Han estado guardadas en el armario durante más tiempo de la cuenta. Hay millones de mujeres científicas, artistas, médicas, filósofas o exploradoras que han hecho que hoy el planeta Tierra sea menos cromañón. Pero en Las chicas son guerreras sólo cabían 26. Son las 26 elegidas para que los niños y adolescentes descubran a grandes mujeres con las que probablemente no se toparán ni en sus libros de texto, ni en las películas, ni en Snapchat.
Ellas no están incluidas en la historia de los grandes personajes, a pesar de haberlo sido. Eran mujeres. Y, por eso, «han sido relegadas a un lugar oscuro y sombrío. Por el simple hecho de ser mujeres», piensan los autores de este libro infantil, escrito por Irene Cívico y Sergio Parra, e ilustrado por Nuria Aparicio.
Malala Yousafzai
El libro del sello Montena se plantea como un «álbum ilustrado» que muestra «las sorprendentes y poco conocidas vida de 26 mujeres». Van desde la Antigüedad, con Hipatia de Alejandría, hasta hoy, con Malala Yousafzai o Lady Gaga. «Hicimos una selección por épocas e incluimos a mujeres de la actualidad para que las niñas se sientan identificadas con algunas de ellas», explica Sergio Parra. «Incluso nos planteamos añadir algún personaje de ficción, pero después pensamos que las chicas de verdad tienen historias más interesantes».
Virginia Woolf
En el libro se abordan todo tipo de disciplinas para destruir el mito de que el sitio de las mujeres es el arte y los cuidados. Hay arte, por supuesto, con mujeres como Frida Kahlo. Pero también hay tecnología, con la visionaria Ángela Ruiz Robles o con la precursora de las comunicaciones inalámbricas Hedy Lamarr.
Coco Chanel
No fue difícil encontrar a las 26 protagonistas del libro. Hay millones. Y muchas de ellas estaban en una caja que guarda Sergio Parra en su estudio de trabajo. El periodista va recopilando información de temas que le interesan en cajas de cartón y «cuando una empieza a rebosar de libros y documentos, digo: ‘Ya hay que hacer algo con esto’».
La propuesta de Montena para escribir este libro coincidió con que la caja de biografías de mujeres estaba llena. Tenían la documentación. Luego Irene Cívico pasó las historias al lenguaje del público que buscaban: niñas y niños entre 7 y 12 años, y Nuria Aparicio hizo las ilustraciones. Entre las ‘chicas guerreras’ de este libro juvenil están las historias de:
Nelly Bly
A finales del XIX una novela asombró al mundo: La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. En EEUU, una periodista llamada Nellie Bly quiso comprobar si sus cálculos eran ciertos. En 1889, con la financiación del periódico donde trabajaba, el New York World de Joseph Pulitzer, salió desde el puerto de Nueva York hacia Europa para rodear la bola del mundo. Lo consiguió. No en 80 días, sino en 72. Y en su paso por París, visitó y entrevistó al hombre que le dio la idea: Julio Verne.
A la vez que ella, otra periodista, Elizabeth Bisland, salió de EEUU con el mismo fin. Ella trabajaba para The Cosmopolitan Magazine y, para dar emoción a la competición, salió hacia el oeste. Bisland llegó horas después que Bly. Perdió la batalla, pero también superó los 80 días de Phileas Fogg.
Nancy Wake
Nada hacía sospechar que una joven que llegó a París en busca de las noches más fiesteras del mundo acabaría convirtiéndose en la mujer más condecorada de la II Guerra Mundial y la más temida por los nazis.
A esa edad, a la periodista y enfermera Nancy Wake (1912-2011) sólo le interesaba «una buena bebida» y los «hombres guapos, preferiblemente, franceses».
Eran los años 30. Wake vivía con un marido pudiente en una Marsella de caviar y champán. Pero esos días de glamur estaban contados. El fin de aquella Francia se hallaba en las garras de un hombre al que entrevistó en 1933: Adolf Hitler.
Desde el primer día que los nazis intentaron invadir Francia la neozelandesa se convirtió en una de las más firmes luchadoras de la resistencia.
Un día, mientras preparaban el Día D, la bravísima paracaidista cayó sobre un árbol. Un guerrillero de la resistencia se acercó a ayudarla y, con su acento de vaselina, le dijo:
—Ojalá todos los árboles dieran estas frutas tan bonitas.
—No me vengas ahora con esa mierda francesa.
Wake encabezaba la lista de los enemigos más buscados por los nazis. Pero se escurría con facilidad. Por eso la llamaban ‘el ratón blanco’.
A su muerte, en 2011, volaron sus cenizas por las tierras francesas donde luchó contra los nazis. Era ese su penúltimo deseo. El último fue mandar a los dolientes a tomar unos gin-tonics.
Mary Shelley
En el oscuro verano de 1816, se reunieron Lord Byron y su médico, el Dr. Polidori, con el poeta Percy Shelley, Mary Godwin (la futura esposa de Percy) y Claire (la hermanastra de Mary), junto al lago de Ginebra.
Hacía un frío que pelaba. Bramaban rayos y truenos, y de algún modo, su electricidad se apoderó de las conversaciones nocturnas alrededor de la chimenea.
Hablaban de esas teorías científicas que pretendían devolver la vida a los muertos con una descarga eléctrica, divagaban sobre los autónomas (los antecesores de los robots) y se obsesionaron con las historias alemanas de fantasmas.
Una noche, frente a los chasquidos del fuego, Lord Byron retó a sus amigos:
—Cada uno escribirá un cuento de fantasmas.
Días después, al meterse en la cama, Mary no podía dormir. Cerró los ojos y de pronto vio al «horrendo fantasma de un hombre extendido y entonces, bajo el poder de una enorme fuerza, aquello mostró signos de vida, y se agitó con un torpe, casi vital, movimiento», según contó en el prólogo de Frankenstein o el Moderno Prometeo.
Dos años después, con sólo 20 años, Mary Shelley publicó de forma anónima el relato de terror que apareció aquella noche sobre su almohada.
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