“Esta Nabidad compra libros o si no acavarán escribiendo asin”. Esta es la frase que cierra la cruzada personal del escritor Sergio Sola contra las faltas de ortografía, materializada en un vídeo que se ha hecho viral durante las últimas semanas y cuyo objetivo es que los más pequeños aprendan a escribir correctamente mediante el hábito de la lectura.

Recientemente, también hemos sido testigos del lanzamiento de La tabla periódica de la ortografía, una creación del lingüista Juan Romeu que puede resultar muy útil para resolver rápidamente dudas concretas sobre la lengua española y para que los niños consulten y retengan algunas de sus principales normas de una forma divertida. Pero, además, gracias a las aplicaciones móviles, nuestros teléfonos y tabletas pueden convertirse en cuadernos digitales para aprender y reforzar la ortografía desde los primeros palotes. Todo de manera lúdica e incluso con propuestas para usuarios de cualquier edad. Estas son algunas de las apps que ayudan a escribir correctamente.

iCuadernos by Rubio, la preescritura

Desde la década de 1950, son ya varias generaciones las que han aprendido a escribir con los cuadernillos de Rubio, que han sabido reinventarse en formato app para dispositivos iOS y Android. Lo cierto es que en estas versiones digitales hay una mayor oferta de ejercicios matemáticos, pero también es posible encontrar cuadernos de Educación Infantil que proponen actividades de preescritura pensadas para facilitar la soltura manual y el desarrollo motriz de los niños, algo previo al aprendizaje de la escritura. Además, Rubio cuenta con otros cuadernos de iniciación a la escritura para niños de más de tres años centrados en el reconocimiento de las letras mayúsculas y minúsculas.

Gracias a las aplicaciones móviles, nuestros teléfonos y tabletas pueden convertirse en cuadernos digitales para aprender y reforzar la ortografía desde los primeros palotes

Con el fin de evitar disgustos, las compras de los iCuadernos están protegidas mediante control parental y cada nuevo cuaderno cuesta 100 rubis, la moneda propia de Rubio. Para entendernos, primero es necesario adquirir rubis y después canjearlos por cuadernos, según estas correspondencias: 0,99 euros son 100 rubis; 1,99 euros son 200 rubis; 8,99 euros son 1.000 rubis; y 16,99 euros son 2.000 rubis. Antes de comprar, la app permite crear hasta tres perfiles de usuario con los que se puede acceder a una muestra de los ejercicios que contienen los cuadernos, disponibles en español, catalán e inglés. Después, a medida que los niños van superando ejercicios, se les motiva con la obtención de premios en forma de medallas digitales.

Pupitre, la apuesta de Santillana

Otra de las decanas en el mundo de la educación que también se ha adaptado a los nuevos tiempos para enseñar a escribir a los más pequeños es Santillana, que en 2012 lanzó Pupitre, una aplicación pensada para iPad y tabletas Android, si bien es cierto que la oferta de Lengua se limita al sistema operativo de Apple. En concreto, para estos dispositivos existen cuadernos con actividades de escritura para niños de 6 a 8 años, así como cuadernos de vacaciones para Educación Infantil y niños de hasta 8 años que incluyen fichas con ejercicios sobre la composición de las palabras o las normas de acentuación, entre otros. El funcionamiento es muy similar al de los iCuadernos de Rubio, pero sin moneda propia de por medio, de tal forma que cada cuaderno cuesta 0,99 euros, mientras que cada cuaderno de vacaciones tiene un precio de 3,99 euros.

Pupitre da la posibilidad de crear hasta cuatro perfiles distintos y también se basa en un sistema de recompensas acorde a la edad de cada usuario, con el fin de favorecer la curiosidad del niño y su interés por seguir aprendiendo.

Palabra correcta, para aprender mientras juegas

Con un diseño muy sencillo, esta aplicación gratuita para iOS y Android pone a prueba los conocimientos de gramática y ortografía de usuarios de todas las edades a través de distintos juegos. Entre ellos destaca el llamado Gramática (modo clásico), que viene a ser un test en el que hay que elegir, antes de que se agote el tiempo, la palabra exacta que completa los espacios en blanco de una frase. En caso de fallo, la app no sólo muestra la opción correcta, sino que además explica por qué con ejemplos adicionales.

Otras de las posibilidades de juego de Palabra correcta que ayudan a ampliar vocabulario son Arma Palabra, donde hay que ordenar letras para formar el vocablo descrito en una definición; Diccionario, cuyo reto es escoger la opción correcta entre distintas palabras que pueden corresponderse con una definición; y Sinónimos y Antónimos. Es posible batirse en duelo con otros usuarios mediante la opción multijugador o bien retarse a uno mismo.

