La base de la autoestima está en la confianza. Lo primero que tenemos que saber es que la confianza es una característica innata y universal, una fuerza interior que asiste en mayor o menor medida a todos los niños desde su nacimiento y les posibilita que puedan afrontar cualquier tipo de aprendizaje. El objetivo de los padres debe ser mantener y avivar esa confianza, ese fuego sagrado, como si fueran nuevos y benefactores Prometeos, atizar la llama cada vez que sea necesario, en el momento de iniciar nuevos aprendizajes: desde atarse los cordones, hablar una lengua extranjera o encestar una pelota en una canasta.

Cuando más necesitan los pequeños de padres, entrenadores y maestros es precisamente cuando las cosas no les salen bien, momento en el que deben afianzar su confianza. Y esto se consigue a través de la palabra, que puede constituirse en el gran instrumento de aliento y reafirmación o, utilizada torpemente, también podría representar justo lo contrario. Lo que va a determinar el éxito en la vida de estos niños es justamente la imagen que tienen de sí mismos y, para captar dicha imagen, ellos se contemplan en tres fundamentales espejos: los padres, los maestros y sus iguales.

Algunas herramientas para afianzar la confianza

  • Son muchas las herramientas que podemos utilizar para afianzar esta confianza, pero si tenemos que elegir una estrategia infalible esta sería la de poner todo nuestro énfasis en sus aciertos, minimizando los errores.
  • Debemos partir del axioma de que si un niño es más consciente de las cosas que no le salen bien que de aquellas en las que destaca, nunca desarrollará una autoestima saludable o su máximo potencial creativo, por eso hay que priorizar la atención a sus destrezas naturales sobre el tratamiento de sus dificultades y carencias.
  • Un ejemplo que a menudo planteamos en las sesiones de coaching es el siguiente: supongan que su hijo viene a casa con las siguientes notas al final de un cuatrimestre: Literatura 10, Ciencias Sociales 9, Biología 7 y Matemáticas 3, ¿cuál de todas estas notas atrae más su atención? La mayoría de los padres responde lo mismo: ¡Matemáticas¡. Es evidente que el suspenso está en esta asignatura y se requiere una solución de choque para mejorar la calificación. Pero ¿debe ser la que más atención requiera, la que se convierta en el centro de nuestras preocupaciones? Si esto sucediera, ¿cuánto tiempo dedicaríamos a conversar con nuestro hijo acerca de su talento natural para las ciencias sociales y la literatura? Realmente, muy poco, con lo que magnificaríamos y haríamos crecer la preocupación, eclipsando los logros.

Acompañarlos a superar los desafíos de la vida

Lo mejor que podemos hacer desde la más tierna infancia de nuestros hijos es crear espacios y canales de comunicación, de manera que puedan hablar distendidamente de las cosas que les preocupan, de los obstáculos que deben superar o de los desafíos que tienen ante sí.

Para que los niños se animen a ser sinceros y expresivos y que no se limiten a responder con monosílabos –sí y no– a nuestras preguntas deben percibir que estas no son cerradas y que no tienen una finalidad de vigilancia o control. Como por ejemplo: ¿Qué tal te fue en la escuela? ¿terminaste ya la tarea?

Si, por el contrario, formulamos cuestiones abiertas que den lugar al diálogo y a unas respuestas amplias en las que se puedan explayar acerca de los problemas que están enfrentando, la cosa cambia radicalmente: ¿Cuáles fueron tus mejores resultados esta semana? ¿qué te pareció lo más complicado de lo que estudiaste? ¿qué desafíos o pruebas tienes por delante los próximos días, te infunden temor o estás confiado?

Si sabemos que han vivido algún hecho particular y queremos que hablen sobre ello podemos preguntar: ¿cómo viviste esa experiencia? De esa manera, ellos también se animarán a hablar de los obstáculos que estén enfrentando. Y una buena práctica es que luego todos sugieran posibles soluciones o acciones para salir adelante. Así les enseñaremos dos actitudes clave: que es primordial expresar lo que uno piensa y siente frente a las dificultades de la vida y que es muy importante poner el foco en pensar en posibles soluciones.

Ayudarles a fomentar su autoestima

Un componente muy importante de la autoestima es el sentido de la identidad. ¿Saben cuál es uno de los pilares que definen la identidad de un niño? El valor del atractivo físico. En una encuesta con una muestra muy grande se le hizo la siguiente pregunta a miles de chicos: Cuando piensas acerca de ti mismo, ¿qué viene a tu mente? Casi todos los niños encuestados respondieron sobre atributos o defectos físicos. Las heridas a la imagen que un pequeño tiene de sí mismo pueden empezar desde muy temprano. A veces los padres, de manera involuntaria, son los primeros en producirlas. ¿Cómo? A través de comentarios sarcásticos, irónicos, comparativos. Cualquier apodo que los padres pongamos: gorda, enano, vago, puede generar un impacto negativo en los pequeños El uso del sarcasmo y la ironía también es corrosivo para el sentido de identidad de un niño.

¿Cómo puedes saber si tu hijo tiene su autoestima dañada?

Hay ciertos indicios que pueden dar cuenta de un auto-concepto lastimado. Algunos de ellos son:

  • Con frecuencia usa frases negativas para referirse a sí mismo o a los demás.
  • Es hipersensible a la crítica y se avergüenza con facilidad.
  • Le falta confianza en su apariencia o destreza física.
  • Busca complacer a los adultos y suele depender de ellos.
  • Se pone incómodo frente a los elogios: los desestima, niega o se ruboriza con ellos.
  • Le da miedo mostrarse diferente de los demás.
  • A veces usa la ropa de manera exagerada: o se tapa de pies a cabeza o busca llamar mucho la atención con su forma de vestirse.

Algunas técnicas que recomendamos son:

1. Hablar mucho de sus fortalezas. Nunca demos por sentado sus talentos naturales, sus buenos gestos y actitudes y, fundamentalmente, no hagamos de sus debilidades el centro de nuestra atención. Su identidad se fortalece cuando conocen bien sus áreas más favorables.

