Primero los llamaron Generation Yawn —»generación bostezo»—, denunciando que los nuevos veiteañeros pasaban del alcohol y las drogas para centrarse en su carrera profesional, con Taylor Swift o Ed Sheeran entre sus representantes. «Los 20 son los nuevos 40«, proclamaban algunos titulares. En algún momento, las generaciones previas a estos yawn decidieron erigirse en estandartes de una vida poco saludable que identifican con talentos creativos y la quintaesencia del molar. Pero he aquí una verdad: beber alcohol ya no se lleva, no abre puertas y sigue siendo tan malo como siempre.

En su lugar, movimientos multitudinarios se abren camino en ciudades como Londres y Nueva York, donde desde hace ya cinco años cientos de personas se congregan al alba, convocadas a través de las redes sociales, para una clase de yoga antes del trabajo, comer fruta y escuchar música electrónica. Un cóctel revitalizante como pocos y the place to be —el lugar donde hay que estar— si quiere estar al tanto de las tendencias sociales.

Son eventos caracterizados por la búsqueda de la plena consciencia

Morning Gloryville o Daybreaker son dos de las organizaciones pioneras en este movimiento. Desde 2013 movilizan muchedumbres que «buscan activar su día de una forma diferente», según explica Matthew Brimer, cofundador de Daybreaker junto a Radha Agrawal: «Estar en el aquí y ahora, rodeados de gente chula, música y muy buenas vibraciones. Se trata de bailar y desconectar antes de ir al trabajo y de sentirse tremendamente sanos y vitales horas antes de iniciar la jornada laboral». Y todo, con plena conciencia.

Es precisamente la búsqueda de la plena conciencia —lo que en inglés se conoce con un término muy de moda: mindfulness—, que caracteriza a este evento, la que ha traído de la mano toda una corriente, el mindful drinking —beber de forma consciente—, que ha derivado en múltiples formas de ocio por todo el globo.

La hora de los ‘pringados’ del grupo que dicen «no»

En 2015, Laura Willoughby, experta en comunicación y trabajos sociales en Londres, dio un paso más allá en la tendencia. Puso sus energías en fomentar la diversión sin alcohol, la vida sin copas, y la organización de eventos culturales donde lo que se prima, principalmente, es estar cuanto más sobrio, mejor.

Fue entonces cuando, junto a su socio, Jussi Tolvi, fundó el Club Soda. «Somos 15.000 personas seguidoras de la idea, además de pubs, bares, restaurantes e incluso marcas de bebidas asociadas. Todos juntos intentamos desarrollar programas que ayuden a la gente a cambiar sus hábitos de consumo de alcohol», explica la propia Willoughby.

Lo hacen a través de eventos que promueven el consumo moderado o nulo como algo normal y guay. ¿Las razones de su iniciativa? «Crear un mundo donde nadie se sienta fuera de sitio por el hecho de no estar bebiendo una copa», dice. Por desgracia, el alcohol está tan integrado en nuestra sociedad que, lamentablemente, no beber resulta absurdo y mal visto. «A muchos jóvenes no les gusta tomarse una copa, pero les da vergüenza convertirse en los pringados del grupo que dicen no», comenta María Franco, directora de la Fundación LoQueDeVerdadImporta, una institución social cuyos congresos y conferencias inculcan valores positivos, como el de cero alcohol en el ocio.

Saber cuándo parar para disfrutar con plena conciencia

En 2017, los responsables del Club Soda tuvieron la idea de organizar el Mindful Drinking Festival, un macrofestival de dos días donde se pusieran en práctica estos valores y se comunicara a través de charlas, conferencias, juegos, dinámicas, talleres… En solo dos ediciones convocadas —agosto y noviembre— consiguieron reunir a casi 13.000 personas, consolidando así lo que muchos señalan como la nueva modernez social: el Mindful Drinking Movement.

«Podríamos definir el mindful drinking como tomar decisiones conscientes sobre lo que bebes y en qué cantidad. Y, también, saber cuándo parar. Es decir, todo lo contrario a beber sin pensar», explica la periodista Rosamund Dean, autora del libro Mindful Drinking: How Cutting Down Can Change Your Life (Beber conscientemente: cómo reducir el consumo [de alcohol] puede cambiar tu vida).

«Lo que intentamos —señala Willoughby cuando le preguntamos por el festival—, es cambiar la mentalidad social para que por fin se entienda que una persona a la que no le apetece alterar su estado mental con sustancias tóxicas no es sinónimo de alguien aburrido. Probablemente estemos ante alguien que disfruta mucho más la vida. Con más energía, más en su presente, y sobre todo, libre de hábitos sociales que además afectan a la salud». Un misión positiva, y por ahora, de éxito, aunque con un largo camino por recorrer del que la propia organizadora es consciente.

«En esta sociedad, que podríamos definir como alcoholcéntrica, dice, el alcohol está bastante ligado al paisaje emocional y social, y eso hace que cuando alguien decide cambiar sus hábitos como bebedor, resulte difícil». Efectivamente, está tan integrado que irse de vinos es algo tan normal como apuntarse al gimnasio. «Lo hacemos sin pensar y esto se traduce en tomar un vino después del trabajo, abrir una botella en casa para cenar o beber más de lo que de verdad te apetece cuando sales con los amigos», señala Rosamund Dean.

La explosión de las bebidas sin alcohol

En Reino Unido este movimiento se ha convertido en algo más que una tendencia. «El mindful drinking es parte de un cambio social y cultural para evitar el consumo excesivo de alcohol», afirma Dean.