Los Cazafaltas, el gran juego de la ortografía

Desarrollada por la editorial Planeta, esta app gratuita es un juego para iOS inspirado en el tablero del popular Juego de la Oca. Lo curioso es que para avanzar de casilla en casilla y llegar a la meta es necesario resolver las dudas ortográficas que se plantean en la pantalla del iPhone o el iPad. Con el fin de facilitar la tarea, en todo momento es posible acceder desde un botón a las reglas de la ortografía española, en las que se encuentran las respuestas a todas las preguntas de Los Cazafaltas.

Las partidas se desarrollan por turnos entre dos rivales, aunque cuenta con un modo para un solo jugador. En el primer caso, una vez finalizado el enfrentamiento se actualizan los datos del perfil de cada usuario, de tal modo que se puede acceder a un histórico con estadísticas y comprobar la evolución. Sin embargo, cuando se juega contra uno mismo la partida no queda registrada ni se acumulan los puntos conseguidos, aunque es un buen método de entrenamiento y una forma divertida de seguir aprendiendo ortografía.

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Todas las madres, padres y abuelos creen que sus hijos y nietos son muy inteligentes, pero lo cierto es que no todos los niños poseen altas capacidades (AACC), por mucho que sus familiares crean que sí. La ciencia los define como “aquellos que muestran una gran capacidad de aprendizaje y curiosidad; que se interesan por aprender y entender; que preguntan; que tienen la capacidad para resolver problemas y que son capaces de hacer deducciones y de cuestionarse”, explica Olga Carmona, psicóloga de Ceibe especializada en el diagnóstico y atención a estos niños. La OMS considera que un 2% de la población es superdotada. Mientras, los niños inteligentes son “los interesados en multitud de cuestiones y que necesitan entender los cómos y los porqués de las cosas”, diferencia.

La inteligencia no es un concepto abstracto ni que se aplique a una sola capacidad, sino a muchas, de hecho, la ciencia ha ido ampliando el concepto hacia otros más diversos donde no existe uno, sino múltiples tipos. Así, hoy podemos hablar de las inteligencias múltiples propuestas por Howard Gardner, premio Príncipe de Asturias a las Ciencias Sociales, y que plantea nueve diferentes: lingüística, lógico-matemática, corporal-kinestésica, espacial, musical, interpersonal, intrapersonal, naturalista y existencial. Otras posibles clasificaciones hablan de inteligencia emocional, cognitiva, social, y biológica. “Todos están de acuerdo en que no es una capacidad fija e inamovible, sino que nacemos con un potencial determinado genéticamente que luego se verá potenciado o disminuido en función del ambiente social y familiar”, explica Carmona.

¿Cuáles son las señales de que un niño tiene altas capacidades?

Un gran error, bastante generalizado, es creer que es lo mismo ser inteligente que tener altas capacidades. Todos los que las tienen son muy inteligentes, pero no todos los muy inteligentes las poseen. «La diferencia radica en el coeficiente intelectual, que en el caso de los superdotados debe ser igual o superior a 130 en la Escala Wechsler. También difieren en la creatividad. Además, el niño con altas capacidades tiene unas características de personalidad muy concretas y comunes a todos ellos en mayor o menor medida”, dice Carmona.

Tienen una memoria prodigiosa, suelen aprender a leer y a escribir de forma autodidacta. Son extremadamente distraídos y aparentemente caóticos en las rutinas y tareas cotidianas”

Es arriesgado hacer un listado aislado de tales características, explica, porque siempre quedarán fuera niños con altas capacidades que no las cumplen al 100%, pero rasgos comunes son que “suelen ser bebés extraordinariamente demandantes y se sobreestimulan con facilidad; muy hábiles a nivel psicomotriz, levantan la cabeza y fijan la mirada antes del mes de vida y dicen sus primeras palabras con sentido hacia los cinco o seis meses. Además, son niños muy intensos emocionalmente, muy extremos en su expresión emocional, con muy baja tolerancia a la frustración y muestran una gran capacidad empática a edades muy tempranas. Tienen un gran sentido de la justicia y la equidad. Además, son niños cuestionadores y desafían la autoridad. Suelen tener algún tipo de hipersensibilidad sensorial, es decir, alguno de los sentidos o todos muy aumentados”, añade. “Sin olvidar que se interesan por cuestiones poco infantiles, como la muerte o la existencia. Tienen una memoria prodigiosa, aprenden a leer y a escribir de forma autodidacta. Son extremadamente distraídos y aparentemente caóticos en las rutinas y tareas cotidianas”.

¿Qué hago si sospecho que mi hijo tiene altas capacidades?

Si sospechas que tu hijo tiene altas capacidades, lo adecuado es acudir a un psicólogo especializado en detección e intervención, ya que no cualquier profesional de la psicología lo está, o ponerse en contacto con alguna asociación de altas capacidades de tu comunidad autónoma para que te oriente.

