La mayoría de los hijos de empleados de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley estudian en colegios sin ordenadores ni dispositivos electrónicos, con papel, tiza, lápices y materiales básicos como únicas herramientas. ¿En casa del herrero, cuchara de palo?
Los trabajadores tecnológicos apuestan por elegir para sus vástagos el método Waldorf de educación, desarrollado por iniciativa privada en 160 centros de Estados Unidos. De estos, 40 están ubicados en California, donde Silicon Valley les ha dado fama y ha ayudado a su arraigo en la zona.
Se trata de un método de enseñanza con cien años de antigüedad, que se basa en el aprendizaje a través de la actividad física y de tareas manueales y creativas. Los niños de los centros Waldorf aprenden «haciendo», ligando el conocimiento a actividades concretas que inciten su curiosidad y su felicidad por adquirir conocimientos.
«El mayor desafío y lo fundamental de la educación Waldorf radica en salir del intelecto y entrar en la imaginación», resume Mary Jane DiPiero, fundadora de la escuela, en un vídeo que presenta el sistema educativo de estos centros.
Tres cuartas partes de sus alumnos en la escuela Peninsula, en California, son hijos de empleados de Google, Yahoo, Apple, eBay, HP y otros gigantes de la tecnología. Sin embargo, mientras sus progenitores desarrollan aplicaciones y trabajan en entornos de software, ellos se mueven en aulas equipadas únicamente con pizarras, papel, lápices y libros. Hasta los 13 años no empiezan a ser instruidos en informática, y tampoco las pantallas o los dispositivos electrónicos son utilizados por los profesores para impartir las clases. «La tecnología tiene que ver con el modo de pensar, y con cómo colaborar y comunicarse», explica el profesor de Música de una de estas instituciones.
«La filosofía es empezar un poco más tarde. En la etapa infantil, los niños no aprenden a leer, sino que juegan», explica Brad Wurtz, CEO de Silicon Valley y padre de alumnos del centro Waldorf de Peninsula.
La escuela pública se hace ‘tecno’
Mientras que en la escuela pública de la mayoría de los países del mundo occidental se está apostando en los últimos años por realizar grandes inversiones en ordenadores en las aulas, tabletas y pizarras electrónicas, e incluso, por eliminar materias como la escritura -Finlandia provocó un gran revuelo con esta iniciativa el año pasado-, el corazón de las nuevas tecnologías se arraiga en el retorno a una enseñanza más básica, argumentando que las pantallas perturban el aprendizaje al «disminuir las experiencias físicas y emocionales».
Los defensores del método también esgrimen que los ordenadores «inhiben el pensamiento creativo, el movimiento, la interacción humana y la capacidad de atención», según explica un artículo publicado sobre el método Waldorf en el diario The New York Times.
Los alumnos no pueden recurrir más que a papel, lápiz, tiza y libros, pero no sienten que les falte algo. Finn Heilig, un alumno de 10 años de un centro Waldorf, hijo de un empleado de Google, explicó al rotativo estadounidense que prefería aprender a escribir sobre papel para observar su evolución, lo que sería imposible si lo hiciera a través de procesadores de texto informáticos ya que, en estos programas, «todas las letras son iguales».
Esta educación ‘retro’, sin embargo, tiene un coste que iguala a la más puntera de las tecnologías. Las tarifas para la etapa infantil y de enseñanza de primer grado rondan entre los 18.500 y 21.500 dólares al año, que asciende hasta los 29.000 dólares anuales en la etapa de educación secundaria.
Al tratarse de educación privada, sus exámenes no responden a los modelos oficiales de la educación pública, lo que dificulta el cómputo de éxito entre los alumnos que aprenden en las escuelas Waldorf en comparación con otros centros. Sin embargo, desde estos colegios argumentan que el 94% de sus alumnos acceden a la Universidad, y muchos de ellos acuden a centros de gran prestigio como Berkeley ,Vassar y Oberlin.