«Las generaciones más jóvenes, al menos aquí, beben mucho menos que en cualquier otra época; se organiza el Mindful Drinking Festival en Londres y cada vez se ven más bares y restaurantes que no sirven alcohol; en el mercado, además, se ha producido una explosión de bebidas deliciosas, alternativas al alcohol: diferentes tipos de soda, el kombucha, las bebidas de hierbas, las cervezas sin alcohol, las tónicas botánicas e incluso licores destilados sin alcohol como Seedlip con los que hacer combinados», describe la periodista. Sin embargo, «este movimiento todavía no ha calado en España», dice María Franco.

Un 7,1% de los varones entre 25 y 34 años, y un 3,8% de las mujeres de la misma edad confiesan ser bebedores intensivos

De hecho, según cifras del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, el 75,1% de los adolescentes de entre 14 y 18 años ha consumido alcohol en algún momento; seis de cada 10 adolescentes se han emborrachado alguna vez en su vida, y uno de cada tres lo ha hecho en los últimos 30 días.

Con respecto a los adultos, hay cifras que también hacen pensar. La Encuesta Europea de Salud en España 2014 indica, por ejemplo, que un 23,3% de los hombres y un 7,2% de las mujeres afirman beber alcohol todos los días. Y un 7,1% de los varones entre 25 y 34 años, y un 3,8% de las mujeres de la misma edad confiesan ser bebedores intensivos (consumiendo más de 50 gramos de alcohol puro en unas 4 a 6 horas, o lo que es lo mismo el equivalente a unas cinco cañas) al menos tres días a la semana.

«Es una realidad que el alcohol está en nuestras vidas y en la de los jóvenes. Lo utilizan, al igual que otras sustancias, para perder la vergüenza y conseguir ‘superpoderes’«, ratifica Franco. «Por eso hay que informarles para que sepan sus consecuencias —accidentes de tráfico, relaciones sexuales no consentidas, dependencia, etcétera— y fomentar otras maneras de relacionarse y de reforzar su personalidad para saber decir ‘no’ sin sentirse los raros del grupo».

Ni es extremista ni radical: basta con beber poco

Lo bueno de este Mindful Drinking Movement es que no es extremista ni radical. Ni Laura ni Jussi lo pensaron para quienes solo quieren apostar por convertirse en abstemios totales. Aquí hay cabida para los que quieren aprender a beber con moderación, o practicar, voluntariamente, periodos puntuales de abstinencia, como el famoso ‘Dry January’ (enero seco), un ayuno total de alcohol durante el primer mes del año con el que resarcirse de los excesos realizados en las fiestas navideñas.

«Hay generaciones que han crecido en una sociedad donde el alcohol era elemento necesario para cualquier situación; para celebrar algo, para relacionarnos, relajarnos e incluso para aliviar el estrés», dice Rosamund Dean. Lo importante es que sea cual sea la meta de cada uno, la gente aprenda a cambiar su mentalidad, y se atreva a poner en práctica nuevos hábitos más saludables y comedidos. Porque la diversión y el éxito social sin copas sí son posible aunque, por diferentes razones, para algunos resulte un cambio más arduo que para otros.

De forma particular, por poner un ejemplo, comenta Dean, «las mujeres que entraron en la edad adulta en la década de los 90, o las que fueron seguidoras de Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York, o de Bridget Jones, vieron cómo el alcohol era habitual en la vida de una mujer como la de aquellas. Muchísimo más de que lo que han visto las nuevas generaciones actuales, cuyos iconos son abstemios totales como las Kardashian, o gurús del yoga y el wellness a los que siguen en Instagram».

https://elpais.com/elpais/2018/01/22/buenavida/1516639670_374302.html?id_externo_rsoc=FB_CM&fbclid=IwAR0D27pQjRpE5IBxuUNPq02aO4FN_-V_n5weGWAAbgTD8bvCAeIYxCGZAZ0

María, profesora de 33 años que prefiere no dar su nombre real, dice que ha vendido su alma al diablo. Da clase de Geografía e Historia a estudiantes de 4º de la ESO en inglés en un instituto público bilingüe de Madrid. «No me causa ansiedad, pero pienso que no estoy haciendo bien mi trabajo. Para resultar cercana a mis alumnos tiro de la ironía y del humor, y eso no lo puedo hacer en inglés porque no es mi lengua materna», cuenta. En 2013 decidió sacarse la habilitación -el certificado de inglés avanzado (C1) que exige la Comunidad de Madrid– porque no corrían las listas y no la llamaban para dar clase en centros no bilingües. Tardó dos años en preparar el examen y se gastó 3.000 euros en academias. Desde entonces, trabaja como interina a jornada completa todos los años. «Lo he hecho por necesidad: se pierde la riqueza lingüística y todo se traduce, hablamos de Isabella the Catholic (Isabel la Católica), Tagus River (río Tajo) o Wilfred the Hairy (Wilfredo el Velloso)«, explica.

El crecimiento de la red de centros bilingües públicos y concertados en España es imparable. De los 240.154 alumnos matriculados en esos programas en el curso 2010-2011 en las diferentes autonomías (excepto Cataluña que no ofrece datos), se pasó a 1,1 millones en el 2016-2017, un aumento del 360%, según el análisis de EL PAÍS con los datos publicados por el Ministerio de Educación. Los expertos denuncian la falta de análisis y datos objetivos sobre los efectos en el aprendizaje de los alumnos y acusan a las regiones de usar a los estudiantes como banco de pruebas para cumplir sus promesas electorales. El 95% de los alumnos españoles en la red bilingüe ha escogido el inglés como lengua de enseñanza.

