la luz de la pantalla”. Su amiga accede a chatear por WhatsApp. Dice que usa el móvil cerca de una hora al día; usa mucho más el portátil.

Conversación por Whatsapp

Añade que, en estos momentos, se encuentra en su casa y se ha puesto en el portátil, de fondo, un youtube de gameplays (vídeos que recogen una partida de un videojuego), mientras charla por WhatsApp y mira Instagram en el móvil. Como son las ocho del primer viernes de vacaciones, le pregunto si tiene plan fuera de casa. Y no. Está en casa con una amiga.

Pregunto en el chat Quemando el móvilqué hacen ellos, si son de salir por ahí y dónde van cuando quedan. Eva responde la primera. Casi siempre va a un centro comercial: “Vaguada 24/7”, dice su mensaje. Laura añade que ella queda para ir de compras por el centro. Y, a menudo, va “de fiesta a sitios como Kapital y Joylight, que son discotecas de jóvenes”. Lo que se suele hacer en estos locales: “Vas, bailas, bailas mucho, conoces a gente, te tomas algo (sin alcohol), conoces a un chic@ y te vas con él, hablas, etc. Luego vuelves a bailar, vas con tus amigas, haces un par de instastories para dar envidia y ya”.

LAS LINTERNAS


La macrodiscoteca Kapital tiene siete plantas y organiza fiestas para adolescentes de 14 a 18. La sala tiene una cuenta de Instagram en la que cuelgan imágenes de lo que se cuece ahí dentro. Pasando revista a sus publicaciones, un vídeo llama la atención: aparece una chica grabándose a sí misma sobre el escenario, tarareando música de Daddy Yankee, con una legión de chavales detrás. Con la luz tenue, ese ejército en ebullición de pronto eleva sus teléfonos con la luz de la linterna encendida, y el efecto resulta impactante. Cientos de luciérnagas en una cueva. ¿El símbolo de una generación?

La chica que lo graba, en primer plano, tiene una cuenta en Instagram con el seudónimo Monismurf. Casi 700.000 seguidores. En realidad se llama Mónica Morán. Pregunto en Quemando el móvil si la conocen. Eva responde: “Yo sí, de Musical.ly. Si ves sus vídeos e intentas hacerlos como ella es muy difícil. Los hace genial”.

Al link de contacto que aparece en la cuenta de Monismurf responde Marcos Leva, un madrileño de 18 años que dice ser su mánager. Ha fundado la agencia de representación Vicious. Por WhatsApp envía las coordenadas de su oficina, que es un piso en una urbanización familiar. En esa oficina no hay nada salvo una mesa larga y una televisión, y el portátil que se ha comprado Leva “para parecer más pro” porque en realidad no lo necesita. Señala al móvil: todo puede hacerlo con ese aparatito. Criado en Vallecas, alto y largo de piernas, como un flamenco, Leva empezó a los 16 a trabajar en una compañía de publicidad; cuando terminó el instituto, el año pasado, fundó su empresa, y ahora representa a jóvenes con impacto en redes, los llamados influencers. Gestiona para ellos campañas online a cambio de un porcentaje. Sus representados suman 3,3 millones de seguidores en Instagram. “Una persona de 40 años es imposible que entienda cómo funciona esto”, dice. Y sin embargo muestra una visión pesimista sobre la tecnología. Define el móvil: “La peor droga que hay hoy”. A los adolescentes: “Un caos. Veo que no se esfuerzan. Tienen talento, pero poca capacidad de sacrificio. Y cuesta centrarse. El móvil te abre tantas puertas que tienes distracciones por todos lados”. Sobre el botón de like: “Algunos piensan que da la felicidad. Todo lo contrario. Es algo temporal, irreal, online. Todo mentira”. Pero él vive de esa estructura. Organizó, por ejemplo, una fiesta en Kapital en la que el lema era “fichotéame”. Acudieron unas 800 personas.

Pregunto en Quemando el móvil qué significa “fichotéame”. Pillo a los tres juntos de camino a Pirineos. Me mandan un selfie. Y Laura responde con un audio:

Conversación por Whatsapp

Leva añade que en ese tipo de fiestas los chavales llevan en el pecho una pegatina con su nombre de usuario. Si ves a alguien que te interesa, lo buscas en la red y, en lugar de acercarte, le abres un direct (mensaje privado).

Contacto con el director de marketing de Kapital Young por Instagram y, a través de un audio de Whats­App, relata usos y costumbres de los adolescentes.

“Lo que más les gusta hacer son las instastories, las historias de Instagram (…) subir fotos, como que se van de fiesta (…) y el tema del ligoteo, ahora (…) es muy, muy típico encontrarte a alguien que te llama la atención y pedirle el Instagram”

Esta red es donde se mueve hoy todo entre los jóvenes. Están en ella el 72% de los menores de 24. Bastante por encima de Facebook y Twitter, según la consultora IAB. Instagram no da cifras por edades. Pero asegura que cuenta con 12 millones de usuarios en España. El verano pasado, era el cuarto país que más historias producía del mundo. Y Madrid, la quinta ciudad donde se publicaron más stories (tras Yakarta, São Paulo, Nueva York y Londres, con una población muy superior).

