Poner los cuidados en el centro del debate político, poder estar presentes y cuidar pausadamente sin poner en riesgo la economía familiar y la supervivencia económica. ¿Una utopía o una exigencia clamorosa que debemos hacer al Estado? ¿Puede transformar ese cambio la vida de las familias y de todas aquellas personas que necesitan ser cuidadas?
Ha tenido que llegar un virus, confinarnos en nuestras casas a trabajar con nuestros hijos e hijas y amenazar con extender sine die esta situación que pensábamos provisional para que de repente la conciliación conquiste elevados titulares en los medios de comunicación y nuestras conversaciones. Pero oh, sorpresa, la conciliación no existe. Eso que llamamos de forma vaga e imprecisa conciliación es, en realidad, un batiburrillo de elecciones fabricadas con un conglomerado viscoso de expectativas, redes, circunstancias personales y condiciones materiales y económicas. Son las abuelas y abuelos, las escuelas infantiles, las madres de día y la amiga que un día te salva para recoger a tus hijos porque no llegas los que dibujan el trampantojo de la conciliación. Y parecía que con eso nos bastaba, pero ahora le estamos viendo las carencias a semejante masa porque el coronavirus, parafraseando a José Saramago, nos ha demostrado que ante esta realidad éramos “ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.
Llevamos seis años trabajando con nuestros hijos en casa. Cualquiera diría que entrenábamos para lo que estaba por venir. Primero, tres con la mayor. Luego, tres con el pequeño. Ninguno ha ido a la escuela infantil. Tampoco hemos tenido familiares cerca que aligeraran el peso de los cuidados. Con nuestros hijos hemos trabajado, asistido a reuniones e incluso hemos dado charlas con ellos en el regazo. Hoy nos produce espanto pensar que 24 horas después de nacer nuestro segundo hijo estábamos con él en brazos y frente al ordenador terminando encargos pendientes. Qué injusto que con él no hayamos podido ni siquiera disfrutar de las migajas miserables que ofrecen los permisos de maternidad y paternidad en España. Hemos robado horas a los días y a las noches por encima de nuestras posibilidades. También se las hemos quitado a nuestros hijos. Y a nosotros. Nuestra logística familiar ha adquirido un significado tragicómico, la verdad. En estos años nos hemos reído de lo absurdo y nos hemos quejado –y nos quejamos– mucho. Son quejas rellenas de culpa, de vergüenza, la que nos produce pensar en nuestro lugar privilegiado: estamos donde queríamos estar. Impresiona la ambivalencia que se concentra una sola frase: Trabajar en casa con los niños.
Son las abuelas y abuelos, las escuelas infantiles, las madres de día y la amiga que un día te salva para recoger a tus hijos porque no llegas los que dibujan el trampantojo de la conciliación
De todas formas, no hubiésemos sabido hacerlo de otra manera porque cuando nació nuestra hija mayor, en 2013, nos dimos cuenta de lo que decía la escritora Nuria Labari en un artículo reciente: que lo que hasta el mundo anterior a la covid-19 veíamos como normal (un trabajo tipo de 9:00 a 18:00 horas, con cero flexibilidad, obligándonos a ir todos los días a una oficina y a chuparnos atascos y horas de transporte público) era realmente una anormalidad y que nosotros, siendo parte de ese engranaje y sin ningún espíritu crítico sobre el mismo, “nos comportábamos muchas veces como verdaderos anormales”.
La conciliación familiar: un oxímoron
Dice el diccionario de la RAE del término conciliar: “Hacer compatibles dos o más cosas”. He aquí un ejemplo de oxímoron: cuidar trabajando. La conciliación no existe porque no se pueden hacer a la vez dos cosas que demandan tanto de nosotros como un empleo remunerado y los cuidados. Cuidar es algo mucho más complejo y demandante de lo que parece. Ya lo dejó por escrito Jane Lazarre en 1976 en las páginas de El nudo materno: “La energía humana es finita; tanto la energía mental como la física deben utilizarse con discreción, sabiduría y respeto. Vistas las exigencias que han de cubrir todos los padres de niños pequeños, ¿pretendes conseguir algo más que un compromiso superficial con los otros terrenos de la vida?”.
Sobrevivir al caos –sobre todo en los primeros años– de la crianza es casi imposible sin tener que hacer elecciones que no siempre son fáciles. Aceptamos que, con casi toda certeza, dependiendo de nuestra elección, una parte (la laboral o la de los cuidados) va a verse mermada. Y muchas veces ni siquiera hay un margen para la elección o, cómo escribía Carmen Martín Gaite en Lo raro es vivir, resulta que una elección nos empuja a otra y acabamos metidos en “un pasillo que se va ensombreciendo con puertas al fondo por las que también hay que pasar, cada vez más estrechas y perentorias”. Entonces solo queda la sumisión a la situación a la que nuestras circunstancias nos confinan.
Qué palabra: confinar. Es curioso que ahora, con el confinamiento, toda esta realidad se esté haciendo más visible. Era necesario. Urgente. Nosotros nos preguntamos a menudo si esta crisis va a poner (por fin) en valor el trabajo de lo reproductivo, de los cuidados. No parece fácil mientras no se acepte lo absurdo del término conciliación.