Desde hace poco, también se puede hacer a través del médico de familia de la Seguridad Social, al menos en Madrid, pero con una gran lista de espera.

Una vez detectado, hay que ponerlo en conocimiento del centro escolar, que a través de los Servicios de Orientación de Zona, validará o no el diagnóstico. Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, el informe de los profesionales privados no es vinculante, «aunque en mi experiencia ahorra mucho tiempo y es más fiable», explica Carmona.

«En definitiva, la alta capacidad es una manera diferente de entender y procesar la realidad. Es un funcionamiento neurológico distinto, con estructuras y funciones cerebrales que difieren de los niños normotípicos, por muy inteligentes que estos sean”, añade. Como en tantas otras cuestiones referidas a las inteligencias múltiples, hay infinidad de estereotipos que no se corresponden con la realidad, y muchas personas desconocen aspectos básicos”. Por ejemplo, explica Carmona, “muchos creen que son niños con notas excelentes, que no tienen dificultades de aprendizaje, que aprenden todo y de todo a la primera, que no necesitan apoyo”.

Al contrario, la psicóloga asegura que “permanentemente se confunde a los niños con altas capacidades con los que tienen Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) porque estos se aburren soberanamente en clases repetitivas y lentas. Lo que ocurre es que aprenden a mucha más velocidad que el resto y por lo tanto, lo normal es que se ausenten, que se inquieten, que molesten o, en el mejor de los casos, que protesten. No es que el niño no pueda atender, es que ya no hay nada que atender, no es que el niño no logre concentrarse, es que no hay motivación para ello», explica. “Es como si a un niño de cinco años le pones en un aula de guardería con los lactantes y le pides que se adapte al ritmo y necesidad de los de pañal. Obviamente, no puede y, además, no debe porque él no es el problema. El problema es un sistema que le da la espalda y que no valora el mejor de sus activos, porque está oxidado, obsoleto y lleno de prejuicios” concluye.

La familia es quien suele iniciar la detección y, posteriormente, es, o debería ser, el principal sostén y referente emocional del niño

“Generalmente, los padres son los primeros en detectar que su hijo es diferente, pero no se atreven a consultar por miedo a lo que van a pensar de ellos, es decir, atrapados por un sentido de falsa modestia no consultan y dejan al niño sin diagnosticar. Los padres suelen darse cuenta desde que su hijo nace de que su evolución es diferente, sus gustos, sus manías, su conducta. Es común que los padres interpreten como una manía que le moleste determinada ropa o tejido, que no quiera pisar la arena de la playa, que detecte olores que nadie detecta y le produzcan rechazo, que parezca sordo muchas veces o que parezca incansable y con energía siempre. Que se aburra con lo que otros niños disfrutan, que devore libros o legos o sudokus o que tenga miedos a estímulos que los adultos no entendemos”, explica Carmona.

Muy excepcionalmente es el centro escolar el que detecta al niño, pero es un porcentaje casi insignificante. Lo habitual es que el niño empiece a tener problemas por lo que los padres acuden a un psicólogo y si este es un profesional experimentado, sabrá verlo y hacer el diagnóstico correspondiente”, explica la experta.

El desarrollo de un niño superdotado

Es obvio que crecer en una familia donde los padres poseen un mayor interés por la cultura y el aprendizaje y que, además, tienen estudios y amplia formación, favorecerá el buen desarrollo de ese niño con altas capacidades. “Estas vienen determinadas genéticamente, pero para poder expresarse, explica Carmona, son necesarios estímulos ambientales y es aquí donde la familia tiene un peso determinante. Obviamente, hay excepciones donde a pesar de tener todo en contra y pertenecer a un grupo socioeconómico bajo, estos niños sobresalen de forma llamativa, pero siempre van a necesitar recursos que faciliten el desarrollo de ese potencial. La familia es quien suele iniciar la detección y, posteriormente es, o debería ser, el principal sostén y referente emocional del niño. La realidad puede llegar a ser extremadamente hostil para un niño superdotado y la familia tiene el papel de amortiguador. Es también el principal agente de estimulación, especialmente en los primeros años. En el caso de familias con un perfil cultural muy bajo, es altamente probable que se pierda el potencial y no llegue nunca a expresarse”.

Altas capacidades y fracaso escolar suelen ir de la mano. La falta de detección o de recursos para tratar a estos niños hace que terminen suspendiendo todas o casi todas las asignaturas. Es decir, que fracasen en el colegio. Carmona tiene claro que “las personas con altas capacidades se saben diferentes, aunque no tengan el diagnóstico, conocen su necesidad de canalizar un potencial que, de no serlo, se les vuelve en contra”. «Además», añade, “si de adultos trabajan en algo rutinario y desprovisto de reto y motivación, no se resignarán y serán profundamente infelices”.