«Las familias a menudo toman decisiones desinformadas y eligen esos centros porque socialmente tienen prestigio. Se crean unas expectativas de aprendizaje que no son realistas y hay tantos modelos como autonomías», apunta Rubén Chacón, profesor de Filología Inglesa en la UNED y coordinador del congreso Biuned, celebrado la pasada semana para revisar los sistemas bilingües con la participación de más de 100 expertos nacionales e internacionales. «El bilingüismo ha venido para quedarse y el profesorado está abocado a adaptarse y formarse para salir adelante», añade.

Las diferencias entre comunidades son notables. Una de ellas es el nivel que se exige a los docentes para dar clase en la bilingüe. Autonomías como Asturias -que va a la cabeza con el 52,3% de los alumnos de primaria matriculados en inglés y el 33,7% en secundaria- o Andalucía -que ocupa la novena posición con un 30,5% en primaria y la tercera en secundaria con un 28,6%- exigen un nivel intermedio (B2). Otras, como Madrid -cuarta en primaria con un 43,8% de alumnos y en secundaria con un 27,6%- piden nivel avanzado (C1).

«En Andalucía, el programa arrancó en 2004 y el crecimiento no ha sido moderado. No hay suficientes profesores capacitados para hablar bien», señala Christian Abello, profesor de Filología Inglesa de la Universidad de Sevilla que ha coordinado más de 10 investigaciones sobre bilingüismo. Durante los primeros años, la Junta permitió a algunos docentes dar clase en esos programas con un B1 (nivel intermedio bajo), afirma José Antonio Romero, coordinador del programa bilingüe del instituto público Miguel Servet de Sevilla. «Empezamos sin tener a los profesores preparados y la formación en CLIL –la metodología europea para aprender un nuevo idioma a través de otras asignaturas como las matemáticas– es voluntaria. La Junta no supervisa el progreso de los docentes», añade Romero.

LENGUA EXTRANJERA COMO IDIOMA DE ENSEÑANZA

Alumnos en programas de aprendizaje integrado en Educación Primaria, ESO y Bachillerato. Curso 2016-17

Fuente: Ministerio de Educación y Educación Profesional. EL PAÍS

Además, hay otro punto que levanta mucha polémica. En la Comunidad de Madriddonde el programa también arrancó en 2004– los alumnos de secundaria se examinan antes de acceder a los institutos y en función de su nivel de inglés se les divide en dos grupos: Programa, donde van los que sacan peores resultados y solo dan una asignatura en inglés, y Sección, que reúne a los más avanzados y reciben, al menos, el 33% de las horas lectivas en la lengua extranjera. 

Sandra, que no da su nombre real, tiene 34 años y es profesora interina de Geografía e Historia en un instituto del barrio madrileño de Vicálvaro, de clase obrera. Ha decidido que no se habilitará para dar clase en inglés porque es una «aberración». «En mi asignatura hay mucho pensamiento abstracto y me parece una traición para los alumnos, a los que ya les cuesta en español», cuenta. El hecho de no dar clase en inglés tiene consecuencias: este curso solo la han llamado para impartir media jornada. Tiene dos hijas y gana unos mil euros al mes. Critica que los centros bilingües disponen de más recursos, como por ejemplo el programa Global Classrooms, un simulacro de los debates de la ONU en el que los estudiantes defienden sus puntos de vista y compiten con otros centros. «Aprenden mucho y los no bilingües se quedan fuera», lamenta.

«Los centros están en una especie de carrera y eso arrastra al profesorado, que, en muchos casos, sufre estrés. Es un experimento social», apunta Isabel Galvín, responsable de Educación de CC OO de Madrid. De las 365 consultas registradas en el servicio de asesoría laboral del sindicato este trimestre, 185 (cerca del 50%) corresponden a temas de enseñanza bilingüe en la Comunidad de Madrid. «Un problema habitual es el de los interinos que ocupan la plaza de los funcionarios que no tienen la habilitación», asegura. Ana, de 50 años, que no quiere dar su nombre real, llevaba 12 años en un instituto como profesora de dibujo técnico y hace tres años la trasladaron porque el centro se hizo bilingüe. «No consigo sacarme el C1, veo muy difícil habilitarme», señala. Cada curso le asignan un centro diferente. Otra de las quejas del profesorado es la tutoría, un encuentro en el que los alumnos cuentan sus problemas académicos y personales que los profesores también deben hacer en inglés. 

Hay docentes que sí se sienten cómodos con el inglés. Javier, profesor interino de Biología y Geología que vivió un año en Estados Unidos, cree que el problema es el planteamiento. «Este modelo segrega a los alumnos en función de sus posibilidades económicas; los que pueden pagar clases de apoyo van bien y los que no van empeorando en los resultados». Critica que las familias creen que esos centros dan mucho prestigio, pero ignoran que son poco funcionales. «Muchas veces, los alumnos acaban memorizando. Entender materias tan complejas en inglés es un esfuerzo doble».

LENGUA EXTRANJERA COMO IDIOMA DE ENSEÑANZA

Alumnos en programas de aprendizaje integrado en Educación Primaria, ESO y Bachillerato. Curso 2016-17

Fuente: Ministerio de Educación y Educación Profesional. EL PAÍS

En el informe Magnitud de la segregación escolar por nivel socioeconómico, en el que dos investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona hacen una comparativa de España y el resto de países de la UE, indican que «los centros bilingües están generando procesos de selección» en los que se elige a los estudiantes «con más recursos», y se deja fuera «a los que más dificultades tienen». Con gran disparidad entre regiones: Baleares o Galicia presentan una baja segregación -entre Suecia y Finlandia, los países con la tasa más baja-, mientras en Madrid es «altísima» -entre Hungría y Rumanía, los dos países con la mayor tasa de la UE-. El análisis no analiza únicamente a la bilingüe, sino el sistema educativo en general.