La dirección de Kapital deniega el acceso a su última fiesta light antes de verano. En la sala Barceló (antiguo Pachá), en cambio, celebran “The last one. Fin de temporada” y dejan vía libre. En el chat Quemando el móvil:

Conversación por Whatsapp

Sábado, seis de la tarde. Calor en la puerta de Barceló. Un remolino de chicas en shorts; otro de chicos con la camisa por fuera. El jefe de seguridad de la sala franquea el paso al territorio adolescente. La música atruena, cientos de manos con pulseras fluorescentes, cuerpos en movimiento. Mucho móvil. Unos lo miran. Otros chatean. Se graban en grupos, cantan a cámara, ponen morritos. O lo llevan colgados en riñoneras o sujeto entre el pantalón y el ombligo. En el baño, que tiene la puerta abierta, unas chicas se retratan frente al espejo: fotos postu. En la zona vip hay un DJ de 19 años con 41.000 seguidores en Instagram; un chico de 16 que juega al fútbol en el Getafe juvenil con 36.000; una ex de MasterChef Junior con 14 años y 122.000. Los dos últimos se preguntan su cuenta y comienzan a seguirse. La masa se mueve. El DJ coge un micrófono: “¡Manos arriba! ¡Más linternas!”. Se forma una constelación en la oscuridad y brama la jauría con el móvil en alto. En el mundo real el efecto sobrecoge.

VACACIONES DE VERANO


El lunes 25 de junio, tras la fiesta en Barceló, Marcos Leva me envía el móvil de Mónica Morán, alias Monismurf, su representada con 700.000 seguidores en Instagram. Contacto con ella. Es de León. Tiene 18 años. Está preparando sus exámenes de la Evau extraordinaria de julio porque le han quedado dos asignaturas. Al teléfono dice que estar sin móvil es como volver a la Edad de Piedra: “Si se te apaga o te lo dejas en casa es como que empiezas a vivir de otra forma; rollo superviviente o cavernícola”.

Ese mismo día, Mila escribe desde el campamento de yudo al que le han enviado sus padres. Le había pedido que tratara de convencer a un grupo de amigas para ser entrevistadas. Logra organizar el encuentro desde allí.

Nacidas en 2002, el grupo de amigas habla sobre su generación: “Ahora, en realidad, todo es postu. Hacer parecer que tu vida es perfecta, de mayores”. Cuentan una historia real: chico y chica salen juntos; chica envía a chico foto de ella desnuda; chico envía a sus amigos la foto; uno de ellos la enseña en el autobús. “Hay gente que en las redes sociales es otra persona. Uno me empezó a enviar lyrics de trap. Me dijo: ‘Tu clítoris puede ser mi joystick analógico”. Abren Snapchat para mostrar el mapa que geolocaliza a sus amigos: hay avatares de adolescentes en varios continentes. “A las once de la noche”, dicen, “hierven las redes”. “Yo estoy en 15 redes sociales”. “Los jóvenes las usan mucho porque necesitan mucha atención. Antes había más contacto con la familia y los amigos. Somos como más islas únicas”. “Tener amigos en redes no te hace sentir más acompañado”. “Nuestra generación está llorando por dentro, por fuera está todo maquillado”. Tras la conversación, pasan junto a una vieja cabina y solo una recuerda haberla usado una vez.

El viernes 29 de junio, husmeando en Instagram, descubro a través de una instastory que Mónica Morán se dirige a Madrid. En el vídeo salen también sus amigos.

Ventajas de la tecnología: nos citamos de inmediato en el centro. Comemos en el Burger, sus fans le piden un selfie, tomamos café en una terraza. Y, en la sobremesa, su amigo Andrés Juste, que es de Sant Boi de Llobregat (Barcelona), a veces desconecta y mira el móvil: está esperando a que su cuenta llegue a 73.000 seguidores. Le faltan 32. Pronto, añade, tendrá más followers que habitantes tiene su municipio. Rapado por los lados y con un flequillo largo, como la punta de un pincel, Juste confiesa que hubo un momento en que se deprimió porque las imágenes que subía (casi siempre de sí mismo) no generaban el mismo entusiasmo. Más tarde lo aclarará por WhatsApp:

Conversación por Whatsapp

Juste tiene 19 años, estudia un ciclo superior de administración, le encantan los videojuegos, se le pone la piel de gallina cuando en el fragor de una partida se le unen espectadores por las redes. Ahora le ha dado por Musical.ly, por eso conoció a Mónica. Venían eufóricos, diciendo que el móvil les ha cambiado la vida: gracias a él se encontraron. Pero de pronto, la entrevista se vuelve grave. Él habla de cuando va al pueblo. Allí no hay cobertura, sale en bici, pica el timbre a sus amigos. “Es como que vivo más”. Irá este verano. Morán añade: “Me da rabia que hoy, en lugar de vivir las cosas, parece más importante demostrar que lo has vivido”. Ambos piensan que se ve enseguida si existe química entre dos personas porque no miran el teléfono cuando están juntas.

