Muchos padres me dicen que no consiguen hablar con su hijo porque siempre terminan discutiendo.
A veces esto sucede cuando ellos más están necesitando ayuda, pero se niegan a tener conversaciones con sus padres.
Aunque cada situación es diferente, sí es cierto que he encontrado ciertas pautas en la comunicación entre padres e hijos que dificulta el diálogo.
Mamá, no me entiendes. Papá, no me entiendes.
He observado que los hijos no se sienten comprendidos por sus padres por un motivo que se repite con frecuencia. Me refiero a cuando los padres interpretan lo que su hijo está viviendo y falsamente empatizan con él porque aseguran comprender lo que el otro siente. No debemos confundir lo que uno siente al imaginarse en una situación con lo que el otro está sintiendo.
La falsa empatía es aquella que genera emociones reales en los padres, pero no son las mismas emociones que los hijos están viviendo.
Puede que los padres piensen que conocen a sus hijos y lo que estos están sintiendo y tal vez sea cierto, pero cuando alguien dice que no lo entiendes, tal vez sea el momento de plantearse escuchar más y afirmar menos.
Porque los hijos cambian, crecen y aprenden.
Muchas conversaciones terminan en discusión porque los padres intervienen demasiado rápido, cuando su hijo aún no siente que ha dejado claro su punto de vista.
Es más, aunque estés en lo cierto y sepas exactamente lo que está pasando por su cabeza o su corazón, te animo a que muestres curiosidad e interés para que se exprese. Siempre será más poderosa una conversación de corazón a corazón que un consejo o decir “te entiendo”.
En conclusión: Descubre lo que siente a través de su conversación y no de tu imaginación
Juzgar
Imagina que hablas con un amigo/a y al decirle lo que te está pasando te juzga y te dice lo que piensa de ti. ¿No preferirías hablar de lo que te inquieta sin poner en tela de juicio tu persona? ¿Hablarías voluntariamente con alguien que sabes que va a juzgarte por tus pensamientos, aunque estos no estén aún claros?
A todos nos gusta hablar con personas con quienes podemos compartir nuestras inquietudes sabiendo que no nos juzgará por ello. Es muy agradable compartir la intimidad con una persona que diferencie lo que somos de lo que nos inquieta.
Sin embargo, creo que los padres tienen (tenemos), en cierta forma, esta necesidad. Tal vez sea porque quieren lo mejor para sus hijos y por eso necesitan adelantarse a los acontecimientos para evitar problemas futuros. Los padres quieren que sus hijos sean de la mejor forma posible.
Esto resulta contraproducente cuando limita el diálogo.
Es posible que un niño reciba una reprimenda por algo que ha hecho, pero hay que evitar juzgar a la persona y limitarse a juzgar el acto. Cuando son adolescentes es más complicado, porque se muestran como personas (casi) adultas y parece que haya que actuar en el momento o será tarde.
Si juzgas a tu hijo por un pensamiento que está compartiendo, es posible que cada vez le cueste más hablar contigo y es más que probable que las conversaciones acaben en discusión, porque él sienta atacada su esencia.
Sólo compartirán sus inquietudes más íntimas cuando estén acostumbrados a ser escuchados sin ser juzgados.
Si comparte contigo algo que crees que no lo beneficia, te animo a que lo veas como una persona capaz y legítima a quien hay que acompañar en su diálogo interior. En última instancia, si debes intervenir en su conducta, siempre puedes hacerlo manteniendo la misma idea de que él es una buena persona teniendo una mala idea.
En resumen: Opina sobre la idea, no sobre la persona.
Cortar por lo sano
Muchas veces hacemos el esfuerzo de escuchar pero interrumpimos cuando el otro dice algo que nos parece importante rectificar antes de que actúe inadecuadamente.
Esto tal vez nos deje tranquilos, pero interrumpe el diálogo y complica que en el futuro nos busque para hablar antes de actuar.
Cuando tu hijo está explicando su visión, puede que diga algo que es claramente contraproducente o con lo que no estás de acuerdo. Es importante no “saltar” e interrumpir en ese momento porque dejarás de conocer el resto de sus fundamentos.
Recuerda que no se trata de vencer en la conversación, sino de fomentar un diálogo y eso se consigue dejando que se exprese, no aprovechando las oportunidades para ganar una batalla. Como he dicho antes, si necesitas intervenir en su conducta, eso lo puedes hacer después.
Es decir: No confundas escuchar con estar de acuerdo, ni escuchar con permitir hacer.
Miedo a que tenga razón
Algunas discusiones las cortamos por miedo a que a final el otro tenga razón.
Hay puntos de vista que tenemos aparentemente muy claros pero no están realmente fundados. A veces son tan importantes que preferimos no debatir por si no conseguimos rebatir sus argumentos.
Un ejemplo de esto son las conversaciones sobre los estudios. En ese caso, los padres están convencidos de que estudiar es necesario pero no siempre tienen los argumentos para exponerlo de forma objetiva. Al final recurrimos al “porque sí”, “es evidente”, “de sentido común”, “¿qué vas a hacer si no…?” y eso no les está sirviendo. La cuestión de los estudios es sólo un ejemplo, lo importante es que veas que si quieres dialogar hay que estar dispuesto a aprender de lo que dice el otro y aceptar que tal vez tenga un poco de razón en su visión.
Un truco, para cuando os esté costando discutir algo, piensa: ¿En qué tiene él un 2% de razón?