Como muchas otras personas, nunca sale del trabajo antes de las siete, y cuando llega a casa lo que más le gustaría es abrirse una cerveza y leer un libro. Sin embargo, en no pocas ocasiones lo que le espera en su supuesto oasis de tranquilidad es una obligación más: hacer deberes para el colegio de sus hijos. Matiz importante: no ayudar a sus hijos a hacer los deberes, sino acometer él mismo tareas en principio encomendadas a sus pequeños pero que, a todas luces, necesitan de la mano de un adulto para llevarse a cabo.

“A mi hija de tres años le encargaron hacer un escudo de la familia, cuando ella no pasa de hacer garabatos. Si no es eso, es hacer un disfraz con telas recicladas, un pequeño cuestionario en casa o una maqueta del barrio. Y mis aptitudes artísticas son nulas”, se lamenta. “Eso, cuando no recibes la invitación de acudir al colegio a dar una charla a la clase de tu hijo explicando en qué consiste tu profesión, lo que implica pedir una mañana libre y quitarle tiempo, precisamente, a tu trabajo”. Miguel, como otros muchos adultos, no entiende por qué tiene que hacer deberes para el colegio. Y sin embargo los hacen: no quieren que sus hijos pasen la vergüenza al día siguiente de ser los únicos que aparecen en clase sin el escudo, el cuestionario o la maqueta.

Esta doble jornada (laboral y seudoescolar) torpedea el equilibro psicológico de muchos padres. “Cuando nos vemos obligados a mantener una conducta o una suma de ellas que hace que se tambalee nuestro bienestar físico, psíquico y social, las probabilidades de que nos afecte a la salud aumentan”, advierte la psicóloga y psicoterapeuta Marta Isasi, cofundadora de Gordon Training España. Lo cierto es que no son casos aislados y ya se puede decir que existe una amplia mayoría de los padres que hacen tareas escolares, lo que significa, en última instancia, que los profesores no están evaluando a sus alumnos, sino a sus progenitores. “Dependiendo del carácter de cada persona se podrían dar situaciones de rivalidad o competitividad entre los padres, del mismo modo que siempre se ha producido entre estudiantes”, reflexiona Isasi.

Esta situación que roza el sinsentido es descrita por la psicóloga como “un conflicto de necesidades entre las familias y los profesores”. Así detalla la experta la realidad actual y sus consecuencias: “Las familias se sienten obligadas a hacer cosas que no aceptan y eso conlleva impotencia, resentimiento, frustración, rechazo e incluso es posible que se generen sentimientos de venganza y rebelión. Además, muchos padres se sienten presionados y otros tantos no pueden evitar la aparición del sentimiento culpa cuando no hacen las tareas”. Una retahíla de síntomas que dibujan un claro cuadro de estrés emocional al que la misma experta añade «el cansancio físico por un sobreesfuerzo”.

Tampoco la otra parte del conflicto, los maestros, está exenta de sufrir las consecuencias de esta situación. “Nadie queda satisfecho, ya que los docentes, al imponer una solución que no es aceptada, también pueden sentir culpa y rechazo», apunta Isasi. Los padres temen que su mayor o menor implicación pueda influir en la percepción que el profesorado tiene de su hijo.

Hogar ¿dulce hogar?

Tal y como están las cosas, muchos padres empiezan a plantearse si no sería bueno añadir en su curriculum vitae un par de líneas más haciendo referencia a sus habilidades con las tijeras y el papel pinocho o a su recién descubierta creatividad con los disfraces. ¿Acaso el tiempo libre que las familias pasan en sus hogares no debería destinarse a disfrutar en familia y desconectar del trabajo y la escuela? “Entre las horas que están los niños en el colegio, las que pasan en la academia después, el trabajo de los padres y los quehaceres domésticos, la convivencia en casa ha quedado reducida a la mínima expresión”, valora Francisco Mora, presidente de la Asociación de CODAPA (Confederación Andaluza de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado por la Educación Pública), Las agendas de los niños y las de sus progenitores cada vez se parecen más, y no porque las dos estén llenas de la mañana a la noche, sino porque en muchas de ellas llega una hora en la que se podrían intercambiar sin problemas.

Que los padres inculquen el sentido del deber de los hijos es bueno. Como dice Rafael M. Hernández, doctor en Ciencias de la Educación, coordinador de comunicación de Kumon y profesor del área didáctica y organización escolar de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, “los deberes tienen una función educadora fundamental en el ámbito de las actitudes”. Y añade: “Aunque ahora te apetezca jugar a la Play, lo que toca es coger la tablet y agrupar los alimentos ricos en hidratos de carbono, que es la actividad que te ha puesto el profesor para hacer en casa”.

Pero una cosa es eso, y otra que los padres se vean inundados con tareas que a menudo no saben ni hacer. “Los padres deben limitarse a dar apoyo al niño para aclararle alguna duda básica. Pero no se trata de explicarle ni de hacerle los ejercicios”, apostilla. “Aprender es algo muy personal y nadie lo puede hacer por ti”.

A la vejez, viruelas

Pero, ¿qué pasa cuando los deberes exceden los conocimientos de los niños (y a veces de los padres)? El presidente de CODAPA y padre de dos hijos Francisco Mora, admite que “ni yo, ni muchos padres, tenemos la capacidad para enseñar materias como por ejemplo, matemáticas”. Cuando esto ocurre, suelen desencadenarse una serie de situaciones que pueden acabar en un grave conflicto familiar. Al menos así lo percibe Mora: “Con frecuencia, los hijos nos ponen en situaciones bastante comprometidas, ya que hay muchos conceptos y conocimientos que nos quedan muy lejos. Además, no somos docentes. Es decir, que aunque conozcamos el tema o la respuesta a sus dudas, no sabemos cómo enseñárselo de la manera más adecuada”.

En los mismos términos se expresa Beatriz, profesional de la sanidad y madre de una adolescente de quince años, quien reconoce que hace tiempo que no puede resolver muchas dudas académicas de su hija María. “Más bien le pregunto yo. Eso sí, siempre le animo a que jamás se quede sin entender algo, que pregunte mil veces si hace falta y que su duda se convierta en un debate”, afirma. Una cosa parece clara: el tiempo, las habilidades y la disponibilidad de los padres no deberían influir en el expediente académico de los pequeños.

http://elpais.com/elpais/2016/11/29/buenavida/1480437776_226544.html

Los diminutos dedos de Jessica sobrevuelan el iPad, pasando de foto en foto camino a un vídeo particularmente entretenido: un clip de doce segundos en el que ella misma baila torpemente al ritmo del Single Ladies de Beyoncé. Al darle al play, esta niña de año y medio emite un gritito de alegría.

Un par de visionados más tarde regresa a la página de inicio y lanza el app de YouTube, para ver un colorido episodio de animación de Billy Bam Bam. A mitad de episodio, salta a un juego de «Yo Gabba Gabba!» , en el que ha de despejar el paso de unos frutos antropomórficos hacia el vientre de un personaje. Cuando Sandy, la madre de Jessica, intenta quitarle el iPad, se dispara una rabieta que amenaza con alcanzar dimensiones apocalípticas: barbilla temblorosa, lágrimas, manitas en puños y un grito extremadamente agudo. «Lo hace con frecuencia», dice Sandy. «Parece que prefiere el iPad a cualquier otra cosa. A veces es lo único con lo que se queda tranquila», añade, mientras agita frenéticamente un unicornio de peluche rosa, en un intento de apaciguar a su hija.

Como a muchos otros padres, a Sandy le preocupa la obsesión de su hija con las pantallas. Le gustaría saber si hay actividades mejores que otras, y cuánto tiempo frente a la pantalla empieza a ser demasiado. Han pasado seis años desde el lanzamiento del iPad, y del subsiguiente renacimiento de los ordenadores en formato tablet. Los estudios académicos no han tenido tiempo de ponerse al día, y es difícil conocer el impacto sobre el cerebro que tiene, a largo plazo, la exposición a las tabletas y los teléfonos inteligentes.

Parece que prefiere el iPad a cualquier otra cosa. A veces es lo único con lo que se queda tranquila

Algunos expertos consideran que ciertos tipos de uso podrían estar alterando de forma negativa el cerebro de los niños, y les preocupa que se resienta su capacidad de atención, motricidad, aptitud lingüística y visual, especialmente en los niños menores de 5 años, cuyos cerebros se encuentran en pleno desarrollo.

Tanto empresas tecnológicas como desarrolladores de aplicaciones subvierte el dilema abusando de su talento para el marketing, y tildan sus productos de «educativos» o «e-aprendizaje», a menudo sin base científica alguna. ¿Qué pueden hacer los padres en esta situación?

«Jóvenes impresionables»

Las nuevas tecnologías siempre han sido recibidas con aprensión. Hace casi 2.500 años, Sócrates hizo campaña contra la difusión de la lengua escrita, alegando que socavaría la memoria y la sabiduría. En el siglo XV la encargada de disparar la alarma social fue la imprenta. Los monjes benedictinos, que obtenían sus ingresos del copiado manual del material de lectura, se movilizaron contra la mecanización de la imprenta arguyendo: «Reproducen sin ningún pudor, y a costes ínfimos, materiales que, ¡ay!, podrían enardecer a los jóvenes más impresionables».

La llegada de la radio también fue recibida como amenaza, acusada de distraer a los niños de su tarea. Un artículo en la revista Gramophone, publicado allá por 1936, denunciaba que la juventud había «tomado por costumbre dividir su atención entre la ejecución rutinaria de sus deberes escolares y el acuciante estímulo del altavoz».

Pocas tecnologías han logrado, sin embargo, infiltrarse en nuestra vida y la de nuestros hijos de forma tan discreta como lo han hecho los ordenadores portátiles, especialmente las tabletas y los smartphones. El tamaño de estos dispositivos resulta idóneo para las manos más pequeñas, y sus pantallas táctiles pueden ser manipuladas sin problemas aun con los dedos diminutos. Y eso sin tener en cuenta su versatilidad de uso: ver vídeos, jugar, dibujar o charlar con familiares lejanos.

