No es nada fácil aceptar que tu retoño haya crecido tan rápidamente, que prefiera pasar su tiempo libre junto a sus amigos y no contigo, que te quiera y te necesite de manera diferente.
Silencios que incomodan, distancias que se alargan y separan, vínculos que desaparecen. Portazos que rompen el alma, castigos sin sentido, exigencias que ahogan o asfixian. Conversaciones llenas de reproches, amenazas y peros que pesan en el alma.
Que difícil es acompañar a alguien que se muestra rebelde, insolente y desafiante. Que manifiesta poco interés por compartir con nosotros todo aquello lo que le sucede que, para hacer frente a su frustración, para modular la montaña rusa de emociones por la que transita.about:blankPUBLICIDAD
Que complicado es conectar con un hijo que, en ocasiones, nos falta al respeto, nos alza la voz o se muestra desagradecido. Que no reconoce sus errores, le cuesta escuchar nuestros consejos y se siente inseguro y perdido. Una persona en proceso de descubrimiento, de cambio, con altas dosis de ego e impulsividad, donde solo existe el todo o la nada. Lleno de contradicciones, inapetencia, y poca capacidad para la reflexión.
Que frustrante es sentir que en muchas situaciones no sabemos dar respuesta a sus necesidades, que parece que hablamos idiomas diferentes y no logramos encontrar el adecuado equilibrio entre la exigencia y la libertad. Que no somos capaces de entender cuando reaccionan de forma desajustada, impulsiva e impredecible.
No es nada fácil aceptar que tu hijo haya crecido tan rápidamente, que prefiera pasar su tiempo libre junto a sus amigos y no contigo, que te quiera y necesite de manera diferente. Que reclame su espacio y libertad, en ocasiones con mucha insolencia.
La adolescencia es la etapa educativa más difícil de acompañar y en la que nuestros hijos más necesitan de nuestra comprensión, serenidad y empatía. Que les ayudemos a descifrar el mundo cambiante al que se enfrentan, que les digamos a diario que estamos a su lado sin condición aunque parezca que no nos escuchan. Potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y cariño.
Una etapa muy convulsa que a menudo nos desconcierta y nos exige nuestra mejor versión. Que nos hace perder la paciencia, contagiarnos del mal humor que muestran habitualmente y nos llena de numerosos interrogantes. Que nos hace sentir culpa e impotencia cuando no logramos sintonizar con lo que viven y sienten.
Que sea una etapa tan agitada no significa que también pueda ser maravillosa. Es un momento para nuestros hijos lleno de oportunidades, de primeras veces, de descubrimientos estimulantes y emociones muy intensas que podemos vivir a su lado. De empezar a conocer el mundo adulto desde la ilusión y la inocencia.
Han crecido mucho, pero siguen siendo nuestros pequeños a los que les gustaba que les achuchásemos y les protegiésemos. Nuestros adolescentes necesitan sentir que les entendemos, respetamos y nos les juzgamos ni les llenamos de etiquetas. Que conectamos con ellos emocionalmente y les acompañamos sin dramatismos y con grandes dosis de sentido común y sentido del humor.
Que entendemos el torbellino de cambios a los que deben hacer frente y lo difícil que es para ellos hacerse mayor. Que les dejamos ser tal y como ellos desean y les ayudemos a construir un buen autoconcepto y una apropiada autoestima. Que les ayudemos a despertar el interés y la curiosidad.
¿Cómo podemos conseguir conectar con nuestros hijos adolescentes?
- Estando presentes y disponibles, ofreciéndoles el tiempo y la atención que necesitan. Haciéndoles sentir queridos, valorados y apoyados. Estrechando vínculos nuevos adaptados a su edad para demostrarles nuestra confianza y amor incondicional.
- Entendiendo que la adolescencia es una etapa necesaria y temporal para llegar a la adultez, un periodo repleto de cambios y fluctuaciones. Hacer el ejercicio de recordar qué tipo de adolescente fuimos, qué problemas ocasionamos a nuestros padres y qué errores cometimos nos permitirá ser mucho más empáticos con nuestros hijos.
- Siendo firmes y flexibles cuando lo creemos oportuno estableciendo normas y límites consensuados. Cuidando mucho la manera en la que les decimos las cosas, acompañándoles en la toma de sus decisiones y en la detección y el desarrollo de sus talentos.
- Convirtiéndonos en los mejores referentes que puedan tener convirtiéndonos en el mejor de los ejemplos. Sin miedo a dejarles volar y brindándoles la posibilidad de equivocarse sin sentir culpa.
- Permitiéndoles que descubran el mundo a su manera, respetando sus gustos, ritmos de aprendizaje, deseos e intimidad. Dándoles el espacio que necesitan para ir creando su propia identidad.
- Ofreciéndoles seguridad y confianza para que puedan probar y arriesgarse sin que el error pueda interpretarse como un fracaso. Estableciendo sobre ellos expectativas acertadas para evitar que se sientan presionados o cuestionados, valorándoles todo aquello que hacen bien.
- Apoyándoles con nuestras palabras de aliento, nuestras miradas cómplices y regalándoles a diario nuestros abrazos y besos que tanto siguen necesitando.
- Validando emocionalmente lo que sienten, haciéndonos cargo de nuestras emociones y acompañando las suyas desde el respeto y la paciencia. Ayudándoles a identificar y gestionar todo aquello que les recorre por dentro.
- Teniendo muy en cuenta sus opiniones, gustos, necesidades y proyectos. Contagiándoles nuestro amor por la vida, nuestras ganas de mejorar a diario. Haciéndoles sentir importantes dentro de la familia y creando espacios y momentos compartidos con ellos.
Nuestros hijos adolescentes necesitan de nuestra calma y confianza para que les ayudemos a capear el temporal por el que transitan. Convirtámonos en el mejor refugio que puedan tener, ayudémosles a buscar su lugar en el mundo, a superar sus dudas y sus miedos con grandes dosis de amor y paciencia. Seamos modelos, guías y acompañantes para ellos.
Fuente: El País
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