Un instante después, cogen el iPhone de Juste, que lleva el nombre de su cuenta de Instagram tatuado en la funda, abren Musical.ly, miran a cámara, comienzan a grabar, rotan el terminal alrededor de su rostro, como si hicieran un truco de magia, con golpes de muñeca y giros eléctricos; gesticulan la letra, paran, gesticulan de nuevo, y terminan sacando la lengua, lo cual deja bailando en el aire el pendiente de plata que ella lleva en la punta. En dos minutos lo tienen listo. Al revisarlo no le ven calidad suficiente. Deciden no subirlo a Instagram, pero aceptan enviármelo. Y, justo antes de desaparecer por las calles de la ciudad, Morán mira su móvil y murmura: “Me queda un 3% de batería”.

Fuente:

Eduardo Royón, Andrea Blavia, Carmen Martínez y Antonio Egea nos cuentan cómo vivieron ellos aquellas semanas de encierro.

El viaje de fin de curso. Abrazar a tus amigos al hacer el último examen del instituto. La selectividad. Las primeras salidas hasta la madrugada, las primeras borracheras. Esa sensación de libertad al dejar atrás la infancia. Todas esas primeras veces que todos vivimos y que la pandemia ha borrado para los adolescentes, que han tenido que reprimir las ganas de hacer todo aquello para lo que llevan años esperando.

«Aunque las tecnologías nos han ayudado en parte a superarlo, lo que más nos ha molestado, o al menos a mí, ha sido intentar compaginar este confinamiento con los estudios», dice Antonio Egea.

«Fue bastante complicado», admite Eduardo Royón, «porque no todos los profesores nos ayudaban a avanzar con la asignatura, o nos mandaban muchísimos trabajos y luego nos examinaban sin hacer ellos gran cosa, aunque algunos se implicaban, nos ayudaban, estaban disponibles constantemente».

Foto: Eduardo Royón

«Mis estudios se paralizaron», dice Carmen Martínez. Como ella, Andrea Blavia reconoce que perdió ritmo de aprendizaje en el confinamiento: «Mis estudios mejoraron con respecto a notas, pero sentía que no estaba aprendiendo nada».

A todo esto se sumaron, como nos pasó a prácticamente todos, los sentimientos de desesperación, de soledad en ocasiones, de impotencia. «El agotamiento, el agobio de estar en los mismos metros cuadrados constantemente», expresa Eduardo. «Lo peor fue cuando necesitaba estar sola porque no sabía dónde ir, porque al final tenía que ir a mi habitación, que era donde llevaba encerrada horas y horas y necesitaba salir de allí», añade Carmen.

Foto: Carmen Martínez

En el mismo sentido habla Andrea: «Yo creo que para mí lo peor fue ese sentimiento de desesperación, era todo el tiempo sentir que estaba viviendo el mismo día muchísimas veces y sentirme eso, desesperada e impotente, porque no podía hacer absolutamente nada. Ese sentimiento de que el tiempo no está avanzando pero sí está avanzando a la vez era súper desesperante y yo creo que eso fue lo peor de estar encerrado en casa, esos sentimientos de impotencia, soledad y desesperación que no parecían tener solución».

Pero no todo fue malo. A pesar de haber tenido que retrasar toda su transición a la edad adulta, Carmen, Eduardo, Andrea y Antonio han sabido sacar provecho a estos meses de restricciones y la familia ha sido la principal beneficiada. En la adolescencia, las relaciones con los padres cambian, como todo en nuestra vida en ese momento. Para ellos han cambiado, pero para bien.

«La relación con la familia al fin y al cabo tiene que mejorar», dice Antonio, «porque al estar forzados a convivir durante tanto tiempo, aunque cada uno esté en su habitación para asistir a clase o al trabajo, al final te ves forzado a mejorar esa relación».

Foto: Antonio Egea

«Yo creo que sí que mejoró (la relación) porque gracias a Dios nosotros nos llevamos súper bien y sabemos convivir en familia, jugamos, cada noche cocinábamos algo distinto, entonces yo creo que en ese sentido mejoró mucho porque ahora somos mucho más cercanos», agradece Andrea. «Al final como que este confinamiento nos comprobó que sí que somos capaces y que de verdad nos llevamos bien y nos complementamos y eso te llena como familia».

Pero no solo eso, sino que aprendieron a parar, a dedicarse tiempo a sí mismos, a entenderse mejor. «Lo mejor sin duda del confinamiento fue que aprendí a entretenerme sola y a estar sola», dice Carmen. «De allí salió mi afición por la lectura y aprendí a tocar la guitarra y el ukelele», añade. Como Antonio, que asegura que encontró «muchos hobbies e intereses nuevos».

«Como dije que no aprendí en el colegio, aprendí de otras maneras que no eran académicas. Me conocí a mí misma yo creo, conocí lados que no sabía que tenía, que quizá no eran muy buenos pero por lo menos ya sé que los tengo», reflexiona Andrea, que también afirma que ha aprendido a valorar más a qué dedica el tiempo. «También aprendí a vivir más yo creo, aprendí a apreciar las cosas, porque de repente, de la noche a la mañana te quitan absolutamente todo y no te das cuenta de todo lo que has vivido. Y estoy muy agradecida de ahora saber eso, de conocerme un poquito más a mí misma y de vivir las cosas al 100%».

Fuente: https://theobjective.com/

A través de personajes femeninos fuertes y empoderados y de la denuncia de determinados temas, estas producciones audiovisuales buscan reivindicar el papel de la mujer y la igualdad de género.

