Según datos del reciente informe El sector ecológico en España 2018, elaborado EcoLogical, el mercado ecológico español, pese a seguir siendo proporcionalmente muy pequeño (1,69% del total), continúa creciendo en dobles dígitos tanto a nivel de mercado interior, con 1.656 millones de euros (+12,55% respecto a 2015), como en lo referente a gasto per cápita, que llega ya a los 36,33€ al año (+12,58%). Estos datos sitúan a España por primera vez entre los diez primeros países por volumen de mercado interior, aunque lejos aún de las principales potencias europeas como Alemania o Francia.

Dentro de ese crecimiento imparable, la alimentación infantil se sitúa como uno de los segmentos de mayor desarrollo. Así lo corrobora el hecho de que la categoría de alimentos infantiles eco se sitúe según el informe como la tercera que mayor representación tiene en las importaciones (entre el 15 y el 20% del total). También los datos del Estudio Iri: El consumo Eco y Bio en España 2017, que muestran cómo la ventas se dispararon un 90% entre 2016 y 2017, un periodo en el que el sector alimentario infantil no ecológico, contrariamente, vio como sus ventas se reducían casi un 3%.

Este crecimiento, a nivel micro, lo han notado también en cadenas de supermercados ecológicos como GranBiBio, donde desde la apertura de su primer súper en 2015, según explica su CEO, Juan Antonio Martínez Rubio, han visto cómo esta familia de productos crecía un 5% anual en el ticket de compra, a lo que habría que añadir el aumento del 10% en el número de referencias. “La alimentación infantil en el sector ecológico es un valor al alza”, explica el responsable. Una opinión que comparte Diego Roig, director de EcoLogical, que añade que el aumento de demanda “no ha pasado desapercibido para la industria agroalimentaria nacional, tanto a nivel de grandes empresas como de nuevas iniciativas empresariales, que han respondido en los últimos años creando nuevas líneas bio para el público infantil”.

Un ejemplo de esta creciente atención por el mercado ecológico infantil es Yammy, la marca de potitos infantiles ecológicos y elaborados como en casa creada por dos padres emprendedores, Lola Zozaya y Alfredo De Lara. En junio de 2017 lanzaron sus primeros productos al mercado. Apenas un año después sus potitos se pueden encontrar ya, incluso, en lineales de grandes superficies y al cierre del primer semestre de 2018 su facturación había aumentado en un 80%. “Vimos que para lanzar un producto de calidad infantil éste, sí o sí, tenía que ser ecológico, ya que creemos que hay una falta de innovación tanto en la variedad de ingredientes como en la calidad de los productos que se ofrecen para los bebés. Otros países del norte de Europa, Asia o Estados Unidos tienen una variedad muy amplia. En España tenemos que cambiar un poco la mentalidad de las cuatro frutas básicas. Y en ellos estamos”, reflexiona De Lara.

La salud como principal motivo de compra

Divulgadores como el doctor en bioquímica y biología molecular por la Universidad de Valencia José Miguel Mulet han querido matizar en los últimos tiempos el reclamo de “saludable” de los productos alimentarios ecológicos. Así, en su último libro, ¿Qué es comer sano? Las dudas, mitos y engaños más extendidos sobre la alimentación (Destino), explica que el contenido nutricional de un producto ecológico y de otro que no lo sea “va a ser muy similar, y eso es lo que señalan la mayoría de los estudios comparativos (…) Por tanto, el consumo de productos ecológicos solo puede justificarse por motivos filosóficos o políticos”.

Sin embargo, según los resultados del estudio de EcoLogical, la salud es la principal motivación de compra de los consumidores ecológicos españoles, seguida de la ausencia de pesticidas y fertilizantes, la calidad superior o el sabor. En un escalón inferior aparecería el cuidado de la naturaleza. “Alrededor de estos argumentos de consumo la principal motivación de los progenitores es el pensar que comprar ecológico les hace ser, en cierto modo, mejores padres”, añade Diego Roig.

Para Juan Antonio Martínez, por su parte, en este tipo de compra “priman los valores que ofrece la alimentación ecológica (productos sin conservantes, ni aditivos y sin trazas de pesticidas) para no poner en peligro la salud de los más pequeños”, algo a lo que habría que añadir el hecho de que los padres consumidores de productos eco buscan para sus hijos “un producto lo más parecido a lo que podrían elaborar de forma natural en su propia casa”.

Saben de esta última y creciente demanda de los padres actuales en Yammy. No en vano, tienen en el proceso de cocinado artesanal y casero de sus potitos uno de sus principales reclamos. “Los padres que compran nuestra marca buscan confianza y calidad. Saben que con nuestros productos sus bebés van a estar realmente nutridos por nuestro proceso de cocinado casero y por los ingredientes naturales que utilizamos. Además, cada vez más buscan que lo que compran no tenga azúcares añadidos, sal o aceite de palma y saben que con nosotros están tranquilos en ese aspecto”, argumenta De Lara.

El boom de los padres millennials

No hay un rango de edad 100% consensuado para abarcar a los miembros de la Generación Y, también conocidos como millennials, pero de forma más o menos aproximada podemos hablar de aquellos nacidos entre 1984 y el año 2000. En todo caso, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente recogidos en el estudio de EcoLogical, este grupo de población que aún no ha llegado a los 35 años acapara el 30% de las compras del mercado ecológico en España, seguido de cerca por la franja de edad de 35-44 años (26%). “Se trata de un fenómeno que se viene produciendo a nivel internacional. Un reciente estudio publicado a finales del año pasado por la Organic Trade Association, la principal organización empresarial bio de EEUU, aseguraba que los millennials son también los principales compradores de productos ecológicos en Norteamérica”, contextualiza Roig.

Y esto es una promesa de crecimiento para el sector ecológico infantil. No en vano, según el director de EcoLogical, “el 25% de los millennials ya son padres y se calcula que en los próximos 15 años ese porcentaje de familias aumentará al 80%, provocando un mayor desarrollo del mercado”. “Se presentan muy buenas expectativas”, corrobora Juan Antonio Martínez Rubio, que no obstante considera que aún queda mucho trabajo por hacer a nivel de “concienciación y comunicación de los valores añadidos que ofrece este tipo de alimentación”.

Afirma por último De Lara que como marca han llegado al mercado eco “en un momento en el que los padres cada vez vigilan más lo que compran para sus bebés”. En ese sentido el cofundador de Yammy considera que a los consumidores bio de toda la vida se han sumado en los últimos años “una gran cantidad de padres que sin ser consumidores bio al 100%, sí empiezan a buscar productos ecológicos porque cuando se trata de la alimentación de sus bebés solo buscan lo mejor y aquello que sea lo más casero y artesanal posible”.

https://elpais.com/elpais/2018/07/09/mamas_papas/1531122349_798142.html

Francia acaba de anunciar que cumplirá con su promesa electoral de prohibir el móvil en las escuelas. Resulta curioso que una promesa así pueda llevar a un político al poder en los tiempos que corren. Spain is different, desde luego. Aquí, acaba de proponerse un proyecto de ley que baja de 14 a 13 años la edad para consentir al tratamiento de los datos —y por lo tanto para darse de alta a una red social—, a pesar de que el marco legislativo europeo recomendaba 16 años a sus Estados miembros. Unos hablan de “una generación pérdida”, mientras que otros aseguran que “la tecnología es neutra y que el impacto dependerá del uso que se haga de ella”.

¿Es neutra la tecnología? Veamos el caso de una tecnología “neutra”: una nevera. Supongamos que cada vez que abrimos la nevera, se enciende la luz. ¿Volveríamos a abrirla varias veces para ver si se ilumina? No hacemos eso, porque nos resulta previsible que ocurra -mientras la bombilla no se funda-. La luz no provoca fascinación, ni adicción, porque no hay descarga de dopamina en el cerebro cuando abrimos neveras. Ahora bien, imaginémonos que cada vez que abrimos una nevera “inteligente”, nos da noticias en directo de la erupción de un volcán en una ciudad cercana, estadísticas de las personas que han pensado en nosotros en tiempo real, nos dice si esos pensamientos fueron positivos o no, y además nos enseña comidas distintas de las que podemos escoger para comérnoslas inmediatamente con una presentación impecable. ¿Cuántas veces abriríamos la nevera cada día? ¿Creemos que el uso de esa nevera no impactaría en nuestros hábitos alimenticios? ¿En nuestro peso? ¿En la cantidad de tiempo que pasamos en la cocina? ¿En el tiempo que dejamos de dedicar a otras actividades?

