Una alimentación completa y equilibrada, un descanso prolongado y la actividad física moderada son los factores que más influyen a la hora de mantener altas las defensas de los niños.

Puede que el confinamiento esté en el espejo retrovisor, pero la pandemia de coronavirus continúa. En un contexto de brotes esporádicos bañados en la incertidumbre, asegurar que nuestros hijos están protegidos contra posibles infecciones respiratorias (o de cualquier otra índole) cobra una importancia aún mayor. Un objetivo que depende de la combinación de múltiples factores internos y externos, entre los que destacan una alimentación completa y equilibrada, un descanso adecuado, ausencia de estrés y al menos una hora diaria de práctica física moderada.

Nutrición e inmunidad

¿Cuáles son los nutrientes más importantes para el sistema inmunológico? La respuesta no es tan sencilla: “Es cierto que algunos tienen más peso, pero los nutrientes interactúan unos con otros”, explica el doctor José Manuel Moreno, coordinador del Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría. “El zinc, por ejemplo, es un mineral que tiene mucho que ver con la inmunidad, pero ha de actuar con otras vitaminas para ser más eficaz: la vitamina D es quizá de la que hay más información; pero también la vitamina C, o alguna de las del complejo B. Siempre y cuando, claro, tengas una alimentación suficiente, porque al final, si no, es hablar de la letra pequeña sin leerse el contrato”.

El déficit de vitamina D aumenta el riesgo de contraer enfermedades infecciosas respiratorias, y su importancia excede a lo que la propia alimentación es capaz de aportar, especialmente en las etapas tempranas de la vida, en las que es muy difícil conseguir solo a través de la comida toda la cantidad que nuestro cuerpo necesita: “Para mejorar sus niveles se recomienda aumentar, de manera controlada y con protección, la exposición al sol, aprovechando las primeras horas del día”, argumentan los médicos y especialistas de los centros Melio. Sin embargo, en esta etapa hay precisamente poca exposición solar, “por lo que es necesario completarlo con suplementos mientras de la alimentación recibo poco y mi capacidad de producción es pequeña”, argumenta Moreno. “Las sociedades pediátricas del mundo recomendamos durante este primer año que, independientemente de si hay lactancia materna o artificial, los niños reciban suplementos de vitamina D”.

Por otro lado, es importante vigilar el consumo de azúcares. No se trata de que este tenga una relación directa sobre el funcionamiento del sistema inmune, pero te predispone a la aceptación. “Si de pequeño tomo más dulce del que debo, mi apetencia va a ser hacia lo dulce, que en general está en alimentos más calóricos. Y cuando sea un adolescente, consumiré más productos que me lleven al exceso de peso”, explica Moreno, y quizá a una situación de prediabetes o diabetes tipo II.

Importancia de la lecha materna

La relación entre nutrición e inmunidad se remonta al inicio mismo de la vida, pues la alimentación de la madre influye en su desarrollo y en su potencial capacidad inmunológica desde que el bebé está en el útero: “Es a través de los alimentos que el niño tiene su primer contacto con elementos ajenos a él mismo. Con ellos, recibe numerosas bacterias; y es el organismo quien tiene que diferenciar cuáles son amigas y cuáles enemigas”, sostiene Moreno. La interacción entre el propio aparato digestivo de los niños y los alimentos favorece la inmunidad a través de la flora intestinal que se va generando en su interior.

“El sistema inmune de un niño es inmaduro en el nacimiento, y no hay inmunidad aprendida. La que hay es la que transmite la madre durante el embarazo y hasta que el niño sea capaz de generarla. Se va desarrollando, sobre todo en las primeras etapas de la vida, en función de varias cosas: una, las bacterias que recibe de la propia madre; pero también de la forma en que él produce sus propias bacterias en el intestino a partir del tipo de alimentación. Por eso la lactancia materna es ideal, porque genera una respuesta que favorece la maduración del propio sistema inmune”, añade. Aquí radica también el motivo por el que se ponen tantas vacunas en el primer año de vida, ya que es la etapa donde el bebé está menos protegido. “A los dos años, el niño tiene ya un sistema inmune muy parecido al del adulto”.

