A veces los adultos decimos cosas a niñas y niños que no son tan inofensivas como parecen. Preguntamos por algunas de ellas a las psicólogas y creadoras del espacio virtual ‘ Mientras Creces’ , Cristina Castaño y Nuria Espinosa, y a la pedagoga y ‘coach’ educativa Ana Roa. Todas ellas saben lo fácil que es tropezar con alguna de estas piedras en forma de frase y por eso recomiendan que, al menos, seamos conscientes de ellas. Y, una vez dichas –también saben que no somos perfectos–, no caer en la culpabilidad, pero sí ser capaces de pedir disculpas y explicar a los más pequeños que los padres también se equivocan.
1. «Llorar es de niñas, no llores que te pones fea»
Las expresiones que establecen diferencias por razones de género solo consiguen dejar en un segundo plano las emociones. Así lo explica Cristina Castaño: «Con estas frases no permitimos a los niños tener emociones como la tristeza, la rabia o el miedo, que suelen estar detrás del llanto». Y va más allá: «Asociamos que si un niño llora pierde fortaleza, virilidad, lo que fomenta en el futuro hombres que no reconocen lo que sienten, no pueden ponerle nombre ni expresarlo».
Asociar el llanto a una menor belleza o a feminidad, primar la apariencia sobre las emociones se traduce en que «también las mujeres relegamos las emociones a la esfera de lo privado. Tenemos que ser princesas, comedidas, dar lo que se espera de nosotras», analiza Castaño. Para Ana Roa este tipo de frases también están «fuera de lugar», especialmente, cuando, como apunta «socialmente lo que se está trabajando es la igualdad».
2 . «Princesa, qué bonita y guapa»
Aunque ve lógico que a veces «se nos escapen este tipo de cosas», Ana Roa cree que hay que ser cuidadosos y que «los elogios deben hacerse a la totalidad de la persona y a las acciones más que al físico». Para Cristina Castaño, el problema no radica tanto en elogiar a las niñas por su aspecto físico, sino en hacerlo de forma diferenciada con respecto a los niños. Es importante, en su opinión, destacar otro tipo de cualidades como la forma de ser o de actuar, que son las que «más aportan a la persona y las que ayudan a los niños a construir su propia imagen personal», afirma. Para ella además este tipo de expresiones contribuyen a «encasillar» a las niñas en ciertos comportamientos frente a otros «clásicamente asociados a los hombres», lo que puede condicionar en un futuro elecciones como los deportes o incluso la profesión.
3. «Mira cómo Fulanito sí se sabe atar los cordones»
Las comparaciones, asegura Ana Roa, «afectan muchísimo a la autoestima» y pueden fomentar la envidia, «un sentimiento muy perjudicial, con el que los niños sufren mucho y que es además muy complicado de reconducir como adultos». Cristina Castaño recuerda que «cada niño es único y diferente y tiene unos ritmos, un nivel de maduración, una personalidad y unas circunstancias», por lo que, en su opinión, «más que en comparar deberíamos preocuparnos por comprender realmente a cada niño, permitiendo que sea él mismo, entendiendo lo que siente y ayudándole a comprenderlo y poder expresarlo».
4. «Dale un besito a Pepito, anda, dale un besito»
Todos queremos que los niños sean educados, pero deben ser ellos quienes escojan el saludo y si dar o no un beso, pues, como en el caso de los adultos, se trata de un acto voluntario. Así lo explica Nuria Espinosa: «A ti hay gente que te apetece besar, pero a otros no y le das la mano». «En lugar de forzar a dar un beso es adecuado preguntar a los niños si quieren hacerlo», sugiere. Se trata, como también afirma Ana Roa, de aceptar que hay otras alternativas educadas como chocar las cinco, lanzar un beso, saludar con la mano, y no enjuiciar al niño por no ser «cariñoso», respetar su desarrollo, su forma de ser o su apetencia en un momento determinado y «no insistir ni forzar, pues al final lo que podemos conseguir es rechazo».