2. Crear un espacio llamado tu tiempo: puede ser tan breve como cinco minutos. Es el momento donde nuestros hijos pueden contarnos de manera privada y sin ninguna interrupción cualquier desafío, obstáculo o preocupación que tengan. Si no los hay, tu tiempo puede ser usado para hablar de logros. Hace falta decir que en tu tiempo los teléfonos móviles no están invitados a participar.

3. Hablar de ellos de forma positiva delante de los demás. Muchos padres hacen comentarios negativos o irónicos acerca de sus hijos delante de otros. A veces, con la intención de ser graciosos frente a amigos, pueden decir cosas como: «si vieras el desorden que tiene este niño en su habitación Es un desastre». Cada vez que hacemos un comentario así frente a otros, el niño se siente expuesto y ridiculizado.

4. Animarlos a expresar sus sentimientos: permitirles llorar, enojarse, estar tristes. Preguntar para comprender, no para intentar solucionar de inmediato. Con niños chiquitos, que aún no saben poner nombre a lo que sienten, es muy útil usar cuentos. Si se siente inadecuado en un grupo nuevo de amigos podríamos leerle El patito feo y, al terminar, invitarlo a hacer una reflexión: ¿te sientes como el patito feo alguna vez?

5. Evitar, como si fuera veneno, el uso del sarcasmo, la ironía y el uso de etiquetas.

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Habrá a quien le parezca un exceso folclórico, pero sus padres no pudieron elegir mejor nombre para ella, aunque solo sea por la razón shakespeariana de que “todo viajero curioso guarda a Granada en su corazón, aun sin haberla visitado”. Sí, ella se llama Alhambra. “Tengo un nombre raro y me dedico a un deporte raro, no es extraño que haya llamado la atención. Cuando hice el curso para árbitro, mis compañeros ya me llamaban La Mediática porque de algún modo preveían que me iba a convertir en una imagen del rugby”, resume la exjugadora y árbitro nacida en Granada en 1983.

Tuvieron ojo, sí, pero el camino hasta ser elegida, hace un año, Mejor Árbitro del Mundo por World Rugby, no puede ventilarse en cuatro líneas ni explicarse solo desde la peculiaridad. Como tantos otros en España, ella descubrió ensayos y melés en la universidad (en este caso, la de Málaga), donde estudiaba Ingeniería de Telecomunicaciones y “fue un auténtico flechazo”.

No le dieron miedo los placajes, tampoco la etiqueta de “marimacho” –ya había practicado kárate, tras probar con fútbol, tenis, baloncesto y voleibol–. A partir de ahí, ascensos a División de Honor, brazaletes de capitana, ligas, copas e incluso la selección española, con la que debutó en un partido del Torneo VI Naciones femenino ante Inglaterra, en 2006.

Tan enganchada estaba que esa misma temporada empezó a arbitrar. “Pero durante los primeros años mi prioridad era jugar y arbitraba muy poco”, recuerda. “El salto lo di cuando dejé de jugar, en septiembre de 2012. Ese diciembre ya fui como asistente a las series mundiales de rugby 7”.

Desde entonces su progresión ha sido imparable: debutó en el XV en el mismísimo Eden Park de Auckland pitando a las All Blacks en 2013; al año siguiente se convirtió en la tercera mujer en dirigir una final de la Copa del Rey masculina y entró en el Mundial femenino por la baja de una compañera. Luego, debut en el Seis Naciones femenino y final en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y, de nuevo rompiendo el techo de cristal, hace unas pocas semanas, fue la primera árbitro en dirimir un encuentro oficial entre combinados nacionales masculinos (Finlandia y Noruega).

“Me dicen que tengo más mérito por ser mujer, y me molesta. No me están tratando como a una igual”

“Todo árbitro quiere ir creciendo, y cuando ya has llegado al tope en la competición femenina, ya has pitado hasta un Mundial, no hay más retos… Entonces piensas en arbitrar partidos masculinos, y en llegar también a la Copa del Mundo. Esa es, de momento, mi meta”, señala.

Una meta que ha recibido enorme atención mediática, incluso en España, donde las mujeres apenas protagonizan un 5 % de las noticias deportivas. ¿Cómo lo lleva? “Preferiría que fuese solo por mis méritos, la verdad, pero siempre que mejore las cosas, para el rugby y para mí, estupendo. A veces me dicen que tengo más mérito por ser mujer, y me molesta, porque no es así. No lo tengo, y si me lo dan, entonces no me están tratando como a una igual”, dice, justo antes de declararse feminista sin ambages. “Tenemos que conseguir las mismas oportunidades para todos, y para ello es necesario generar las coyunturas que aseguren que las mujeres podamos alcanzar iguales objetivos que los hombres. Oportunidades reales para lograr la igualdad”, señala. Utiliza el plural, pero de ningún modo escurre el bulto; un principio básico del rugby es que, por muy fuerte que uno sea, la verdadera fortaleza está en el equipo.

“Sé que, en mi posición, tengo una gran responsabilidad, porque soy un referente. Muchas chicas al verme piensan que su sueño raro ya no lo es tanto, y que por qué no va a poder cumplirse. Que se puede ser feliz haciendo cosas diferentes, rompiendo moldes. En este sentido, ser un modelo es algo que me ilusiona y me llena de satisfacción. Pero no es algo que yo haya buscado, simplemente me ha pasado. La sociedad es la que busca crear esos modelos para visibilizar determinadas cosas”, reflexiona. Y Alhambra nunca se ha escondido. Ni sobre la hierba ni delante de un café. Sus padres no se equivocaron: una cosa es hacer historia y otra, escribirla.