Decía Marshall McLuhan que “la postura según la cual la tecnología es neutra es la del adormecido idiota tecnológico”. Frase dura, pero de una curiosa vigencia, después de que Mark Zuckerberg haya confesado en uno de los eventos más destacados de su interminable gira del perdón, su comparecencia ante los representantes del Congreso de los Estados Unidos: “hemos creado una herramienta neutra, pero no hemos pensado en como podía ser usada para hacer el mal”. ¿Solución? La contratación de 20.000 personas que revisarán nuestros muros al peine fino y eliminarán los contenidos considerados “no seguros para la comunidad”. Y muy recientemente, Facebook sorprendió una vez más con el anuncio de la contratación de “especialistas en credibilidad de las noticias”, eufemismo divertido por “editor de noticias de medios de comunicación”. Un duro golpe para un medio que siempre se posicionó como “neutro”. ¿Cómo se decide si un contenido es seguro, o no? ¿Cuál es el criterio? El de la neutralidad. La neutralidad todo poderosa de una empresa que se atribuyó a sí misma la infalibilidad para emitir el sello del nihil obstat sobre el contenido emitido y consumido por sus 2.200 millones de usuarios, nada menos que una tercera parte de la población mundial. Ninguna religión, ninguna organización en el mundo tiene actualmente tantos adeptos susceptibles de ser influidos por el incuestionable dogma de la “neutralidad”. Un dogma con tantas fisuras, que se está empezando a convertir en una pesadilla recurrente para Zuckerberg.

Si pensábamos que el impacto que tiene la tecnología depende del uso que se hace de ella, es que nos olvidamos de que, en la vida, no hay nada gratuito. Cuando usamos una herramienta, tenemos que pagar un precio por ella. Otra cosa es que no seamos conscientes de ello, por mucho consentimiento y acuerdo de uso con letra pequeña que hayamos firmado con el dedo. En el caso de las redes, lo que entregas, no es dinero, eres tu mismo. No solo por las horas y por la preciada atención que le dedicas. Va mucho más allá de eso. Las plataformas que ofrecen contenidos en las redes, o que permiten a los usuarios compartirlos, no están en el negocio de entregar contenidos a cambio de nada. Están en el negocio de entregar usuarios a los que patrocinan sus plataformas y esos contenidos, o incluso a terceros. Por lo tanto, la moneda de cambio por el uso de las redes, es el usuario. Eres tú, o es tu hija o tu hijo. Y pronto podrá hacerlo sin tu consentimiento con tan solo 13 años.

Y si pensamos que el impacto no se aprecia, recordemos que 30 segundos de una publicidad en la Super Bowl valen más de dos millones de dólares. Las empresas no gastarían ese dinero si ello no tuviera un impacto directo e inmediato en el consumo o la apreciación de sus productos o de sus marcas. La atención del usuario y su información privada es un bien preciado que nunca había sido objeto de tanto poder económico y político. Tanto es así, que sabemos que una empresa de consultoría política —Cambridge Analytica—, se hizo indebidamente con la información de más de 50 millones de usuarios de Facebook, consiguió influir en el resultado de las elecciones americanas y cambiar el curso de la historia de la democracia.

Hace unos días, Facebook confesó el intercambio de datos de usuarios con al menos 60 empresas, entre ellas Apple, Amazon, Samsung y Microsoft. ¿Quizás sea esa la explicación por la que el joven fundador de Facebook tiene las entradas del audio y de la cámara de su dispositivo tapadas con un celo oscuro? ¿Podemos, entonces, razonablemente asumir que un menor de 13 años tiene la madurez suficiente para dar su consentimiento a una actividad que tiene tantas implicaciones?

Algunos dicen que, si les quitamos el Internet a los jóvenes, es como si les quitáramos la sangre. ¿Es posible defender la neutralidad de una tecnología de la que hablamos en esos términos? La tecnología en una mente no preparada para usarla, difícilmente será neutra. Y menos si está diseñada para la adicción. Nuestros hijos son hijos de su tiempo, y es cierto que su tiempo no es el nuestro. Pero si deseamos lo mejor para ellos, no podemos dejar que sean esclavos de su tiempo; para ello, necesitamos leyes que no dejen a los padres fuera de juego.

https://elpais.com/elpais/2018/06/11/mamas_papas/1528699518_619925.html

“Cuando doy una charla un sábado por la mañana y veo que se plantan allí 200 profesores mi sensación es que los docentes son personas excelentes, súper motivadas, con ganas de mejorar la calidad de vida de sus alumnos con dislexia. Creo que lo que sucede es que faltan recursos en el sistema educativo”, aseguraba recientemente en una entrevista la científica Luz Rello, autora de Superar la dislexia (Paidós). Y su opinión la comparte Araceli Salas, fundadora de la asociación Dislexia y Familia (Disfam), que lamenta que, aunque existe una Ley Orgánica de Educación que promueve la inclusión de los niños con dislexia; y a pesar de que muchas Comunidades Autónomas han desarrollado esa Ley a través de decretos que amparan a los alumnos con trastornos específicos del aprendizaje, “luego todo queda siempre en papel mojado”.

Y queda en papel mojado fundamentalmente para Salas por la falta de recursos y de inversión que impiden la formación y la sensibilización de los equipos directivos y los docentes de los centros públicos. “Existe profesorado consciente de este problema y que se forma, se asesora y trabaja codo a codo con las familias, pero luego hay otro grupo que por falta de formación más que de voluntad, no tienen esa sensibilidad hacia el problema. Porque una cosa es saber qué es la dislexia y otra entenderla. Cuando tú la entiendes y te pones en los zapatos del alumnado con dislexia es cuando se te activa otra mirada y comprendes que un niño no puede acceder al aprendizaje si no tiene unas adaptaciones metodológicas o de acceso”, sostiene.

Y esas adaptaciones no significativas, recogidas en la propia Ley, como leer las preguntas del examen una a una en voz alta, dar más tiempo para responderlas, tener más en cuenta en los alumnos con dislexia el contenido de sus respuestas que las faltas de ortografía, que son un síntoma de su trastorno del aprendizaje, o no poner dos exámenes el mismo día, se están aplicando ya, según la fundadora de Disfam, por parte de muchos profesores. El problema, para Salas, es que existen directores de centro y maestros sensibilizados, “pero no hay una línea, una normalización que permita decir que un colegio es inclusivo con los niños con dislexia, algo a lo que tampoco ayudan las dinámicas que existen de profesores y orientadores itinerantes, porque dificulta el que pueda haber un centro con unas bases sólidas”.

El resultado es que es difícil encontrar colegios e institutos públicos que sean referentes por su política de inclusión educativa con los niños con dislexia y otros trastornos del aprendizaje, lo que lleva a muchos padres a hacerse “la pregunta del millón”: ¿A qué colegios podemos llevar a nuestros hijos?

Autoestima por los suelos

Y “la pregunta del millón” suele surgir porque un niño con dislexia lo pasa mal en un centro en el que no se hacen las adaptaciones necesarias para su completa inclusión educativa. Sienten que no pueden alcanzar el ritmo de sus compañeros y cargan muchas veces con el estigma de “tontos”, lo que supone también una merma en su autoestima. Lo explica la propia Luz Rello en su libro, cuando cuenta cómo descubrió a Marie Curie, cómo soñó ser como ella, y cómo se avergonzó de su propio deseo “porque en el fondo ya sabía que yo no era lo suficientemente inteligente para llegar a serlo”.

“Desgraciadamente este sentimiento es bastante habitual en los niños y niñas cuando llegan a nuestro colegio, han estado mucho tiempo comparándose con los demás compañeros y han podido ver desde pequeños que ellos aprendían y olvidaban las letras, que no leían ni escribían como sus compañeros, sino que leían más despacio y escribían con muchas faltas de ortografía. Y todo este sufrimiento lo han ido arrastrando, muchas veces en silencio y afectando a su autoestima”, sostiene Elena Aloy, directora del colegio El Brot (Barcelona), un centro concertado que surge de la Fundación Pedagógica homónima, creada para dar soporte a los alumnos que padecen trastornos del aprendizaje, principalmente dislexia.