Un sistema educativo poco preparado

¿Qué sucede cuando un niño con altas capacidades se enfrenta a un sistema educativo como el español que, quizás, no está del todo preparado para atenderlo? La psicóloga Olga Carmona lo tiene muy claro. Para ella, “poco o nada, ya que es una sociedad donde las altas capacidades permanecen todavía en un lugar oscurantista, donde serlo o decir que tu hijo lo es se percibe como un ejercicio de soberbia y de afán de superioridad”.

De hecho, agrega, los padres con hijos con alta capacidad aún lo ocultan socialmente y lo viven con confusión, «ya que la respuesta social es negativa y recelosa. El sistema educativo es el resultado de una sociedad que hace apología de la mediocridad, donde todo está orientado a la media, a lo estadísticamente normal, por lo que aquellos que se salgan del percentil 50 hacia arriba o hacia abajo están destinados a ser la minoría extraña y desatendida”. Si bien es cierto que hay una mayor sensibilidad hacia la integración social y escolar de los niños con dificultades por déficit, también es verdad que va en detrimento de los niños con necesidades especiales por exceso de potencial, por lo que muchos de ellos fracasarán académicamente. “Un niño con alta capacidad necesita atención diferenciada y así lo recoge la ley en nuestro país. Esto, en la realidad, no se cumple”, sostiene.

Carmona denuncia que “no hay ni sensibilidad ni recursos ni competencia profesional en los centros públicos ni en la mayoría de los privados para atender la demanda educativa que estos niños requieren. Quedan expuestos a la suerte de que su profesor sea alguien con vocación de servicio y quiera involucrarse con ellos”. En el caso de los padres, tampoco mejora mucho el panorama: “Requiere dedicar mucho tiempo, dinero y energía a buscar alternativas extraescolares que solo son un parche para paliar la verdadera necesidad, en aras de que sus hijos no se desmotiven y enfermen con trastornos de ansiedad, depresiones y problemas de conducta”.

¿Cuál sería el mejor sistema educativo para este tipo de niños?

«En líneas muy generales», sostiene Carmona, “sería un sistema lo menos normativo y rígido posible, que potencie y facilite la investigación, la iniciativa, la creatividad; un sistema radicalmente flexible que permita acelerar al niño si es lo que este necesita, que le impulse a llegar hasta donde quiera sin caer en la repetición, en la memorización, en la rigidez de metodologías y contenidos, y donde la educación emocional sea piedra angular sobre la que orbite todo lo demás, un lugar donde pueda convivir con otros niños con altas capacidades y puedan trabajar en grupo; un sistema capaz de observar la forma idiosincrática de aprender de cada niño y ofrecérselo en ese envase. La equidad en la escuela no consiste en dar a todos lo mismo, sino a cada uno lo que necesita o, al menos, no frenarlo”.

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Es ya sabido por todos los que se interesan por la educación que la pedagogía tradicional, la que recibimos en la escuela los que ahora somos padres y profesionales, es un modelo caduco. Procede y obedece a una sociedad que se forjó con la revolución industrial y no ha sido esencialmente revisada. Paradójicamente, si hay algo que debe ser permanentemente cuestionado es cómo educamos en casa y en las escuelas.

Hace poco, el Foro Económico Mundial y otras organizaciones similares, anunciaron cuáles iban a ser las competencias o habilidades imprescindibles para las profesiones del futuro, muchas de las cuales ni siquiera existen en el presente. Es decir, la mayoría de nuestros hijos están recibiendo una educación pensada para convertirles en el tipo de profesional (y de persona) que se demandaba hace un par de siglos.

La era digital nos arrolla con otro reloj y la sociedad va detrás trastabillando y sin aliento, tratando de acompasarse a la velocidad de vértigo que las nuevas tecnologías imponen, para bien y para mal. De forma tal que aquellos que son capaces de mirar hacia el futuro, saben que lo que nuestros niños van a necesitar son determinadas habilidades y competencias, por encima de los conocimientos formales y estructurados, es decir, los puramente académicos.

Hay un consenso en definirlas y, aunque no es difícil intuirlas porque efectivamente se van convirtiendo en una demanda social y profesional clarísima, la mayoría de los centros educativos siguen instalados en el “así se ha hecho siempre”, cómodamente recostados en la rutina de “lo conocido” en su zona de confort.

Las competencias que va a demandar el mundo profesional y personal a los que hoy son nuestros hijos son:

1. Inteligencia EmocionalEste concepto tan de moda desde que el psicólogo Daniel Goleman lo redefinió y difundió, si bien, en la mayoría de los colegios que dicen trabajarlo, se queda más en un postureo teórico que en una parte esencial del currículum cotidiano.