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Lady Gaga, Mark Zuckerberg y Sergey Brin (cofundador de Google) tienen una cosa en común: los tres pasaron por el Centro de Juventud con Talento (CTY) de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore (EE UU), abierto a adolescentes que sacan notas excepcionalmente altas. El CTY es solo un complemento de un proyecto todavía más ambicioso: el Estudio de la Juventud Matemáticamente Precoz (SMPY), creado en 1971, al mismo tiempo que una escuela para superdotados (integrada en la Universidad Vanderbilt, en Nashville) y un estudio longitudinal de 50 años que aún está en marcha.

“Durante 45 años, el SMPY ha hecho un seguimiento de las carreras y los logros de unos 5.000 individuos —recoge un reciente artículo de la revista Nature—, muchos de los cuales se han convertido en científicos de primer nivel. Los datos del estudio, en constante crecimiento, han generado más de 400 ensayos y varios libros, y proveen de claves para detectar y desarrollar el talento en ciencias, tecnología, ingenierías, matemáticas y otros campos”.

Que el SMPY sea una factoría de cerebritos da que pensar: ¿entonces, lo determinante para triunfar en el ámbito profesional es el talento y no el esfuerzo y la experiencia, como nos habían dicho hasta ahora? “Ambas cosas van de la mano”, explica la psicóloga Alicia Banderas, autora del libro Niños sobreestimulados (Cúpula, 2017). “El talento no se desarrolla si no hay esfuerzo y constancia para brillar”.

Camilla Belbow es codirectora del SMPY, y en el citado artículo de Nature da ocho pautas para que los padres expriman al máximo el potencial de sus hijos:

Si se le da bien escribir, no lo apunte a piano

Lo primero es darse cuenta de que su hijo tiene intereses o talentos fuertes. “Si lo observamos, veremos que esa actividad la hace casi sin esfuerzo, su habilidad es reconocida por los demás, continuada en el tiempo y siente placer al realizarla”, describe Banderas. A partir de ahí, refuerce las que están en consonancia con su talento. “Si se le da bien escribir, no le apunte a piano”, añade.

Anímele a que duerma en casa de amigos

Por muy buen estudiante que sea, convertirlo en un ratón de biblioteca no le hará ningún favor. “Debemos permitir a los niños que exploren”, dice Alicia Banderas. “Así reconocerá qué le gusta y se le da bien”. Las experiencias idóneas varían en función de la edad. “En la etapa infantil, cuando aprendemos por los sentidos, recomendaría paseos por la naturaleza, jugar con diferentes texturas (arena, plastilina…). En primaria, es importante el desarrollo psicomotriz, que hagan mucho ejercicio. Otra experiencia muy buena es que duerman en casa de amigos: les sorprenderá ver que desayunan otra cosa, que tienen otros valores familiares… Y ya en la adolescencia, viajar les abrirá la mente”.

Deje que se ponga triste cuando toque

No descuidar el plano sentimental es para Antonio Labanda, psicólogo educativo y director técnico del Instituto de Orientación Psicológica EOS, uno de los retos de la educación. “Eso se traduce en tener un mayor conocimiento de las emociones, el trabajo de la empatía, la autoestima, o las conductas prosociales [comportamientos positivos para socializar y comunicarse]», enumera. Para Banderas, cuando los niños con altas capacidades se enfadan, tienden a utilizar la ira: «Hay que enseñarles a sacar la tristeza que ha desencadenado esa ira. Deben aprender a reconocer sus emociones y las de los demás”.

No lo etiquete jamás

Un 67% de los niños superdotados ha sufrido algún grado de acoso escolar, según un estudio de 2006. Muchos de ellos esconden su talento o inteligencia para pasar desapercibidos, y eso no es una solución, como tampoco lo es el extremo opuesto: que sus padres o profesores les cuelguen el sambenito de empollones. “En los colegios, hemos visto cómo los niños identifican incluso ciertos estereotipos de imagen con víctimas potenciales de burlas e insultos. Igual que restregarle a un estudiante que tiene dificultad en la comprensión no ayuda mucho, tampoco es recomendable señalarlo como el listo de la clase”, aclara Labanda.

Si pierde un partido de fútbol, réstele importancia

Al alabar el ahínco y no la habilidad, su hijo aprenderá que esforzarse está bien, y eso le ayudará a cosechar mayores éxitos, aseguran los psicólogos. “Al niño hay que marcarle objetivos realistas, que puedan superarse a base de esfuerzo”, sostiene el psicólogo educativo. “Todo lo que se haga con tesón, supone que ese aprendizaje se va a consolidar más”.

Anímelo a asumir riesgos intelectuales

Según los expertos, fracasar ayuda a aprender. “Esa recomendación es muy correcta”, subraya Labanda. “Los niños tienen que ser felices. Y eso se consigue a base de equivocarse y generar resiliencia; es decir, capacidad, ante una situación más o menos dolorosa o frustrante, de seguir hacia delante y no abandonar”.

Trabaje con los maestros

La profesora Belbow afirma que, a menudo, “los estudiantes inteligentes necesitan material más avanzado, apoyo adicional o la libertad de aprender a su propio ritmo”. El psicólogo lo suscribe: “La relación familia-escuela debe ser primordial. Cada uno tiene su papel, pero ir en paralelo, consensuando metas, límites y normas, creo que es correcto y ayuda mucho a la estabilidad escolar y emocional”.

Haga que sus habilidades sean probadas

“Hay niños con depresión, irascibilidad, y emociones desbordadas, y eso puede deberse a que se sienten frustrados porque su capacidad no se ha destapado”, explica Banderas. ¿A qué evaluaciones debe someterse? “En España se realizan pruebas de capacidades cognitivas en las que aparece un cociente intelectual; también de creatividad y personalidad. Con eso se hace un diagnóstico, y se sugieren medidas que pueden ir de la conveniencia de pasar de curso a la ampliación en alguna materia”, concluye Labanda.

http://elpais.com/elpais/2017/05/08/buenavida/1494234106_945446.html?id_externo_rsoc=FB_CM

Hablemos sobre los adolescentes.  Quejas, lamentos, no quiere que lo vean junto a ti, se avergüenza, te sientes “tonto”, fracasado, incluso culpable;  esa forma irritable de pronunciar mamá o papá o llamarte por tu nombre de pila; alusiones a lo poco que te gustan sus amigos, a que te pasas con los consejos, incluso te llaman “pesado” o te dicen que solo quieres controlar su vida, que… ¡los dejes en paz!