La Asociación Americana de Pediatría (AAP) peca de prudente al recomendar que no se haga ningún uso por debajo de los dos años, ni más de dos horas al día en niños por encima de esa edad

En 2011, un año tras el lanzamiento del iPad, un 10% de los niños estadounidenses menores de dos años había empezado a utilizar tabletas o smartphones. Para el 2013 la cifra estaba cerca de cuatriplicarse. En 2015, un estudio francés reveló que el 58% de los menores de dos años ya había utilizado tabletas o teléfonos móviles.

Las consecuencias del uso prolongado de estos dispositivos no están claras. La Asociación Americana de Pediatría (AAP) peca de prudente al recomendar que no se haga ningún uso por debajo de los dos años, ni más de dos horas al día en niños por encima de esa edad. Este tipo de restricciones no tienen en cuenta la cantidad de gente que ya ha integrado estos dispositivos en la vida de sus hijos, ni refleja la posibilidad de que ciertos tipos de interacción sí que podrían resultar beneficiosos.

«Que tu hijo menor de dos años utilice una pantalla no tiene por qué ser necesariamente tóxico: no se va a volver idiota», afirma Michael Rich, profesor adjunto de pediatría en la Facultad de Medicina de Harvard y miembro de la AAP. «Sí que existen ciertas desventajas potenciales que todo padre debería considerar, como parte de su propio análisis de riesgos y beneficios». La AAP está en pleno proceso de revisión de sus directrices, y volverán a publicarlas a finales de 2016.

Entonces, ¿por qué sabemos tan poco sobre de los riesgos que corren los niños frente a estas pantallas? Existe un problema de base común a todas las investigaciones al respecto: ¿A qué nos referimos exactamente con «tiempo frente a la pantalla»?

Para empezar, sería importante diferenciar entre tipos de pantalla: ¿nos referimos a la de la tele, la del tablet, la de un smartphone o a la de un lector de libros electrónicos? Después, la naturaleza del contenido también tiene su peso: ¿hablamos de un juego de dibujo interactivo, de un libro electrónico, de una llamada a la abuela vía Skype, o de un película infantil en Netflix? Y por último, también está el contexto: ¿está el niño acompañado por un adulto con quien habla mientras interactúa con la pantalla, o va por libre?

A día de hoy, disponemos de todas las investigaciones sobre exposición de los niños a la televisión que pudiéramos desear, pero desconocemos cuáles siguen siendo vigentes a la hora de evaluar el uso de tabletas o teléfonos inteligentes.

Hay cosas que sí sabemos: la mayoría de expertos coincide en que la exposición pasiva a una pantalla podría- como se daría en el caso del niño que se pega una maratón de Peppa Pig – resultar entretenida, pero que jamás será es una experiencia rica en aprendizaje. En casos como este da igual si está frente a la tele o con una tableta: la experiencia es prácticamente la misma.

Poner un vídeo o dejar la tele encendida mientras el niño hace cualquier otra cosa puede distraerlo tanto del juego como del aprendizaje, y repercutir negativamente sobre su desarrollo. También está demostrado que pasar mucho tiempo con la tele de fondo reduce la interacción entre padres e hijos, y tiene un efecto adverso sobre el desarrollo del lenguaje. Este desplazamiento resulta particularmente preocupante si se deja a los niños en manos de «niñeras-pantalla», porque entonces no interactúan ni con sus cuidadores ni con el mundo físico a su alrededor. El día tiene un número limitado de horas, y el tiempo que pasamos frente a la pantalla se invierte a expensas de otras actividades potencialmente mejores.

Los menores de tres años necesitan, ellos en particular, un buen equilibrio de actividades: juegos reglados, exploración del entorno, manipulación de juguetes físicos y relacionarse tanto con adultos como con otros niños

Los menores de tres años necesitan, ellos en particular, un buen equilibrio de actividades: juegos reglados, exploración del entorno, manipulación de juguetes físicos y relacionarse tanto con adultos como con otros niños. El incremento en el uso de pantallas significaría la usurpación de estos espacios. Según el pediatra Dimitri Christakis, director del Centro para la Salud, Desarrollo y Comportamiento del Niño en el Instituto de Investigación Infantil de Seattle: «Los padres tienen que pensar estratégicamente. Si tu hijo pasa doce horas despierto e invierte dos horas en comer, ¿a qué actividades va a dedicar el resto del día?»

El problema está en que las tabletas resultan igual de atractivas para los adultos como para los niños. Su diseño, versatilidad e interfaz intuitiva, las hacen perfectas para que los niños dibujen, resuelvan rompecabezas o se entretengan mientras viajan. Si a todo esto le sumamos el peso añadido por el marketing de las empresas de medios digitales y los desarrolladores de aplicaciones, cuyo éxito se mide en base al tiempo que pasamos pegados a ellas, las tabletas se vuelven juguetes tremendamente difíciles de arrancar de sus diminutas manos.

El diseño de la mayoría de aplicaciones está basado en el estímulo de impulsos, gracias a constantes recompensas visuales cada vez que completamos un objetivo. Christakis lo llama el efecto «¡lo conseguí!» , responsable de activar el sistema de recompensas del cerebro. «La alegría que siente un niño al tocar una pantalla y provocar que algo ocurra es tan edificante como potencialmente adictiva», asegura.

Es por razones como esta que las tabletas y los teléfonos inteligentes se han convertido en el chupete perfecto, especialmente en viajes largos en avión o en restaurantes. «El propio dispositivo nos resulta agradable y placentero, y es por eso que la mayoría de padres se deja llevar», admite Christakis.

La herramienta más socorrida

«Es muy común», confirma Jenny Radesky, profesora adjunta de pediatría en la Universidad de Michigan. «Se está convirtiendo en la herramienta más socorrida para los padres». Al margen de su utilidad a corto plazo, los niños no dejan de necesitar un espacio en el que desarrollar sus propios mecanismos internos de autocontrol; poco importa si se trata de aprender sin recompensa inmediata, o de ser capaces de sentarse pacientemente sin estímulo digital constante.

Christakis cuenta, de forma anecdótica, que no es el único que está observando sujetos cada vez más jóvenes utilizar estos dispositivos de forma compulsiva. «Es lógico pensar, cuando sabemos que hay niños mayores y adolescentes que tienen problemas con el uso de Internet, que esto podría también ocurrir con niños más pequeños». Este es, justamente, el campo de investigación actual de Christakis.

En el Centro de Investigaciones Integradoras del Cerebro de Seattle, un montoncito rosa de crías diminutas de ratón se arremolina detrás de su madre. Un recipiente de plástico transparente, relleno de virutas, sirve de hogar para esta familia roedora; uno de cientos, apilados en un sistema rotatorio de estanterías. Christakis, el neurocientífico Nino Ramírez, y su equipo, utilizan estos ratones como «grupo de control» en su evaluación del hipotético impacto del bombardeo mediático sobre los cerebros en desarrollo.

Al otro lado del pasillo hay un experimento en marcha. Uno de los contenedores de ratones está rodeado de luces brillantes y altavoces. Durante 42 días, seis horas al día, las crías de ratón son sometidas a la banda sonora de alto octanaje de Cartoon Network, acompañada de luces intermitentes a juego: azules, rojas y verdes. La idea tras este montaje es averiguar qué pasa con el cerebro de los ratones si se les sobreestimula mediáticamente durante un período crítico para su desarrollo.

Los resultados son sorprendentes. «La sobreestimulación, cuando todavía son bebés, les predispone a la hiperactividad durante el resto de sus vidas», explica Ramírez. Los ratones sobreestimulados tienden a asumir más riesgos y muestran dificultades para aprender y mantenerse atentos. Muestran confusión, por ejemplo, ante objetos que ya conocen, y les resulta más difícil orientarse en un laberinto. Cuando se les da la opción de autoadministrarse cocaína, los ratones sobreestimulados son mucho más propensos a la adicción que los del grupo de control. Esta alteración del comportamiento de los ratones viene acompañada de cambios en su cerebro.

En teoría, lo mismo pasaría con los niños: la sobreestimulación mediática – especialmente hoy, en la era del streaming incesante de vídeo, difícil de dosificar, y de los vistosos juegos interactivos – podría provocar un desequilibrio en los ganglios basales, parte de nuestra corteza cerebral. Es esta parte del cerebro la que nos permite ignorar las distracciones y mantenernos atentos a la ejecución de tareas críticas. Ese exceso de estimulación puede derivar en problemas futuros, especialmente de concentración, memoria o impulsividad.

«Al parecer, se puede estimular un cerebro joven de tal forma que la vida cotidiana deje de resultar excitante», confirma Ramírez.

Antes de sembrar el pánico sobre una generación hiperactiva de post-mileniales cocainómanos con déficit de atención, sería importante señalar que estos experimentos han recibido su buena ración de criticismo por diversas razones. Seis horas al día de cualquier actividad es una ingente cantidad de tiempo, más aún en el caso de los ratones, que son mamíferos nocturnos (aunque los investigadores aseguran que no muestran señales evidentes de estrés). Además, Christakis, Ramírez, y sus colegas no disponen a sus ratones frente a una pantalla real con contenido relevante, sino que utilizan una especie de simulación parpadeante.

Incluso cuando las aplicaciones demuestran su valor educativo, los niños más pequeños aprenden más del mundo real que de sus equivalentes bidimensionales en la pantalla

La razón por la que su estudio se utiliza con tanta frecuencia en la descripción de las maldades del uso de pantallas es que, el de Seattle, es un estudio único en alcance y en enfoque. Si bien los modelos con ratones distan de ser perfectos, no dejan de ser útiles para el estudio de los mecanismos subyacentes a los procesos cognitivos, bastante similares en todos los mamíferos.