Sin embargo, no es que sea importante, es que va a determinar en gran medida, el éxito o el fracaso en la vida. Hoy, gracias a la neuropsicología, sabemos que las emociones desempeñan un papel determinante en la vida de las personas, que dirigen nuestras decisiones, que condicionan nuestras motivaciones y que siempre son el poderoso motor que guía e impulsa a la razón. La inteligencia emocional no es otra cosa que la efectiva gestión de las emociones, propias y ajenas. No es el positivismo infantil del “todo va a ir bien”, no es el “si quieres, puedes”, no es ninguno de esos conceptos planos, simplistas y cuasi mágicos que los gurús de moda nos quieren imponer para hacernos creer que gestionar la vida es simple.

Es autoconocimiento, es realismo práctico, es superar las frustraciones sin quedarnos atrapados en el fracaso, es regular nuestros estados de ánimo, es empatizar con nosotros mismos y con los demás. Parece obvio pensar que en una sociedad incierta, cuyos registros aún no podemos definir ni conocer, esta resulte ser una competencia imprescindible, en tanto sirve de base para la mejor adaptación a la circunstancia más compleja. Nos empeñamos en enseñar a nuestros hijos los ríos y afluentes de España, pero no sabemos distinguir la ira de la tristeza, o la rabia de la frustración. Si no enseñamos a nombrar las emociones y se quedan en un confuso y angustioso bucle, no es posible habilitar las herramientas para poder gestionarlas. Analfabetos emocionales dando tumbos por la vida sin tener ni la más remota idea de qué me llevó a tal o cual decisión, o peor aún, creyéndome mi propio cuento racional. Cuando un niño es educado emocionalmente, le estamos dando el timón para dirigir su propia vida.

2. Trabajo en Equipo. El ser humano es gregario por naturaleza. Gracias al trabajo cooperativo ha sobrevivido como especie y también gracias a ello, ha aumentado nuestro cociente intelectual. El modelo de sociedad individualista, donde nadie necesite de nadie, enferma a las personas y atenta contra nuestra verdadera esencia. Un recién nacido que no es tocado por otro ser humano puede morir, aunque sea alimentado.

Los precursores del aprendizaje colaborativo, los hermanos David y Roger Johnson, demostraron que la idea de que solo los más aptos sobreviven era falsa y que en cambio el aprendizaje cooperativo era clave para convertirse en un ser social altamente efectivo. A partir de sus exitosos resultados, el modelo se difundió a miles de escuelas por todo el mundo. Saber trabajar en equipo no es juntar niños y pedirles que hagan determinada cosa; para crear las condiciones de cohesión y colaboración necesarias deben interiorizar que para que el proyecto tenga éxito, necesita de todos, es decir, el éxito individual pasa por el éxito del equipo al igual que el fracaso. Este paradigma no es incompatible con ser competitivo, es una forma diferente y psicológicamente más alineada con la condición humana de serlo.

3. Gestión de Personas. Las organizaciones más punteras saben que su principal activo son las personas. Las habilidades relacionadas con la comunicación efectiva, la capacidad para motivar, para influir, para empatizar, son el engranaje que hace que un sistema funcione, ya sea empresarial o familiar. Hablamos de inteligencia interpersonal siguiendo el esquema de Howard Gardner. Si la comunidad se va volviendo cada vez más compleja, se impone dirigir el foco hacia la forma de vincularse de quienes la integran.

4. Pensamiento crítico. Competencia imprescindible para preservar un mínimo de libertad personal en una sociedad donde, tanto la manipulación ideológica con fines económicos entre otros, como la ingente cantidad de información que recibimos por segundo, puede colapsar nuestro propio criterio. Se vuelve entonces un ejercicio esencial aprender a ser capaces de analizar y evaluar, de cuestionar, aquello que se nos sirve en la bandeja del pensamiento manufacturado desde el cómodo sofá de nuestra hipotecada casa. Enseñar en la escuela a ser críticos es enseñar a ser libres, es facilitar las herramientas para que nuestros hijos sean un poco más dueños de su propio futuro, minimizando la capacidad de la maquinaria económica y social para convertirnos en marionetas sin criterio ni libertad de elección. Es una apuesta tan arriesgada como imprescindible.

Nunca cambió nada que no se cuestionara antes, cualquier progreso de la humanidad ha pasado previamente por un cuestionamiento de lo que parecía una verdad absoluta. Sin individuos críticos, cuestionadores, pensantes, no hay evolución.

5. Resolución de problemas complejos. No sabemos cómo será la sociedad en la que nuestros hijos tendrán que desenvolverse, pero lo que sí podemos asegurar es que la velocidad a la que se producen los cambios es de vértigo. Surgen constantemente nuevos interrogantes con un grado cada vez mayor de complejidad. Potenciar la capacidad de resolver problemas complejos es una competencia que va a liderar un mundo donde se valorará más resolver un problema que saberse las respuestas de los que ya pasaron. Igual que las otras, se trata de una competencia que hace al individuo más adaptativo a la sociedad que le toque vivir.