Espinosa añade otra idea: es importante que los niños aprendan «que no pasa nada por decir que no educadamente, pues, de hecho, van a tener que hacerlo muchas veces en su vida, también en las relaciones íntimas». Desde su punto de vista, obligar a los niños a tener contacto físico o intimidad con extraños puede conllevar, en un extremo, «ciertas conductas de permisividad con los adultos que impidan detectar si uno de ellos está sobrepasando los límites».
5. «¿Y a ti quién te gusta? ¿Tienes novio?»
Desconocidos y familiares insisten desde la broma en hacer preguntas que los niños no solo no están preparados para contestar sino que les pueden llegar a molestar. Para las terapeutas consultadas, no se trata de negarle a los niños la realidad del mundo de relaciones en que viven, ni de convertirlas en un tema tabú, sino, como dice Espinosa, de «no introducirles demasiado pronto en algo que es posible que aún no se hayan planteado y que quizá no tengan capacidad de contestar». En opinión de Ana Roa es clave respetar el ritmo de maduración de niños y niñas y entender que a medida que crecen, no suelen gustarles este tipo de preguntas y, por tanto, «no son convenientes».
6. «Que te caes, que te vas a hacer daño, cuidado»
A través de la crianza transmitimos muchos patrones, por lo que es importante que seamos conscientes y sepamos si actuamos, afirma Espinosa, «por nuestros propios miedos o por el bien de nuestros hijos». «Si los padres ven el mundo como algo peligroso y así lo transmiten continuamente a los hijos, ellos lo verán igual, y esto limitará su aprendizaje y la adquisición de experiencias», continúa.
Para Roa, esto tiene mucho que ver con la sobreprotección. «Los niños maman las inseguridades y la ansiedad de los adultos», asegura, y, dado que aprenden por imitación, pueden acabar adoptando patrones y siendo, de hecho, como los padres les hemos transmitido. Roa cree que más importante que las palabras es el tono: «La carga emocional que transmite es muy fuerte y les asusta; les estás transmitiendo tu propio susto, una ansiedad muy elevada».
No se trata, aclaran ambas, de dejar que los niños se pongan en peligro o de hacer las cosas por ellos, sino de ayudarles, como dice Espinosa, a «tomar decisiones adaptadas a su edad, acompañarles, alentarles y estar ahí sin dar por hecho que los resultados no serán buenos».
7. «Si te comes todo hay postre», «Si te portas mal no vienen Los Reyes»
La estrategia del premio y el castigo está desfasada y ya no es efectiva. Así lo cree Ana Roa, que aboga por la disciplina positiva, ser capaces de utilizar un mensaje positivo pero firme frente a la mera negativa. Y es que el chantaje, aunque puede ser efectivo a corto plazo, no lo es si miramos un poco más allá. Para Espinosa lo importante es «c onseguir niños que sepan pensar, que actúen conforme a unas normas sociales y morales y no que acaten las normas por miedo». Serán entonces, afirma, «adultos sanos capaces de tomar las riendas de su vida de una forma adecuada».
Como alternativa al premio o al castigo, ambas proponen trabajar sobre comportamientos concretos, enseñarles que algunos son «recompensantes» en sí mismos, tratar, en definitiva, de lograr un acuerdo en el que el niño sea capaz de colaborar e implicarse.
8. «Eres mala, qué torpe eres»
Las frases calificativas del ser afectan directamente a la autoestima. Así lo afirma Ana Roa, que insiste en una máxima: «Califica la acción pero no califiques al niño o niña». En este sentido, propone frases como «esto puedes hacerlo mejor», frente a «eres muy torpe» o «esto no se ha hecho bien, te has comportado un poco mal», frente a «eres malo». «Cuando un niño está asumiendo y está registrando cerebralmente que es malo, ese mensaje hay que desmontarlo porque es dañino y, a medida que crece, puede desembocar en actos de maldad porque está identificado con ese patrón”.
Nuria Espinosa también está de acuerdo en que no hay que etiquetar y hay que huir de expresiones generales como «pórtate bien» o «no te portes mal». Y recuerda además que, aunque a veces simplemente tiene que ver con el nivel madurativo, en otras ocasiones, «con el comportamiento el niño nos está mostrando que algo no va bien».
http://www.eldiario.es/nidos/frases-decimos-ninos-deberiamos_0_718828882.html
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