Eso sí: la leche materna puede ser al alimento ideal en los primeros meses de vida, pero no es insustituible. “Si yo tengo un niño con la suficiente cantidad de los nutrientes adecuados, y eso lo puedo conseguir con una fórmula infantil, y vivo en un ambiente adecuado, donde me quieran, me cuiden y tenga estímulos… Porque hemos visto que otros factores, como los relacionales, tienen mucho que ver con el estado de salud, y la microflora es parte de esa salud”, dice Moreno. El organismo es muy adaptativo, y puedes conseguir esos objetivos por otros caminos.

La relación entre inmunidad y nutrición se ve claramente en aspectos opuestos como la desnutrición y la obesidad. La mitad de los niños menores de cinco años que fallecen en el mundo lo hacen como consecuencia de la desnutrición y de las infecciones relacionadas con la misma, según la AEP. Pero también influyen la obesidad y el sobrepeso característico de muchos países desarrollados, ya que el sistema inmune se altera y, aunque no va tanto a la infección (que también) como a la inflamación, hace que sufran las arterias, el corazón, el páncreas… “Los adultos con obesidad tienen más riesgo de contraer infecciones, incluso en sus formas más complicadas, como la covid-19, porque el obeso respira peor y su sistema inmune también funciona peor. Además de otras comorbilidades como el exceso de glucosa, que hacen que tu sistema inmune no sea capaz de actuar tan bien ante una amenaza externa como la del virus”, afirma Moreno.

¿Qué papel juega la microbiota intestinal en la inmunidad?

La microflora, o microbiota, que se va generando y enriqueciendo en el niño a la vez que se introduce y mantiene una dieta variada y equilibrada, resulta fundamental en la inmunidad porque interactúa con los alimentos y hace que tengamos una microbiota más o menos favorecedora de la tolerancia y la respuesta frente a la infección. “Por poner un ejemplo, ha quedado demostrado que el uso de antibióticos en los primeros años de vida tiene consecuencias negativas sobre la flora intestinal ahora y situaciones de enfermedad a lo largo de la vida. Se piensa que haber recibido antibióticos en el primer año de vida favorece el riesgo de padecer enfermedad inflamatoria intestinal en la edad adulta”, argumenta el coordinador de nutrición de la AEP.

Entre las funciones de la microbiota intestinal, los pediatras españoles destacan el favorecer la digestión de los alimentos no digeribles y absorber los nutrientes (aminoácidos, azúcares, vitaminas, etcétera) a través de las células del intestino. Además, actúa como barrera contra los microbios y toxinas, y contribuye al desarrollo del sistema inmunitario intestinal y a un correcto funcionamiento de la mucosa que protege al intestino. Por ello, los desequilibrios en la alimentación pueden provocar alteraciones en la inmunidad, y llevar a un aumento del riesgo de infecciones o reacciones alérgicas.

La importancia de los factores externos

No solo la alimentación influye en el sistema inmunológico de pequeños y adultos. Una manera eficaz de mantener las defensas altas es la de gozar de un descanso prolongado, ya que este permite que estas se recuperen: “Tus niveles de tensión bajan, tu temperatura corporal se modifica, la glucosa baja, tu cortisol disminuye, tus vasos se relajan… Durante la noche todo se va rellenando, y con eso por la mañana podemos enfrentarnos a los retos de cada día”, aduce Moreno.

En el contexto del coronavirus, es también importante esforzarse por evitar el estrés en los niños, que incluso después del confinamiento pueden tener dificultades a la hora de salir de nuevo a los sitios que constituyen su entorno natural, por el temor generado durante la pandemia. “En la medida de lo posible, se les debe explicar bien esta situación y desdramatizar lo que ha significado la pandemia”, apunta el especialista.

Pero los factores que influyen directa o indirectamente en la inmunidad son muchos. El sedentarismo, por ejemplo, provoca un mayor riesgo de infección que el de las personas que practican deporte habitualmente. En los niños, es recomendable al menos una hora de actividad física moderada (que, en los más pequeños, pueden ser juegos) cada día, ya que es un buen complemento a la función de todo el cuerpo: el corazón, el riñón, la cabeza, la capacidad muscular o la respiración, que a su vez puede verse afectada por el humo del tabaco si los adultos a su alrededor fuman. Hasta el entorno importa: vivir en un medio más urbano puede hacer que la flora intestinal sea más pobre que la gente que vive en el campo, que tiene exposición a los animales o que lleva una dieta más vegetal.

Fuente: El País.

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