Algo parecido observa con cada alumno que viene rebotado de otro centro Carlos González, jefe de estudios del colegio privado Nuevo Velázquez, un centro de referencia en Madrid en la educación de niños con déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH) y dislexia. “Estos niños en un momento dado han hecho un gran esfuerzo, no han sacado los resultados esperados, y hacen un razonamiento muy lógico: si estudio y no obtengo resultados, para qué voy a estudiar. Así que es una bola que empieza siendo pequeña, pero que poco a poco crece y que deriva en problemas de autoestima y motivación”.

¿Y cómo se siente un niño que viene de una experiencia así al entrar en un cole que les apoya y comprende sus limitaciones?, preguntamos a la directora de El Brot. Poco a poco van levantado la cabeza, la espalda, empiezan a mirar de frente y a la vez entienden que ellos también pueden aprender, aunque sea de diferente manera. Terminan creyendo en sus posibilidades, en sus capacidades y se muestran muy motivados por la etapa escolar que les toca vivir”, responde.

Adaptaciones significativas, refuerzo positivo e implicación de las familias

Uno de los aspectos que llaman la atención de estos colegios especializados en la inclusión educativa de niños con dislexia y otros trastornos del aprendizaje es la baja ratio de alumnos por clase. En el caso del colegio Nuevo Velázquez tienen 15 alumnos por aula, un número que según su jefe de estudios consideran en el centro que “es lo suficientemente amplio como para que los niños tengan sensación de grupo y lo suficientemente reducido como para trabajar de una manera muy personalizada con los alumnos, lo que nos permite entrar con profundidad en las peculiaridades de cada uno de ellos”.

No obstante, tanto González como Aloy consideran que el de la ratio no es el aspecto fundamental ni un factor único que explique la implicación de estos centros. Una opinión que refrenda Araceli Salas, para quien el hecho de que haya maestros en la escuela pública que implantan adaptaciones para ayudar a los niños con dislexia aun teniendo 24 o 25 alumnos “demuestra que es posible. Lo que falta es sensibilización y voluntad. Y formación para saber cómo hacerlo”.

“Es importante contar con un profesorado sensibilizado en el respeto a su individualidad con adaptaciones específicas y que aplique nuestra metodología flexible que permita y trabaje a distintos ritmos y niveles”, concede Elena Aloy, que añade que el objetivo del centro es crear un entorno favorable “para potenciar sus habilidades, capacidades y su autoestima”. Para ello en El Brot han prescindido de los libros y han adaptado la metodología Decroly, priorizando la motivación del alumno, los aprendizajes útiles para la vida y una reorganización del currículo con una globalización de los aprendizajes a partir de los centros de interés. “El objetivo de la educación que impartimos en nuestro colegio es que nuestros alumnos con dificultades específicas de aprendizaje puedan integrarse en el futuro en una sociedad competitiva y no tengan un sentimiento de frustración ni baja autoestima”, afirma.

En el colegio Nuevo Velázquez, por su parte, sustentan su trabajo con los niños con dislexia en cinco puntos clave. Por un lado, en el refuerzo de la autoestima y la motivación. En segundo lugar, en el aprovechamiento máximo del tiempo de estancia en el colegio. “Lo que ocurre con niños con dislexia es que el tiempo que pasan en el colegio lo aprovechan muy poco, lo que les supone hacer un esfuerzo extra muy grande cuando llegan a casa. Por eso vemos fundamental que el esfuerzo de aprendizaje se haga en el colegio a través de una metodología muy práctica, con mucha interacción con el profesor, con trabajo de tiempo extra en biblioteca”, sostiene el jefe de estudios.

En tercer término aparece el trabajo de técnicas de estudio. En cuarto lugar el refuerzo positivo, el destacar aquello que hacen bien, algo “que funciona muy bien en estos niños porque les hace sentir importantes”. Y, por último, un aspecto esencial, la comunicación “constante y fluida” con los padres y con los profesionales que trabajan con los niños. “Trabajamos de una manera muy artesanal, contando a la familia absolutamente todo lo que ocurre en el centro, y pedimos además que todo lo que ocurre en casa, todo lo que preocupe a los padres, nos lo trasladen. Planteamos una comunicación de ida y vuelta”.

Y es que las familias son un pilar fundamental. Así lo ven también en El Brot, donde tras largos caminos de tratamientos y terapias se encuentran con familias “cansadas, derrumbadas y desmotivadas hacia la respuesta que les ha dado el sistema educativo”. Padres que, como explica Elena Aloy, han tenido que hacer “de maestros particulares, de entrenadores para motivar a los niños y en muchos casos no han podido hacer solo de padres, por lo que piensan que han fracasado en su labor. Nosotros tenemos que sacar esta culpabilidad que todavía los limita más. Cuando un alumno comienza a levantarse contento para venir por la mañana al colegio ya mejora el bienestar de las familias y esta es una de nuestras metas principales”.

Medidas no significativas de las que se benefician todos los alumnos

Para Carlos González, jefe de estudios del Colegio Nuevo Velázquez, es importante que los niños que acuden a su centro “no se sientan estigmatizados, que no tengan la sensación de llegar a un colegio especial. Nuestro colegio es totalmente normal, pero con una sensibilidad especial a alumnos con este tipo de dificultades”.

Por ello, las medidas no significativas que se pueden adaptar en un aula para lograr la inclusión de los niños con dislexia (leer las preguntas en voz alta, dejar más tiempo para responder o prestar más atención al contenido de una respuesta que a las faltas de ortografía) tampoco deberían ser un motivo de estigma. Así lo defiende Araceli Salas: “Hay que estandarizar y normalizar estas medidas. Que llegue un momento en que igual que nadie cuestiona que si un niño lleva gafas está en ventaja respecto a sus compañeros, nadie cuestione tampoco que haya adaptaciones para el alumnado con dislexia”.

Entre otras cosas porque de esas adaptaciones, según los expertos, se benefician no solo los alumnos con dislexia, sino también el resto de compañeros. “Absolutamente todo lo que se plantea para alumnos con dislexia es perfectamente aplicable para alumnos que no tienen este trastorno del aprendizaje. Todos los alumnos se benefician de esas adaptaciones. Para los niños con dislexia estas medidas son fundamentales, pero para el resto también son convenientes”, concluye González.

 

https://elpais.com/elpais/2018/11/22/mamas_papas/1542878237_610127.html

Cuenta Luz Rello que cuando era pequeña y descubrió a Marie Curie, enseguida supo que quería ser como ella. También que lloró al pensar que, debido a su dislexia, ella jamás sería lo suficientemente inteligente para alcanzar esa meta. Hoy, sin embargo, su nombre se cuela junto al de la científica polaca nacionalizada francesa cuando se trata de ofrecer a las niñas referentes femeninos en el mundo de la ciencia. A través de Change Dyslexia y de la app Dytective Luz Rello ha conseguido visibilizar este trastorno del aprendizaje y agilizar su diagnóstico y las posibilidades de superación. Ahora presenta Superar la dislexia (Paidós), un libro que se mueve a medio camino entre el manual teórico y la biografía, porque en él la científica madrileña ofrece muchos datos científicos y muchos consejos, pero también se desnuda contando aspectos y situaciones personales que hasta ahora no habían salido de su círculo de confianza.

PREGUNTA. Superar la dislexia, como bien dice Juan Carlos Ortega en el prólogo, podría ser un manual sobre la dislexia, pero sin embargo también es un libro muy personal, en el que en cierto modo te desnudas contando muchas experiencias vitales. ¿Ha sido liberador escribirlo?

RESPUESTA. Para mí ha sido difícil escribir el libro. Y no por lo obvio, que es que tengo dislexia, sino por la parte personal, porque he contado cosas que hasta ahora había compartido con muy pocas personas. Al principio solo quería contar en el libro algunas pequeñas anécdotas, pero cuando lo empecé a escribir contacté con algunas madres que me animaron a contar cosas personales porque muchos padres se iban a ver reflejadas en ellas con sus hijos. Más que liberador ha sido un proceso duro, pero si sirve a alguien, bienvenido sea.

P. Este libro y mucho de lo que has conseguido en la vida empezó a nacer cuando eras pequeña, soñabas con ser Marie Curie y un día tras otro te topabas con las dificultades que, en forma de errores ortográficos y suspensos, la dislexia ponía en tu camino. ¿Crees que eres lo que eres hoy gracias en parte a la dislexia?