«Los alumnos de la bilingüe obtienen peores resultados en la asignatura de conocimiento del medio, un 10% menos que los de la no bilingüe», indica Antonio Cabrales, investigador de University College London y coautor del informe Evaluating a bilingual education program in Spain (2017), en el que analizaron los resultados de las dos primeras promociones de alumnos de la bilingüe madrileña tras finalizar 4º de la ESO en 2010. Esos resultados se asocian con los niños de familias con niveles de formación inferiores y profesiones menos cualificadas, informa el experto. «Hay un exceso de contenido en las asignaturas y a eso se suma el inglés, hay que prescindir de algo y esa decisión no se ha tomado», opina Cabrales, en realizó el estudio junto a otros expertos de la Carlos III y la Autónoma de Madrid. Algunos detractores de ese informe señalan que tiene algunas limitaciones, como que los exámenes para medir el conocimiento de los alumnos se realizaron en castellano, cuando esos estudiantes dominan el vocabulario de la asignatura en inglés. 

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En un informe presentado por la Comunidad de Madrid en junio de 2018, se apuntaba que la tasa de repetidores es superior en los centros no bilingües, un 4,5% en primaria y un 12,5 en la ESO, frente al 3,8% y el 9% en los bilingües. De los 36 millones que el Gobierno madrileño destinó a la red bilingüe en 2016-2017, el 5% se destinó a formación del profesorado y el 69%, la partida más amplia, a los auxiliares de conversación -universitarios de países anglosajones que acompañan una hora a la semana a cada docente en el aula-. Ese mismo documento señala que los alumnos de la bilingüe obtienen mejores resultados en inglés: el 86,5% de los alumnos de 4º de ESO de Sección (el grupo de mayor nivel) tienen un B2, mientras que el 77% de los de Programa tienen un nivel básico (A1), según un análisis de British Council

Asturias, la comunidad con la mayor tasa de alumnos matriculados en bilingüe en secundaria, no divide a los alumnos, tiene un programa «inclusivo». Allí, los profesores pueden dar clase con un nivel intermedio (B2). ¿Supone eso un problema para los alumnos? «Nuestro objetivo no es que lo hablen como su lengua materna, sino que lo dominen. La figura del profesor ha cambiado; ya no solo es un experto en su campo, tiene que dominar la tecnología y los idiomas», asegura Francisco Laviana, director de ordenación académica del Gobierno de Asturias. «Es una oportunidad laboral para los docentes y una tendencia imparable».

Los problemas de formación del profesorado

En su encuesta a más de 100 docentes de centros bilingües de toda España, la investigadora Inmaculada Senra de la UNED, advirtió que el 50% de ellos aseguraba no estar formado en la metodología CLIL (Content and Language Integrated Learning, por sus siglas en inglés), un sistema impulsado por la Comisión Europea que persigue el aprendizaje de un nuevo idioma a través de otras asignaturas como las matemáticas, la geografía o la historia. «La gran mayoría de ellos manifestaron que no tienen tiempo para coordinar las asignaturas con el resto de docentes del centro, y esa parte es esencial para que la enseñanza bilingüe funcione. La idea es coordinar los proyectos para potenciar un vocabulario o una destreza específica», apunta Senra. Uno de los mayores problemas, según la experta, es que muchos docentes creen que el bilingüismo es dar su clase en inglés. 

Durante los primeros años de implantación del programa, comunidades como Madrid, Andalucía o Asturias ofrecían a los docentes un programa para perfeccionar el inglés de 15 días en Reino Unido. Con los recortes, estas estancias en el extranjero se han eliminado. «Solían ir unos 50 al año, pero por una cuestión financiera, lo hemos suprimido», reconoce Francisco Laviana, del Gobierno asturiano. 

https://elpais.com/sociedad/2018/12/05/actualidad/1544011044_830446.html

Según datos del reciente informe El sector ecológico en España 2018, elaborado EcoLogical, el mercado ecológico español, pese a seguir siendo proporcionalmente muy pequeño (1,69% del total), continúa creciendo en dobles dígitos tanto a nivel de mercado interior, con 1.656 millones de euros (+12,55% respecto a 2015), como en lo referente a gasto per cápita, que llega ya a los 36,33€ al año (+12,58%). Estos datos sitúan a España por primera vez entre los diez primeros países por volumen de mercado interior, aunque lejos aún de las principales potencias europeas como Alemania o Francia.

Dentro de ese crecimiento imparable, la alimentación infantil se sitúa como uno de los segmentos de mayor desarrollo. Así lo corrobora el hecho de que la categoría de alimentos infantiles eco se sitúe según el informe como la tercera que mayor representación tiene en las importaciones (entre el 15 y el 20% del total). También los datos del Estudio Iri: El consumo Eco y Bio en España 2017, que muestran cómo la ventas se dispararon un 90% entre 2016 y 2017, un periodo en el que el sector alimentario infantil no ecológico, contrariamente, vio como sus ventas se reducían casi un 3%.

Este crecimiento, a nivel micro, lo han notado también en cadenas de supermercados ecológicos como GranBiBio, donde desde la apertura de su primer súper en 2015, según explica su CEO, Juan Antonio Martínez Rubio, han visto cómo esta familia de productos crecía un 5% anual en el ticket de compra, a lo que habría que añadir el aumento del 10% en el número de referencias. “La alimentación infantil en el sector ecológico es un valor al alza”, explica el responsable. Una opinión que comparte Diego Roig, director de EcoLogical, que añade que el aumento de demanda “no ha pasado desapercibido para la industria agroalimentaria nacional, tanto a nivel de grandes empresas como de nuevas iniciativas empresariales, que han respondido en los últimos años creando nuevas líneas bio para el público infantil”.