¿Lo reconoces? Tu hijo acaba de emprender su transformación.

La adolescencia  es un proceso, NO ES EL PRODUCTO FINAL. Es el camino que están tomando para conocerse a sí mismos, una parte fundamental que es el puente a la edad adulta.

Los adolescentes tienen 4 necesidades importantes, veamos en este post cómo podemos apoyarlos .

  1.  Privacidad
  2. Acoplamiento social
  3. Examinar nuevos puntos de vista
  4. Cometer errores sin ser juzgados

Privacidad. 

En esta etapa es esencial tener un espacio al margen de la familia, un espacio donde no sentirse observado ni controlado. Necesitan no sentirse malos por experimentar, no sentir que los desaprobamos; esta será la base para no hacer las cosas a escondidas por miedo a no “llegar a la altura”, decepcionarnos o no cubrir expectativas.

Es esencial entonces crear ese clima, esa atmósfera, en la que nuestro adolescente no tenga la necesidad de mentir, en la que se sienta seguro de decir la verdad al menos la mayor parte del tiempo. ¿Cómo?

  • Evitando juicios, reproches, sermones.
  • Validando emociones, empatizando, valorando y respetando su punto de vista aunque no lo compartamos.
  • Confiando en sus habilidades, dando la oportunidad de elegir libremente qué hacer.
  • Experimentando las consecuencias de sus actos, de hacerse responsable de sus errores y dando la seguridad de que confías en que puede solucionarlo y que estás ahí para ayudar (que no rescatar) cuando lo necesite.

Respetar la privacidad no significa abandonarlos a su suerte, sino dejar cometer errores y ayudarlos a solucionar cuando lo requieran, soltar, CONFIAR, mantenerse al margen y dejarlo averiguar qué debe hacer.

Maneras de Respetar la Privacidad.

  1.  Programar tiempos especiales para estar juntos y conocer a nuestro hijo
  2.  Haciendo saber que cuando se acerquen, lo que haremos será escuchar y comprender afectuosamente y no juzgar, criticar o aleccionar
  3. Cuando cometan un error o tengan un problema, usemos preguntas de curiosidad para ayudarles a explorar las consecuencias de su comportamiento (dejamos a parte el por qué, pues es muy acusador)
  4.  Siendo firmes y amables a la vez, lo que permite que ellos se hagan responsables de lo hecho sin necesidad de castigos

2. Acoplamiento Social 

En esta etapa es esencial tener personas alrededor que compartan gustos y puntos de vista, gente con la que puedan relacionarse sintiéndose cómodos e identificados. A algunos de los adolescentes no les importará que conozcamos a sus amigos, pero, conforme vayan creciendo, esto puede cambiar. Pensar en lo que nos agobiaban nuestros padres cuando querían saber todo el rato dónde íbamos, con quién estábamos, qué íbamos a hacer, si habría “algún mayor” presente… Ahora los que necesitamos ese control somos nosotros y para nada tendrá los efectos que esperamos. Esto les ofende, odian que queramos saber todo, reaccionan justamente como queremos evitar, cerrándose a comunicar, escondiendo o mintiendo. ¿Quieres comprobarlo? Pregúntale a tu hijo qué piensa, qué siente y qué decide hacer cuando tu llevas a cabo este “tercer grado”. Hay opciones mejores, pero tendremos que comprender las necesidades de nuestro hijo, mostrar las propias, ser conscientes de la necesidad de hablar, de mantener un diálogo y no un monólogo (lo cual, sin darnos cuenta, es lo que hacemos).

HERRAMIENTAS PARA UNA EDUCACIÓN AMABLE Y FIRME.

  1. Mostrar amor incondicional (hacer saber a nuestro hijo que estamos de su lado y no contra él, que aunque no compartamos lo que hace lo respetamos, que lo queremos por lo que es y no por sus acciones).
  2. Tengamos siempre en mente ser empáticos (validar lo que sienten, comunicarles que somos conscientes de su sentimiento, compartir situaciones en las que nos sentimos igual)
  3.  Hablar CON ELLOS y no A, PARA O POR ELLOS (cuando conversemos, compartamos sentimientos usando frases donde la palabra “yo” esté presente)
  4.  Preguntar más, decir menos. Con el QUÉ y el CÓMO ayudamos al adolescente a explorar las consecuencias de sus decisiones mostrando autentica curiosidad por comprender y  sin necesidad de hacerle sentir mal: ¿Qué pasó entonces? ¿Cómo te sentiste? ¿Qué hiciste después? ¿Cómo lo conseguiste?…
  5.  Compartir situaciones similares que nosotros hayamos vivido acerca a padres e hijos, incrementa el sentimiento de comprensión.
  6. Decidir lo que haremos nosotros y no lo que van a hacer ellos es esencial, controlar nuestra conducta y no la de los hijos permite que ellos decidan qué hacer sabiendo lo que vendrá a continuación sin necesidad de sentirse culpables o inadecuados y tomar responsabilidad sobre las consecuencias de sus decisiones (“he decidido que a partir de ahora sólo lavaré la ropa que esté en el cesto”, por ejemplo).

3. Necesitan espacio para equivocarse

Debemos quitar esa connotación negativa que tiene el error. Equivocarse es una oportunidad para aprender, siempre y cuando nos hagamos responsables de nuestros errores. Este es nuestro objetivo.

Si empatizamos con nuestro hijo y le transmitimos que, aunque no compartamos su decisión sobre cómo actuar la respetamos, será mucho más fácil que tras una equivocación la compartan con nosotros, tomen responsabilidad sobre lo acontecido y se enfoquen en buscar soluciones.