6. Creatividad. Es la madre de la capacidad de adaptación al medio. Y la buena noticia es que puede potenciarse, en la escuela y en casa, pues no se trata de un rasgo genético que se tiene o no, sino que la conforman una serie de características tales como la curiosidad, la asunción de riesgos, el gusto por la dificultad, la imaginación, la independencia del juicio externo, la flexibilidad, el cuestionamiento de la norma y de la autoridad, la tolerancia a la frustración y a la ambigüedad, el entusiasmo, la intuición, la iniciativa, la sensibilidad y la apertura a la novedad.

Volviendo al principio, se impone revisar el modelo educativo desde la base, porque han cambiado y cambiarán aún más no sólo las reglas del juego, sino el juego mismo

7. Velocidad para aprender. Dice José Antonio Marina que Learnability es la palabra del futuro. “Los jóvenes que terminan este año sus estudios tendrán que reciclarse entre 10 y 14 veces en su vida laboral, lo cual exige una capacidad de aprendizaje muy amplia”…Tener el conocimiento será menos valorado que tener la capacidad para aprender rápidamente. Los llamados “nómadas del conocimiento” (knowmad), se caracterizan por ser innovadores, creativos, capaces de trabajar en colaboración con casi cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento. Se trata de que las escuelas y las familias enfaticen más el “aprender a aprender” que “lo que se aprende”. En palabras de J.A. Marina: “La sociedad del conocimiento se rige por una ley que no podemos olvidar: “Una persona, una organización, una empresa o una sociedad entera necesitan para sobrevivir aprender al menos a la misma velocidad con que cambia el entorno. Y para progresar, necesitan hacerlo a más velocidad”.

8. Capacidad de Negociación. Somos una generación educada en el concepto “ganar-perder”, es decir, si yo no gano, gana el otro, de forma que atrapados en esa dicotomía mi mejor opción es salir airoso. La sociedad ya no camina en esa dirección, sino en fórmulas de negociación que nunca antes como ahora, implican el concepto “ganar-ganar” como fórmula efectiva y saludable de éxito. Y como todas las otras competencias descritas hay que aprenderlas y entrenarlas para que formen partes de las habilidades y herramientas del adulto que será. Saber negociar es la forma más eficaz de llegar a una meta respetando y cuidando la autoestima y la dignidad de los otros. Es enseñar a nuestros hijos una mirada que contempla el mundo y sus necesidades desde un lugar más amable.

9. Orientación de Servicio. Hay una satisfacción netamente humana en ayudar a otros, un impulso cooperativo que habita en cada niño y que debe ser protegido y estimulado. Ningún profesional será lo suficientemente bueno si no tiene como fin último de su trabajo una misión de servicio que aporte sentido a lo que hace. Es fácil distinguir un profesor con vocación de servicio de otro que no la tiene, aunque tengan la misma formación: cambia radicalmente el resultado. Enseñar a nuestros hijos que la felicidad es diferente del placer hedonista y que en esencia tiene que ver con lo que sean capaces de ofrecer y aportar a los otros, es apoyarles a construir lo que dará sentido a sus vidas. Inculcar en casa y en la escuela el porqué se deben hacer las cosas, alejándonos de la obligatoriedad punitiva y acercándoles en cambio a la satisfacción del apoyo al otro, es el primer paso.

10. Juicio y Toma de decisiones. Para desarrollar la capacidad de juicio y de toma de decisiones es necesario entrenarla desde la cuna. Sin opciones no se produce elección y por tanto, tampoco decisión. El criterio no se desarrolla por ósmosis, necesita entrenamiento de menor a mayor, de acuerdo con cada etapa de la vida. Y necesita libertad para poder elegir y experimentar las consecuencias de cada elección, incluida la renuncia que lleva implícita. Desde muy temprana edad, los niños y niñas muestran capacidad de elección, desde qué zapatos prefieren ponerse a cómo celebrar su cumpleaños. Hay cientos de decisiones cotidianas que es necesario que tomen ellos, porque es la base que trabaja la formación del criterio personal, competencia necesaria en la adolescencia y esencial en la etapa adulta.

Volviendo al principio, se impone revisar el modelo educativo desde la base, porque han cambiado y cambiarán aún más no solo las reglas del juego, sino el juego mismo.

*Olga Carmona es psicóloga.

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La psicopedagoga Bárbara Tamborini y el médico y psicoterapeuta Alberto Pellai son pareja, padres de cuatro hijos y autores de La edad del tsunami (Paídós), un libro en el que se acercan a la preadolescencia, una etapa vital poco estudiada y sumamente desconocida “con características muy específicas, que requieren una atención educativa muy diferente de la dirigida a niños o adolescentes”.