El papel y la lucha de la mujer por la igualdad en la sociedad actual es a menudo retratada a través de películas o libros que pretenden reivindicar su importancia. La cultura es un arma de transformación y a través de la construcción de referentes y del reflejo de determinadas problemáticas también se puede luchar  contra el machismo y la desigualdad. Otra manera de hacerlo es con series. Estas producciones audiovisuales, que suelen enganchar tanto al público juvenil como adulto, buscan con algunas de sus escenas denunciar situaciones de opresión y apuestan por personajes empoderantes. A continuación, proponemos una lista de series donde el feminismo ocupa un lugar protagonista. 

El cuento de la criada

El cuento de la criada

Basada en la novela homónima de Margaret Atwood, retrata una sociedad distópica donde la tasa de natalidad se ve amenazada por las enfermedades de transmisión sexual y la contaminación. Por ello, un gobierno conservador y fundamentalista religioso, decide relegar a las mujeres totalmente a un segundo plano, convirtiéndose en lo que se conoce como criadas. Estas deben sufrir un terrible destino: ser violadas por sus dueños, líderes políticos y personas influyentes, para seguir perpetuando su descendencia. La producción creada por Bruce Miller y disponible en HBO cuenta con tres temporadas cargadas de simbolismo, que pretenden hacer reflexionar al espectador sobre lo que supondría una sociedad como la que representa.

Vida perfecta

Vida perfecta

La vida de tres mujeres relacionadas entre sí es el hilo argumental de esta serie de Movistar creada por la cineasta Leticia Dolera. María, una dentista que atraviesa una crisis existencial; su hermana Esther, una artista cuyo arte no consigue dar sus frutos; y Cristina, amiga de ambas, que pese a parecer que lo tiene todo en la vida, se siente completamente vacía son las protagonistas de esta comedia cargada de críticas a la sociedad machista. Trata de mostrar mujeres con problemas reales, que llegan a la treintena y sienten que las expectativas que dicha sociedad nos vende no son reales. Busca que la espectadora se sienta reflejada en sus personajes y comprenda que, a veces, las cosas no son como nos las han impuesto.

Creedme

Creedme

Sufrir una violación es una de las situaciones más traumáticas y duras a las que una persona puede enfrentarse. Marie Adler, tuvo que pasar por ello. Basada en el artículo de investigación An Unbelievable Story of A Rape, ganador en 2016 de un premio Pulitzer en la categoría de Reportaje explicativo, esta miniserie cuenta la historia real que envolvió la violación de la joven. Su objetivo es denunciar estas situaciones, en las que la víctima sufre, en muchas ocasiones, un triple problema: el hecho real, el juicio mediático y el desamparo legal. Dirigida por Susannah Grant y Michael Chabon entre otros, retrata de forma fidedigna el proceso de investigación del caso, en el que dos mujeres policía quisieron demostrar que la joven, acusada de denunciar falsamente su violación, contaba la verdad. Se encuentra disponible en Netflix. 

Unorthodox

Unorthodox

Tras escapar de Nueva York abandonando a su reciente marido fruto de un matrimonio concertado, una joven judía llega a Berlín en busca de su madre y de una nueva vida. Basada en la novela homónima y autobiográfica escrita por Deborah Feldman, refleja en cuatro capítulos la cultura y sociedad machista que envuelve la comunidad ortodoxa judía, donde las mujeres ocupan un papel secundario. Esty descubre en Alemania un nuevo mundo, en el que poder perseguir su sueño de dedicarse a la música pero su pasado tratará de hacer que regrese de nuevo a su jaula: el lugar de donde escapó. Disponible en la plataforma Netflix, invita a reflexionar acerca de cómo es tratada la mujer bajo los dogmas más estrictos de algunas religiones. 

Las chicas del cable

Las chicas del cable

Durante los últimos coletazos de la década de los años veinte en España, cuatro jóvenes comienzan a trabajar en una nueva empresa de telecomunicaciones. Ocupan el lugar de telefonistas, un oficio que permitió la entrada al mundo laboral de muchas mujeres, rompiendo las barreras que las relegaban al papel de madres y amas de casa. Creada por Ramón Campos y Gema R. Neira para Netflix, presenta a unas jóvenes que luchan por conseguir una mayor independencia y liberación, donde su amistad será un punto de apoyo clave para conseguirlo. Además, representa relaciones lésbicas y trata temas de identidad de género, tratando de romper con la heteronormatividad que suele estar presente en la sociedad y la cultura. 

Fuente: Educación 3.0

Más de la mitad de los jóvenes de entre 18 y 34 años (del 53 al 55 %) disminuyó el consumo de alcohol durante el confinamiento domiciliario por el estado de alarma, lo que lleva a concluir que «el ocio generalizado y el uso recreativo del consumo de alcohol van de la mano».

Sin embargo, en los grupos de edad de entre 35 y 65 años, alrededor del 50 % no varió su consumo y el 18 % lo incrementó, según los datos preliminares de un estudio coordinado por Lucía Hipólito, profesora de la Facultad de Farmacia de la Universitat de València (UV).

El trabajo también indica que un 2,5 % de la población empezó a consumir benzodiacepinas (tranquilizantes) sin receta y el 5,7 % lo hizo además con alcohol, y reconocieron haber tomado marihuana el 6 % de las mujeres y el 11 % de los hombres.