R. Creo que hay al menos tres cosas que me ha dado la dislexia y de las que me he dado cuenta al escribir el libro. La primera es la perseverancia o tolerancia al error. En investigación nada sale a la primera y veo a compañeros que se frustran, que abandonan investigaciones, mientras yo pruebo y pruebo hasta que consigo lo que quiero. No me afecta que las cosas me salgan mal y creo que esto es algo común en muchas personas con dislexia. La segunda es la capacidad para trabajar en equipo y colaborar, porque si tienes dislexia desde muy pronto te das cuenta de que tú solo no puedes hacer las cosas bien, sino que necesitas confiar y apoyarte en la gente. Y por último diría que me ha hecho en cierto modo tener empatía y mantener los pies en el suelo, porque tengo claro que no me quiero convertir en el tipo de gente que se reía de mí de pequeña.

P. “De pequeña detestaba mis fallos, pero ahora les digo a todos los niños que deben valorarlos, porque en sus fallos está la clave para superar sus dificultades”, escribes en la introducción. ¿Qué sentiste al comprobar que los errores vinculados con la dislexia no eran arbitrarios, que tenían un patrón, que la solución para la dislexia, como escribes, estaba dentro de las personas con dislexia?

R. Flipé. Primero descubrí que existían patrones lingüísticos, que los errores no eran aleatorios. Pero cuando vimos que si eso lo aplicábamos a ejercicios, los niños mejoraban, entonces ya alucinamos. Mi equipo y yo llorábamos de alegría. Toda la vida buscando la solución y resulta que esta estaba dentro de los propios niños con dislexia, que con sus propios errores podían mejorar. Es algo precioso, brutal, se me pone la piel de gallina solo de contarlo.

Sí que quiero dejar claro que los ejercicios de Dytective funcionan en combinación con la terapia que los niños reciben en las clases de apoyo de los colegios. En nuestro estudio con 112 niños hemos visto que hay mejoras significativas al combinar ambos aspectos en comparación con recibir únicamente la atención de los orientadores del colegio. Aún estamos lejos de que una aplicación informática pueda por sí sola ayudar a los pacientes con dislexia, es algo muy personal que necesita el cara a cara.

P. Uno de los problemas es que muchas veces las personas con dislexia y su entorno tardan en comprender qué provoca esos errores, qué hay detrás de ello. ¿Fuiste una afortunada o en tu caso también tardaron en diagnosticarte la dislexia?

R. Me siento afortunada en general, principalmente por la familia que he tenido, que nunca dio importancia a mis notas y nunca me metió presión. He tenido un contexto favorable para poder superar la dislexia aunque a mí me la detectaron tarde, con diez años, estando ya en quinto de primaria, así que creo que los niños de hoy en día tienen que ser más afortunados que yo para que no pasen por cosas que las personas de mi edad hemos tenido que pasar.

P. Justo te iba a comentar eso, que hoy se ha avanzado bastante en ese diagnóstico. ¿Es la precocidad del diagnóstico fundamental para el futuro de los niños con dislexia?

R. Fundamental, por eso nos hemos volcado tanto en que Dytective sea una herramienta gratuita para hacer un primer cribado de dislexia y llegar al máximo número de personas posible.

P. Porque Dytective lo que hace es un cribado, no un diagnóstico, ¿verdad?

R. Exacto. Hace un cribado y si existen posibilidades de tener dislexia te remite al servicio psicopedagógico del colegio o a un profesional externo para tener un diagnóstico. Ahora mismo tenemos en la aplicación una sensibilidad del 81%, es decir, que de cada 10 niños que salen con riesgo de dislexia en Dytective, ocho van a ser disléxicos realmente.

P. ¿Cómo se puede apoyar a un niño disléxico?

R. En la superación de la dislexia hay tres patas fundamentales en las que he querido focalizar mucho en el libro. Por un lado están los padres, que tienen que trabajar mucho en el tema de la autoestima y el apoyo emocional, no presionando a sus hijos, que ya tienen bastante presión del colegio, del terapeuta y de sus compañeros. Por otro está el colegio, que es importante que haga las adaptaciones necesarias, como poner las preguntas de los exámenes en tipografía más grande, leer las preguntas del examen en alto… Y, por último, están los terapeutas, que tienen que seguir con sus terapias y si ya utilizan nuestra aplicación como complemento, pues será la leche.

P. En tu caso cuentas la historia con tu profesora Luisa María Bellot, que en cierto modo fue una especie de ángel de la guarda para ti. Sin embargo, la dislexia está muy relacionada con el fracaso escolar.

R. El año pasado hicimos un estudio en 40 colegios de la Consejería de la Comunidad de Madrid en los que utilizamos Dytective para conocer la prevalencia de dislexia. Aún no está publicado, pero nos sale que es de entre un 6% y un 7%. Saber de este porcentaje cuántos acaban fracasando escolarmente es algo que no está estudiado, aunque seguramente el porcentaje sea alto. Nuestra idea con este estudio, en el que este año ya van a estar incorporados 100 coles de la Comunidad, es hacer un estudio longitudinal para ver dentro de cuatro años lo relacionado que está el fracaso escolar con la dislexia.

P. Dices que el porcentaje seguramente sea alto. ¿Qué falta a nivel educativo para dar la vuelta a estas estadísticas?

R. La verdad es que cuando doy una charla un sábado por la mañana y veo que se plantan allí 200 profesores, mi sensación es que los profesores son personas excelentes, súper motivadas, con ganas de mejorar la calidad de vida de sus alumnos. Creo que lo que sucede es que faltan recursos en el sistema educativo, que faltan orientadores y logopedas en los colegios. Por eso hemos hecho en parte Dytective, por liberar un poco de trabajo a estos profesionales para que puedan atender a más niños con problemas de aprendizaje, aunque lo ideal sería que hubiese más recursos.

P. Supongo que también será importante romper con los estereotipos y los estigmas con los que arrastran los niños con dislexia, como que son vagos, tontos, despistados… Al final, leyendo tu libro, me doy cuenta de que se acaban convirtiendo en autoestigmas. Que tú mismo te los crees.

R. Totalmente. Y a mí me sigue pasando hoy, que para muchos temas sigo teniendo un montón de inseguridades. A mí me dan premios y no me lo creo, escribo correos electrónicos y cuando los envió me entra el miedo de que estén llenos de erratas o en cuanto hay un error pienso que la culpa la tengo yo. Y eso es para toda la vida. En ese sentido sí que veo mejor a niños más jóvenes que han sido diagnosticados antes. Los veo más echados hacia delante, con más confianza en ellos mismos. Pero sí, el estigma al final te lo crees tú, y ya no solo porque te lo digan, sino porque lo ves tú, te das cuenta de que no vas igual que el resto.

P. En ese sentido cuentas en el libro cómo descubriste a Marie Curie, cómo soñaste ser como ella, y cómo te avergonzaste de tu propio deseo “porque en el fondo ya sabía que yo no era lo suficientemente inteligente para llegar a serlo”. Aún hoy, como dices, no te acabas de creer que te den un premio. Imagino que hay que hacer un trabajo muy fuerte con respecto a autoestima, ¿no?

R. Sí, dedico un capítulo en el libro al tema, coescrito con una psicóloga, porque este es un tema del que me preguntan mucho los padres. Y es que es muy importante. Tú imagínate que no te puedes fiar desde que eres pequeño de tu propia percepción. Eso te mina mucho y afecta mucho a tu autoestima.

P. ¿Y qué pueden hacer los padres y profesores para ayudar a los niños con dislexia a trabajar la autoestima?

R. Los profesores tienen que normalizarlo en el aula sin necesidad de decir la palabra dislexia, porque eso ya puede ser una etiqueta para el niño. Y tienen que dejar claro que todos tenemos fortalezas y debilidades y que al niño con dislexia hay que ayudarlo entre todos, de la misma forma que él ayudará a los demás en temas en los que tenga más facilidad. Creo que los colegios deberían fomentar esa ayuda, implicar a la clase estimulando las fortalezas de cada cual.