Un ejemplo de esta creciente atención por el mercado ecológico infantil es Yammy, la marca de potitos infantiles ecológicos y elaborados como en casa creada por dos padres emprendedores, Lola Zozaya y Alfredo De Lara. En junio de 2017 lanzaron sus primeros productos al mercado. Apenas un año después sus potitos se pueden encontrar ya, incluso, en lineales de grandes superficies y al cierre del primer semestre de 2018 su facturación había aumentado en un 80%. “Vimos que para lanzar un producto de calidad infantil éste, sí o sí, tenía que ser ecológico, ya que creemos que hay una falta de innovación tanto en la variedad de ingredientes como en la calidad de los productos que se ofrecen para los bebés. Otros países del norte de Europa, Asia o Estados Unidos tienen una variedad muy amplia. En España tenemos que cambiar un poco la mentalidad de las cuatro frutas básicas. Y en ellos estamos”, reflexiona De Lara.

La salud como principal motivo de compra

Divulgadores como el doctor en bioquímica y biología molecular por la Universidad de Valencia José Miguel Mulet han querido matizar en los últimos tiempos el reclamo de “saludable” de los productos alimentarios ecológicos. Así, en su último libro, ¿Qué es comer sano? Las dudas, mitos y engaños más extendidos sobre la alimentación (Destino), explica que el contenido nutricional de un producto ecológico y de otro que no lo sea “va a ser muy similar, y eso es lo que señalan la mayoría de los estudios comparativos (…) Por tanto, el consumo de productos ecológicos solo puede justificarse por motivos filosóficos o políticos”.

Sin embargo, según los resultados del estudio de EcoLogical, la salud es la principal motivación de compra de los consumidores ecológicos españoles, seguida de la ausencia de pesticidas y fertilizantes, la calidad superior o el sabor. En un escalón inferior aparecería el cuidado de la naturaleza. “Alrededor de estos argumentos de consumo la principal motivación de los progenitores es el pensar que comprar ecológico les hace ser, en cierto modo, mejores padres”, añade Diego Roig.

Para Juan Antonio Martínez, por su parte, en este tipo de compra “priman los valores que ofrece la alimentación ecológica (productos sin conservantes, ni aditivos y sin trazas de pesticidas) para no poner en peligro la salud de los más pequeños”, algo a lo que habría que añadir el hecho de que los padres consumidores de productos eco buscan para sus hijos “un producto lo más parecido a lo que podrían elaborar de forma natural en su propia casa”.

Saben de esta última y creciente demanda de los padres actuales en Yammy. No en vano, tienen en el proceso de cocinado artesanal y casero de sus potitos uno de sus principales reclamos. “Los padres que compran nuestra marca buscan confianza y calidad. Saben que con nuestros productos sus bebés van a estar realmente nutridos por nuestro proceso de cocinado casero y por los ingredientes naturales que utilizamos. Además, cada vez más buscan que lo que compran no tenga azúcares añadidos, sal o aceite de palma y saben que con nosotros están tranquilos en ese aspecto”, argumenta De Lara.

El boom de los padres millennials

No hay un rango de edad 100% consensuado para abarcar a los miembros de la Generación Y, también conocidos como millennials, pero de forma más o menos aproximada podemos hablar de aquellos nacidos entre 1984 y el año 2000. En todo caso, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente recogidos en el estudio de EcoLogical, este grupo de población que aún no ha llegado a los 35 años acapara el 30% de las compras del mercado ecológico en España, seguido de cerca por la franja de edad de 35-44 años (26%). “Se trata de un fenómeno que se viene produciendo a nivel internacional. Un reciente estudio publicado a finales del año pasado por la Organic Trade Association, la principal organización empresarial bio de EEUU, aseguraba que los millennials son también los principales compradores de productos ecológicos en Norteamérica”, contextualiza Roig.

Y esto es una promesa de crecimiento para el sector ecológico infantil. No en vano, según el director de EcoLogical, “el 25% de los millennials ya son padres y se calcula que en los próximos 15 años ese porcentaje de familias aumentará al 80%, provocando un mayor desarrollo del mercado”. “Se presentan muy buenas expectativas”, corrobora Juan Antonio Martínez Rubio, que no obstante considera que aún queda mucho trabajo por hacer a nivel de “concienciación y comunicación de los valores añadidos que ofrece este tipo de alimentación”.

Afirma por último De Lara que como marca han llegado al mercado eco “en un momento en el que los padres cada vez vigilan más lo que compran para sus bebés”. En ese sentido el cofundador de Yammy considera que a los consumidores bio de toda la vida se han sumado en los últimos años “una gran cantidad de padres que sin ser consumidores bio al 100%, sí empiezan a buscar productos ecológicos porque cuando se trata de la alimentación de sus bebés solo buscan lo mejor y aquello que sea lo más casero y artesanal posible”.

https://elpais.com/elpais/2018/07/09/mamas_papas/1531122349_798142.html

Esta joven parisina de origen español decidió «infiltrarse» en el sistema educativo francés para, tras estudiar cómo aprenden las personas, demostrar que «podíamos tener resultados increíbles si respetábamos más las leyes naturales del niño».

Céline Alvarez / © Amaya Aznar

“Ah, no soy profesora”, dice Céline Alvarez poco antes de despedirse. Esta parisina de 34 años, de cuyo padre inmigrante español le queda un excelente manejo de la lengua, está presentando Las leyes naturales del niño (Aguilar), un libro donde explica su manera de ver al niño y cómo aprenden. Alvarez sí fue profesora, pero lo considera “una anécdota” que duró tres años y solo para demostrar que sus teorías, basadas en la neurociencia y los últimos conocimientos sobre el desarrollo humano y los mecanismos de aprendizaje, son correctas. El experimento en un aula de infantil del municipio deprimido de Gennevilliers, al noroeste de París, fue un éxito rotundo que ha llevado a cientos de maestros galos a emular su manera de ver la educación. “Pero no es un método”, pide al periodista que no le encorsete. “El método encierra en un sistema fijado, acabado, es la antítesis de lo que pienso. Prefiero hablar de de proceso educativo abierto, científico, evolutivo”.

