Alba no quiere volver a cole. “Es que estoy mejor en casa con mamá, aquí se aprende muy bien”, explica está niña de seis años. Para Aurora, lo bueno del confinamiento ha sido disponer de su tiempo para “dibujar y jugar” todo lo que ha querido con su hermano, sin los rigores de las extraescolares, las prisas o “sin tener que aburrirse en el recreo largo”. Candela, de nueve años, también tiene alma de homeschooler, los niños que son educados en casa al margen del sistema: “Yo prefiero seguir así, ojalá en septiembre volvamos solo dos días”, le confesó esta semana a su madre Mariló Panadero, que aún se está reponiendo del susto. “Lo bueno es que te organizas como quieres, puedes leer y dibujar hasta hartarte sin que suene el timbre o sin tener que andar corriendo todo el día, y además veo más a mis padres, eso es lo bueno”, concluye Pedro, de ocho años.

Sus historias ilustran la investigación Seis semanas de confinamiento: Efectos psicológicos en una muestra de niños de infantil y primaria realizada por las psicólogas especializadas en desarrollo infantil Marta Giménez-Dasí, de Universidad Complutense, y Laura Quintanilla, de la UNED. Esta confirma que las dinámicas escolares pueden resultar tan ansiógenas para los niños y niñas, que los niveles de estrés y ansiedad se han mantenido inalterados o incluso se han llegado a reducir durante el confinamiento en los 167 estudiantes investigados, que tenían de 3 a 10 años. Se trata de una muestra de conveniencia realizada en dos colegios públicos de la zona noroeste de Madrid, en un entorno socioeconómico medio acomodado, un factor crucial a tener en cuenta para interpretar los resultados, pues se les presupone unas comodidades materiales y unas atenciones con las que no todos los niños han contado durante las semanas de encierro.

En todo caso, tampoco ha resultado precisamente un camino de rosas para los menores de la muestra el hecho de atravesar una larga situación de emergencia que, según numerosos especialistas, puede acarrear consecuencias negativas en su comportamiento y sus hábitos. Los padres describen en el trabajo de Giménez-Dasí y Quintanilla mayores niveles de hiperactividad y menor disposición al estudio de sus hijos. Sin embargo, las expertas destacan de su trabajo, en el que se tomaron indicadores de la salud mental de los niños en febrero y se volvieron a medir tras seis semanas de confinamiento, una generalizada actitud positiva de los niños sin graves consecuencias psicológicas.

Mientras que en los pequeños de tres a seis años apenas hay efectos, en los niños a partir de ocho la especialista considera que “el descenso en el estrés es significativo”. Antes de la cuarentena, los elementos indicadores de estrés y ansiedad se situaban en un 2,35 sobre 5 puntos, tras seis semanas de encierro en casa ese dato bajaba a los 2,16 sobre 5. Además, cuando les permitían describir las emociones que sentían, la respuesta más frecuente (el 31%) es que estaban genial en casa y uno de cada cuatro (25%) relataba que estaba genial en casa aunque a veces se aburría. Mientras que el 16% describía que se aburría y el 14% echaba de menos a sus amigos, solo un 9% echaba de menos el colegio. “Nos sorprendió que las familias que señalan cambios positivos aluden a mejoras en el estado de ánimo y relatan que el niño está feliz o más tranquilo, y describen como ventaja la mayor disponibilidad de tiempo libre para jugar, y valoran el tiempo en familia”, explica la psicóloga Marta Giménez-Dasí. E interpreta que, a medida que crecen, los niños y niñas pueden aumentar sus niveles de estrés por las mayores demandas del contexto.

“Debemos reflexionar sobre la vida que llevan los niños y las niñas. Analizar si su ritmo de vida constituye un elemento de estrés y, especialmente, la presión hacia el rendimiento académico o las actividades extraescolares”, explica Giménez-Dasí. Además, en sus conclusiones propone que se promueva una escolarización que favorezca el bienestar y disminuya el estrés. “Los niños de forma rutinaria acusan ese ritmo de vida ajetreado que les imponemos los adultos y, cuando han parado de forma radical, ha mejorado su salud y su situación, en contextos socioeconómicos medios. Y es importante tener en cuenta de cara al curso que viene que al menos en primaria no pueden seguir el ritmo que los profesores les han impuesto. La educación debe contribuir al bienestar de la infancia, y en algunos casos no está siendo así”, apunta.