Y para los padres hay muchos consejos, pero sobre todo les diría que sean transparentes y cariñosos, que si sus hijos tienen una dificultad, se lo digan con sensibilidad, pero con normalidad. Y que apoyen al hijo para superarlo, sin trivializar el problema y sin presionarlo.

https://elpais.com/elpais/2018/10/15/mamas_papas/1539610580_799688.html?id_externo_rsoc=FB_CM&fbclid=IwAR2045dpwAaO5bbV0plO2qE1mtuxbBtZJ9Hlqx-9_e295-uSSPU3DR18iPY

72andSunny, agencia de publicidad con sede en Nueva York, Los Ángeles y Amsterdam, y el Ad Council, una ONG estadounidense que produce, difunde y promueve anuncios para el servicio público, han puesto en marcha una impactante campaña para concienciar a la sociedad sobre el peligro del consumo descontrolado de opioides. También llamados narcóticos, los opioides son unos analgésicos muy fuertes que pueden provocar dependencia y tolerancia si se administran de forma continuada.

Bajo el lema «La verdad sobre los opioides«, la campaña muestra los tres primeros días de desintoxicación de una joven adicta a los opioides que se prestó a meterse en una habitación acristalada en pleno centro de Nueva York para que todo el mundo pudiera ver su sufrimiento. Y, por si fuera poco, la terrible experiencia también fue retransmitida en directo vía `streaming´.

El resultado de esta acción ha sido un vídeo en el que la propia Rebekkah explica que su adicción empezó cuando el médico le recetó unos analgésicos opiáceos para combatir el dolor producido por una lesión en el tobillo. Cabe señalar que cada 15 minutos muere una persona en Estados Unidos por el abuso de estas sustancias y que la adicción empieza tras cinco días consumiéndolas.

 

 

Durante años, Pablo se hizo la misma pregunta: ¿cómo puede una persona estar tan enganchada a la tragaperras? Se refería a un hombre que veía todas las mañanas en la cafetería donde iba a desayunar. Siempre estaba jugando. Tiempo después se lo volvió a encontrar, esta vez en una terapia de rehabilitación para ludópatas. Ambos eran adictos al juego, con la diferencia de que los 340.000 euros de deuda de Pablo no venían de gastar dinero físico, sino de apostar online, un mercado que atrapa a cada vez más jóvenes y que crece a doble dígito en España, impulsado por unos anuncios que han invadido todos los soportes a la espera de que se apruebe un decreto definitivo que regule su emisión, pendiente desde 2011.

Los anuncios del juego ‘online’ se disparan y los más jóvenes se enganchan

“Pensaba que no era como él”, confiesa Pablo, de 33 años y empleado de banca. Pide usar un nombre ficticio antes de empezar a contar lo poco que tardó en engancharse. Gran aficionado al fútbol, empezó a jugar online con 20 años. “Apostar por internet es muy accesible y extremadamente adictivo”, asegura, en un país donde el 93% de la población ya tiene móvil a los 14 años, según el Instituto Nacional de Estadística. Ahora ve los partidos con cuentagotas y solo cuando ya han arrancado, para evitar tragarse la publicidad de apuestas, que le genera profundo rechazo.

En 2017, se emitieron más de 2,7 millones de anuncios de juego online en todos los soportes, según la consultora InfoAdex, frente a los 128.000 de 2013. Aunque todavía represente un segmento pequeño sobre el conjunto de la industria, el sector digital crece tanto en ingresos como en inversión en marketing, destinada sobre todo a anuncios y bonos, otra estrategia que hace mella en públicos de todas las edades.

“Quienes más sufren este bombardeo publicitario son los jóvenes y los que padecen alguna patología del juego”, comenta Susana Jiménez, psicóloga clínica y coordinadora de la Unidad de Juego Patológico del Hospital de Bellvitge, que cada año atiende entre 350 y 400 nuevos casos de relacionados con la adicción al juego. “Son los más sensibles a iniciarse o recaer con la publicidad”. Según el informe de percepción del juego de la Universidad Carlos III, alrededor de 230.000 personas menores de 35 presentan un “alto riesgo” de adicción en España, y los jóvenes se inician cada vez antes a esta actividad.

La prevalencia de jugadores problemáticos en España es sin embargo tan solo del 0,3%, según los estudios clínicos disponibles. Bayta Díaz es psicóloga en la Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata (APAL) donde Pablo lleva tres años en terapia. Explica que no existe relación directa entre publicidad y ludopatía, reconocida oficialmente como una adicción del comportamiento sin sustancia, pero señala que los anuncios están dirigidos a aumentar el consumo, y con ello el riesgo. «Es como si vendieran cerveza en un colegio”, ejemplifica. “En el Plan Nacional contra las drogas se habla de consumo como variable de riesgo para desarrollar una patología; igual deberíamos de tenerlo en cuenta con el juego también”.

Un negocio que crece año tras año

El canal virtual se ha convertido en la joya de la corona de un mercado que en su conjunto, sumando el juego físico, mueve menos dinero que hace diez años. En 2017, el segmento online ingresó 560 millones de euros —descontados premios y reapuestas—, cinco veces más que en 2013. Las apuestas deportivas son las grandes protagonistas de esta evolución, según datos de la Dirección General de Ordenación del Juego (DGOJ) y el Consejo Empresarial del Juego (Cejuego), que aclara que, pese a su auge imparable, el negocio digital todavía supone una pequeña parte de la facturación total de la industria.

La ley de 2011 que regula el juego online establecía que se adoptara una norma específica para los anuncios, que todavía no ha visto la luz. De momento, la referencia han sido la Ley General de Comunicación Audiovisual y un código de conducta cuya adhesión es voluntaria y cuya aplicación está supervisada por Autocontrol, organismo independiente integrado por firmas del sector, medios y agencias de comunicación, anunciantes y otras empresas. A finales de 2017, el Ministerio de Hacienda redactó un segundo proyecto de decreto ley —el primero fue en 2015, pero no llegó a aprobarse— que todavía está en tramitación.

Entre otras limitaciones, el borrador prohíbe que se traslade la idea de que el juego se relacione con el éxito personal y profesional, y obliga a incluir la coletilla Juega con responsabilidad en los mensajes, frase que también tendrán que pronunciar los rostros conocidos que protagonicen los anuncios. Asimismo, veda la emisión en horario infantil, tal y como establece la ley audiovisual, prohibición que sin embargo no se está respetando según los datos facilitadas por Infoadex. El texto tampoco tiene la capacidad de regular los anuncios en Internet más allá de los filtros presentes en las redes sociales, confirman fuentes del Ministerio de Hacienda, quienes no concretan una fecha para la aprobación de la norma.

Los anuncios del juego ‘online’ se disparan y los más jóvenes se enganchan

“Esperamos que el decreto no ponga patas arriba el sector”, comenta Miguel Ferrer, portavoz de la Asociación Española del Juego Digital, Jdigital. Ferrer confía en que la regulación final no sea excesivamente restrictiva y que las condiciones sean iguales para todos, también para las Loterías del Estado. “La publicidad y el marketing son la única vía de captación que tenemos porque no contamos con tiendas físicas”, mantiene.

Iconos de los jóvenes

Hibai López, investigador en la Universidad de Deusto, explica que la exposición prolongada al bombardeo publicitario y la elección de deportistas de elite o personajes famosos como protagonistas de los reclamos, a menudo íconos para el público más joven, contribuye a normalizar esta actividad. “Es preocupante. La gente que está en tratamiento dice que es difícil pensar que haya consecuencias negativas si lo promociona una persona a la que respetas”.

Alberto (nombre ficticio) tiene 29 años y hasta hace unos meses nadie de su entorno sabía de su problema con las apuestas. Empezó con 19 años y acumuló 60.000 euros de deuda. “Los anuncios refuerzan la idea de que jugar es normal”, cuenta en la sede de Apal después de salir de terapia. “Soy un apasionado del fútbol desde pequeño y cuando empezaron las apuestas deportivas pensé que había llegado una oportunidad. Ahora me afecta cuando veo anuncios en la tele”.

Solo en los tres primeros meses de 2018, previos al Mundial de fútbol, las empresas gastaron casi el 40% de los 112 millones que destinaron a anuncios en todo 2017, según el anuario del juego de la Fundación Codere, frente a los 70 millones de 2013 contabilizados por la Dirección General de Ordenación del Juego (DGOJ). Esta inversión, en conjunto, supera a la que realizan gigantes como El Corte Inglés, según InfoAdex. “Hicimos un esfuerzo adicional”, asegura Ferrer.