Se supone que la preadolescencia se da entre los 10 y los 14 años, aunque ambos expertos reconocen que “asistimos a una aceleración del crecimiento” a la que ya se aproximaron en su anterior libro que, no por azar, se titulaba Tutto troppo presto (Todo demasiado pronto). Y ese “demasiado pronto” es precisamente una característica de esta etapa, marcada por “una revolución que concierne al cuerpo y a la mente”, en la que los menores se asoman a un mundo por explorar y descubrir, deseosos de “vivir experiencias emocionantes y emocionales” sin haber desarrollado aún, sin embargo, las habilidades cognitivas “para manejar los riesgos asociados con ellas y predecir las consecuencias que se derivan”. De ahí, el papel “fundamental” que los padres adquieren en estas edades.

PREGUNTA. Generalmente los padres tememos a la adolescencia de nuestros hijos, pero no tanto a la preadolescencia. Sin embargo, vosotros la definís como “la edad del tsunami”. ¿Qué tiene esta etapa vital para ser eso, un tsunami?

RESPUESTA. Las transformaciones que ocurren a nivel neurológico en las mentes de nuestros niños los convierten en tsunámicos: tienen el mismo poder que un huracán y les cuesta regular la impulsividad que los invade y los mantiene a su merced. Los preadolescentes son «toda emoción y poca razón» y es por eso por lo que son tan exigentes: no consiguen regular su energía emocional, carecen de la capacidad de ponerse límites. Somos los adultos quienes tenemos que proporcionarlos.

P. En ese sentido, prestáis una gran atención en el libro al cerebro del preadolescente. ¿Qué pasa en la mente humana en esta etapa del desarrollo?

R. Gracias a los estudios de neurociencia llevados a cabo en los últimos 20 años, ahora sabemos que el cerebro de un preadolescente tiene dos partes con características específicas. Por un lado está la parte límbica, el cerebro emocional, aquella en la que se generan las reacciones de alegría, rabia, ira, que es hipersensible e hiperactiva en la preadolescencia. Los preadolescentes son tsunámicos porque su funcionamiento mental está dominado por la parte emocional de su cerebro, que provoca inestabilidad anímica y cambios repentinos: en cuestión de segundos pasan de una alegría infinita a una negatividad extrema. Por otro está la corteza frontal, el cerebro cognitivo, que en esta edad todavía es profundamente inmaduro y que se desarrolla completamente solo entre los 16 y los 20 años. Esta es la parte de la mente que evalúa los pros y los contras de las situaciones, que sabe cómo planificar los tiempos para alcanzar una meta, que puede renunciar a un placer o a una emoción, en vista de un trabajo o de un resultado con un peso y un sentido menos inmediato, pero más profundo para el desarrollo de la persona. De esta manera, el poder del cerebro emocional combinado con la inmadurez del cognitivo es lo que determina, durante la preadolescencia, la naturaleza tsunámica de nuestros hijos.

P. ¿Cuáles diríais que son los principales retos a los que nos enfrentamos los padres con un preadolescente en casa?

R. El desafío evolutivo para los padres es encontrar el equilibrio adecuado entre nuestra necesidad de proteger su crecimiento y su necesidad de explorar el mundo fuera del hogar. Tienen una gran prisa y un deseo infinito de sentirse inmediatamente adultos y de hacer cosas propias de los adultos. Nunca como en este período los psicoterapeutas nos enfrentamos a padres que piden ayuda, porque han descubierto que sus hijos han ingresado precozmente en el territorio de comportamientos de riesgo: tabaco, alcohol, sexualidad precoz y promiscua, además de los riesgos asociados con la vida online de los preadolescentes, que hoy es quizás la mayor emergencia educativa para quienes experimentan esta fase de crecimiento: la pornografía en línea, el sexting, los juegos de azar, la captación en línea, la sexualización temprana.

La bicicleta ya no se usa porque los padres tememos que se lastimen, que tengan accidentes. Nos preocupamos excesivamente por su seguridad física

P. “A esta edad los mayores desempeñamos un papel fundamental y podemos marcar verdaderamente la diferencia”, escribís en la introducción.

R. Nuestro papel de adultos es fundamental. Son muchas las atenciones educativas que hemos de tener con nuestros hijos en esta etapa de su crecimiento, pero hay dos que son de crucial importancia:

Por un lado no caer en excesos de protección de la realidad, del mundo real. Podríamos llamarlo «Más bicicleta y menos smartphone«. ¿Habéis notado que los preadolescentes ya no montan en bicicleta, mientras que todos tienen un smartphone? La bicicleta ya no se usa porque los padres tememos que se lastimen, que tengan accidentes. Nos preocupamos excesivamente por su seguridad física. Al mismo tiempo, ellos, los preadolescentes, que ya no pueden explorar el mundo real, lo hacen de manera virtual. Y luego se lanzan a la vida online, donde no hay reglas, donde no hay supervisión adulta, y donde los riesgos para su vida emocional y su desarrollo social son infinitos. Pero nosotros, los adultos, no nos preocupamos, ya que el smartphone no pone en riesgo la seguridad física de los niños.