Como la esperanza de vida de un ratón es relativamente breve, podemos observar trayectorias de desarrollo completas en plazos más cortos, y obtener así apreciaciones realistas de lo que ocurre en su cerebro. Esto puede, además, llevarse a cabo en un ambiente controlado, lo que sería imposible de replicar con sujetos humanos.

Si, tal y como se sugiere, el desarrollo cognitivo se ve alterado por la exposición a los medios, entonces este tipo de investigaciones podría determinar el tipo de interacción con pantallas que permitiremos que tengan los niños más pequeños. ¿Deberían estar los padres preocupados? «Lo que deben estar es atentos, y vigilar la cantidad de tiempo y tipo de contenido al que sus hijos tienen acceso», opina Christakis.

Observación en el ‘hábitat’

Llevar a cabo experimentos controlados con bebés es complicado, pero lo sí que podemos hacer es observar lo que hacen en su «habitat natural». De esta manera pueden establecerse vínculos posibles entre sus hábitos y el uso de dispositivos móviles.

En California, María Liu dirige la Clínica de Control de Miopía en la Escuela UC Berkeley de Optometría. Liu, ha observado un fuerte aumento del número de niños con miopía. «Esto está ocurriendo de forma alarmante en todo el mundo y uno de los factores más ampliamente aceptados es la introducción temprana del uso de dispositivos móviles en niños».

Durante los primeros años nuestros ojos son tremendamente dúctiles y moldeables, si pasamos mucho tiempo enfocando la vista sobre objetos muy cercanos nos volvemos más propensos a la miopía. «El globo ocular crecerá para compensar ese esfuerzo prolongado», confirma Liu. Aunque no puede aconsejar, de forma empírica, sobre cuales son los límites de tiempo recomendados, sí que advierte sobre la importancia de hacer descansos frecuentes.

Los padres deben supervisar el uso que hacen sus hijos de 'smartphones' y tabletas.

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Los padres deben supervisar el uso que hacen sus hijos de ‘smartphones’ y tabletas. Francisco Bonilla

Acostumbramos a mirar las tabletas y los smartphones desde mucho más cerca que otros aparatos, como la televisión o el ordenador de sobremesa. Y aunque los libros también se leen de cerca, los estudios demuestran que los niños los suelen mantener más alejados que las pantallas.

Otro de los aspectos preocupantes en el uso de pantallas es la facilidad que parecen mostrar para perturbar el sueño. La luz azul emitida por estas pantallas «ultra-definidas» es capaz de interferir con los ritmos naturales de nuestro cuerpo, impidiendo la liberación de melatonina, una hormona esencial para el sueño. La ausencia de esta puede provocar trastornos del sueño tanto en adultos como en niños. Sandy asegura que si Jessica utiliza el tablet antes de acostarse se vuelve «notablemente irritable». Así que intenta, en su lugar, ofrecerle libros. La pregunta sería entonces, ¿por qué viene la última versión de software de Apple para iPads y iPhones con «Night Shift«, una aplicación que cambia automáticamente esa luz azulada por un tono más cálido cuando se acerca la hora de acostarse?

Desarrollo social y cognitivo

Max, de doce meses de edad, está sentado en el regazo de su madre, Helen, en un pequeño cuarto a oscuras, en Londres. Lleva una gorra de goma cubierta de electrodos en la cabeza. Estos miden la actividad eléctrica de su cerebro mientras observa unos objetos físicos primero y luego, en un iPad, sus representaciones digitales. Max lleva una especie de smartwatch en sendos tobillos, uno mide sus movimientos y el otro su ritmo cardíaco. La gorra registra la actividad eléctrica de su cerebro mediante electroencefalografías (EEG), para así analizar si los objetos virtuales y los reales desencadenan el mismo tipo de respuesta cerebral, y ver cómo afecta esto al subsiguiente proceso de aprendizaje.

El experimento es parte del proyecto TABLET del Babylab de Birkbeck, en la Universidad de Londres. Es el primer estudio científico que pretende averiguar cómo utilizan los dispositivos de pantalla táctil los niños de entre seis meses y tres años, y qué influencia tienen sobre su desarrollo social, cerebral y cognitivo.

En un segundo experimento, Max está el interior de una cabina aislada por cortinas, sentado frente a una pantalla en la que se emite un bucle de vídeo de quince minutos, con animaciones abstractas y extraños sonidos. También pueden verse fotos fijas y vídeos protagonizados por estudiantes de doctorado haciendo el papel de presentadores de televisión para niños. Está completamente hipnotizado, y sus ojos saltan de un objeto a otro en la pantalla. Las cámaras de seguimiento ocular monitorizan el baile de su mirada. En el exterior, Celeste Chung, la becaria de investigación, lleva la cuenta de cómo encaja el movimiento de sus ojos con los objetos en pantalla.

«El niño no hace más que mirar la pantalla, pero el recorrido de su mirada nos habla de su capacidad de predicción y aprendizaje», cuenta Tim Smith, el científico cognitivo al frente del Babylab.

La alegría que siente un niño al tocar una pantalla y provocar que algo ocurra es tan edificante como potencialmente adictiva

El equipo trata de comprender la facilidad con la que Max, y docenas de niños como él, consiguen bloquear las distracciones y enfocar su atención cuando trabajan sobre una rutina específica. Una de las pruebas muestra un objeto en el centro y algo más tarde otro, al borde de la pantalla. Para mirar el segundo objeto el niño necesita desconectar del objeto central, y esto exige autocontrol. Este es uno de los indicios más reveladores de función ejecutiva, una especie de «control de tráfico aéreo» del cerebro, determinante para que el niño sea capaz de analizar tareas, desmontarlas en pasos y concentrarse en cada uno de ellos hasta terminarlas, y también uno lo de los mejores pronosticadores de éxito futuro.

Igual que a Christakis, a Smith le interesa averiguar si existe realmente una relación entre el aprendizaje por recompensa, tan común en las aplicaciones, y la capacidad de atención en los niños. «Podríamos descubrir que si abusan de las tabletas y su aprendizaje por recompensa, y se acostumbran a dejarse guiar por estímulos externos, los niños pueden desarrollar un defecto en su función ejecutiva que no les permita hacerse nunca con el control de su propia capacidad de atención», explica.

A Smith, el modelo con ratones utilizado por Christakis y Ramírez en Seattle no le convence del todo, aunque está de acuerdo en que sus seis horas de estimulación mediática al día podrían ser un buen reflejo del entorno doméstico al que se expone un número reducido de niños, asediados por múltiples televisores y dispositivos que contribuirían a su sobrecarga sensorial. «Algunos de los padres en nuestro estudio dicen que sus hijos pasan unas tres horas al día con sus tabletas», confirma Smith. «Es una parte considerable de sus horas de vigilia con la vista fija en una pantalla que no se ciñe a las leyes de realidad física».

En cuanto al efecto sobre el lenguaje o el desarrollo motor, Smith habla del desplazamiento que podría estar teniendo lugar. «La tecnología puede hacer las veces de niñera, en lugar del aprendizaje cara a cara. Los niños siempre aprenden mejor de la gente, pero no siempre disponemos del tiempo necesario». Aparatos como los iPad son buenos a la hora de proporcionar estímulos pero, según Smith, carecen de los matices sociales en tiempo real que contribuyen al desarrollo de la capacidad de lenguaje. De igual forma, el uso de tabletas y teléfonos móviles podría convertir a los niños en virtuosos del control motor refinado, con tanto deslizar y tocar con la punta de los dedos, pero también podría dejarles sin motivación para levantarse y explorar el mundo que les rodea.

Tras una hora de pruebas, la paciencia de Max para el toqueteo de pantallas, el seguimiento ocular, la monitorización cerebral y demás distracciones de su ajetreada rutina habitual de ingestión de colines de pan y correteo aleatorio, empieza a agotarse. Max comienza a revolverse, agitarse y arañar la gorra de EEG, echando a perder los datos de actividad cerebral. «Este es el desafío más interesante de trabajar con niños», confiesa Smith. «No hacen nada por ceñirse a las directrices».

¿Y qué hay del potencial educativo de estos aparatos? Existen miles de aplicaciones, libros electrónicos y vídeos que presumen de poseer valor educativo para los niños, aunque muy pocos pueden apoyar esta afirmación con evidencias sólidas.

«El mercado de aplicaciones es un especie de Salvaje Oeste digital», asegura Mike Levine, jefe ejecutivo del Centro Joan Ganz Cooney, en Nueva York, donde se han analizado cientos de aplicaciones de alfabetización a través de una serie de informes. «La mayoría de las aplicaciones etiquetadas como educativas no facilita ningún consejo o guía basada en investigación… Menos de un 10% de las aplicaciones estudiadas menciona prueba alguna de su eficacia [en su descripción en la App Store]».

De forma no intencionada, algunas de las mejoras anunciadas (tales como animaciones, sonidos y funciones que invitan a los niños a interactuar con sus dedos) podrían, por el contrario, restarles valor educativo global. Estas mejoras pueden, en apariencia, motivar la participación de los niños, pero de hecho, podrían estar distrayéndolos del contenido educativo.

Adriana Bus y sus colegas pusieron a prueba este concepto en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, al monitorizar la vista de algunos niños mientras leían libros electrónicos interactivos. Allí descubrieron que cuando en la película hay partes animadas que no están directamente relacionadas con la narrativa – como árboles al fondo, que se mecen con el viento – los ojos de los niños se desvían hacía ese movimiento y los distrae de la historia. Las animaciones relevantes, por el contrario, pueden resultar beneficiosas, sobre todo en niños con problemas de lenguaje o comprensión lectora.

Están aumentando los casos de miopía en niños. Hay que obligarles a hacer pausas frecuentes

Incluso cuando las aplicaciones demuestran su valor educativo, los niños más pequeños aprenden más del mundo real que de sus equivalentes bidimensionales en la pantalla. Estudios realizados en los Estados Unidos muestran que, en problemas de percepción visual o espacial, como la búsqueda de objetos ocultos o la resolución de puzles, los niños pequeños (menores de treinta meses) funcionan mucho mejor cuando el problema se les presenta en la vida real y no en pantalla.