Un voluntario de la asociacion APAL para tratar la ludopatía.
Un voluntario de la asociacion APAL para tratar la ludopatía. Samuel Sanchez

A finales de 2017, el Consejo Audiovisual de Andalucía pidió que se prohibiera cualquier tipo de publicidad de juego online por radio y televisión en horario de protección de menores, tras constatar que varios anuncios se emitieron en esta franja y que en otros casos no se pudo distinguir entre los reclamos y la narración de los locutores durante las retransmisiones deportivas.

Manuel es voluntario en Apal y asegura que en los últimos tres años llegan cada vez más personas de entre 20 y 30 años adictos al juego online, muchos de ellos enganchados a las apuestas deportivas disponibles en cualquier momento en un mundo cada vez más conectado. “Siempre cuentan lo mismo: que es cada vez más rápido”, asegura este hombre de 53 años que también pide usar un nombre ficticio y que hace poco salió del túnel en el que cayó a golpe de apuesta. “Llegas a perder la perspectiva del deporte; para mí se convirtió en algo que ya no disfrutaba”, confiesa.

Diferentes estudios sobre el juego elaborados por la DGOJ y la Universidad Carlos III señalan que alrededor de 900.000 usuarios habían jugado online al menos una vez en junio, y casi un millón y medio se había conectado durante 2017 para hacer apuestas deportivas. Pero son los más asiduos, entorno al 20% los que generan el 80% del beneficio. José Antonio Gómez Yáñez, sociólogo de la Universidad Carlos III, sostiene que los anuncios son muy visibles y deben regularse. “Se tiene que restringir el horario de emisión”, recomienda.

“Es una enfermedad más oculta que otras adicciones” al no tener consecuencias físicas visibles, reflexiona Pablo, quien ha logrado recuperar su vida tras años obcecado por la adicción. “Lo que más me preocupa es que se perciba como algo normal, y los padres no vean mal que sus hijos jueguen”.

https://elpais.com/sociedad/2018/09/11/actualidad/1536676950_651442.html

La maternidad y la paternidad marcan un antes y un después en la vida de todo ser humano. Desde el nacimiento de nuestro hijo, defendemos nuestras expectativas y nuestros deseos casi con ferocidad. Lo tenemos muy claro: queremos que duerman como creemos que deben dormir, queremos que se comporten como consideramos que deben comportarse y, por supuesto, queremos que coman cómo, cuándo y cuánto estimamos que deben comer. Luego, la realidad. Y es que, sobre todo en el tema de la alimentación, padres y madres nos pasamos los primeros años de crianza angustiados por la supervivencia de esos niños que tan injustamente etiquetamos de “malcomedores”, por lo poco que pensamos que comen o por los “nadas” que parecen servirles de sustento. Tanto nos preocupamos que es un motivo recurrente de consulta en nuestras citas con el pediatra. Pero la respuesta no está en el ambulatorio sino que, casi siempre, se halla en nuestras expectativas. Obligarles a comer lo que esperamos que coman no debería ser nunca una posibilidad razonable. Una situación muy común y que merece una mención en este Día Mundial de la Alimentación.

Por qué no hay que obligar nunca a comer a un niño

“No obligue a comer a su hijo. No le obligue jamás, por ningún método, en ninguna circunstancia, por ningún motivo”. En 1999, el pediatra Carlos González ya explicaba en Mi niño no me come por qué nunca hay que obligar a un niño a comer. El dietista-nutricionista Julio Basulto confirmaba en Se me hace bola, publicado en 2013, que no existía justificación nutricional alguna para obligar. También insiste en ello a menudo en sus perfiles de redes sociales y lo reafirma al otro lado del teléfono a EL PAÍS: “Obligar a un niño a comer no es ético, ni educativo y es contraproducente. El objetivo no es que el niño coma sino que quiera comer, y que quiera comer saludable, y eso no se consigue con la coacción, con la presión, con la insistencia ni con premios y castigos. El niño es el único que sabe cuánto tiene que comer, eso no lo sabemos los nutricionistas, ni los médicos ni lo saben los padres. Solo lo sabe el cerebro del niño”.

Comparte su postura María Manera Bassols, dietista-nutricionista y autora de diversas publicaciones en torno a la alimentación infantil, quien destaca que en nuestro medio la preocupación debería ser que más del 40% de los niños y niñas tiene un problema de exceso de peso. También insiste en que obligar a comer a la fuerza, cuando se ha manifestado que no se desea o no se necesita, además de una falta de respeto hacia el niño, no es efectivo. “Habitualmente se insiste para que el niño coma más cantidad o con la voluntad de que aumente la variedad de alimentos que toma, o de que consuma determinados alimentos supuestamente saludables y que “hay que comer”. Si el niño no los quiere y le forzamos a que los coma, difícilmente los elegirá motu proprio en futuras ocasiones ya que precisamente forzar a comer suele provocar aversión y rechazo hacia los alimentos a los que se ha obligado a comer”, explica.

No obligue a comer a su hijo. No le obligue jamás, por ningún método, en ninguna circunstancia, por ningún motivo”

Recuerda Carlos Casabona, pediatra especializado en alimentación infantil, que la Academia Americana de Pediatría ya advertía a finales de los 70 en el Pediatric Nutrition Handbook, que el apetito del niño “es errático e impredecible”, y señala que no se debe forzar a comer en casa pero tampoco en el colegio. “Solo el niño sabe lo que necesita a través de un experimentadísimo mecanismo que lleva milenios funcionando a las mil maravillas: el hambre”.

Sobre las consecuencias de obligar a los niños a comer, María Vallejo Guardiola, psicóloga experta en obesidad y trastornos de la conducta alimentaria (TCA), explica que con esta acción alteramos la relación de los pequeños con la comida en el presente, pero también en el futuro, un hecho que influye también en la construcción del apego. “Si la acción de comer se fuerza, se altera su función natural. Un niño obligado a comer desconecta de su cuerpo, no disfruta de la experiencia y ven la hora de las comidas como algo aversivo. Además, el adulto que fuerza a comer no está siendo empático y perjudica el establecimiento de un apego seguro basado en la mutualidad. Un niño al que en su crianza se le ha forzado a comer tiene muchas más probabilidades de convertirse en un adulto con problemas con la comida”, cuenta. Detrás de pacientes con sobrepeso y obesidad, Vallejo ha observado que suele haber “historias de horas interminables en la mesa, donde nadie se levantaba sin el plato totalmente vacío”, algo que provoca desajustes como llegar a la edad adulta con problemas para parar de comer cuando ya se está saciado.

El soborno, la forma más habitual

Según la Academia Americana de Pediatría la forma más habitual que emplean los padres para obligar a sus hijos a comer es el soborno. Pero no es la única. En Se me hace bola, Basulto lo resume en ocho acciones: amenazas, chantaje emocional, hostilidad y despotismo, humillación, mentira, presión y/o coacción, terror, violencia y/o maltrato psicológico. Y pone ejemplos de frases como “Si no te lo comes, te llevaré al hospital y tendrán que dártelo por sonda”, “No te levantas de la mesa hasta que no te lo comas” o “Te tapo la nariz por tu bien, para que te lo tragues”.

Sobre esa acción precisamente, Gloria Colli, pediatra y autora de Tu lactancia de principio a fin, advierte que hay que tener en cuenta que obligar a comer no es solo tapar la nariz al niño y “meterle la cuchara cuando la abra para respirar”, también recurrir a frases aparentemente inocentes como “Si no comes, mamá se va a poner triste”, “Si te lo comes todo te pondrás grande y fuerte” o “Si no te comes la verdura no hay postre”. “Son recursos igualmente desafortunados porque implican además una manipulación emocional. Incluso recurrir al típico avioncito puede ser una forma de obligar si deja de ser un juego y una de las partes ya no lo encuentra divertido”, declara.

Si no te lo comes, te llevaré al hospital y tendrán que dártelo por sonda”, “No te levantas de la mesa hasta que no te lo comas”

Carlos Casabona añade otras maneras encubiertas como «teatritos», alabar las virtudes de lo que se ofrece para comer o el empleo de pantallas (móvil con vídeos o la tablet con dibujos animados). No obstante, también añade algo de optimismo: lo encuentra en los sistemas del Baby Led Weaning (BLW) o aprender a comer solo (ACS) que han llegado para quedarse. “Muchas madres jóvenes están muy bien informadas y adoptan este sistema que respeta los signos de saciedad del bebé”, dice.