Si no es profesora, ¿qué es?

No lo sé. Soy una persona que quiere que las cosas cambien, y para eso voy a hacer lo que haga falta. He escrito un libro, quizá haga un documental. Voy a clases, hablo con profesores, con científicos… Soy una persona que nació y creció en un barrio muy desfavorecido de las afueras de París. Es una suerte, aunque al principio no lo consideraba así. Ahí empecé a ver el impacto de un sistema educativo que no era coherente con la manera de ser y desarrollarse del niño, ni con la manera natural de transmitir del adulto. Todos sufrimos esto. Los profesores estaban agotados, deprimidos. Nosotros sufríamos, nos desconectábamos de nosotros mismos, del otro y de la sociedad. Lo he vivido, tuve una escolaridad bastante mala que me provocó rabia, cólera. No entendía esta sociedad. Yo veía que teníamos tanto que dar. Pensaba en cómo podemos gastar estos potenciales cada año. Se volvió una obsesión, quería cambiar el sistema. Yo tenía poco vocabulario, cometía fallos y los psicólogos decían que iba a fracasar en el colegio. Pero tenía algo que nadie me podía quitar: esta envidia, este deseo profundo de que las cosas cambiaran rápidamente. Esto era más importante para mí que todo lo demás. Quiero que el mayor número de niños posibles puedan acceder a esta educación que yo llamo fisiológica, adaptada a la forma de aprender del ser humano.

¿Cómo va esta expansión de sus ideas?

Lo primero que hice fue estudiar las neurociencias afectivas, cognitivas y sociales para ver los grandes principios que se ponían de relieve y que se podían constituir como no negociables, universales y comunes a todos los seres humanos. Empecé a estudiar esto para tener una base científica, objetiva, sobre la que apoyarme y pensar y reflexionar. Cada año en Francia el 40% de los niños sale de Primaria con dificultades en lectura o matemáticas que son tan grandes que no pueden tener una escolaridad normal en Secundaria. Esto es inaceptable. Un niño que no sabe leer bien o hacer matemáticas como se espera no solo falla en el cole, pierde la confianza en sí mismo, empieza a ser agresivo, se desconecta del sistema. Así que decidí hacer una cosa que nunca había pensado hacer, que es infiltrarme en el sistema educativo público francés para enseñar que, sin cambiarlo todo, solo adaptándose, podíamos tener resultados increíbles si respetábamos más las leyes naturales del niño. Estamos fallando proponiendo un sistema que no responde a la forma natural de aprender de las personas.

Céline Alvarez / © Amaya Aznar

Usted ha estudiado el conocimiento científico, sobre todo en las neurociencias. ¿Qué aprendió con sus estudios? ¿En qué consisten sus ideas?

Aprendí que lo que intuíamos era verdad. Son cosas que ya sabemos, pero no ponemos en práctica porque el sistema no es así.

Primero, que lo que más importa es el entorno. El cerebro humano es plástico y las condiciones exteriores son las que lo van a estructurar. No tenemos un potencial o talentos predefinidos determinados. Lo que va a hacer la diferencia entre todos es el entorno social, lingüístico, las experiencias que tengamos o no. Esto nos invita a reorientar la mirada hacia otro sitio que no sean los niños. El ser humano es una máquina de aprender sin esfuerzo y si no puede hacerlo no es por él, es por el entorno.

Segundo, el ser humano está predispuesto a aprender cosas que le motivan y no aprende cosas que no le interesan. Lo que dicen las neurociencias cognitivas es que el ser humano, cuando no es curioso, motivado o entusiasmo, las zonas de la memoria, del hipocampo, se activan poco. Al revés, cuando estamos motivados, curiosos, esas zonas se activan con fuerza. Hacemos que los niños pierdan confianza en ellos cuando les repetimos lo mismo todos los días. Y los deberes, otra vez lo mismo, y cursos particulares…

Tercero, no podemos aprender sin equivocarnos. El error es constitutivo del aprendizaje. Cuando el cerebro hace una predicción y luego ve que hay un desfase entre su predicción y la realidad esto se traduce en una activación muy fuerte de las neuronas y el cerebro reorganiza sus circuitos. Lo que estamos haciendo es pedir a nuestros hijos que aprendan sin equivocarse y estamos provocando en ellos una parálisis cognitiva, es normal que luego haya fobias escolares.

Cuarto, y esto sí que fue un descubrimiento que me transformó, es la importancia de la autonomía. Antes, pensábamos que el cociente intelectual era el indicador del éxito personal, escolar, laboral. Ahora, llevamos diez años sabiéndolo, resulta que el indicador más predictivo del éxito global de un individuo es el nivel de desarrollo de sus competencias ejecutivas, que nos permiten acceder a todos los objetivos que nos marcamos. Esas competencias (son tres, la memoria de trabajo, el control inhibidor y la flexibilidad cognitiva) se van a desarrollar nada más que cuando el niño está en un entorno que le ayude poco a poco a hacer las cosas por sí solo.

Por último, si otro parámetro no es respetado, todo lo anterior no sirve para nada. Lo más importante para el ser humano, que es un ser social, es el vínculo social positivo. Si no, aunque tenga un entorno extraordinario, que le respete, que le permita equivocarse, si el niño siente que está juzgado, que no es amado, le genera un estrés orgánico al ser social que somos que bloquea el aprendizaje y el desarrollo de todas las competencias que tenemos de forma embrionaria en el cerebro. Amor, autonomía y motivación. Con esto cambiamos el mundo.

