La exposición «El arte de saber ver», organizada por Acción Cultural Española (AC/E) y Fundación Giner de los Ríos, recupera la figura de unos de los grandes institucionistas.
Fue el principal discípulo de Giner de los Ríos. Llegó a vivir junto a él y su familia en su casa de Madrid, la que hoy es sede de la Fundación Francisco Giner de los Ríos, que él mismo fundó en 1916, un año después de la muerte de su maestro. Pero Manuel B. Cossío no sólo fue una de las grandes figuras de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y del institucionalismo. Es a él a quien, en gran medida, debemos el que la historia del arte comenzara a estudiarse en la escuela y que el Greco se convirtiera en el pintor universal que es hoy.
El pedagogo e historiador del arte no concebía el proceso de conocimiento sin el goce estético. Y este, a su vez, resultaba inseparable del imperativo ético. De ahí su esfuerzo por impulsar y consolidar el trabajo que la ILE comenzó a realizar a finales del XIX para lograr la categoría de disciplina científica para la historia del arte.
El disfrute de la producción artística era esencial en la labor educativa para Cossío. Por eso, desde 1870 impulsó excursiones escolares al Museo del Prado. Las conocidas como «visitas instructivas», con niños de distintas edades, incluidos los de parvulario, se convirtieron en un referente para los reformadores de la enseñanza europeos de la época (él mismo las defendió durante el Congreso Internacional de la Enseñanza de Bruselas, en 1880). Con ellas, Cossío trataba de cambiar el concepto de museo que imperaba en el momento:
Los museos de bellas artes se han considerado hasta aquí sólo bajo dos aspectos; o bien como destinados a la contemplación y puro goce estético o dedicados exclusivamente al aprendizaje especial del artista, pero nunca como centros donde la educación artística, no la particular, sino la general del hombre, tanto bajo el punto de vista de la inteligencia como del sentimiento, debe desenvolverse
Pero los escolares no eran los únicos a los que beneficiaba esta faceta social y pedagógica de los museos reivindicada por Cossío. Tenía ya 74 años cuando el pedagogo se embarca en las Misiones Pedagógicas e incorpora dentro de estas un museo de pintura itinerante. Su objetivo, como explica la historiadora de arte Carmen Rodríguez Fernández-Salguero, era que «el pueblo, por el que sentía un respecto y devoción comparables a la profunda tristeza que le ocasionaba verlo sumido en tal estado de abandono espiritual, pudiese olvidarse por un momento del trabajo físico y de la realidad cotidiana, y conociese los goces derivados de la contemplación de algunas de las obras más representativas del tesoro artístico español».
El Museo Ambulante o Museo del Pueblo hizo posible que los habitantes de zonas rurales remotas que nunca habían salido de sus pueblos conocieran, a través de copias manuales de gran calidad, algunas de las principales obras de la pintura española desde finales del XV hasta principios del XIX. Con la colaboración de ‘misioneros’ como Luis Cernuda o Ramón Gaya, la iniciativa no se limitaba a la exposición de los cuadros. También incluía otras actividades como lecturas de poemas y romances, proyecciones de diapositivas y sesiones de cine o las denominadas Charlas Ilustradas.
Tal y como escribió su hija, Natalia Cossío, el «amor exagerado» que el pedagogo, al igual que el resto de miembros de la ILE, sintió por España y sus gentes podría haber rayado en «estrecho nacionalismo» de no ser por los constantes contactos que mantuvieron con los estímulos llegados de fuera.
«En el juego de oposiciones tan característico de los institucionalistas, su patriotismo no sólo estaba relacionado sino que se identificaba con internacionalismo, europeísmo o cosmopolitanismo, aunque tampoco parecía posible que el pueblo español llegara a la modernidad si no era recuperando su propia tradición, que para Giner y sus compañeros estaba devaluada y perdida», escribe José García-Velasco, presidente de la ILE.
Es ese interés por movilizar «el alma del pueblo», muy ligado al alemán Volksgeist o a la intrahistoria de Unamuno, según el propio García-Velasco, se encuentra detrás de la labor realizada por Cossío, junto con otros miembros de la ILE, por recuperar las artes populares. Bordados, cerámicas, música, poesía, refranes populares o trabajos de ebanistería y forja se integraron, con toda naturalidad, junto a las manifestaciones «más elevadas» de las Bellas Artes en los estudios institucionistas. El afán por divulgar y democratizar el arte pasaba por hacerlo primero con el «material» cultural.
Lo que El Greco debe a Cossío
El Greco acapara gran parte del espacio expositivo de la muestra que estará abierta al público hasta el 23 de abril de 2017 en la sede de la Institución Libre de Enseñanza. Domenico Theotocopoulus debe a Manuel B. Cossío el ser considerado una figura imprescindible tanto en el arte europeo de su tiempo como en el canon de la pintura occidental.
En 1908 publica El Greco, su gran libro sobre el pintor. La monografía en la que repasa la vida y obra de Domenico Theotocopoulus, sitúa a Cossío entre los primeros historiados del arte en el país. Gaya Nuño dijo acerca de ella que en España «no se estaba acostumbrado a libro de tan minuciosa elaboración ni de tan profunda crítica, escrita en el mejor lenguaje castellano posible». A partir de este libro, son muchos los críticos e historiadores que comienzan a sentir interés por la obra de El Greco.
Para Cossío, la figura del Greco resultaba indisociable de la ciudad de Toledo. La ciudad castellana despierta para él, al igual que para muchos intelectuales y artistas de la época, un interés que la convertirán, en palabras de Salvador Guerrero, comisario de la exposición, en «un lugar de memoria y un paisaje colectivo de claras resonancias en la construcción de la España liberal.
Es el propio Cossío quien llega a decir que Toledo «es el resumen más perfecto, brillante y más sugestivo de la historia patria… Por esto, el viajero que disponga de un solo día en España, debe gastarlo sin vacilar en ver Toledo». Junto a las realizadas a la sierra de Guadarrama, otro de los rincones fetiche de los miembros de la ILE, las excursiones a Toledo son continuas para Cossío y varios de sus más allegados. En alguna de ellas, llegó de hacer de guía de personalidades de la talla de Albert Einstein o Julius Meier-Graefe.
Pese a que algunas de sus aportaciones, como el Museo Itinerante, desaparecieron tras su muerte y el posterior estallido de la Guerra Civil (que ocurrió sólo un año después de su fallecimiento), el legado de Cossío en relación al mundo del arte y la pedagogía podría resumirse con estas palabras extraídas de un texto que escribió en 1879 y que tituló El arte de saber ver:
El mundo entero debe ser, desde el primer instante, objeto de atención y materia de aprendizaje para el niño, como lo sigue siendo más tarde para el hombre. Enseñarle a pensar en todo lo que le rodea y a hacer activas sus facultades racionales es mostrarle el camino por donde se va al verdadero conocimiento, que sirve después para la vida. Educar antes que instruir; hacer del niño, en vez de un almacén, un campo cultivable, y de cada cosa una semilla y un instrumento para su cultivo; evitar que el hombre pueda dolerse del tiempo que ha perdido, teniendo las cosas delante sin verlas, y que tantos desaparezcan de este mundo sin haber sospechado siquiera que pueden ser dueños de una fuerza inextinguible para conocer cosas que nunca se olvidan, es el ideal que aspira a cumplir, mediante ese arte de saber ver, la pedagogía moderna.
Fuente: http://www.yorokobu.es/cossio/
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