«Se cree que la carga cognitiva de la transmisión de información de dos a tres dimensiones es demasiado grande para los niños menores de treinta meses», apuntaron Jenny Radesky y su colega Barry Zuckerman en su estudio sobre juegos digitales. Los niños de esa edad todavía no han terminado de desarrollar su capacidad para elegir a qué prestan atención y qué ignoran, y siguen mostrando problemas para trasladar las representaciones simbólicas al mundo real.

Los niños en edad preescolar necesitan interactuar con objetos físicos reales para desarrollar su corteza parietal. Dicha corteza controla el procesamiento visoespacial y contribuye al desarrollo de las habilidades matemáticas y científicas que necesitarán más adelante en sus vidas. Es por esto que algunos desarrolladores de aplicaciones están introduciendo juguetes a juego, que los niños pueden manipular al tiempo que utilizan el app.

Todavía nos cuesta comprender cuál es el verdadero valor del elemento táctil en las pantallas interactivas, algo que exige la coordinación entre ojos, dedos y cerebro, y que la visualización pasiva no puede ofrecer. ¿Es posible que la manipulación de objetos digitales en pantalla mejore el proceso de aprendizaje, facilitando la transferencia de conocimientos al mundo físico? ¿Podría la comprensión de este mecanismo ayudarnos a desarrollar mejores herramientas de aprendizaje digital?

Estos dispositivos han llegado para quedarse, por mucho prejuicio que alberguemos en su contra. Siendo así, ¿qué podemos hacer para exprimir su rendimiento al máximo? Cerca de cien años de investigaciones sobre la forma en que aprenden los niños nos permiten aventurar conjeturas acerca del tipo de interacción y circunstancia que podría resultarnos más favorable.

Los hogares con ingresos más bajos son los más propensos a sentir el efecto de este tipo de dispositivos. El acceso a recursos de apoyo al desarrollo – como clases particulares, de música o sencillamente, horas extra de interacción social – no es tan sencillo en este tipo de hogares, así que se suele pasar más tiempo con medios digitales. Si el contenido fuese de alta calidad, las tabletas y teléfonos inteligentes podrían surtir aquí un verdadero impacto.

La mayoría de expertos coincide en que la exposición pasiva a una pantalla podría resultar entretenida, pero que jamás será es una experiencia rica en aprendizaje

Un estudio de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos descubrió, por ejemplo, que a los dieciocho meses, los niños de familias desfavorecidas arrastraban ya varios meses de retraso con respecto a sus compañeros más duchos en el dominio del lenguaje. Si el contenido y el contexto fueran los adecuados, este tipo de dispositivo podría contribuir a cerrar esa brecha.

«Negarse en redondo a la tecnología es un tanto paternalista y muy poco realista», dice Levine. «Me preocupa que algunos miren por encima del hombro al resto solo porque no disponen de los privilegios de tiempo y recursos que sí tienen otras familias. Sin la tecnología no vamos a conseguir mejorar el rendimiento académico de los niños».

En lugar de prohibir los dispositivos, deberíamos exigir mejores aplicaciones basadas en investigaciones sólidas. Para los niños de entre tres y cinco años es más que probable que un app bien diseñada contribuya a mejorar su vocabulario y su nivel de matemáticas básicas. «Mi hijo menor tiene un problema del habla, y no tengo duda alguna de que los vídeos que ve le han enseñado palabras nuevas», confirma Lisa, madre de un niño de cuatro y otro de seis, ambos usuarios habituales de tecnología móvil desde los 18 meses.

Todos los pediatras y especialistas en educación y desarrollo infantil con los que hablamos se mostraban de acuerdo en que, para niños menores de dos años y medio, la interacción humana no tiene sustituto. ¿Por qué no desarrollar entonces aplicaciones que medien entre los niños y sus cuidadores? BedTime Math es un buen ejemplo. Esta aplicación ofrece atractivas historias matemáticas para ser resueltas por padres e hijos. Es una de las pocas herramientas que puede presumir de hacer más inteligentes a los niños; los que usan la aplicación, incluso una única vez a la semana durante un año, muestran una mejora en matemáticas superior a la del grupo de control. Cuando a sus padres no se les dan bien las mates, el impacto es aún más notorio.

Atentos como están a lo que los niños hacen, es fácil para los padres distraerse del uso que hacen ellos mismos. «La tecnología está diseñada para ser absorbente», afirma Radesky, «y la naturaleza de los productos digitales es promover la máxima participación. Resulta muy difícil desconectar y su uso se contagia dentro de una misma familia».

Para los padres, existen métodos probados que ayudan a mejorar el aprendizaje de los niños. Son las herramientas basadas en «empujoncitos». Pueden tratarse de mensajes de texto o correos electrónicos que sirvan de recordatorio a los padres para que le canten a su bebé o hablen con él, y que contribuyan a que todos desconecten de la tecnología y apliquen sus conocimientos al mundo real. LeapFrog, el fabricante de tablets para niños, hace algo así con sus dispositivos LeapPad. Los padres reciben correos electrónicos sobre lo que ha aprendido su hijo, y una serie de ideas de cómo aplicar estos nuevos conocimiento más allá de la pantalla.

«Cuanto más enganchados estén los padres, en formas que perturben su interacción con el niño, mayor será su potencial de impacto», asegura Heather Kirkorian, directora del Laboratorio de Medios y Desarrollo Cognitivo en la Universidad de Wisconsin-Madison. «Si mientras juego con mi hijo consulto el teléfono cada cinco minutos, ¿qué lección le estoy transmitiendo? El tiempo que pasa un padre hablando o jugando con sus hijos es un buen pronosticador del futuro desarrollo de los niños», añade.

Mediante un ejercicio de catado de comida para parejas de madres e hijos, Radesky ha estudiado el uso que hacemos de los teléfonos y tabletas durante las comidas. Fue así como descubrió que las madres que consultaron el móvil durante el ejercicio iniciaban un 20% menos de interacciones verbales con sus hijos, y un 39% menos de interacciones no verbales. Durante el transcurso de otro estudio, con 55 cuidadores que comían junto a uno o más niños, observó cómo se convertían los teléfonos en fuente de tensión familiar. Los padres consultaban sus cuentas de correo mientras los niños competían por llamar su atención.

Negarse en redondo a la tecnología es un tanto paternalista y muy poco realista

«Vimos como algunos padres perdían la calma y levantaban la voz, por lo irritante que resulta intentar concentrarse en algo con un niño al lado que va subiendo el volumen de sus peticiones de atención», cuenta, y añade que algunos padres llegaban a sacudirse de encima las manos de sus hijos. Restringir el uso de dispositivos en momentos familiares críticos como las comidas o a la hora de acostarse, ayuda a reducir estas fricciones y da pie a más conversaciones cara a cara.

Un niño nace programado para observar el rostro de sus padres en un intento de descifrar su mundo. Si sus caras están en blanco o no responden, como es habitual cuando se está absorto frente al teléfono, esto podría resultarles de lo más desconcertante. Radesky cita el «experimento de la cara inexpresiva», del psicólogo del desarrollo, Ed Tronick, en la década de los setenta. En él, una madre interactúa con su hijo de forma natural, para después poner la cara en blanco y no dar referencia social visual alguna. Tal y como puede verse en el vídeo, el niño está cada vez más angustiado en su intento de captar la atención de su madre.

«Los padres no tienen por qué estar exquisitamente presentes en todo momento, pero sí tendría que haber un equilibrio. Los padres han de estar atentos y dispuestos ante las expresiones, verbales o no, de necesidad emocional del niño», explica Radesky.

Todavía es pronto para comprender el verdadero impacto de esta tecnología en los niños, y aún así el consejo más repetido por los expertos consultados es asegurarse de que su uso es solo una parte de entre muchas, en una dieta rica en actividades. Para los niños menores de tres años, a los que les cuesta más sacar provecho de las pantallas, esto es especialmente importante.

Una experiencia creativa interactiva, en pantalla táctil, es siempre preferible al visionado pasivo de televisión. Los padres deberían tomarse con mucha cautela las afirmaciones de los desarrolladores de apps.

Cuando sea posible, el dispositivo debe servir para mejorar la interacción con el niño, independientemente de si se usa para iniciar una conversación («¿Qué hace ahí la vaca?» «¿Qué ruido hace el pato?») o como fuente de inspiración para el diálogo a lo largo del día, como parece ocurrir con BedTime Math.

Una cantidad considerable de investigadores cita el experimento de la cara inexpresiva de Tronick como prueba de que un padre no debería distraerse con el teléfono en presencia de sus hijos, a pesar de que Tronick no utilizaba pantallas. Hasta cierto punto no deja de ser cierto, pero hasta el propio Tronick matiza su trascendencia: «Se está exagerando todo un poco», asegura, y añade que la mayoría de los niños realiza a diario un montón de actividades «sin pantallas».

A él le inquieta que toda la preocupación por el uso de pantallas surja desde una ideología un tanto opresiva «que exige que los padres estén siempre interactuando con sus hijos».

«Se trata de una ideología un tanto fantasiosa, muy caucásica, muy de clase media alta – la de las mamás tigre y los padres helicóptero – que defiende que descuidas a tu hijo si no le expones a un mínimo de 30.000 palabras». Tronick cree que solo porque un niño no esté aprendiendo frente a la pantalla, la experiencia no tiene por qué carecer de valor – especialmente si esto les permite a los padres darse una ducha, realizar alguna tarea doméstica o sencillamente tomarse un descanso de la crianza.

«Muchos padres, especialmente aquellos con pocos ingresos, sufren de preocupaciones y estrés constantes, porque no disponen del apoyo necesario y encuentran la paternidad tremendamente solitaria. Ahí están los verdaderos problemas», asegura.