Por otro no cargar con los esfuerzos que les corresponden y educarlos para que se esfuercen: ¿Alguna vez habéis visto madres que cargan sobre sus hombros la mochila de sus niños, ya casi tan altos como ellas? Dejemos de hacerlo. Acostumbrémoslos a la fatiga, a cuidar y a hacerse cargo de sus propias cosas y de algunas responsabilidades, gradualmente pero con decisión, empezando por pequeñas tareas en la esfera doméstica.

P. ¿Y cuáles diríais que son los principales errores que cometemos, las principales falsas creencias en las que caemos?

R. Por un lado, tendemos a ser padres «quitanieves», a eliminar cualquier dificultad y frustración del camino de crecimiento de nuestros hijos. De esta manera, sin embargo, nuestros hijos no están entrenados para la vida y es probable que sigan siendo dependientes e incapaces de construir una «musculatura emocional» que les permita funcionar bien en la vida real. Por otro lado, tendemos a subestimar el impacto que algunas experiencias tienen en sus vidas y para sus vidas. Hemos sido nosotros, los padres, los que hemos puesto en manos de los niños de 9-10 años herramientas poderosísimas, como Smartphones y tabletas, sin que ellos tengan las habilidades para manejar su complejidad. Es como dar a un niño de 13 años la licencia para conducir un Ferrari sin haber hecho siquiera una hora de autoescuela.

La neurociencia nos dice que nuestros hijos gritan porque todavía no saben cómo “mantener a raya” sus emociones

P. En ese sentido destacáis también la importancia de conocer el desarrollo cerebral que comentábamos antes para actuar en consecuencia. Y ponéis el ejemplo de palabras hirientes que los hijos pueden decir a sus padres en mitad de un estallido de ira. ¿Por qué es importante en estos casos conocer cómo funciona la mente de nuestros hijos?

R. Ese es el mensaje más importante del libro, por el que nos escribieron cientos de padres para darnos las gracias después de leerlo. Los preadolescentes están naturalmente predispuestos y fisiológicamente creados para enojarnos. Les hablamos y ellos no nos escuchan. De hecho, cuando tratamos de explicarles algo, comienzan a alzar la voz y nos dicen que no entendemos nada, que somos trogloditas. En este punto, los padres también tendemos a levantar la voz, a gritar e incluso, en algunos casos, a recurrir a las bofetadas y a la fuerza física para “domarlos”. Pero la neurociencia nos dice que nuestros hijos gritan porque todavía no saben cómo “mantener a raya” sus emociones, cómo regularlas, cómo calmarlas una vez que se activan. Nuestra tarea como adultos es enseñarles cómo regular las emociones, controlar la ira y mantener el control en situaciones en las que es tan fácil perderlo.

P. ¿Algún consejo en ese sentido?

R. En una disputa con el hijo, proponemos que los padres se centren en la regulación del tono de voz y en el uso de la mirada. De hecho, mirarse a los ojos establece otro tipo de conexión, una conexión real, humana, sensorial y emocional, de la que los niños tienen una profunda necesidad. El contacto visual es la principal herramienta de relación entre los seres humanos. La mirada, desde el nacimiento de nuestros hijos, permite la empatía, el reconocimiento de las emociones del otro por analogía con experiencias vividas. La mirada, el mirarse a los ojos, es una herramienta educativa extraordinaria, ya que permite que los padres comuniquen al niño que la prohibición, el “no” pronunciado para protegerlo y hacerle vivir experiencias nuevas pero no destructivas, es un límite necesario y no la anulación de su voluntad, sino lo contrario: es una manera de decir que te pongo un límite justamente porque te quiero. Una mirada vale mucho más que palabras gritadas o que una bofetada.

P. La preadolescencia, por último, es una etapa en la que los padres dejamos de ser superhéroes para nuestros hijos. Aceptar eso, intuyo, también es un trabajo que tenemos que hacer los padres, ¿no?

R. Absolutamente sí. Ser auténticos, completos, capaces incluso de disculparnos con un hijo cuando nos equivocamos, es la base para construir una relación leal y real con aquellos que están creciendo. Y luego, como invitamos a hacer en el libro, también es muy importante revisar nuestra propia historia: ¿qué tipo de niños hemos sido? ¿Qué padres tuvimos? Solo al volver a elaborar nuestra historia existencial, al aprender a corregir los errores de los que venimos y al no repetirlos, podremos convertirnos y ser los padres que nuestros hijos necesitan para su crecimiento y su éxito evolutivo.

Fuente: elpais.es