Es cierto que se pueden tomar medidas que suavicen la situación: horarios flexibles; trabajo y remuneración por objetivos y no por tiempo sentado en una silla. Y una apuesta por el teletrabajo, por supuesto, como reclamaba Nuria Labari en el artículo antes mencionado, pero no en las condiciones actuales. Según datos de NordVPN recogidos por Bloomberg, en Francia, España y el Reino Unido, la jornada laboral se ha extendido dos horas adicionales en las empresas en las que se ha instaurado el teletrabajo. No solo eso, según datos del gestor de correo electrónico Superhuman, el pico de envío de correos electrónicos se ha adelantado una hora, hasta las 9:00 am. Otro proveedor de VPN, Surfshark, completa el desolador panorama al afirmar que se están viendo picos en el uso desde la medianoche hasta las 3 de la madrugada que no estaban presentes antes del brote de Covid-19.
Porque, ¿se puede llamar teletrabajar a esto que estamos haciendo? Rotundamente no. Lo que estamos haciendo es un “ejercicio de supervivencia”. Nos pasamos el día con el ordenador encendido, buscando momentos para sentarnos delante de él sin que nuestros hijos nos pidan agua, leche, manzana, que les ayudemos a montar un Lego o que les dibujemos el vigésimo coche del día. Trabajar en casa con niños borra por completo la línea entre lo laboral y todo lo demás. Es el devenir constante de tareas infinitas. Es la antítesis de lo que significa conciliar.
Discursos centrados en la productividad
Las familias denuncian, con razón, la desprotección que están sintiendo. El silencio atronador de empresas e instituciones. Durante mucho tiempo, el relato que se ha ido construyendo sobre la conciliación se ha asentado en la banalización y la privatización de los cuidados y en el valor de la productividad. Ahí está el mantra del ‘Yo no renuncio’ que, en realidad, esconde un rasgo de la antigua anormalidad: la prevalencia por encima de todo de la productividad, de la ambición, dos valores antagónicos de los cuidados. Está claro a qué damos más valor como sociedad.
Y ahí está también cómo hemos centrado todas nuestras reivindicaciones en materia de conciliación en la igualdad de los permisos de maternidad y paternidad, que parecía que iban a poner fin a todas nuestras cuitas. Nos estaban señalando la luna y nos quedamos mirando el dedo. Y vaya por delante que está muy bien que los padres también tengan 16 semanas para cuidar a sus hijos e hijas, pero estaría mejor que las familias dispusiesen al menos del primer año de vida de sus criaturas para dedicárselo a ellas si así lo desean, por ejemplo. En la situación actual a los cuatro meses nos quedamos sin escudo, obligados a elegir (otra vez a elegir) entre dejar a nuestro retoño a cargo de los abuelos, en una guardería o renunciar a parte o a todo nuestro salario. Deberíamos exigir que se garantice el derecho de los niños y niñas a ser cuidados por sus padres y madres con garantías. Defender que el Estado invierta parte de su presupuesto en preservar un pilar que lo sostiene: los cuidados.
Las familias denuncian, con razón, la desprotección que están sintiendo. El silencio atronador de empresas e instituciones
En todos esos discursos centrados en lo profesional (en el ascenso laboral, en los puestos de responsabilidad) se echan en falta otras realidades. Aquellas que se sitúan en los márgenes de esas ambiciones y esos contextos socioeconómicos privilegiados. Además de PETRA o MATER. Observatori de les maternitats i paternitats contemporànies, ¿qué otros espacios de reflexión y acción encontramos sobre la crianza desde una mirada no productiva? En un artículo publicado recientemente, la periodista Patricia Gosálvez dejaba una reflexión que define precisamente todo esto: «Estos meses la pregunta “¿qué tal estás conciliando?”, significa ¿te dejan trabajar los niños? Pero la conciliación es justo lo contrario; que el trabajo te permita cuidar a quienes dependen de ti». Los cuidados por delante, porque la maternidad y la paternidad son para toda la vida, pero es durante los primeros años de crianza cuando la demanda que nos exige a cada uno de nosotros es aún mayor. En los cuidados no hay tiempo muerto, ni botón de pausa, ni fin de semana, ni vacaciones pagadas. Además de nuestras propias necesidades tenemos que cubrir las de otra persona que depende de nosotros, de nuestra presencia y disponibilidad. Las 24 horas al día, los 365 días del año.
Pese a la fortuna de no tener que salir de casa cada mañana hacia una oficina no sentimos que a lo que hacemos se le pueda llamar conciliación. Podemos llamarle malabares o supervivencia. Las experiencias de la maternidad y la paternidad, tal y como las vivimos en la actualidad, también tienen mucho de eso, de supervivencia. Al final, si hay algo que hemos sacado en claro es que si estás metido en la rueda de la producción, da igual si dentro o fuera de casa, no puedes estar cuidando a la vez.
Y si quieres cuidar porque no puedes o no deseas delegar, pero a su vez no puedes prescindir de un trabajo remunerado, solo queda hacerle trampas al sistema e ingeniártelas para seguir trabajando a distancia o por tu cuenta para que entre un sueldo en casa sin tener que elegir entre comer o tu familia. De nuevo el trampantojo de la conciliación que con su dibujo oculta la desesperación y el agotamiento por querer llegar a todo. Y llegar bien. La maternidad es agotamiento y ambivalencia. “Un confinamiento eterno”, como la define con acierto la escritora mexicana Brenda Navarro. Las preguntas caen, como caen las fichas de un dominó: ¿Precariedad laboral? ¿Ausencia de redes? ¿Deseo de estar presente? ¿Derecho a la queja? La respuesta social de siempre flotando en el ambiente: «No haber tenido hijos».
Fuente: El País
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