Pero no solo el hogar se convierte en el escenario habitual de las presiones por la comida. Los comedores escolares también lo son. María Manera Bassols ha participado en diversas guías acerca del rol de los adultos en las comidas que comparten con niños. Hace un par de años la Agencia de Salud Pública de Catalunya publicaba el documento Acompañar las comidas de los niños. Consejos para comedores escolares y familias, que precisamente aborda este tema, tanto desde el ámbito escolar como del hogar. El texto surgía de la necesidad expresada desde el colectivo de comedores escolares (AMPAs, monitores y coordinadores de los comedores) sobre cómo posicionarse ante situaciones como la negativa a comer o a probar determinados alimentos. “El simple hecho de que se genere debate sobre cuál tiene que ser la actitud del adulto, que surjan dudas, que se pregunte a la administración que trabaja con los comedores cuál es su opinión y posicionamiento, que salga en los medios, etcétera, evidencia que algunas prácticas “tradicionales” de imposición, obligación o coerción están siendo cuestionadas”, plantea Manera.

Actualmente muchos comedores escolares están vinculados de forma directa a los proyectos pedagógicos de los centros, lo que fomenta la implicación, la participación y el aprendizaje de los niños con respecto a la alimentación. “Es verdad que un comedor colectivo es más difícil de gestionar que un hogar, y que hay determinadas prácticas, como el permitir que no se coma algo que no apetece, requiere de un trabajo coordinado y profundo con los adultos responsables del comedor y también con los niños y niñas; pero si existe la voluntad de trabajar desde esta mirada, la experiencia de muchos comedores nos dice que es posible acompañar las comidas de los niños desde este prisma”, explica María Manera.

Los niños que no comen

La alimentación es una de las mayores preocupaciones de los padres durante los tres primeros años de vida de sus hijos. Lo ve Carlos Casabona en su consulta, a la que acuden padres preocupados no solo por la cantidad sino también por el qué y cuándo dar de comer a sus hijos. “El entorno ha cambiado de manera espectacular y lo que dábamos antes con cuatro meses, ahora no se recomienda hasta los seis o siete meses. Lo que antes recomendábamos a los doce meses, ahora decimos que se puede ofertar a los seis. Esto desorienta bastante a muchas familias, pero procuramos dar los consejos nutricionales más actuales y siempre en relación con la evidencia científica que exista, por encima de intereses comerciales que siempre han estado presentes. Lo que sucede es que ahora estamos más atentos y la información corre más deprisa”, cuenta Casabona.

Considera “paradójico” el pediatra que nos preocupemos porque los niños de entre dos y cuatro años coman «poco» en la época de la humanidad en la que más sobrepeso y obesidad infantil hay: “Estamos «fabricando» los que serán adultos con obesidad, con todas las repercusiones que esto conlleva”. Insiste Casabona en que los padres “no deben preocuparse por lo que come su hijo, sino por si es feliz, corre y juega, sin coger excesivas enfermedades o cogerlas banales”, ya que no existe la desnutrición en España sino “malnutrición por exceso y por mala alimentación con calorías vacías y consumo exagerado de bollería”. No obstante, también añade que hay ocasiones en las que el pediatra deberá estudiar casos puntuales en los que haya síntomas asociados a la verdadera falta de apetito como apatía, debilidad, palidez o diarreas.

La alimentación es una de las mayores preocupaciones de los padres durante los tres primeros años de vida de sus hijos.

Gloria Colli considera que la preocupación por la alimentación de los niños es inherente a la maternidad y a la paternidad: “Siempre hay algo que nos preocupa. Si no toma suficiente leche o si toma demasiada, si come poca verdura, si no prueba la fruta, si no conseguimos que coma más sano… Y es bueno que los padres se preocupen, porque conseguimos que se informen y que se impliquen en la tarea de hacer que toda la familia haga una dieta más saludable, pero hay que tener cuidado de que no se transforme en una obsesión que les impida disfrutar de agradables momentos en torno a la comida”.

¿Qué hacer para que la hora de la comida sea un momento agradable? Colli recomienda que lo primero que debemos hacer es apagar la televisión y así aprovechar ese tiempo para charlar en familia, evitando que el tema central sea la comida. “De la comida solo se habla para felicitar al cocinero. Si a tu hijo no le gusta la verdura, por más que tú le digas 20 veces que está muy rica, seguirá sin gustarle. Si queremos que la comida sea un momento agradable, evitemos situaciones conflictivas. Y demos ejemplo. Los niños aprenden por imitación por lo que si nosotros comemos bien, al final ellos también lo harán”.

Y cuando un niño no quiere comer, ¿qué podemos hacer? Responde María Manera Bassols que debemos respetarle, igual que haríamos con una persona adulta. “Las señales de autorregulación de hambre y saciedad son innatas y, en los niños sanos son efectivas a la hora de cubrir sus requerimientos energéticos y nutricionales. En nuestro entorno, con una disponibilidad abundante de alimentos a cualquier hora y en cualquier sitio, no existe justificación nutricional para forzar a comer a alguien que no tiene hambre o no quiere comer”, concluye.

https://elpais.com/elpais/2018/10/16/mamas_papas/1539677915_443370.html?id_externo_rsoc=FB_CM&fbclid=IwAR1AXzLrjJbjbPiai_Irj_r2oxhU21t7O_S4sXIgLHW_Nmqwqa1AiKCQT1o

Sólo tres días desde el inicio del curso.

Eso es lo que han tardado en el “cole de mayores” en darnos un papel avisando de que había piojos en el área.

(Por supuesto, el mensaje ni señala ni culpa a nadie, que está muy bien para no estigmatizar a los portadores, aunque entonces no sabes si es que están en toda la escuela, solo en infantil o solo en algunas clases.)

Pero con bichos reales en la cabeza o no, ya nos pica todo. Además, el antiguo chat de padres de la escuela infantil saca humo. En los nuevos colegios donde van los antiguos compañeros de nuestra hija se encuentran con la misma alarma.

¿Barcelona está llena de piojos? ¿También culparán a Ada Colau y al Procés de esto? ¿Es todo un complot de las empresas farmacéuticas para vender más o realmente La invasión de los ultracuerpos será capilar?

Lo que está claro, nos dicen varios amigos con cicatrices piojiles, es que si lo pillan los críos lo acaban pillando los padres. Y aunque nosotros aún no estamos afectados, ya hacemos inspección diaria a la salida de clase, buscando posibles manchas rojas en el cuero cabelludo o directamente algún ultracuerpo asqueroso.

Como soy previsor, he empezado a documentarme en busca de soluciones que no incluyan raparnos al cero ni pasarnos el día lavando almohadas.

Muchas familias con historial piojil me hablan de un árbol legendario, un Ent de El señor de los anillosque en vez de aporrear orcos se carga a los piojos. Es el árbol del té, que en espray o champú protege y desenreda las cabelleras infantiles y adultas. En teoría, ese espíritu ancestral acojona a los piojos para que no lleguen de okupas, pero para mayor efectividad hay que combinarlo con una lendrera, un peine de púas metálicas, para cepillar mucho todo el cabello y arrastrar hacia la destrucción los huevos de piojo, llamados técnicamente liendres o “mierdamierdamierdaquétienesaquí”

Varias madres me comentan que desconfían de las recomendaciones de las farmacéuticas sonrientes, porque suelen usar químicos que dañan el cabello y solo matan a los piojos vivos, no a sus huevos. Y cuando los kínder sorpresa se abren, hay que repetir el tratamiento varias veces.

Como opciones más seguidas, algunas apuestan por suavizante o mascarilla que no causa tantos estragos capilares como ciertos champús y otras prefieren los centros de eliminación especializados (hay locales cuyo único modus vivendi es matar piojos), donde aspiran los piojos y las liendres se quitan manualmente.

Amplío la búsqueda: mirando tutoriales locos en Youtube, encuentro consejos muy culinarios, que se resumen en llenar el cabello de mayonesa, aceite o sal para que ahogue a los bichos, pero me suena más a aliñar ensaladas que a tratamiento efectivo.

Ante este abanico, no sé a quién creerme.