Para los padres puede tener un gran valor utilizar los dispositivos para charlar con amigos o quitarse trabajo de encima. Podrían así sentirse más felices, y además disponer de más tiempo para pasar con sus hijos. Para Sandy, saber esto, le quita un peso de encima. «A veces estoy al límite de mis fuerzas», confiesa, y añade que no debería sentirse culpable por darle el iPad a su hijo si así gana algo de tiempo para ella. Muchos padres se pasan de esnobismo con el tema de las pantallas.

«Yo misma, como madre, he puesto a mi bebé frente a un vídeo de poesía para bebés de la HBO», explica Radesky. «Es bonito, tranquilo y puedo aprovechar para lavar los platos o hacer algo que me sirva de «reseteo»». Este es uno de sus beneficios, pero tampoco es algo con lo que un padre deba engañarse. El vídeo no educa a mi hijo. Es un descanso para mí, como padre».

Esta pieza fue encargada conjuntamente por Mosaic y Digg. Gracias a Joy Victory por la idea inicial para la historia. Autora: Olivia Solon Editora: Chrissie Giles Corrector de estilo: Tom Freeman Verificadora de hechos: Francine Almash

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http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2016/06/07/actualidad/1465290273_997323.html

Una madre encadena a una farola a su hija de ocho años por faltar a clase, era el titular de la noticia publicada en este medio hace unos días. Estoy convencida de que la mayoría de los padres y madres que la leyeron pensaron que era una barbaridad. Sin embargo, y conviniendo con todos en que efectivamente lo es, yo quiero hoy hablar de otras formas de maltrato infantil cotidianas, normalizadas, asumidas por la mayoría de los que educan y que llamamos eufemísticamente castigo.

La forma en que castigamos a nuestros niños ha evolucionado en los últimos años, en los que el castigo físico es cada vez menor y peor visto, porque además es ilegal. Sin embargo, han aparecido formas aparentemente más benignas, como la famosa y generalizada “silla o rincón de pensar”. Este engendro gestado y parido por el conductismo más mohoso y maquillado no es otra cosa que el famoso tiempo fuera (time out) disfrazado de moraleja reflexiva. De todos los que somos padres o educadores es sabida la capacidad de reflexión que tiene un niño de tres o cuatro años sobre un suceso o una conducta inadecuada. Hagan el experimento y pregunten a un niño qué ha estado pensando después de estar un rato sentado en la silla de “pensar” y sin riesgo a equivocarme la mayoría le dirá que solo a que pasara el tiempo y le dejaran continuar su vida.

Eso, en el mejor de los casos, porque la silla de pensar es la silla del resentimiento y la confusión. Es una técnica punitiva, se trata de una expulsión o aislamiento del niño sin dotarle de ningún tipo de herramienta para que aprenda a gestionar el conflicto. Un niño no sabe pensar si no es guiado y acompañado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar inundado de ira o de frustración. Aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa. Por el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, frasco de la calma, un cojín preferido, un abrazo si se deja, unas cuantas carreras…), para después guiarle hacia una reflexión sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa. Porque no se trata solo de decirle lo que no es correcto, sino de mostrarle caminos alternativos al mal comportamiento. Incluso pueden utilizarse recursos como teatralizar la situación con las nuevas estrategias para que “ensaye” su puesta en marcha, o darle al botón imaginario del retroceso para tener la oportunidad de esta vez, hacerlo bien. Ellos necesitan saber cómo y es nuestra responsabilidad ayudarles. No expulsarles.

Nos han entrenado durante generaciones para pensar que el castigo, adecuadamente suministrado, es educativo. Y no lo hemos cuestionado. Desde la ciencia conductista que experimenta con perros y ratas de laboratorio, nos dijeron que el castigo modifica la conducta. Y es verdad. Al menos, en el caso de las ratas y los perros. La cuestión es que modificar la conducta no es educar, es adiestrar. Es hacer que el otro haga lo que es presuntamente correcto por miedo y por sumisión porque estoy ejerciendo una acción punitiva sobre él.

Hemos normalizado grandes dosis de violencia contra los niños en nombre de su educación, en el peligroso “por su bien”. Forma parte de la cotidianidad de los hogares la amenaza, la violencia verbal, el silencio, el chantaje, la sumisión. Hablo de una sociedad que entiende la educación y la crianza de forma vertical donde yo adulto, tengo la prerrogativa de administrar la dosis de respeto y dignidad hacia ti que por ser menor y/o saber menos que yo, estás por debajo. Hablo de una sociedad profundamente adultocentrista y violenta en su forma de vincularse y ejercer el poder. Hablo de miles de generaciones que han transmitido todo esto como la sangre que nos corre por las venas sin cuestionamiento alguno, porque cuestionar eso era cuestionar a quien lo ejerció sobre nosotros.

Las consecuencias del castigo

Pero además de que el castigo, en cualquiera de sus variantes, atenta contra la dignidad de quien lo recibe, intoxica el vínculo padre-hijo, produce resentimiento, anula el criterio, genera indefensión, conductas evitativas, y violencia, fragiliza una autoestima en construcción, genera ansiedad y miedo, y perpetúa el modelo anacrónico, simplista e ineficaz de educación, que ya no defenderían ni los conductistas más radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo después al comportamiento humano. El castigo modifica la conducta, es efectista y nos encanta porque crea el espejismo de que hemos sido capaces de corregir aquello que el niño ha hecho mal, víctimas de la inmediatez de todo lo que hoy nos ocupa. Educar es una carrera de fondo, que consiste básicamente en sembrar la motivación intrínseca en el propio niño para hacer lo que ha de hacerse. Con los castigos no se interioriza el aprendizaje a largo plazo, los niños solo obedecen por miedo y se dejan fuera las variables emocionales y cognitivas, que son básicamente el barro del que estamos hechos.

Se trata de construir cimientos sólidos desde dentro, no convertir a nuestros hijos en marionetas manejadas por la aprobación o desaprobación del entorno, siendo capaces de estimular el criterio propio y el sentido de la dignidad. Se trata de romper un círculo vicioso transmitido por generaciones donde hemos creído que para educar es necesario violentar, coartar, rescindir, amenazar, mientras que simultáneamente les ahorramos por sobreprotección la posibilidad de experimentar las consecuencias del error, construyendo sin querer una sociedad individualista, poco empática que nunca se pregunta el porqué de una mala conducta y solo tiende a eliminarla. Si educamos en el resentimiento obtendremos adultos con deseos de venganza que la ejercerán en cuanto se les brinde el poder para ello: como padres, como jefes, como vecinos, como individuos en definitiva que se relacionan con ese oscuro lugar.

La pregunta obvia entonces es que si no disponemos de esta herramienta tan socorrida para combatir el mal comportamiento, ¿cómo lo hacemos? Yo abogo por un modelo educativo basado en la prevención y en la comunicación emocional. Un modelo donde, por supuesto, hay límites razonados y donde no evito que el niño sienta las consecuencias naturales de un mal comportamiento. Son estas las que nos servirán de vehículo para la reflexión, acompañada y el aprendizaje a través de la experiencia, único aprendizaje verdadero que conduce al crecimiento sano y a la madurez. Un modelo que pone más luz en lo que se hace bien que en el error, un modelo donde dicho error es un recurso genuino y valioso para el aprendizaje, no algo a combatir.

http://elpais.com/elpais/2016/11/08/mamas_papas/1478602590_915298.html

La música puede ayudar a tratar los trastornos del espectro autista (TEA) y los trastornos por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en niños, así lo concluye la Sociedad Norteamericana de Radiología (RSNA, por sus siglas en inglés). Una característica más de este arte en esta jornada en la que se celebra el Día de la Música. Según estos expertos, que los pequeños reciban clases de música incrementa y crea nuevas conexiones cerebrales y “puede facilitar los tratamientos en niños con estos trastornos”. “Ya se sabía que la música era muy beneficiosa, pero este estudio ofrece un mejor entendimiento sobre qué está ocurriendo en el cerebro y dónde se producen estos cambios”, asegura Pilar Dies-Suárez, jefa de radiología en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, en un comunicado. «Experimentar la música a una edad temprana puede contribuir a un mejor desarrollo del cerebro, a la optimización de la creación y establecimiento de redes neuronales y a la estimulación de las vías existentes del cerebro”, añade la experta.

Estudios anteriores ya hablaban de los beneficios de la música en el desarrollo cerebral. Por ejemplo, uno elaborado por el Instituto de Aprendizaje y Neurología de la Universidad de Washington (Seattle, EE UU) y publicado National Academy of Sciences concluyó que “ciertas melodías mejoran el procesamiento cerebral de pequeños de nueve meses, tanto en lo que se refiere a la música como a nuevos sonidos del habla”. La investigación sugería “que experimentar patrones rítmicos musicales mejora la habilidad de detectar y predecir patrones rítmicos del habla. Esto significa que escuchar música en edades muy tempranas puede tener un efecto global en las habilidades cognitivas de los bebés”, aseguraron los autores.

La importancia de las conexiones cerebrales.

Esta última investigación de la RSNA, publicada pocos días antes de este Día de la Música, consistió en el análisis de 23 niños sanos de entre cinco y seis años, todos libres de trastornos sensoriales, de percepción o neurológicos. Además, ninguno había asistido a clase de música con anterioridad. Los sujetos se sometieron a una evaluación, previa y posterior, con una técnica de resonancia magnética avanzada -una tractografía-, lo que les permitió identificar los cambios microestructurales en la materia blanca del cerebro. Esta última contiene millones de fibras nerviosas -los axones- que trabajan como cables de comunicación entre distintas áreas del cerebro. El resultado pudo medir el movimiento de las moléculas de agua extracelulares a lo largo de estos axones. Desde el punto de vista de salud, todo es normal cuando estas células de agua se mueven de forma uniforme, en cambio, cuando estas lo hacen de forma aleatoria, sugiere que existe algo anormal.