El proyecto «Impacto del confinamiento por pandemia de COVID-19 en el consumo de alcohol, benzodiacepinas y analgésicos opioides» forma parte de otro proyecto de investigación básica y clínica sobre el incremento en el riesgo de adicción al alcohol y opiáceos derivada de la presencia de dolor.

OBJETIVO DE LA INVESTIGACIÓN

El fin de la investigación, financiada por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas (PNSD) del Ministerio de Sanidad, es conocer los hábitos de consumo de estas drogas durante el aislamiento social por la pandemia.

Más de ochocientas personas han participado en la encuesta que ha servido como base en el estudio y que ahora quieren repetir porque la situación es distinta; después de un año luchando contra la pandemia «se está observando un incremento de problemas relacionados con el estrés», señala Hipólito en declaraciones a EFE.

Además, explica, mientras durante el confinamiento no se podía hacer nada, ahora sí se puede salir a la calle y se hacen fiestas ilegales o quedadas de grupos, lo que puede hacer cambiar bastante los resultados.

Con esta investigación se pretende también conocer la relación entre el estrés y el consumo de drogas en pacientes que no tienen dolor o si lo sufren, ya que estos últimos pueden no haber controlado su tratamiento por la pandemia y al incrementar el sufrimiento, pueden haber experimentado más riesgo al consumo de estas sustancias.

CONSUMO DE ALCOHOL

Según los resultados preliminares del estudio, mientras un 10 % de los encuestados decía que antes del confinamiento no consumía alcohol, el porcentaje se dispara a un 24 % durante esa etapa.

En el caso de aquellos que decían consumir alcohol todos los días, pasa de un 4 % antes del confinamiento a un 7 % durante el aislamiento social, lo que significa que en ambas respuestas el porcentaje se duplica.

Si se analiza en función de si el consumo aumenta, no varía o disminuye, se observa que la población de 18 a 24 años y de 25 a 34 son los que más disminuyen su consumo (un 53 a un 55 % de los encuestados), pero los grupos 35 a 44, 45 a 54 y 55 a 64 o no varían su consumo (alrededor 50 %) o lo aumentan, alrededor de un 18 %.

Según Hipólito, el hecho de que la mitad de los jóvenes dejara de consumir se explica porque viven en casa de sus padres y su uso del alcohol es recreativo, lo que lleva a concluir que «el ocio generalizado y el uso recreativo del consumo de alcohol van de la mano».

«En el momento en que la población joven no ha podido tener relaciones sociales ha dejado de beber», señala la investigadora, que considera que quizá «necesitamos acciones preventivas y otros modelos de ocio para los jóvenes, para que no lo basen solo en el consumo de alcohol».

Destaca que se trata de una proporción muy elevada de gente joven que deja de consumir alcohol, «algo muy importante porque aproximadamente el 12 % de los jóvenes que lo ingieren a esas edades están en riesgo de desarrollar una adicción».

CONSUMO DE TRANQUILIZANTES

Los investigadores también han observado, como resultado de las encuestas, un incremento del consumo de benzodiacepinas (tranquilizantes) sin receta entre la población y, además, un porcentaje elevado que ha mezclado su consumo con el alcohol.

«Es curioso, estamos hablando de un periodo de tiempo en el que la obtención de estos fármacos era más complicado porque no había atención médica física en atención primaria y las recetas se hacían vía telefónica y se acudía directamente a la farmacia a recogerla», señala.

Según Hipólito, «es de esperar que en este caso sea más complejo obtener estos medicamentos sin receta o bien estamos ante pacientes que obtienen estos medicamentos con receta y los comparten con sus convivientes. En cualquier caso, el uso de estos medicamentos debe siempre realizarse bajo control médico».

CONSUMO DE MARIHUANA

La encuesta confirma que los principales consumidores de marihuana son hombres, el 11 % (de los que un 5,8 % afirma haberlo hecho todos los días) frente a un 6 % de las mujeres.

Las personas que no consumían han seguido sin consumir durante la pandemia, aquellas que tenían valores bajos de consumo lo disminuyen y las que tenían valores altos, lo aumentan o lo mantienen.

De hecho, llama la atención que aumentan aquellos que tenían hábitos de consumo más bajos y un 55 % de los consumidores de una vez por semana aumentan su consumo a varios días o todos los días por semana.

Lucía Hipólito también es directora del Laboratorio DOREAL de la UV, el cual estudia la relación entre dolor y adicción en el alcohol y a los opiáceos, así como la relación entre dolor y trastornos de ansiedad y estrés.

En el estudio también ha participado Jesús Lorente Erenas, investigador de DOREAL, y el análisis de los datos ha corrido a cargo de Anabel Forte, profesora de Estadística de la UV.

Fuente: eldiario.es

Una hora y veinticinco minutos al día es el tiempo de media que pasamos en las redes sociales el año pasado. Pero, ¿por qué enganchan tanto? Manuel Armayones, docente de la UOC, analiza los peligros y también las soluciones para usarlas mejor.