Esto es apoyo incondicional y sustituye el castigo por la oportunidad de aprender de las experiencias vividas. Cuando castigamos lo hacemos porque no tenemos en cuenta su percepción, sólo la nuestra. No consideramos su punto de vista, sus razones, su mundo, sólo en nuestro. Al castigarlos les privamos de un aspecto esencial, no les enseñaremos a afrontar algo que les va a ocurrir con frecuencia: cometer errores.

No hace falta hacer sentir mal para aprender algo, es innecesario además de perjudicial para todos. Sin embargo, con amabilidad y firmeza, podemos hacer que nuestros hijos experimenten las consecuencias de sus decisiones y aprendan grandes habilidades de vida fuera de un clima de culpa, vergüenza, dolor o humillación.

https://cuentosparacrecer.org/blog/conociendo-y-apoyando-a-los-adolescentes-herramientas/

El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es el problema de salud mental más común entre los niños. En 2015, los centros de salud mental catalanes atendieron a 17.322 menores con TDAH, un 140% más que en 2008. Según un informe de la Agencia de Calidad y Evaluaciones Sanitarias (AQuAS), la incidencia sigue al alza y seguramente el volumen real de la población diagnosticada y tratada es superior porque el informe no cuenta con los casos detectados en la sanidad privada.

No son solo niños movidos o inquietos. Pese a la controversia generada alrededor del TDAH —hay profesionales excépticos con la existencia de esta patología—, es una dolencia reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su clasificación internacional de enfermedades. Además, la evidencia científica demuestra que esta dolencia, cuyos rasgos característicos son la desatención, laimpulsividad y la hiperactividad, pueden aumentar hasta dos veces el riesgo de mortalidad, accidentes de tráfico y adicciones (el 40% de los diagnosticados con TDAH consumen drogas a lo largo de su vida).

“El incremento del diagnóstico tiene una explicación fundamentalmente por la distribución de recursos y la formación de profesionales”, sostiene el doctor Josep Antoni Ramos Quiroga, jefe de psiquiatría en el hospital Vall d‘Hebron de Barcelona. El especialista es, precisamente, uno de los autores de un artículo científico publicado en la revista científica The Lancet donde se demuestra que el cerebro de las personas con TDAH tiene alteraciones estructurales y retraso en el proceso de maduración. “Si es un trastorno que no existe, ¿por qué hay esas alteraciones estructurales? Y si no existe, ¿cómo es posible que esas personas haciendo un tratamiento tengan una vida satisfactoria?”, zanja el médico.

“La evolución también hay que interpretarla con cautela, ya que parte del incremento puede deberse a una mejora de la calidad del registro de la actividad de los centros de salud mental”, matizan los autores del informe del AQuAS. La literatura científica sostiene que entre el 5% y el 7% de los menores padecen TDAH. Según la Encuesta de Salud de Cataluña (ESCA), entre 2014 y 2015, el 4,3% de la población menor de 15 años sufría un trastorno de conducta, hiperactividad o déficit de atención.

Alteraciones en la estructura del cerebro

Un estudio internacional en el que participó Ramos Quiroga demostró que cinco estructuras del cerebro profundo son más pequeñas en personas que tienen TDAH respecto a los individuos que no presentan esta patología.

Los investigadores analizaron resonancias magnéticas de 1.713 personas con TDAH y 1.529 sin este trastorno y probaron que el cerebro de los pacientes con este problema de salud mental tiene alteraciones en su estructura y un nivel de maduración inferior al de personas de su edad que no sufren esta dolencia. En concreto, se han encontrado diferencias en cinco zonas del cerebro: el núcleo accumbens, el núcleo caudado, la amígdala, el hipocampo y el putamen.

Según los autores, este estudio, que fue publicado en The Lancet, demuestra que “el TDAH es un tratorno del cerebro, como lo son otras enfermedades psiquiátricas como la depresión o el trastorno bipolar”.

Frente a las voces que alertan de un sobrediagnóstico del TDAH en los últimos años, Ramos Quiroga asegura que todo se debe a una mejora diagnóstica y a una mayor evidencia científica. “Poco a poco se han incrementado más recursos en salud mental y eso hace que haya más capacidad de atender a más chicos con problemas de salud mental. De hecho, en centros que tienen mucha experiencia con TDAH, no hay un incremento de pacientes porque ya lo estaban detectando bien. En otros centros se ha empezado a hacer ahora formación”, señala el psiquiatra. También alude al descubrimiento de más factores de riesgo. “La prematuridad, el consumo de tabaco y alcohol durante el embarazo o la contaminación ambiental pueden tener un impacto para desarrollar más riesgo de TDAH”, sostiene.

La intervención para tratar el TDAH pasa, según las guías clínicas, por un abordaje psicológico con terapia conductivo-conductual y, para los casos más graves, combinar esta atención psicológica con farmacoterapia. Con todo, los consumidores de medicamentos para el TDAH también aumentaron un 121% en una década, según el estudio del AQuAS: en 2016, 23.689 personas consumieron fármacos para este trastorno. Los autores del informe, no obstante, matizan que solo el 63% de los atendidos en 2015 por TDAH tomaban medicación para esta dolencia.