Tras nueve meses de estudio con clases de música, los resultados mostraron un incremento de las conexiones y de la longitud de los axones en determinadas áreas cerebrales, sobre todo “y de manera más notable en las fibras que conectan los lóbulos frontales y que en conjunto constituyen el llamado fórceps menor».

“A lo largo de la vida”, prosigue la experta, “la maduración de las conexiones cerebrales entre las regiones motoras, auditivas y otras zonas permiten el desarrollo de un gran número de habilidades cognitivas, entre ellas, las habilidades musicales”. “Cuando un menor recibe clases de música, su cerebro se prepara para responder a ciertas demandas, estas incluyen habilidades motoras, auditivas, cognitivas, emocionales y sociales”, añade Dies-Suárez. “Creemos que el aumento es debido a la necesidad de crear más conexiones entre ambos hemisferios cerebrales cuando escuchas música”, concluye.

Ayudar a los niños con TEA y TDAH

Los investigadores también creen que “los resultados del estudio pueden servir para incidir con más precisión en las estrategias de tratamiento en niños con TEA o TDAH”. Unos trastornos que afectan a muchos pequeños en el mundo y en España. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 21 de cada 10.000 niños que nacen en el planeta padecen autismo, cifras que llevaron en 2008 a declarar el 2 de abril como el Día Mundial de esta enfermedad. En Estados Unidos, país donde la investigación está más avanzada que en Europa, uno de cada 68 niños nace con TEA. Estos trastornos afectan al neurodesarrollo y se manifiestan habitualmente en los tres primeros años de vida de un niño. Los bebés con el trastorno pierden el contacto visual, en ocasiones parece que no oyen y tienen algunas hipersensibilidades o cogen rabietas excesivamente fuertes. Una conducta muy característica de los niños aquejados por este trastorno son los comportamientos repetitivos.

En cuanto a las cifras de TDAH, este trastorno afecta a entre un 2 y un 5% de la población infantil, según la Federación española de asociaciones de ayuda al déficit de atención e hiperactividad. Se trata de uno de los trastornos más importantes dentro de la Psiquiatría Infanto-Juvenil y constituye cerca del 50% de su población clínica. Es un trastorno crónico y comienza a revelarse antes de los siete años. Se estima que más del 80% de los niños continuarán presentando problemas en la adolescencia, y entre el 30-65%, en la edad adulta. Los chicos son más propensos que las niñas a sufrir TDAH, en cifras que varían de 4 a uno.

http://elpais.com/elpais/2016/11/21/mamas_papas/1479727802_800426.html?id_externo_rsoc=TW_CM

Han estado guardadas en el armario durante más tiempo de la cuenta. Hay millones de mujeres científicas, artistas, médicas, filósofas o exploradoras que han hecho que hoy el planeta Tierra sea menos cromañón. Pero en Las chicas son guerreras sólo cabían 26. Son las 26 elegidas para que los niños y adolescentes descubran a grandes mujeres con las que probablemente no se toparán ni en sus libros de texto, ni en las películas, ni en Snapchat.

Ellas no están incluidas en la historia de los grandes personajes, a pesar de haberlo sido. Eran mujeres. Y, por eso, «han sido relegadas a un lugar oscuro y sombrío. Por el simple hecho de ser mujeres», piensan los autores de este libro infantil, escrito por Irene Cívico y Sergio Parra, e ilustrado por Nuria Aparicio.

las chicas son guerreras

Malala Yousafzai

El libro del sello Montena se plantea como un «álbum ilustrado» que muestra «las sorprendentes y poco conocidas vida de 26 mujeres». Van desde la Antigüedad, con Hipatia de Alejandría, hasta hoy, con Malala Yousafzai o Lady Gaga. «Hicimos una selección por épocas e incluimos a mujeres de la actualidad para que las niñas se sientan identificadas con algunas de ellas», explica Sergio Parra. «Incluso nos planteamos añadir algún personaje de ficción, pero después pensamos que las chicas de verdad tienen historias más interesantes».

chicas guerreras

Virginia Woolf

En el libro se abordan todo tipo de disciplinas para destruir el mito de que el sitio de las mujeres es el arte y los cuidados. Hay arte, por supuesto, con mujeres como Frida Kahlo. Pero también hay tecnología, con la visionaria Ángela Ruiz Robles o con la precursora de las comunicaciones inalámbricas Hedy Lamarr.

chicas guerreras

Coco Chanel

No fue difícil encontrar a las 26 protagonistas del libro. Hay millones. Y muchas de ellas estaban en una caja que guarda Sergio Parra en su estudio de trabajo. El periodista va recopilando información de temas que le interesan en cajas de cartón y «cuando una empieza a rebosar de libros y documentos, digo: ‘Ya hay que hacer algo con esto’».

La propuesta de Montena para escribir este libro coincidió con que la caja de biografías de mujeres estaba llena. Tenían la documentación. Luego Irene Cívico pasó las historias al lenguaje del público que buscaban: niñas y niños entre 7 y 12 años, y Nuria Aparicio hizo las ilustraciones. Entre las ‘chicas guerreras’ de este libro juvenil están las historias de:

chicas guerreras

Nelly Bly

A finales del XIX una novela asombró al mundo: La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. En EEUU, una periodista llamada Nellie Bly quiso comprobar si sus cálculos eran ciertos. En 1889, con la financiación del periódico donde trabajaba, el New York World de Joseph Pulitzer, salió desde el puerto de Nueva York hacia Europa para rodear la bola del mundo. Lo consiguió. No en 80 días, sino en 72. Y en su paso por París, visitó y entrevistó al hombre que le dio la idea: Julio Verne.
A la vez que ella, otra periodista, Elizabeth Bisland, salió de EEUU con el mismo fin. Ella trabajaba para The Cosmopolitan Magazine y, para dar emoción a la competición, salió hacia el oeste. Bisland llegó horas después que Bly. Perdió la batalla, pero también superó los 80 días de Phileas Fogg.

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Nancy Wake

Nada hacía sospechar que una joven que llegó a París en busca de las noches más fiesteras del mundo acabaría convirtiéndose en la mujer más condecorada de la II Guerra Mundial y la más temida por los nazis.

A esa edad, a la periodista y enfermera Nancy Wake (1912-2011) sólo le interesaba «una buena bebida» y los «hombres guapos, preferiblemente, franceses».

Eran los años 30. Wake vivía con un marido pudiente en una Marsella de caviar y champán. Pero esos días de glamur estaban contados. El fin de aquella Francia se hallaba en las garras de un hombre al que entrevistó en 1933: Adolf Hitler.

Desde el primer día que los nazis intentaron invadir Francia la neozelandesa se convirtió en una de las más firmes luchadoras de la resistencia.

Un día, mientras preparaban el Día D, la bravísima paracaidista cayó sobre un árbol. Un guerrillero de la resistencia se acercó a ayudarla y, con su acento de vaselina, le dijo:

—Ojalá todos los árboles dieran estas frutas tan bonitas.

—No me vengas ahora con esa mierda francesa.

Wake encabezaba la lista de los enemigos más buscados por los nazis. Pero se escurría con facilidad. Por eso la llamaban ‘el ratón blanco’.

A su muerte, en 2011, volaron sus cenizas por las tierras francesas donde luchó contra los nazis. Era ese su penúltimo deseo. El último fue mandar a los dolientes a tomar unos gin-tonics.

Mary Shelley

En el oscuro verano de 1816, se reunieron Lord Byron y su médico, el Dr. Polidori, con el poeta Percy Shelley, Mary Godwin (la futura esposa de Percy) y Claire (la hermanastra de Mary), junto al lago de Ginebra.

Hacía un frío que pelaba. Bramaban rayos y truenos, y de algún modo, su electricidad se apoderó de las conversaciones nocturnas alrededor de la chimenea.

Hablaban de esas teorías científicas que pretendían devolver la vida a los muertos con una descarga eléctrica, divagaban sobre los autónomas (los antecesores de los robots) y se obsesionaron con las historias alemanas de fantasmas.

Una noche, frente a los chasquidos del fuego, Lord Byron retó a sus amigos:

—Cada uno escribirá un cuento de fantasmas.

Días después, al meterse en la cama, Mary no podía dormir. Cerró los ojos y de pronto vio al «horrendo fantasma de un hombre extendido y entonces, bajo el poder de una enorme fuerza, aquello mostró signos de vida, y se agitó con un torpe, casi vital, movimiento», según contó en el prólogo de Frankenstein o el Moderno Prometeo.

Dos años después, con sólo 20 años, Mary Shelley publicó de forma anónima el relato de terror que apareció aquella noche sobre su almohada.

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Los niños mienten. Los padres mienten. Y a nadie le gusta. ¿Pero qué es lo que piensan ellos realmente sobre las mentiras? ¿Saben diferenciar entre una piadosa y otra que no lo es? ¿Son conscientes de si sus padres lo hacen o no? Una nueva investigación concluye que “decir la verdad no es algo blanco o negro para ellos”. Según van creciendo, los niños van discriminando la realidad y “parece que diferencian la verdad de la mentira, dependiendo del daño o beneficio que les haga”. «Normalmente, los menores mienten para evitar un castigo o defender su inocencia cuando cometen un error. No suelen provocar daño en otros a propósito. Y reciben la mentira como una traición, sobre todo por parte de sus progenitores», puntualiza la psicóloga Alicia Banderas.

El estudio, elaborado en Canadá por la psicóloga Victoria Talwar, de la Universidad McGill, tenía como objetivo analizar el desarrollo de la moralidad en los pequeños. La muestra fue de 100 pequeños entre los seis y los 12 años. Normalmente, la mayoría de los padres dice a sus hijos que la mentira es mala, “pero al mismo tiempo los niños aseguran que sus padres dicen mentiras piadosas para hacer su vida más fácil”. “Dependiendo de la edad, esto suele ser muy confuso para ellos, por lo que era necesario tener la imagen completa sobre lo que piensan de la mentira y la verdad. Porque no todas las mentiras son dañinas y no todas las verdades no lo son”.

