Cuántas veces hemos escuchado a nuestra madre decirnos en la playa o en la piscina aquello de: «no te puedes bañar hasta que no hagas dos horas de digestión». Y nos quedábamos sentados en la toalla resignados ante la amenaza para nuestra salud de incumplir la indicación. ¿Tenían nuestras madres razón? Sí y no. La realidad es que no es necesario esperar dos horas. «Lo fundamental es sumergirnos en el agua progresivamente para evitar los cambios bruscos de temperatura», explica a ABC la doctora María Villarejo Botija, del Grupo de Trabajo de Digestivo de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen). De hecho, el corte de digestión no solo se produce después de comer, sino que «puede suceder en cualquier situación que incremente la temperatura diferencial entre nosotros y el agua, haya o no ingerido alimentos», matiza la doctora Lourdes Martín Fuertes, miembro del mismo grupo de trabajo.

Lo que conocemos popularmente como corte de digestión es en términos clínicos una «hidrocución o shock termodiferencial», explican las expertas. El cuadro se produce por el cambio brusco de temperatura que experimentamos al pasar del calor ambiental al frío cuando nos sumergimos en el agua.

Cuando nos ponemos bajo el sol como lagartos durante mucho tiempo, nuestras venas y arterias se dilatan. Si acto seguido nos metemos en el agua a baja temperatura de manera brusca, «se produce un estrechamiento de los vasos sanguíneos, y como ya hay cierta acumulación de sangre en el tubo digestivo debido a la digestión de alimentos, se produce una especie de «secuestro» del riego sanguíneo para intentar un aporte sanguíneo mayor a nivel cerebral», señalan las doctoras de Semergen.

Se produce además una disminución de la frecuencia cardiaca, lo que favorece que el cerebro tenga un mayor aporte de sangre oxigenada. El problema aparece cuando este reflejo ocurre de forma muy intensa porque la temperatura de nuestro cuerpo es muy diferente a la del agua, bien porque hemos tomado el sol o hemos realizado un ejercicio muy intenso, pero también puede influir la digestión o el miedo.

Los síntomas que alertan de que estamos ante una hidrocución van desde palidez, escalofríos, mareos, visión borrosa, náuseas y vómitos, hasta otros de mayor gravedad, como «una detención refleja de la respiración, un fallo de la circulación cerebral y como consecuencia pérdida de conocimiento o síncope», señalan. Si además esta situación se produce dentro del agua y la persona que lo sufre no está acompañada, puede acabar en un ahogamiento.

«Habitualmente hay peligro cuando el agua presenta temperaturas inferiores a 27ºC, ya que el organismo tiene que realizar un esfuerzo en mantener la temperatura corporal a 37ºC», explica la doctora Villarejo Botija. El cuerpo normalmente consigue alcanzar esta temperatura de forma breve, pero si no lo consigue, «se produce un descenso de la temperatura corporal con la aparición de los síntomas previamente descritos», advierte.

¿Qué hacer?

Ante un corte de digestión, las expertas consultadas recomiendan, primero, sacar a la víctima del baño, a continuación, secar y/o tapar con una toalla, sábana… par mantener su calor corporal, y tumbarla con las piernas ligeramente elevadas. Si aparecen náuseas o vómitos, hay que colocar a la víctima en posición lateral de seguridad (de lado, con la cabeza apoyada en un brazo y una pierna doblada para mantenerse en la postura), rehidratar lentamente con agua o suero y mantener el reposo digestivo durante unas horas. «El objetivo principal es que la persona descanse y su tensión arterial se estabilice», aseguran.

El periodo de recuperación va de una a dos horas, si el corte de digestión no ha sido grave. Pero si se mantienen los síntomas, se aconseja acudir a un centro sanitario para su valoración.

Ante un caso extremo de parada cardiorrespiratoria en el que la víctima está inconsciente y no respira, hay que alertar a los socorristas y llamar al 112 para que inicien lo antes posible las maniobras de reanimación.

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