Ramos Quiroga insiste en que la primera intervención no es farmacológica pero los medicamentos que hay en el mercado para el TDAH —son cuatro fármacos— han dado buenos resultados. El psiquiatra mantiene que existe un infradiagnóstico y una alta variabilidad territorial, un extremo que también expone el AQuAS en su informe. “Tenemos adultos que nunca han sido diagnosticados de niños, pero han consumido muchos recursos. Incluso han sido tratados con antipsicóticos. Eso no tiene ningún sentido. Los medicamentos para el TDAH son muy seguros porque son de hace muchos años y sabemos mucho de ellos”, lamenta el médico.

https://elpais.com/ccaa/2017/07/14/catalunya/1500061478_571660.html?rel=str_articulo#1517216968603

El sistema educativo en general, y el español en particular, no se adecua al modelo de sociedad en la que vivimos. Una conclusión que se extrae del análisis realizado por profesores, neuropsicólogos, especialistas en neurociencia, estudiantes, pedagogos o políticos y que recoge el investigador estadounidense Jürgen Klaric en el documental “Un crimen llamado educación”. Se trata de un estudio realizado en más de catorce países en el que muestra la realidad del sistema educativo ante un modelo que no logra cubrir las necesidades de esta época. Un hecho, la falta de sintonía entre los modelos educativos actuales y las sociedades en las que se aplican, del que se hace eco en un momento de la película Pepe Múgica, expresidente de Uruguay, quien afirma que “la educación en el mundo está en crisis. No encaja demasiado, al parecer, con las exigencias del mundo contemporáneo”.

El modelo educativo en nuestro país está desarrollado en la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa o LOMCE, que gira alrededor de la evaluación y que no tiene en cuenta tanto el proceso como los resultados. Un programa que, según los expertos consultados, se basa en que todos aprendan lo mismo, al mismo tiempo, y en el mismo lugar, no dando opción a que un niño vaya madurando y avanzando en su aprendizaje de forma distinta. Todos tienen que ser iguales: no se entiende que algunos aprendan de otra manera o más despacio. Una estandarización de la educación a la que algunas voces definen ya como bullying institucional.

Según Álvaro Bilbao, neuropsicólogo y Doctor en Psicología de la Salud, “el sistema educativo tiene muchos problemas y el más grave de todos ellos es el bullying institucional. No hay más que ir a una consulta de psicología infantil en cualquier lugar de España y escucharemos casos de niños a los que la escuela invitó a cambiarse de colegio porque no encajaban o no daban el nivel”. Asimismo, Bilbao manifiesta que, “en ocasiones, la escuela está más interesada en conseguir resultados que en educar” y señala que “es un grave error que el centro educativo no se esfuerce más en integrar a los niños a los que les cuesta más o para que los que van mejor ayuden a los que van peor, porque de esta manera se pierde una oportunidad muy valiosa de enseñar a los niños a construir una sociedad mejor”.

Un modelo educativo “antinatural”

Montse Hidalgo, directora de la Universidad de la Felicidad, speaker motivacional y experta en Neurociencia e Inteligencia Emocional, coincide en que el actual sistema educativo obliga a que todos aprendan lo mismo, al mismo tiempo, y de la misma forma. Una propuesta que, según Hidalgo, es “antinatural, porque si observamos cómo aprendemos, vemos que no todos aprendemos a andar al mismo tiempo, ni a hablar a la misma edad. El sistema en lugar de enseñarnos a pensar lo que hace es llenarnos de conocimientos. No desarrollan en los jóvenes la capacidad de pensar por sí mismos”.

Pero, pese a las importantes contradicciones en las que incurre nuestro actual modelo educativo, Bilbao no es partidario de desechar todo lo antiguo frente a un modelo íntegramente nuevo. En este sentido, el autor del libro “El cerebro del niño explicado a los padres” (Plataforma Editorial) señala que “sabemos que algunas de las habilidades más importantes para el cerebro son la creatividad y la curiosidad que van en sintonía con las nuevas corrientes de educación. Sin embargo, también sabemos que la persistencia y el autocontrol (presentes en los modelos educativos anteriores) son igual de importantes”. Por ello, en palabras de Bilbao, “no se trata de elegir sino de integrar. Los cerebros más inteligentes son aquellos capaces de integrar información aparentemente contradictoria. Si queremos un buen modelo educativo, debemos tomar ejemplo del cerebro e integrar distintos conocimientos”.

Una transformación del actual modelo implantado en los colegios que pasa porque todos los agentes implicados en el desarrollo del programa educativo se pregunten: ¿Para qué se estudia? Administración, empresas, centros educativos y universitarios, expertos en las distintas áreas vinculadas con la educación y, también, las familias.

Nora Rodríguez, creadora del programa Educar para la Felicidad Responsable y fundadora y directora de Happy Schools Institute, señala que “en un mundo global, dominado por la técnica y la economía, es necesario que niños y adolescente se pregunten, indaguen y creen su propio aprendizaje, pero también que aprendan que necesitan tener conexiones sociales positivas porque eso es lo que les va a permitir desarrollarse y sacar lo mejor de sí”. En este sentido, es necesario según Rodríguez, que los colegios “pongan el acento en habilidades evolutivas como el altruismo, la empatía o la compasión. Educar en sintonía con el cerebro”. Para lograrlo, es fundamental que los niños y adolescentes se pregunten para qué estudian, porque según Nora Rodríguez, “no se trata de que repitan lo mismo que dicen sus padres. Es necesario que encuentren sus propias respuestas, porque ahí está la verdadera motivación”. Una motivación que pasa por el placer de estudiar, percibir el placer de aplicar lo que aprenden, que en opinión de Rodríguez, “es lo que se ha perdido”.

¿Para qué educamos?

Y la forma de educar en sintonía con el cerebro, según la Fundadora de Happy Schools Institute, consiste en ser conscientes de que primero está el ser, después el saber y finalmente el tener. Pero, ¿cómo incorporar este pensamiento a nuestro actual sistema educativo? Según Nora Rodríguez, “primero hay que ver despertar el cerebro social, educar para la paz, y a partir de ahí, hay que poner el acento en los conocimientos, para poder después experimentar con las habilidades, los talentos o los conocimientos adquiridos, y compartirlos con los demás, construyendo ideas y proyectos con los que transformar la sociedad”.