¿A qué edad empiezan los niños a entender esta dicotomía?

El experimento consistió en mostrar a los niños una serie de vídeos cortos en los que marionetas mentían o decían la verdad de forma aleatoria en varios escenarios: en algunos, lo que decían hacía daño a otros (por ejemplo, culpar a un inocente de algo que habían hecho ellos); en otros, el protagonista se hacía daño a sí mismo para ayudar a otros (por ejemplo, haciendo una confesión falsa para librar al verdadero culpable); y, en otros, los muñecos decían la verdad y dañaban a otras personas (por ejemplo, al delatar a alguien). Después, se preguntaba a los niños si los personajes de los vídeos habían sido honestos y si su comportamiento debía ser castigado o no. “De esta forma, se evaluó cómo los niños ven la honestidad o la mentira como una forma de ganar con relación a distintos estadios de su desarrollo moral y social”, explica en un comunicado Talwar.

Los resultados fueron concluyentes: no hay edad para distinguir entre la verdad y la mentira, pero hay matices. También mostraron diferencias para condenar o premiar entre los niños más pequeños y los más mayores. En cuanto a las confesiones falsas que ayudan a los demás, son vistas como más negativas entre los participantes más jóvenes. Al tiempo que los más pequeños eran más condescendientes con las mentiras que tenían consecuencias negativas. “En definitiva, los niños más pequeños ven las mentiras y las verdades más en función de blanco o negro. Mientras en los más mayores, entre los 10 y los 12 años, está dicotomía se difumina; son más conscientes de las consecuencias de sus acciones y de percibir las intenciones detrás”, concluye la autora.

¿Por qué mienten los niños?

«Los niños mienten principalmente para evitar castigos», nos explica Alicia Banderas, también autora de Pequeños Tiranos, «bien porque quieren conseguir un placer ilícito, como podría ser hacer una fiesta en su casa, o porque quieren esconder un error no intencionado, como puede ser, por ejemplo, tirar zumo en un teclado y no querer reconocerlo», añade. Los niños más pequeños también suelen mentir cuando se sienten avergonzados y ya en la época preadolescente y adolescente, tienden a hacerlo «para proteger a otros, a sus iguales».

La edad de inicio de la mentira, según la experta, suele ser en torno a los tres o cuatro años. «Es un momento en la vida del niño en el que los padres descubren que sus hijos pueden mentir y se empiezan a dar cuenta de que ya no tienen control sobre una parte de la vida de sus hijos», agrega. Los peques también pueden mentir «por tacto” -educación-, «por alardear» o «por proteger su intimidad», muy importante en la era de las redes sociales en la que los niños se pueden inventar o mostrar lo que desean. Es una época en la que «los padres pierden algo de control y los niños ganan en intimidad».

Por su parte, los padres mienten normalmente para conseguir algo de sus retoños, por ejemplo, que sus hijos se vistan o que se coman la verdura; o para que cumplan un objetivo: «Como no hagas la cama, no vas al parque». «Amenazas que normalmente no son ciertas», reitera. Por esto, muchas veces, deberían cuidar su lenguaje.

«Cuando un niño percibe que le mientes, lo primero que siente es traición. Además, tenemos que ser conscientes de que muchas veces son capaces de discriminar las mentiras piadosas, según la situación», explica Banderas. «Los padres también suelen mentir para proteger su intimidad. Sobre todo, en temas como las relaciones sexuales o las discusiones de pareja», argumenta.

Como conclusión, “los padres y profesores necesitan tener más conversaciones con los niños sobre las verdades y las mentiras”, aseguran los expertos del estudio. Estas son muy necesarias, ya que cuando un niño miente mucho, «puede significar que no está adaptado y tener problemas en el futuro», explica Banderas. Profesores, padres, hijos y alumnos deben dialogar sobre este tema para que todos, en conjunto, lleguen a comprender los distintos tipos de mentiras, cuándo o no mentir y que las cosas no son blancas o negras.

 

 http://elpais.com/elpais/2016/10/06/mamas_papas/1475747160_079528.html

El nuevo examen de evaluación externa —la antigua Selectividad—, que se implanta este curso, podrá incluir por primera vez preguntas tipo test (hasta un 50%), lo que técnicamente se conoce como “respuestas de opción múltiple”. Así se indica en el proyecto de orden de evaluaciones finales que ha elaborado el Ministerio de Educación y al que ha tenido acceso EL PAÍS. Además, será obligatorio examinarse de Filosofía de 1º de bachillerato. Y, en la prueba de lengua extranjera, el 40% de la nota dependerá de la expresión y comprensión oral.

Algunas claves

¿Cuándo será? La nueva Selectividad será a final de curso (antes del 8 de julio) y, en convocatoria extraordinaria, en septiembre (antes del 9)

¿Cuanto durará cada examen?. Cada examen constará de un mínimo de dos preguntas y un máximo de 15, a responder en 90 minutos, como ocurre ahora.

¿Afecta la LOMCE? La orden ministerial que regula la nueva prueba de evaluación externa tiene que estar publicada el próximo 30 de noviembre, por lo que no se verá afectada por el proceso de paralización de la ley educativa (LOMCE) que se inició ayer en el Congreso y que tardará meses en concretarse.

¿Cómo se puntúa? la nota final pesará un 60% la calificación de bachillerato y otro 40% esta prueba en la universidad. Y se seguirá puntuando sobre 10 y, aquellos que quieran, pondrán examinarse de más asignaturas más para alcanzar el 14.

¿De qué te examinas? La prueba obliga a examinarse de cuatro materias troncales (Filosofía, Historia de España, Lengua Castellana y Literatura y Lengua Extranjera), una asignatura troncal general, dos de opción y una específica.

Puede haber preguntas tipo test. Las preguntas tipo test en la prueba de evaluación externa han sido objeto de debate en los últimos meses, pues para muchos expertos no miden la madurez del estudiante. En marzo  de 2015 el ministerio anunció que el examen tendría 350 preguntas, con cuatro respuestas a elegir en cada una. Las cuestiones iban a estar divididas en tres bloques: 200 de materias troncales, 100 de optativas y 50 de específicas. Tras el revuelo causado, el ministro Íñigo Méndez de Vigo dio marcha atrás.

 Al final se ha optado por una vía intermedia: hasta el 50% de las preguntas de cada examen podrá ser tipo test. El resto deberá tener respuesta “abierta” —un comentario de texto o un problema— o “semiabierta”, es decir, que incluya la solución a un problema con una cifra o una “palabra que dé respuesta a una cuestión”.

El borrador de la orden ministerial no detalla entre cuántas respuestas podrá elegir el estudiante en el test y si, como ocurre en muchos exámenes universitarios, restaría puntuación contestar incorrectamente.

Las autonomías son las encargadas de elaborar los exámenes, y de ellas dependerá la implantación del test. Previsiblemente las comunidades gobernadas por los socialistas (Andalucía, Aragón, Baleares, Comunidad Valenciana, Asturias, Extremadura y Castilla-La Mancha) no lo integrarán, pues en una reunión en octubre con el ministerio abogaron por una prueba igual a la ya existente: sin preguntas tipo test.

Hasta los científicos se examinan de Filosofía. Por otro lado, la nueva selectividad obligará a los estudiantes a examinarse de cuatro materias troncales: Filosofía, Historia de España, Lengua Castellana y Literatura y Lengua Extranjera. La primera de ellas, Filosofía, se cursa en 1º de Bachillerato, no en 2º; y deberán examinarse de ella incluso los alumnos encaminados hacia un grado de Ciencias. Por eso, algunos centros educativos están impartiendo ya clases de repaso de Filosofía a estudiantes de 2º de Bachillerato.

Te puedes presentar a materias de 1º de Bachillerato.  Además de esas cuatro materias troncales comunes a todos, los alumnos de cada itinerario deberán examinarse de una asignatura troncal general de su especialidad, dos optativas y una específica (excepto Educación Física y Valores). El estudiante tendrá la posibilidad de elegir alguna de las optativas de entre un grupo de siete que también se cursan en 1º de Bachillerato; pero en este caso —al contrario de lo que ocurre con Filosofía— elegir estas asignaturas será voluntario, no obligatorio. Esas siete asignaturas de 1º son Historia del Mundo Contemporáneo, Literatura Universal, Economía, Anatomía Aplicada, Cultura y Lenguaje Musical, Volumen o Cultura Científica.

Llegó la hora de hablar en inglés. En el examen de Lengua Extranjera (inglés, francés, alemán, portugués o italiano), la parte oral contará un 40% de la nota, cuando hasta ahora toda la evaluación era escrita.  Esta parte oral la anunció el ministro José Ignacio Wert en 2012 pero su implantación en la prueba se ha ido retrasando. Implica más medios humanos y técnicos. En Lengua Castellana y Literatura el 40% de la puntuación dependerá de la comprensión lectora y expresión escrita, y el 60% restante, de conocimientos adquiridos.

Preguntas para conocer el entorno. Los alumnos deberán contestar también un cuestionario anónimo “de contexto” para analizar su entorno social.

Ante el retraso de estos últimos meses, con el Gobierno en funciones, algunas autonomías han actuado por su cuenta y tienen adelantada su prueba de Selectividad. Una portavoz del Ejecutivo de Asturias explica, por ejemplo, que ya está cerrando con la Universidad de Oviedo cómo será la evaluación. Aragón ha abierto una mesa de trabajo con la Universidad de Zaragoza.

http://politica.elpais.com/politica/2016/11/15/actualidad/1479238845_637350.html?id_externo_rsoc=FB_CM

Hay niños menores de dos años que todavía no hablan, pero que saben desbloquear un smartphone, entrar en YouTube y clicar en los dibujos animados de Peppa Pig. Tampoco saben leer, pero reconocen sus muñecos favoritos por las imágenes. Se guían por el atractivo visual, por lo que muchos padres no saben en qué clase de contenido van a meterse. Pensando en ellos ha nacido YouTube Kids: la versión exclusiva para niños que desembarca este miércoles en España. Esta nueva plataforma cuenta con control parental e integra solo vídeos con contenido apropiado para la infancia.