Así que antes de que las hordas de piojos sedientos de sangre y pelo vengan a por nosotros, ayudadnos, querid@s lector@s harrypateresc@s. ¿Qué remedios os han funcionado?

https://elpais.com/elpais/2018/10/04/mamas_papas/1538637860_344931.html

A nadie le gusta equivocarse. Es posible que para evitar el error no arriesguemos cuando presentamos un informe, aprendemos un idioma o realizamos cualquier tipo de actividad. De este modo, tenemos la fantasía de que así nuestra querida autoestima está a salvo. Pero aquí es donde realmente nos equivocamos, como han demostrado los resultados de un experimento de la Universidad Johns Hopkins.

En el experimento, publicado en la revista de Science Express, se pedía a un grupo de voluntarios que hicieran diversas tareas moviendo un joystick. Mientras los científicos medían la respuesta del cerebro ante los errores y aciertos, se encontraron con una grata sorpresa. Se descubrió que tenemos dos circuitos cuando hacemos cosas nuevas: uno que incorpora las nuevas habilidades y otro que procesa las equivocaciones. Este último equivaldría a un coach, que va criticando el aprendizaje, detecta nuestros fallos entre lo deseado y lo que realmente sucede y los memoriza para utilizarlos en un futuro. Curiosamente, este último circuito, el de los errores, es el que nos permite aprender más rápido. Por eso, no es de extrañar que cuando comenzamos algo no se nos dé muy bien los primeros minutos, como un deporte o hablar en otro idioma o hacer una presentación. Pensamos que es porque necesitamos calentamiento, pero, según este descubrimiento, es porque el circuito de las equivocaciones (o nuestro coach mental) necesita acumular fallos para comenzar a actuar. Por ello, cuanto antes nos metamos en el error, antes aprendemos a hacer las cosas, como defiende Scott Young, quien consiguió graduarse en el prestigioso MIT en la carrera de Ciencias de Programación. Los estudios tenían una duración de cuatro años, pero él los sacó en uno.

Según Young, leer o asistir a clase no te permite valorar si estás integrando los nuevos conceptos. Has de ponerte a prueba. En su caso, en el MIT estudió por libre y se apuntó a los grupos de trabajo para experimentar, equivocarse rápidamente, analizar el error y aprender del mismo. Con todo ello, ¡en tan solo 12 meses consiguió aprobar con éxito 33 asignaturas y realizar los proyectos requeridos! No está mal, ¿no? Por tanto, veamos qué podemos hacer para aplicar estos hallazgos a nuestra realidad, seguramente más modesta:

Primero, necesitamos ser sinceros con nosotros mismos con respecto al aprendizaje. Es decir, ¿realmente sabemos hacer aquello que nos preocupa? Decía Feynman, el premio Nobel de Física, que tendemos a engañarnos con mucha alegría. Pensamos que sabemos inglés cuando realmente lo chapurreamos o que podemos resolver una ecuación o hablar en público cuando realmente nos sentimos perdidos. Tenemos que aterrizar nuestra fantasía y reconocer nuestras áreas de mejora.

Segundo, hemos de ir rápido al error sin que la autoestima se vea afectada. Aprender es equivocarse, así de simple, y como ha demostrado la neurociencia. Por tanto, si te confundes en un examen, en una reunión o donde sea, sencillamente estás demostrando que eres humano y no Superman o Superwoman. Así que dejemos un poco tranquila la autoestima y no la vinculemos con acertar en el cien por cien de los casos porque es imposible. Por ello, si quieres hacer una presentación que te cuesta, prepárate, pero ponte rápido a experimentar, pide a tu familia que te escuche, que te diga en qué puedes mejorar y deja que el circuito de tu cerebro que procesa los errores se vaya poniendo las pilas.

Y tercero, rodeémonos de personas que nos ayuden en el aprendizaje. En el caso anterior es la familia, pero tenemos un sinfín de posibilidades: compañeros, amigos, pareja… quien se brinde a darte información valiosa. Por supuesto, existen más opciones: trabajar con personas que están en tu mismo desafío o estar con expertos o mentores que saben del tema y aprender de ellos.

En definitiva, la ciencia nos ha dado un buen argumento para aliviarnos cuando metemos la pata: alimentamos el circuito de los errores que nos permite aprender más rápido. Por ello, métete cuanto antes a experimentar y a equivocarte porque solo de este modo podrás incorporar nuevos conocimientos.

https://elpais.com/elpais/2018/10/01/laboratorio_de_felicidad/1538408312_021408.html?id_externo_rsoc=FB_CM

Dos de las palabras que más se oyen en casa son «¡Mamá!, ¡Papá!” y en el 90% de los casos esto ocurre porque se ha generado alguna disputa. Si hay algo que nos preocupa como padres, y también nos desespera, es cómo lidiar con las batallas entre hermanos. Debo reconocer que es una de las tareas más difíciles con las que me he encontrado hasta ahora como madre. Las peleas pueden ser muy intensas y a menudo sacan lo peor de nosotros. Y al intentar mediar, muchas veces acabamos más cerca de Cruella de Vil que de Mary Poppins.

Normalmente, ¿qué hacemos ante las broncas entre hermanos? Por ejemplo, si están peleando por un juguete, nos retumba como una vocecita la pregunta: «¿Quién lo tenía primero?» o «Devuélveselo a tu hermano». Y si no resolvemos el problema… Hacemos desaparecer el juguete o les amenazamos con tirarlo a la basura (cuando no quieren recoger amenazar con tirar los juguetes a la basura esa es otra táctica muy en auge, bendita basura que socorrida es). Esta parece una solución fácil y rápida, bien por la falta de tiempo o por la necesidad de acabar lo antes posible con el problema. Reconozco que la he utilizado muchas veces.

Sin embargo, con esta conducta, ¿estamos ayudando a los niños a desarrollar la capacidad para resolver cualquier conflicto que pueda presentarse en su vida? Y lo más importante, ¿podemos sacar de este tipo de situaciones una oportunidad para aprender e, incluso, llegar a reducir las peleas en casa? Reflexionemos.

Cosas a evitar

Las comparaciones entre hermanos: tendemos a comparar con frecuencia cuando queremos que uno de nuestros hijos haga algo o bien tan solo cuando lo queremos alabar por algo que creemos que ha hecho bien y, sin embargo, no nos damos cuenta de que podemos hacer ambas cosas sin tener que mencionar al hermano u otro niño. Las comparaciones entre hermanos generan rivalidad, sentimientos de ira y revancha, además, dañan la autoestima. Cada niño es único y especial, tratemos de aceptar a cada uno tal cual es y permitamos que cada uno se desarrolle a su manera. A veces se asigna en la familia determinadas etiquetas que además acompañan como una pesada losa hasta bien entrada la edad adulta.

Etiquetar a los niños, limita, encasilla, y condiciona en ocasiones de por vida. Los niños pueden acabar adoptando el papel que les hemos asignado (el pegón, el inquieto o chivato). Escuchar, conectar con nuestro hijo y validar sus emociones, sentirse apoyados y acompañados aunque se hayan equivocado es una manera de hacerles sentir seguros y tenidos en cuenta. Podemos evitar que los niños repriman sus sentimientos y emociones, descarguen su ira hacia otra persona, para ello es necesario ayudarles a canalizar su ira e invitarles a que expresen lo se sienten. Los sistemas de alarma se activan cuando oímos a nuestros hijos discutir y en seguida correremos cual Dash, es el hijo de Los Increíbles, para intervenir en el conflicto. Muchas veces nuestra intervención no hace más que empeorar el problema.

¿Qué podemos hacer en el momento del conflicto?

Si se está produciendo daño entre ellos separar a los niños e intervenir. Pero si se trata tan solo de una disputa:

  1. No apresurarse
  2. Validar los sentimientos, reconocer su enfado.
  3. Tratar de escuchar a cada uno sin hacer juicios tratando de reflexionar sobre lo sucedido.
  4. Describir el problema.
  5. Darles la oportunidad de que intenten resolverlo por ellos mismos.
  6. Marcharse.

Podemos educar a nuestros hijos para que sepan tomar decisiones y resolver conflictos sin necesidad de tener siempre nuestra presencia. Encontrar soluciones democráticas en el hogar, confiar en su capacidad y dejar de tirar juguetes a la basura (por la cuenta que nos trae). Hay que  practicar, a la par que tomamos conciencia de que no todo funciona siempre.

Ruth Alfonso Arias. Educadora Infantil, Educadora de familias de Disciplina Positiva

https://elpais.com/elpais/2018/09/11/mamas_papas/1536657989_877793.html