Durante el periodo de confinamiento, la tecnología y el uso de las redes sociales han sido los grandes aliados para sentirse cerca de familiares y también de estudiantes y compañeros de trabajo. Esta situación ha supuesto un aumento en el tiempo que han pasado los usuarios en las redes sociales durante 2020, incrementándose en 25 minutos con respecto al año anterior, lo que supone una hora y 20 minutos de uso diario según el estudio ‘Redes sociales 2020’ de IAB. Sin embargo, a escala mundial los datos no son mejores, ya que cada persona pasa una media de 2 horas y 25 minutos en ellas, tal y como indica We Are Social y Hootsuite.

¿Por qué enganchan tanto las redes sociales?

Ante dicha información, hay que ser conscientes de las consecuencias que conlleva pasar tanto tiempo en las redes sociales, sobre todo entre los menores y jóvenes. Manuel Armayones Ruiz es docente de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación e investigador del eHealth Center de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y para este experto existen dos peligros fundamentales en torno al uso de estas plataformas: la dependencia que generan y el hecho de compartir datos personales que pueden ser utilizados con fines comerciales. “Cuanto más se usan, más cuesta prescindir de las redes por todo el esfuerzo, tiempo e información que se ha ido depositando en ellas”, señala. 

Redes sociales

Para evitar estos problemas, el experto subraya la importancia de hacer un uso racional de cada red social y elegir solo aquellas que cubran las necesidades educativas, laborales… “Cuando accedemos a estas plataformas, cedemos el control y, cuanta más información generemos en forma de ‘retuit’, comentario o ‘me gusta’ más información sobre nuestros gustos y motivaciones estamos brindando a sus desarrolladores”.

Pero, ¿qué es lo que hace que los usuarios se mantengan pegados a la pantalla durante tantos minutos al día? La tecnología persuasiva. O lo que es lo mismo: las estrategias de diseño, desarrollo y evaluación de las tecnologías interactivas que tienen como objetivo influir en el comportamiento de la persona a través de técnicas de persuasión. “Cuanto más tiempo se esté dentro de las redes sociales, más precisas serán las recomendaciones de tipo comercial que nos irán llegando; esto lo hacen mediante el análisis de nuestro comportamiento anterior en la red”, destaca Armayones.

La solución pasa por la educación

La tecnología persuasiva apela, en muchas ocasiones, a las emociones de los usuarios. ¿Qué se puede hacer para evitar caer en la influencia de las redes sociales? Para el investigador de la UOC, lo más importante es aplicar el sentido crítico y reflexionar sobre todo lo que se ve en las redes sociales, del mismo modo que hay que hacerlo en la ‘vida real’. Es decir, la mejor solución es la educación. “La mejor manera de evitar la manipulación tecnológica es saber que existe y ser muy conscientes cuando se toman decisiones en relación con los contenidos que nos llegan por medio de las redes sociales”.

educación redes sociales

No obstante, también incide en los aspectos positivos que conlleva el ‘ecosistema’ generado alrededor de las redes sociales, también para los más jóvenes. “Una red social puede contribuir a cambios positivos en nuestro comportamiento, hacernos conscientes de problemas a escala mundial (el cambio climático, por ejemplo) y animarnos a participar en actividades para mejorar nuestro entorno”. Por ello, y sin llegar a demonizarlas, “hay que usarlas con sentido crítico y que, además, los gobiernos de cada país las legislen para proteger la privacidad de sus ciudadanos”, concluye.

Fuente: Eduación 3.0

Científicos de la Universidad de Granada (UGR) han demostrado en un estudio «por primera vez» que el cannabis «no sólo provoca esquizofrenia, como se sabía hasta ahora» y habían apuntado hasta la fecha diversos trabajos científicos, sino «todo tipo de trastornos mentales en general».
Así lo ha dado a conocer la UGR en un comunicado sobre una investigación realizada por científicos de la Universidad granadina y liderada por el catedrático de Psiquiatría Jorge Cervilla, que muestra «por primera vez que el cannabis es un factor de riesgo no ya sólo para esquizofrenia, sino para trastorno mental en general».
El referido trabajo es el artículo principal de un conjunto de trabajos derivados del mismo estudio –‘Estudio Granadep’– becado por la Consejería de Salud y desarrollado desde la Universidad de Granada en colaboración con profesionales de la Escuela Andaluza de Salud Pública y del Hospital Universitario San Cecilio de la capital granadina. El artículo ha sido aceptado para publicación en la prestigiosa revista americana ‘Journal of Nervous and Mental Disease’.
Se trata de un estudio epidemiológico, desarrollado sobre una amplia muestra representativa la provincia de Granada, formada por 1.200 sujetos, en el que se encuentra una prevalencia de trastorno mental del once por ciento de los encuestados.
Los trastornos más frecuentes son los de ansiedad (9%) y los de tipo depresivo (8%) que, además, frecuentemente, coinciden en la misma persona. El estudio también encuentra que el 1,8 por ciento de la población sufre un trastorno adictivo, el dos por ciento presentó un trastorno psicótico, y un 3,6 por ciento tenía un trastorno de la personalidad.