La aplicación YouTube Kids, que tiene su propio logo —una televisión sonriente—, estaba disponible ya en países como Estados Unidos, desde febrero del año pasado, México, Argentina y Brasil. En total ya ha recabado más de 10 millones de descargas. A partir de hoy se podrá descargar de forma gratuita en Google Play y Apple Store para móviles, tabletas, videoconsolas, Smart TV y Chrome Cast. «No está disponible para PC porque está pensada para niños que, en principio, saben manejar pantallas táctiles, pero no saben utilizar teclados», explicaba Álex Sanagustín, uno de los ingenieros españoles encargados de desarrollarla, a EL PAÍS.

YouTube Kids está disponible para móviles, tabletas y videoconsolas, pero no ordenadores

El objetivo de la plataforma YouTube Kids es llegar a niños de entre 3 y 8 años. «A esa edad se nota mucho la diferencia de unos años, por eso hemos creado dos opciones dentro de la propia app: preescolar y escolar», detalla. Estas decisiones se eligen nada más iniciarse en la aplicación y es lo único que no debe hacer el niño.

«¡Hola adulto!», así es la bienvenida que ofrece YouTube Kids al descargarse. El objetivo está claro: la configuración no es terreno infantil. Para comprobarlo, el usuario debe introducir una contraseña que se le indica en letras. El primer cambio con respecto a la plataforma original es que en la versión para niños no hace falta registrarse o iniciar sesión, para que no se quede grabado ningún dato personal del niño. Por esa razón, tampoco es posible subir vídeos, dar a me gusta, compartir ni comentar ningún vídeo que aparezca.

Opción de restringir la búsqueda

En la configuración inicial, el adulto elige también sí quiere o no habilitar la búsqueda. Esto permitiría que, además de las decenas de vídeos que aparecen en la pantalla de inicio, el niño pudiera encontrar otro tipo de contenido. «Siempre supervisado y analizado», apunta este miembro del equipo de YouTube. Así, cuando por ejemplo se busca ‘choque de trenes’, la aplicación avisa de la inexistencia de ese tipo de contenido y propone que se haga una búsqueda más apropiada como ‘choque de trenes de juguetes’.

De esta manera, aunque YouTube Kids se nutre de los vídeos de YouTube, un algoritmo ha seleccionado previamente qué contenido es apropiado para los niños. El proceso de validación dura tres días y, además, hay un equipo humano que se encarga de revisar individualmente los vídeos que son marcados como inadecuados por algún usuario. «Hacerlo sin algoritmo sería imposible, porque se suben millones de horas de contenido cada día», reconoce la empresa.

Navegación más fácil y segura

Una vez dentro de la aplicación, la navegación es más fácil y segura que en la versión original. El diseño, optimizado para tablets, hace que sea más sencillo encontrar el contenido, gracias a las imágenes más grandes y a los iconos llamativos. También está habilitada la búsqueda por voz, para aquellos niños que no saben escribir. «Como los niños no hablan igual que los adultos, hemos ido probando este sistema de reconocimiento con niños. Para que no quede registro, el sistema procesa la búsqueda, da el resultado y elimina», sostiene Sanagustín.

La pantalla inicial se divide en cuatro categorías: Programas, Música, Aprender y Explorar. Posteriormente, con más uso, se incluirán Historial y Favoritos. Ahí se pueden encontrar los programas de Pocoyó, Caillou, Octonauts o Peppa Pig; la música de los Cantajuegos o canciones para dormir; las lecciones de inglés de Tutitu o vídeos de experimentos científicos.

Publicidad adaptada a los niños

YouTube Kids sí va a tener publicidad, pero adaptada para menores. Según ha explicado la empresa solo mostrara anuncios que sean considerados aptos para las familias que pasaran un proceso de supervisión. «No vamos a mostrar anuncios de comida o bebidas», ha sostenido YouTube.

Eres un búho nocturno o un pájaro matutino? ¿Y tu hijo? Hay niños a los que les cuesta muchísimo irse a la cama, algunos por miedos, otros por llamar la atención, y para unos cuantos la razón es simplemente… ¡que no tienen sueño!

Pues bien, algunos estudios vienen a explicar que este último grupo, aquellos niños y adultos que son trasnochadores, tienen un cociente de inteligencia superior a los demás, ¿qué te parece?

Satoshi Kanazawa, experto en Psicología Evolutiva y profesor en la Escuela de Economía de Londres, realizó una investigación que explica que aquellos niños con un cociente intelectual superior tienden a ser adultos que prefieren los horarios nocturnos. Otro estudio publicado por «Psychology Today» viene a decir lo mismo. Ambas investigaciones estudiaron la relación entre el cociente intelectual y los patrones de sueño de varios grupos de estudiantes. ¿En qué se basan para afirmar esto? Además de en los resultados obtenidos en que:

– Nuestros ancestros realizaban todas sus actividades de día, aprovechando las hora de luz, mientras que utilizaban la noche para descansar. Aquellos seres humanos con capacidades medias estaban condicionadas por este patrón de sueño, mientras que los más inquisitivos desafiaban estos patrones y creaban los suyos propios. 

– Son niños más rebeldes, no aceptan las normas establecidas como válidas y buscan nuevos desafíos, se cuestionan las costumbres y prefieren ser revolucionarios a agachar la cabeza y seguir a los demás.

– Los niños y adultos nocturnos aprovechan esos momentos para reflexionar sobre su día, sus experiencias, es un momento más tranquilo para filosofar, analizar, pensar, absorber conocimientos, hacer reflexiones…

– Además son niños más creativos porque aprovechan esos momentos de vigilia, cuando todo está más en calma y el cerebro puede volar, para imaginar y soñar.

– Son niños y adultos más curiosos, son propensos a intentar descubrir y expandir su mente.

Estos estudios y teorías no son concluyentes, y además tienen su versión opuesta, y es que otras investigaciones hablan de las ventajas biológicas que supone madrugar. Hasta el refranero está en guerra con esto: hay un dicho que dice «A quien madruga, Dios le ayuda», y otro que afirma lo opuesto «no por mucho madrugar, amanece más temprano».

Lo que sí está claro según los estudios es que madrugadores y noctámbulos son distintos: los matutinos son más racionales, rígidos y conformistas, mientras que los trasnochadores son más imaginativos, emocionales, creativos e inconformistas. ¿En qué grupo te reconoces?

Los padres que llevan a sus hijos a la escuela pública empiezaron esta semana una huelga de un mes contra los deberes que no tiene precedentes en España. La Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (Ceapa), que representa a 12.000 asociaciones, ha instado a las familias de las distintas comunidades autónomas a negarse a hacer las tareas escolares durante los fines de semana de noviembre.

Sus argumentos son que los deberes «invaden el tiempo de las familias» y «vulneran el derecho al esparcimiento, al juego y a participar en las actividades artísticas y culturales» recogido en el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño.

La Ceapa ha repartido entre las familias tres cartas para que las entreguen en el colegio. En una se reclama al director que los profesores no pongan deberes durante los fines de semana de este mes. En otra se realiza esta petición directamente al tutor.Una tercera es un escrito para el docente en el que el progenitor explica que su hijo no ha hecho la tarea, basándose «en el derecho constitucional que tienen las familias a tomar las decisiones que consideren oportunas en el ámbito familiar, el cual tiene carácter privado, no pudiendo la escuela invadirlo».

«En virtud de los derechos que me asisten, he priorizado las actividades familiares, como no podía ser de otra manera y, por tanto, los deberes escolares no han podido ser atendidos», añade la misiva que, según la Ceapa, los padres en contra de las tareas pueden entregar a modo de salvoconducto en el colegio.

«Nosotros queremos recuperar el tiempo familiar de los fines de semana para estar con nuestros hijos», sostiene el presidente de la Ceapa, José Luis Pazos. «También queremos que el modelo cambie y se dé un salto cualitativo en el sistema educativo.Hay colegios en otros países que funcionan sin deberes, sin libros de texto y sin exámenes y obtienen magníficos resultados».

La evidencia científica señala, en este sentido, que hacer más deberes no necesariamente mejora el rendimiento académico. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) advierte, además, que las tareas «refuerzan la disparidad socieconómica en los logros de los estudiantes» y «aumentan la franja entre los ricos y los pobres». España es uno de los países que más deberes pone: 6,5 horas semanales frente a una media de 4,9 horas.

Pero en la comunidad educativa son muchos los que discrepan con la forma en que la Ceapa ha enfocado la cuestión, pues opinan que el mensaje que da un padre cuando insta a su hijo a rebelarse contra el profesor «no ayuda a su educación».

«Nosotros no somos partidarios de llamar a los escolares a la insumisión», defiende Pedro Caballero, presidente de la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y padres de Alumnos (Concapa), que representa a cerca de tres millones de familias de la escuela privada concertada. «Los deberes deben existir en una medida proporcionada y acorde al nivel educativo. Hay unas mesas de debate donde discutirlo, pero estamos en contra de convertir a los menores en insumisos».

¿Qué opinan los profesores? Francisco García, secretario general de la Federación de Enseñanza de CCOO, cree que «el formato de la huelga no es el más afortunado». «No sé si es buena idea abrir debates que puedan generar fisuras en la comunidad educativa en un momento en que debemos estar unidos ante la propuesta de pacto educativo. El debate de las tareas escolares me parece útil, pero hay otros de más calado».

http://www.elmundo.es/sociedad/2016/11/02/5818db3a22601de17b8b459c.html