Cada verano, por estas fechas, un jarro de agua fría ha caído sobre muchos hogares: su hijo ha sacado malas notas. Un cúmulo importante de suspensos es, para la mayoría de familias, una pésima e inoportuna noticia que llega justo en vísperas de vacaciones, cuando contamos los días que nos quedan para dejar de ir a trabajar y empezamos a vislumbrar nuestro merecido descanso estival como una concatenación de situaciones agradabilísimas. Aunque luzca un sol cegador, ese día una nube ensombrece la casa. Porque las malas notas a final de curso no solo afectan al apesadumbrado adolescente que se las ha ganado a pulso, sino también a los padres que las reciben y que, con frecuencia, no saben cómo reaccionar. Pues bien, todo es más fácil si tiene en cuenta unas simples reglas.
No monte en cólera
“Los gritos y la excesiva aspereza no solucionan nada”, sostiene Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y Pedagogía y profesor de la Facultad de Educación en la Universidad Complutense (Madrid). Pero tampoco es cuestión de mirar para otro lado. “En general, la actitud, además de firme, ha de ser comprensiva y estimulante”, añade. En 2008, investigadores de las universidades de Sevilla y País Vasco analizaron los perfiles de más de 800 adolescentes entre 12 y 17 años en función del estilo educativo de sus progenitores. Distinguieron entre tres tipos de padres: estrictos, democráticos e indiferentes. Así, encontraron que “los adolescentes con padres democráticos presentan (…) un mayor interés hacia la escuela y un mejor rendimiento académico”. Por el contrario, aquellos que crecían en familias demasiado severas o apáticas tendían a presentar un rendimiento escolar más bajo y problemas emocionales. Bendito término medio.
Exija un ‘mea culpa’ al estudiante
Es lógico que no se ponga como unas castañuelas. Enfadarse es normal, pero ¿sirve de algo? Carlos Pajuelo, psicopedagogo y profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura, ha escrito un libro sobre el tema: Cómo sobrevivir a los suspensos de tus hijos (Espasa, 2015). Opina que el objetivo de toda reacción ante unas calificaciones deficientes es intentar que los hijos se responsabilicen de los suspensos. “Cuando se suspende es porque se ha estudiado poco o no se ha estudiado. Para que el niño pueda cambiar necesita reconocer que no ha estudiado. Si, en cambio, dice que ha sido mala suerte o que le tienen manía, entonces no hay opción de mejoría”, afirma.
Evite que le coja por sorpresa
Las malas calificaciones (igual que las buenas) se ven venir. Generalmente, los suspensos al final de curso vienen precedidos de malos resultados en evaluaciones anteriores. “Por tanto, no hay por qué escandalizarse ni mostrar un estilo agresivo con los hijos, que puede provocar en ellos reacciones muy negativas, como miedo o rebeldía”, alerta el profesor Martínez-Otero.
Cuente hasta diez
O lo que es lo mismo, posponga la regañina hasta que esté seguro de que usted afrontará el asunto con tranquilidad: “Lo fundamental es que si nota que se le hincha la yugular, a lo mejor tiene que esperar un par de días para hablar con su hijo”, dice Carlos Pajuelo. “Debemos hablarle de manera serena. Podemos herir gratuitamente a nuestros hijos y además nos sentiremos mal. Uno tiene que darse un poquito de tiempo. Pueden ser dos días o dos horas”.
Relativice
Las malas notas, incluso las muy malas, no implican automáticamente recurrir a Hermano mayor. Todos podemos dejarnos influir por los comentarios agoreros que vienen del exterior, y es fácil regodearse en ideas tremendistas como “hay que estar muy encima de los niños, porque si no…”. Tampoco conviene que nos carguemos de culpa. Como apunta Carlos Pajuelo, “la sociedad responsabiliza a los padres de casi todo lo que hacen los niños. Nos han hecho creer que los padres somos omnipotentes, y eso no es así”.
No castigue: establezca consecuencias
Expertos como Carlos Pajuelo conceden que suspender debe tener consecuencias (nada de castigos ideados como venganzas), dirigidas a obtener en septiembre los resultados deseados. Es más, dichas secuelas deberían ser anunciadas durante el curso, para que los hijos sepan a qué se exponen si vuelven a casa cargados de suspensos. “A los padres les diría: ‘No busques lo que fastidiaría al niño’. No se trata de incordiar. Creo que es más cuestión de pérdida de privilegios, como determinar un horario de estudio en verano y otorgar unos privilegios si se cumplen. Siempre enfocado a conseguir lo que queremos: que los hijos se pongan a estudiar”. Un estudio de la Universidad de California (EE. UU.) destaca que los castigos desafiantes y desproporcionados provocan en los hijos perturbaciones cognitivas y emocionales como hostilidad, nerviosismo y problemas de personalidad y reducen la eficiencia en la escuela. En cambio, los castigos leves y proporcionados («las consecuencias”) tienen algunos efectos beneficiosos: restauran más rápidamente los lazos emocionales, refuerzan un comportamiento asertivo y estimulan la consecución de un fin.
Impida que le arruinen las vacaciones
“Te has quedado sin vacaciones”, se oía decir a algunos padres en el pasado. Hoy, esa drástica determinación no es tan habitual, posiblemente porque nos hemos dado cuenta de que el hecho de que el niño se quede en la ciudad, tal vez con los abuelos, no garantiza que vaya a clavar los codos, y que poniendo tierra de por medio lo único que conseguiremos es echarnos de menos los unos a los otros, convirtiendo las vacaciones en algo triste. Si para evitar la separación usted y su pareja están sopesando renunciar al asueto, también es una mala idea. “Eso generaría en el hijo la sensación de ser el culpable de haberlas arruinado”, dice Carlos Pajuelo: “Otro asunto es que en esas vacaciones haya algo que el hijo que ha suspendido no va a poder tener. Si debe dedicar tiempo a estudiar, habrá cosas que tendrá que dejar de hacer”. Martínez-Otero es de la misma opinión: “No hay por qué alterar las vacaciones de modo significativo. Lo que sí hay que tener en cuenta es una correcta distribución del tiempo del hijo para cada parcela: estudio, descanso, disfrute/ocio y relaciones familiares y sociales”. Piense que cualquier lugar es bueno para estudiar o contar con el refuerzo de un profesor particular. Y si, pese a todo, le cuesta abordar el problema con temple, hay un método infalible para aplacar su ira: mírese en el espejo de su adolescencia. ¿Acaso era usted el estudiante perfecto?
Miguel Angel Bargueño http://elpais.com/elpais/2015/06/25/buenavida/1435240631_700718.html?id_externo_rsoc=FB_CM