La próxima Semana Santa, los desplazamientos no tienen por qué convertirse en un suplicio salpicado de “me aburro” y “¿cuánto falta?” durante kilómetros. ¿Se imagina un viaje Murcia-Ferrol en coche sin tablet? ¿O retenciones de varias horas para entrar en Madrid entre llantos de desesperación? Estas cosas pasan, todos los años, cada Semana Santa. Y seguimos sin preparar el viaje de forma lúdica.
La recomendación es meter en el coche una batería de juegos que ocupen la mayor parte del trayecto, porque dependiendo de las edades de los niños y el transporte elegido puede ser complicado entretener a los más pequeños si descartamos los remedios de la abuela como el “chupito diluido de Agua del Carmen” (que por su alto contenido alcohólico no es que relajase a los menores, sino que directamente los noqueaba) o las “pastillas amarillas para no marearse” (entiéndase “para que el niño duerma hasta llegar a destino”).
Según el estudio “From curious to furious” que lanzó la Highways England (Dirección General de Carreteras británica) en 2015, los niños pasan del aburrimiento a la ira en apenas un cuarto de ahora, concretamente a partir de dos horas y 37 minutos de viaje. En ese punto se desata el drama. Así que la recomendación de hacer una parada cada dos horas y estirar las piernas en un área de servicio tiene el doble objetivo de aliviar al conductor y permitir que los pequeños se despejen.
“El mejor consejo que podemos dar a los padres es que informen a sus hijos sobre el viaje: compartir la duración aproximada, los kilómetros que haremos, los pueblos que vamos a pasar, para hacer que el viaje en sí mismo sea interesante para ellos. No puede ser como antes, que subías a un coche y no sabías nada más. Ahora, con ayuda del GPS y las tablets ─con control parental y sin dejar realmente el viaje en sus manos─ podemos hacerles partícipes: que nos busquen áreas de servicio o gasolineras en los siguientes kilómetros y nos guíen para llegar o que encuentren información sobre los pueblos que dejamos atrás”, sugiere Enrique Castillejo, presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos de España. También recomienda que en los viajes en coche, los padres eviten juguetes con piezas sueltas que puedan caer entre los asientos o debajo de los pedales del conductor, o juegos que requieran la atención directa y obligue al copiloto a girarse para mirar hacia atrás. “Siempre se debe enseñar a los niños que en el viaje, por muy divertido que sea, tenemos que dejar tranquilo al conductor y que la seguridad de todos es lo primero. También podemos aprovechar los desplazamientos largos en coche para jugar a cálculo mental con las matrículas de otros vehículos, buscar palabras que empiecen con las iniciales de los pueblos o identificar conocimiento del medio como paisajes kársticos, árboles, cultivos o tipos de nubes”, propone Castillejo.
Los viajes por carretera con niños van intrínsecamente ligados a juegos clásicos como el “veo veo”, las “adivinanzas”, las “palabras encadenadas” (pensar palabras que empiecen por la última sílaba de la palabra anterior), el “cadáver exquisito” (seguir y desarrollar un cuento inventado entre varias personas), “hundir la flota” o “el ahorcado”, para los que necesitaremos la previsión de meter en el coche papel y lápiz para todos. Pero si el copiloto necesita descansar un rato, también existen los libro-juegos como ¡En Marcha! (Ed. Combel), con rotuladores para colorear y pegatinas adhesivas; Juegos para entretener a los niños durante los viajes (Ed. Planeta), que reúne los clásicos antes mencionados; Juegos para viajar por la historia (Ed. SM), libro orientado a niños un poco más mayores; o audiolibros como la Antología de cuentos con música (Ed. McMillan), versión en castellano o en inglés, para que el reproductor de música del coche se encargue de distraer a los pequeños.
Cuando el desplazamiento es en tren, las mesas compartidas son la mejor opción para que las familias puedan interaccionar con juegos de mesa, papiroflexia, tejido de pulseras, cuadernos para colorear o incluso una partida de cartas, ya sea el clásico cinquillo o los infantiles como Uno o Dobble. En los viajes aéreos, en cambio, no tendremos el comodín del paisaje, la cafetería ni las áreas de servicio, así que quizás sea el momento de desplegar y aprovechar toda la tecnología disponible ─en modo avión y con auriculares para no molestar al resto de viajeros─ con películas, música o videojuegos. Los libros y guías de viaje sobre el destino también pueden suponer un aliciente para sobrellevar vuelos largos o las horas perdidas entre conexiones. De hecho, las salas de espera y salas de embarque en los aeropuertos son el escenario perfecto para saltar y estirarse con el viejo “Simón Dice” o descalzarse y lanzarse al suelo para jugar al “Twister” con los niños. ¿Le mirará el resto de viajeros? Posiblemente, pero con envidia: ahí es donde empiezan verdaderamente las vacaciones.
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