FACTORES DE RIESGO
El trabajo realizado en la UGR es el primero publicado internacionalmente que reporta la prevalencia de trastorno mental en la provincia, encontrando cifras «muy similares a las de estudios realizados en otras zonas de nuestro entorno europeo, aunque quizá algo infladas porque el trabajo de campo se realizó durante los años duros de la crisis económica», advierten los investigadores.
El estudio ‘Granadep’ también abordó la identificación de factores de riesgo para trastorno mental y encontró que el riesgo de trastorno mental era mayor en personas con el mencionado consumo de cannabis.
El estudio es, además, «el primero en demostrar, en una muestra poblacional y valorando trastorno mental en general, que el riesgo de dicho trastorno es mayor en personas con mayores niveles de un rasgo de personalidad, el neuroticismo o inestabilidad emocional, y en aquellas con peor nivel de funcionamiento cognitivo».
Otros factores de riesgo de trastorno mental identificados fueron una peor salud física, la adversidad social, el paro y determinados factores hereditarios.
Los autores de este proyecto han publicado también este año otros dos artículos internacionales derivados del mismo proyecto y centrados en dos enfermedades mentales concretas, la psicosis y la depresión, trabajos que son parte de dos tesis doctorales dirigidas por el profesor Cervilla y desarrolladas, respectivamente, por los doctores Margarita Guerrero y Alejandro Porras, del Hospital Universitario San Cecilio de Granada.

Fuente: Europapress

«Mira, no quiero que cuentes mi historia como si fuera algo extraordinario”, adelanta Blanca Huergo a esta periodista. “No soy Gambito de dama”, continúa, en referencia a la protagonista de la miniserie de Netflix, una joven huérfana con aptitudes prodigiosas para el ajedrez. “Soy normal, de una familia normal, me he esforzado mucho” y lo que cuenta, al fin y al cabo -añade-, no es su vida sino el proyecto de enseñar programación a alumnas en edad escolar para que compitan en torneos internacionales. “Si salgo yo y expongo mi experiencia -continúa-,  y aparecen mis logros, es solo porque creo que alguna chica puede verse reflejada en algo y eso le lleve a cuestionarse, ¿por qué no podría yo?”.

Acordamos que en el artículo se verá que no hay ánimo de petulancia sino ganas de convertir un deseo en realidad, de empujar un proyecto social, y que, en todo caso, quedará a criterio de los lectores el juicio sobre lo ordinario o extraordinario de su trayectoria no en el ajedrez, que no juega, sino en la informática.

Entre los 50 primeros nombres de las olimpiadas de informática del año pasado solo había un nombre femenino: el suyo

Blanca Huergo (Oviedo, 2003) estudia el doble grado de Matemáticas y Ciencias Computacionales en la Universidad de Oxford, después de haber logrado 6 A levels (evaluaciones externas británicas), con la máxima puntuación, tres de ellas, las mejores del mundo en su promoción. Su pasión son las matemáticas, desde los 6 años, aunque no fue hasta los 16, el año pasado, en que se midió con otros aficionados por primera vez.

Su carrera se ha forjado, pues, en la soledad de la habitación de su casa asturiana, al margen del colegio y de sus amistades. “Pienso ahora que, como yo, muchas chicas ni siquiera consideran participar en competiciones, aunque tendrían talento y lo disfrutarían”. Lamenta que no haya mujeres que presuman en las redes su pasión por la programación.

Tras lograr el oro en las olimpiadas informáticas 2020 estudia en la Universidad de Oxford el doble grado de Matemáticas y Computación

A su juicio, el aislamiento de los escolares aficionados puede desmotivar en la profundización del conocimiento de las matemáticas. “Estudiar, como todo, requiere fuerza de voluntad y constancia”. Y no competir también puede restar confianza en uno mismo a la hora de inscribirse en un concurso, como le pasó a ella.

Huergo despuntó en matemáticas desde bien pequeña. Trataba de hacer los ejercicios escolares lo antes posible para que los profesores le pusieran tarea extra en casa. En el Colegio Inglés de Asturias al que iba le daban textos de cursos superiores para que se fuera entreteniendo y en sexto de primaria ya había acabado con todos los de bachillerato y se había examinado de los títulos (en el sistema británico los exámenes son externos y no hace falta pasar de curso para poder presentarse a las pruebas, aunque Huergo se saltó un curso en la ESO) . “Llegó un momento en que ya no me podían dar nada más y yo me aburría muchísimo en clase y en casa, pero no quería decir nada para que no pensaran que era rara”.

Blanca Huergo

Fue entonces cuando su padre, profesor de Derecho, como la madre, le enseñó unos cursos online gratuitos que las universidades americanas empezaban a impartir. Había uno que podía ser atractivo para ella, de diseño de videojuegos, del MIT. “Por qué no lo pruebas?”, animó el padre a su hija.

Cuando cumplió 15 años había completado ya 50 cursos cortos universitarios, llamados mooc. De la computación a la astrofísica de Harvard, pasando por programación, cálculo, álgebra y (“¡oh!”) la inteligencia artificial con The Analytic Edge, del MIT. Su amor por las matemáticas aplicadas creció a medida que las descubría. Se sumergió en técnicas de optimización para determinar la mejor estrategia en el precio de los asientos de avión o en la visualización de tumores cerebrales.

De nuevo sus padres le animaron a dar un nuevo paso. “En la universidad vieron un cartel en el que se anunciaba la olimpiada de informática para preuniversitarios. “¿Y si lo pruebas, Blanca?”. Su reacción fue de estupefacción: “¿Yo?”. Explica que, aunque parezca incomprensible con la trayectoria descrita, temía hacer el ridículo, que creyeran que se colaba en un club de élite como una impostora pretenciosa.