“Todo para los niños pero sin los niños”

La socióloga de la infancia Lourdes Gaitán, también investigadora en la Universidad Complutense, cree que en esta crisis se está fallando al tomar las decisiones sin tener en cuenta a los niños, niñas y adolescentes. “Estos resultados se entienden si se pone la mirada desde el punto de vista de la infancia. La escuela es un sitio donde los niños socializan entre sí, y echan de menos a sus amigos, pero la escuela es también un espacio de tensión, de imposición de autoridad y es el único gran remanente de las instituciones cerradas del siglo XIX, nada más alejado de lo que un niño puede desear. Desde su punto de vista, la escuela, como institución, es una estructura de opresión para los niños”, asegura esta socióloga que ha realizado varias encuestas a estudiantes durante el confinamiento. En su opinión, este proceso es una oportunidad para volver a otra escuela. “Tenemos que apostar por la complicidad con los estudiantes en el diseño de la vuelta a las aulas. Que les pregunten, que se cuente con ellos, que sepan si prefieren llevar mascarilla todo el día o estar aislados con su grupo… Ellos son parte de la solución pero deben involucrarlos en el proceso. Se está haciendo todo para los niños pero sin los niños”, concluye la socióloga.

El psiquiatra Juan Diego Martínez Manjarrés, uno de los promotores del Fórum de Infancias de Madrid y coordinador de Psiquiatría Infanto Juvenil en el Hospital La Mancha Centro, cree que es “aventurado concluir que la responsabilidad de la presión educativa está en los colegios o centros educativos” porque las presiones sobre la infancia “están en las raíces culturales de la sociedad actual y sus presiones para alcanzar el yo social ideal”.

En su consulta él está notando nuevas dinámicas tras el confinamiento. Le sorprenden la cantidad de nuevos casos no patológicos que están llegando tras la cuarentena. “Es como si los padres al pasar tanto tiempo observando a sus hijos identificaran problemas de salud mental cuando en realidad son problemas educativos. Pero es más cómodo pensar que se trata de una enfermedad que se puede curar con una pastilla que asumir y abordar tu responsabilidad como educador y padre”, explica. También cree que el confinamiento ha tenido algunos efectos positivos en niños “sobre todo en los que padecían estrés o patologías más leves relacionadas con la ansiedad del logro o la construcción de la identidad”.

El psiquiatra ve comprensible que durante el confinamiento se reduzca el estrés. “La ausencia de los padres en la vida cotidiana es uno de los mayores provocadores de la angustia en los niños y de la ansiedad en la infancia y lo que más ayuda a los hijos a tener un desarrollo emocional más adecuado es que estén sus padres cerca. Aunque estén desatendidos porque los padres están teletrabajando, siempre pueden recibir un abrazo y la certeza de que sus padres están ahí si pasa algo”, explica el doctor Martínez Manjarrés. Aunque resalta que los resultados de la muestra no pueden generalizarse para todos los niños: “Tiene un gran valor que los datos midan el antes y en el después. Aunque el sesgo socioeconómico es importante ya que no es lo mismo pasar el confinamiento en un chalet o casa con jardín, que hacerlo en un piso pequeño, interior, con muchos hermanos y la angustia de que tus padres están sin trabajo”, apunta.

Como contrapunto explica que por su consulta han pasado adolescentes a los que la educación online les ha beneficiado: “Algunos estarían felices de seguir haciendo clases virtuales porque les da más disposición de su día, pueden ir a su ritmo y son más flexibles en los tiempos y espacios, y muchos valoran que les permite pararse a pensar. Eso nos tendría que hacer reflexionar a nosotros, los adultos”, concluye. Sin embargo, en el informe del equipo de la Universidad Complutense, la dimensión que peor parada sale de esto estudio es la académica, ya que el 85% de los niños expresaban dificultades para realizar adecuadamente las tareas escolares así como una demanda excesiva por parte de los profesores.

Los padres describen que el 64% ha empeorado

El estudio refleja también cómo perciben las familias que sus hijos han vivido esta curantena. La variable que más ha empeorado, según describen los padres, es la motivación al estudio. Mientras que en febrero era un 3,02 sobe 5, ahora es un 2,38 sobre 5. También ha subido mucho la impulsividad, las familias perciben más hiperactivos e impulsivos a sus hijas e hijos pasando de 2,30 a 2,66 sobre 5 puntos.

Además, perciben que la mayoría de los niños han empeorado su estado psicológico tanto en infantil (55%) como en primaria (64%). No obstante este resultado es mayor en el ciclo de primaria, donde el 36% de las familias creen que sus hijos han mejorado o se han mantenido igual (17% igual y un 19% han mejorado). En infantil es mayor el porcentaje de niños que no experimentan cambios (28%) y similar el de los niños que mejoran su estado psicológico (19%). Aunque el psiquiatra Martínez Manjarrés, advierte de que estos cuestionarios muestran deben hacernos pensar pero no debemos olvidar que muestran la opinión de los padres, que pueden estar proyectando sus propias emociones.

Pedro, de 8 años, cree que sus padres están muy estresados, y aunque valora las ventajas del confinamiento, como explicaba al principio, él también necesita su espacio. “Esto tiene cosas buenas y malas, pero ahora ya tengo ganas de recuperar mi vida de antes, tener mi sitio, si es que se puede…”, concluye.

Fuente: El País.

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