Con todos esos conocimientos, ¿cómo le fue el experimento en Gennevilliers?

Cuando entré en clase hicimos un test para ver dónde estaban los niños a nivel cognitivo. La literatura científica, con los resultados en memoria de trabajo, etc., puede hacer predicciones de los niveles de fracaso a los seis años. Hicimos los test y eran un desastre. Los niños con cuatro años no conseguían memorizar nada, no prestaban atención, etc. Seis meses después de trabajar esas competencias, solo ayudándoles a ser autónomos en el día a día, a vestirse, a ayudar a la gente, a hablar, resolver los conflictos, a pesar de las predicciones de los psicólogos, un día empezaron a entrar en la lectura y las matemáticas. Leían con tono, alegría, facilidad. Una nena no podía memorizar, pero después de este proceso de la autonomía, decidió que quería leer. Le enseñé un poco los sonidos de las letras y la mandé con su mejor amiga, que ya leía, a que la ayudara. En tres semanas, esta niña con resultados catastróficos leía. Y un año después, cuando tenía cinco e hicimos los test en lectura y matemáticas, tenía los resultados de los mejores niños de ocho años. Subestimamos el potencial de los niños porque miramos en la dirección equivocada. Focalizamos toda nuestra atención en la transmisión de los fundamentales (leer, escribir, contar), pero la mejor forma de que se apropien de ello no es centrarse en eso, sino en el desarrollo de las competencias cognitivas, que les van a permitir acceder a todo lo que quieran.

Céline Alvarez / © Amaya Aznar

Le habrán dicho que esto del “amor” y de no enseñar a los niños cosas que no les interesen es un discurso buenista.

Me encanta cuando me dicen esto porque tengo la alegría de contestar con una experiencia real. Puedo decir, “he llevado un experimento tres años en un barrio desfavorecido, en una clase de 27 niños con grandes problemas, y a pesar de esto tenían año y medio de adelanto en el nivel escolar”. Además, la transformación de los niños fue tremenda. Esto es lo que más chocó a los padres. Lo que pasa en la personalidad de los niños es increíble. Se vuelven seres más empáticos, generosos, con confianza en sí mismos y en la sociedad. Son creativos, perseverantes, radiantes, luminosos, y aunque tengan cuatro o cinco años nos inspiran. No es una personalidad egoísta, competitiva. Al contrario, cuando creas las condiciones lo que se manifiesta es generosidad, empatía, calma, disciplina, sentido crítico, y sin buscarlas específicamente. En centenares de clases y colegios de Francia está pasando y están obteniendo resultados. No es una utopía.

Habla mucho del entorno. Pero una parte del entorno es prácticamente imposible cambiarla. Su familia, dónde nace, las circunstancias.

Yo creo que sí, por eso he escrito este libro. El libro es para todos, pero sobre todo para los padres. Para que se den cuenta de la importancia del entorno, de su rol. No es nada del otro mundo, solo estar más presentes, hablar más con los niños. No creo que nada no se pueda cambiar, aunque sí es verdad que hay niños con un entorno familiar muy complicado. Es lo que pasaba en Gennevilliers, no se imagina los problemas familiares que tenían los niños. Y aún así, cambiando las cosas en el colegio, tuvimos un impacto muy fuerte, los niños cambiaron. Empezaron a aportar otra forma de interactuar en sus casas y se ha extendido a las familias lo que hacíamos en clase. Y las familias, que yo pensaba que no tenían tiempo ni interés por lo que hacíamos en clase, vinieron al final del primer año a preguntar qué estaba pasando en clase porque sus hijos habían cambiado mucho, muy positivamente, y querían hacer algo en casa también. No podemos cambiar todo, pero sí actuar e influenciar desde un lado.

¿En qué consiste el cambio del entorno escolar?

Lo primero es informarse. Justo lo que no hay que hacer es decir, “qué hago”. Porque entonces vas a hacer lo que yo te diga, pero sin saber por qué y vas a caer en un método fijado, dogmático y, al final, seguro que con malos resultados. Lo importante primero es la información. Por eso he escrito el libro, tengo la web con toda la información teórica y práctica. Primero el conocimiento, de manera ligera, inspiradora si es posible. Es importante, porque entonces cada uno podrá hacer elecciones guiado por su conocimiento, por lo que puede hacer, elegir su forma de cambiar las cosas considerando lo que tiene, lo que es y los niños que tiene delante. Hay que permitir al niño que sea más autónomo, nada más. Empezar porque se pueda vestir solo (no elegir la ropa), empezar a cocinar, limpiar lo que quieran, ayudar a los pequeños, ayudarles a hablar y dejarles llegar hasta el final, porque los niños empiezan con una cosa y se lían con otras y se olvidan. Ayudarles a conseguir los objetivos que se fijen. En una clase hay muchas actividades que pueden hacer. Les vamos a presentar esas actividades y una vez que encuentren algo que les guste ponerles una alfombra roja para que lleguen hasta donde quieran. Y siempre van mucho más allá de lo que creemos posible. Otra cosa concreta es dejar de separar al ser humano por edades. ¿Cuándo vamos a dejar de separar a los niños de tres años de los de cinco? Hay que permitir otra vez a los niños crecer juntos mezclando edades. Otra cosa es crear un entorno social alrededor de los niños haciendo un entorno empático que favorezca la ayuda mutua.