Una transformación de la sociedad que pasa obligatoriamente por un cambio en la educación que reciben las nuevas generaciones, más acorde con su realidad. Hoy, además de las habilidades y capacidades que tenga una persona para realizar un determinado tipo de tarea o actividad, son necesarias una serie de competencias conductuales: autonomía, autoliderazgo, coherencia, integridad, capacidad de atención y de escucha, autorregulación, interés, curiosidad, autenticidad, responsabilidad personal y social, capacidad de reflexión, proactividad, pasión, motivación intrínseca, lógica divergente, humildad, aprendizaje continuo, empatía, capacidad de síntesis y de argumentación, gestión del tiempo o confianza. Es decir, las conocidas como “habilidades blandas”.

Montse Hidalgo cree imprescindible que nos preguntemos para qué educamos. “¿Educamos para generar personas que sean creativas, resolutivas, que posean habilidades sociales, que puedan emprender, etc.? Porque si lo que pretendemos es que las personas tengan empatía, habilidades sociales, resiliencia, sepan gestionar la incertidumbre, el cambio continuo o motivar a los equipos, entonces, el actual sistema educativo no es válido”, afirma Hidalgo.

Por ello, una sociedad tan compleja, cambiante y volátil como la actual tiene, en opinión de Álvaro Bilbao, su cara y su cruz: “La cara es que la mortandad infantil casi ha desaparecido y tenemos unas cotas de seguridad ciudadana y bienestar sin precedentes. La cruz es que una sociedad cada vez más compleja requiere de más conocimientos y habilidades para sobrevivir”.

https://elpais.com/elpais/2018/01/09/mamas_papas/1515498503_813605.html?id_externo_rsoc=FB_CM

Hemos pasado cientos de años educándonos, aprendiendo nuevas cosas para lograr una mejor convivencia como humanidad y hacer de la vida algo mucho más cómodo para todos. Sin embargo, hay algo que todavía deja más preguntas que respuestas, nos referimos a las tareas escolares. Ya que hasta este momento sigue sin existir explicación que justifique por qué cuando vamos a la escuela necesitemos hacer tareas. 
Para nuestra buena suerte después de millones de alumnos reprobados por no hacer tareas, la respuesta ya llegó a nosotros y hoy te la vamos a compartir. 
 
Recientemente Harris Cooper, prestigiado profesor de la Universidad de Duke declaró: «No hemos encontrado evidencia de que las tareas ayuden a los niños a ser mejor estudiantes». 
 
A continuación te dejamos con la explicación. 
Desde 1989 diferentes estudios han revelado que los alumnos comprenden de mejor forma el trabajo que realizan dentro del salón de clases, además, las tareas y trabajos que les piden para hacer en su casa les quitan valioso tiempo para desarrollar otras actividades que son igual de importantes para su crecimiento.
Así mismo, el profesor Etta Kralovec de la Universidad de Arizona concuerda con los resultados de dicha investigación “Las tareas que los profesores a veces dejamos a nuestros alumnos en realidad no representan ningún beneficio para ellos”. 
 
Hasta la fecha se han realizado varios experimentos, por ejemplo, alumnos que dedican 1 hora de su día a hacer tareas en casa son mejores estudiantes que aquellos que suelen dedicar 4 horas. Lo que significa que estos estudiantes prácticamente pierden 3 horas de su tiempo al día, tiempo que pudieron haber aprovechado para realizar otro tipo de actividades.
 
Otros especialistas aseguran que las tareas afectan el carácter de los estudiantes, sobre todo cuando hablamos de niños, ya que el estudiar debe ser considerado como una actividad que se disfrute, nos debe apasionar aprender cosas nuevas. En lugar de eso, las tareas escolares molestan al niño y lo condicionan a no querer ir a la escuela, por eso es que no les gusta aprender. 
 
Desde el Kinder los niños saben que les quedan muchos años como estudiantes, en los cuales tendrán que esforzarse mucho y no les queda de otra más que rechazar el conocimiento. 
 
Otra razón por la que las tareas deben desaparecer inmediatamente de todos los sistemas educativos, es porque contribuyen a que los alumnos se hagan dependientes y flojos. Ya que los padres acostumbran a ayudarles a elaborar sus tareas y la mayoría terminan haciéndoselas. Sin duda los niños requieren de la ayuda de sus padres, pero esta ayuda casi siempre termina generando conflictos. Pues el niño pierde su sentido de responsabilidad y ve la tarea como un castigo por parte de sus padres. 
 
No olvidemos el clásico «Si no haces la tarea no puedes salir a jugar con tus vecinos». 
 
Entonces, cuando eliminamos las tareas escolares los estudiantes recuperan la motivación por el estudio, la alegría por ir a la escuela y aprender cosas nuevas cada día. 

Afortunadamente la Organización Mundial de la Salud (OMS), a través de sus representantes en la Organización de las Naciones Unidas, están llevando a cabo las peticiones necesarias para eliminar por completo las tareas escolares de todos los sistemas educativos registrados. 

La investigación demuestra que el estudiante que deja de hacer tarea en su casa recupera su alegría por el estudio y se transforma en una persona feliz.

A veces los adultos decimos cosas a niñas y niños que no son tan inofensivas como parecen. Preguntamos por algunas de ellas a las psicólogas y creadoras del espacio virtual ‘ Mientras Creces’ , Cristina Castaño y Nuria Espinosa, y a la pedagoga y ‘coach’ educativa Ana Roa. Todas ellas saben lo fácil que es tropezar con alguna de estas piedras en forma de frase y por eso recomiendan que, al menos, seamos conscientes de ellas. Y, una vez dichas –también saben que no somos perfectos–, no caer en la culpabilidad, pero sí ser capaces de pedir disculpas y explicar a los más pequeños que los padres también se equivocan.

1. «Llorar es de niñas, no llores que te pones fea»

Las expresiones que establecen diferencias por razones de género solo consiguen dejar en un segundo plano las emociones. Así lo explica Cristina Castaño: «Con estas frases no permitimos a los niños tener emociones como la tristeza, la rabia o el miedo, que suelen estar detrás del llanto». Y va más allá: «Asociamos que si un niño llora pierde fortaleza, virilidad, lo que fomenta en el futuro hombres que no reconocen lo que sienten, no pueden ponerle nombre ni expresarlo».