Sueña con crear una generación de mujeres  programadoras que compitan por pura diversión al más alto nivel

“El problema es que yo había hecho muchos cursos, eligiéndolos sin ton ni son, pero no sabía qué sabía ni qué sabían los demás. ¡Nunca me había probado!”. (En Asturias no participó –ni sabe si existe– en competiciones matemáticas escolares del estilo de Cangurs en Catalunya donde participan miles de alumnos de centros escolares). Sus padres le devolvieron la pregunta: “¿Por qué no?”.

Huergo ganó la medalla de oro en la Olimpiada Informática Española 2020, junto a tres rivales más. “Me encantó”, recuerda, “no solo por participar y ganar, sino también por sentir que formaba parte de un grupo de iguales”. Aunque bien mirado, no había chicas. Ni una. Entre los 50 primeros solo había un nombre femenino: el suyo.

“Ellos se conocen, quedan para jugar a videojuegos, que a mí no me gustan, desarrollan una camaradería natural”. ¿Por qué no había más mujeres?, se preguntó.

Huergo ha fundado la Olimpiada Informática Femenina que se celebrará en esta edición el 20 y 21 de marzo en la UPC de Barcelona

Con este interrogante coincidió con otros atletas y desarrolladores de alto nivel, sensibles a ese vacío, determinados a aflorar el talento femenino. Son David García (ingeniero de software en Waymo, Google, Lawrence Berkeley National Lab y CERN); Cesc Folch (medalla de oro en la Olimpiada Informática Española, estudiante en la UPC); y Jacobo Vilella (profesor en Aula Escola Europea, de Barcelona). Con ellos creó la Olimpiada Informática Femenina (OIFem).

Su sueño es crear una generación de mujeres programadoras que se animen a competir al más alto nivel por pura diversión y consigan medallas a la par que los hombres. De ahí la nueva competición con acento exclusivamente femenino que se ha creado aprovechando que este año se ha creado la homóloga europea (European Girls’ Olympiad in Informatics, EGOI) que se celebrará en Zurich entre el 13 y el 19 de junio del 2021, gracias a la Olimpiada Suiza de Informática.

Las ganadoras de la olimpiada nacional competirán en la europea que se celebrará en junio en Suiza 

¿En tiempos de coeducación, una competición femenina? La EGOI está inspirada en el éxito de la Olimpiada Matemática Femenina Europea, que ha conseguido una alta participación desde su primera edición en el 2012, y ha conseguido abrir más espacios para las mujeres en un escenario internacional e incrementar su participación en los demás concursos mixtos internacionales.

Esta estudiante está entrenando a adolescentes preuniversitarias para que se animen a competir

La OIFem, cuyo comité organizador Huergo preside, se celebrará entre 20 y 21 de marzo en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), con un clasificatorio online el 28 de febrero. Pueden participar estudiantes, siempre que sean menores de 20 años, que cursen ESO, bachillerato o un ciclo de grado medio de FP.

El comité ha diseñado un curso preparatorio específico corto, con clases cada domingo, colgadas en las redes sociales, para entrenar a chicas que manifiesten algún interés en la programación. Hay entrenamientos a varios niveles, desde principiante hasta competitivo avanzado, y se incluyen consejos personalizados para avanzar y mejorar en el conocimiento. “Sugerimos problemas para ir practicando y compartimos nuestras ideas y posibles soluciones”, indica Huergo.

El curso para programadoras que se inició el 20 de diciembre (está grabado y puede visualizarse) ya cuenta con 100 participantes. “Considerando que en las olimpiadas se inscriben unas diez mujeres, cien es un gran éxito”, sonríe de satisfacción.

Las participantes están repartidas geográficamente por todas las comunidades autónomas y el grueso de alumnas tiene entre 15 y 17 años, aunque también hay estudiantes de 1º y 2º de ESO “muy buenas y entregadas” (estos cursos corresponden a 13 y 14 años).

A las clases de los domingos, que también imparten otros atletas informáticos y desarrolladores de élite,  asiste ya un centenar de estudiantes de bachillerato y la ESO

“Recibo mensajes de retorno muy bonitos, que confirman lo que sospechábamos, hay muchas chicas con talento que están solas en esto. ¡Ojalá en las escuelas se estudiara programación, como un lenguaje más!”.

Las cuatro atletas mejores de la OIFem serán entrenadas de forma intensiva para llegar a la competición europea de junio en Suiza. “Queremos que se clasifiquen bien”, desea. Todos los cursos serán gratis “porque vemos que quien puede pagarse una academia progresa pero quien no, tiene más dificultad, y eso es injusto”. Una serie de patrocinadores costearán todos los gastos de los viajes a Barcelona (si finalmente se realiza de forma presencial) y a Zurich en verano.

Huergo se encuentra feliz en Oxford, dedicando casi todo su tiempo al estudio de unas “exigentes” Matemáticas y Ciencias de la Computación, además de conocer a sus nuevos compañeros entre los que hay más presencia femenina. “Hay poca, pero no soy la excepción”. En sus ratos libres, le gusta escuchar ópera. Es muy fan de Wagner.

Fuente: La Vanguardia.