Francia acaba de anunciar que cumplirá con su promesa electoral de prohibir el móvil en las escuelas. Resulta curioso que una promesa así pueda llevar a un político al poder en los tiempos que corren. Spain is different, desde luego. Aquí, acaba de proponerse un proyecto de ley que baja de 14 a 13 años la edad para consentir al tratamiento de los datos —y por lo tanto para darse de alta a una red social—, a pesar de que el marco legislativo europeo recomendaba 16 años a sus Estados miembros. Unos hablan de “una generación pérdida”, mientras que otros aseguran que “la tecnología es neutra y que el impacto dependerá del uso que se haga de ella”.

¿Es neutra la tecnología? Veamos el caso de una tecnología “neutra”: una nevera. Supongamos que cada vez que abrimos la nevera, se enciende la luz. ¿Volveríamos a abrirla varias veces para ver si se ilumina? No hacemos eso, porque nos resulta previsible que ocurra -mientras la bombilla no se funda-. La luz no provoca fascinación, ni adicción, porque no hay descarga de dopamina en el cerebro cuando abrimos neveras. Ahora bien, imaginémonos que cada vez que abrimos una nevera “inteligente”, nos da noticias en directo de la erupción de un volcán en una ciudad cercana, estadísticas de las personas que han pensado en nosotros en tiempo real, nos dice si esos pensamientos fueron positivos o no, y además nos enseña comidas distintas de las que podemos escoger para comérnoslas inmediatamente con una presentación impecable. ¿Cuántas veces abriríamos la nevera cada día? ¿Creemos que el uso de esa nevera no impactaría en nuestros hábitos alimenticios? ¿En nuestro peso? ¿En la cantidad de tiempo que pasamos en la cocina? ¿En el tiempo que dejamos de dedicar a otras actividades?

Decía Marshall McLuhan que “la postura según la cual la tecnología es neutra es la del adormecido idiota tecnológico”. Frase dura, pero de una curiosa vigencia, después de que Mark Zuckerberg haya confesado en uno de los eventos más destacados de su interminable gira del perdón, su comparecencia ante los representantes del Congreso de los Estados Unidos: “hemos creado una herramienta neutra, pero no hemos pensado en como podía ser usada para hacer el mal”. ¿Solución? La contratación de 20.000 personas que revisarán nuestros muros al peine fino y eliminarán los contenidos considerados “no seguros para la comunidad”. Y muy recientemente, Facebook sorprendió una vez más con el anuncio de la contratación de “especialistas en credibilidad de las noticias”, eufemismo divertido por “editor de noticias de medios de comunicación”. Un duro golpe para un medio que siempre se posicionó como “neutro”. ¿Cómo se decide si un contenido es seguro, o no? ¿Cuál es el criterio? El de la neutralidad. La neutralidad todo poderosa de una empresa que se atribuyó a sí misma la infalibilidad para emitir el sello del nihil obstat sobre el contenido emitido y consumido por sus 2.200 millones de usuarios, nada menos que una tercera parte de la población mundial. Ninguna religión, ninguna organización en el mundo tiene actualmente tantos adeptos susceptibles de ser influidos por el incuestionable dogma de la “neutralidad”. Un dogma con tantas fisuras, que se está empezando a convertir en una pesadilla recurrente para Zuckerberg.

Si pensábamos que el impacto que tiene la tecnología depende del uso que se hace de ella, es que nos olvidamos de que, en la vida, no hay nada gratuito. Cuando usamos una herramienta, tenemos que pagar un precio por ella. Otra cosa es que no seamos conscientes de ello, por mucho consentimiento y acuerdo de uso con letra pequeña que hayamos firmado con el dedo. En el caso de las redes, lo que entregas, no es dinero, eres tu mismo. No solo por las horas y por la preciada atención que le dedicas. Va mucho más allá de eso. Las plataformas que ofrecen contenidos en las redes, o que permiten a los usuarios compartirlos, no están en el negocio de entregar contenidos a cambio de nada. Están en el negocio de entregar usuarios a los que patrocinan sus plataformas y esos contenidos, o incluso a terceros. Por lo tanto, la moneda de cambio por el uso de las redes, es el usuario. Eres tú, o es tu hija o tu hijo. Y pronto podrá hacerlo sin tu consentimiento con tan solo 13 años.

Y si pensamos que el impacto no se aprecia, recordemos que 30 segundos de una publicidad en la Super Bowl valen más de dos millones de dólares. Las empresas no gastarían ese dinero si ello no tuviera un impacto directo e inmediato en el consumo o la apreciación de sus productos o de sus marcas. La atención del usuario y su información privada es un bien preciado que nunca había sido objeto de tanto poder económico y político. Tanto es así, que sabemos que una empresa de consultoría política —Cambridge Analytica—, se hizo indebidamente con la información de más de 50 millones de usuarios de Facebook, consiguió influir en el resultado de las elecciones americanas y cambiar el curso de la historia de la democracia.

Hace unos días, Facebook confesó el intercambio de datos de usuarios con al menos 60 empresas, entre ellas Apple, Amazon, Samsung y Microsoft. ¿Quizás sea esa la explicación por la que el joven fundador de Facebook tiene las entradas del audio y de la cámara de su dispositivo tapadas con un celo oscuro? ¿Podemos, entonces, razonablemente asumir que un menor de 13 años tiene la madurez suficiente para dar su consentimiento a una actividad que tiene tantas implicaciones?

Algunos dicen que, si les quitamos el Internet a los jóvenes, es como si les quitáramos la sangre. ¿Es posible defender la neutralidad de una tecnología de la que hablamos en esos términos? La tecnología en una mente no preparada para usarla, difícilmente será neutra. Y menos si está diseñada para la adicción. Nuestros hijos son hijos de su tiempo, y es cierto que su tiempo no es el nuestro. Pero si deseamos lo mejor para ellos, no podemos dejar que sean esclavos de su tiempo; para ello, necesitamos leyes que no dejen a los padres fuera de juego.

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