Asociar el llanto a una menor belleza o a feminidad, primar la apariencia sobre las emociones se traduce en que «también las mujeres relegamos las emociones a la esfera de lo privado. Tenemos que ser princesas, comedidas, dar lo que se espera de nosotras», analiza Castaño. Para Ana Roa este tipo de frases también están «fuera de lugar», especialmente, cuando, como apunta «socialmente lo que se está trabajando es la igualdad».

2 . «Princesa, qué bonita y guapa»

Aunque ve lógico que a veces «se nos escapen este tipo de cosas», Ana Roa cree que hay que ser cuidadosos y que «los elogios deben hacerse a la totalidad de la persona y a las acciones más que al físico». Para Cristina Castaño, el problema no radica tanto en elogiar a las niñas por su aspecto físico, sino en hacerlo de forma diferenciada con respecto a los niños. Es importante, en su opinión, destacar otro tipo de cualidades como la forma de ser o de actuar, que son las que «más aportan a la persona y las que ayudan a los niños a construir su propia imagen personal», afirma. Para ella además este tipo de expresiones contribuyen a «encasillar» a las niñas en ciertos comportamientos frente a otros «clásicamente asociados a los hombres», lo que puede condicionar en un futuro elecciones como los deportes o incluso la profesión.

3. «Mira cómo Fulanito sí se sabe atar los cordones»

Las comparaciones, asegura Ana Roa, «afectan muchísimo a la autoestima» y pueden fomentar la envidia, «un sentimiento muy perjudicial, con el que los niños sufren mucho y que es además muy complicado de reconducir como adultos». Cristina Castaño recuerda que «cada niño es único y diferente y tiene unos ritmos, un nivel de maduración, una personalidad y unas circunstancias», por lo que, en su opinión, «más que en comparar deberíamos preocuparnos por comprender realmente a cada niño, permitiendo que sea él mismo, entendiendo lo que siente y ayudándole a comprenderlo y poder expresarlo». 

4. «Dale un besito a Pepito, anda, dale un besito»

Todos queremos que los niños sean educados, pero deben ser ellos quienes escojan el saludo y si dar o no un beso, pues, como en el caso de los adultos, se trata de un acto voluntario. Así lo explica Nuria Espinosa: «A ti hay gente que te apetece besar, pero a otros no y le das la mano». «En lugar de forzar a dar un beso es adecuado preguntar a los niños si quieren hacerlo», sugiere. Se trata, como también afirma Ana Roa, de aceptar que hay otras alternativas educadas como chocar las cinco, lanzar un beso, saludar con la mano, y no enjuiciar al niño por no ser «cariñoso», respetar su desarrollo, su forma de ser o su apetencia en un momento determinado y «no insistir ni forzar, pues al final lo que podemos conseguir es rechazo».

Espinosa añade otra idea: es importante que los niños aprendan «que no pasa nada por decir que no educadamente, pues, de hecho, van a tener que hacerlo muchas veces en su vida, también en las relaciones íntimas». Desde su punto de vista, obligar a los niños a tener contacto físico o intimidad con extraños puede conllevar, en un extremo, «ciertas conductas de permisividad con los adultos que impidan detectar si uno de ellos está sobrepasando los límites».

5. «¿Y a ti quién te gusta? ¿Tienes novio?»

Desconocidos y familiares insisten desde la broma en hacer preguntas que los niños no solo no están preparados para contestar sino que les pueden llegar a molestar. Para las terapeutas consultadas, no se trata de negarle a los niños la realidad del mundo de relaciones en que viven, ni de convertirlas en un tema tabú, sino, como dice Espinosa, de «no introducirles demasiado pronto en algo que es posible que aún no se hayan planteado y que quizá no tengan capacidad de contestar». En opinión de Ana Roa es clave respetar el ritmo de maduración de niños y niñas y entender que a medida que crecen, no suelen gustarles este tipo de preguntas y, por tanto, «no son convenientes».

6. «Que te caes, que te vas a hacer daño, cuidado»

A través de la crianza transmitimos muchos patrones, por lo que es importante que seamos conscientes y sepamos si actuamos, afirma Espinosa, «por nuestros propios miedos o por el bien de nuestros hijos». «Si los padres ven el mundo como algo peligroso y así lo transmiten continuamente a los hijos, ellos lo verán igual, y esto limitará su aprendizaje y la adquisición de experiencias», continúa.

Para Roa, esto tiene mucho que ver con la sobreprotección. «Los niños maman las inseguridades y la ansiedad de los adultos», asegura, y, dado que aprenden por imitación, pueden acabar adoptando patrones y siendo, de hecho, como los padres les hemos transmitido. Roa cree que más importante que las palabras es el tono: «La carga emocional que transmite es muy fuerte y les asusta; les estás transmitiendo tu propio susto, una ansiedad muy elevada».

No se trata, aclaran ambas, de dejar que los niños se pongan en peligro o de hacer las cosas por ellos, sino de ayudarles, como dice Espinosa, a «tomar decisiones adaptadas a su edad, acompañarles, alentarles y estar ahí sin dar por hecho que los resultados no serán buenos».

7. «Si te comes todo hay postre», «Si te portas mal no vienen Los Reyes»

La estrategia del premio y el castigo está desfasada y ya no es efectiva. Así lo cree Ana Roa, que aboga por la disciplina positiva, ser capaces de utilizar un mensaje positivo pero firme frente a la mera negativa. Y es que el chantaje, aunque puede ser efectivo a corto plazo, no lo es si miramos un poco más allá. Para Espinosa lo importante es «c onseguir niños que sepan pensar, que actúen conforme a unas normas sociales y morales y no que acaten las normas por miedo». Serán entonces, afirma, «adultos sanos capaces de tomar las riendas de su vida de una forma adecuada».

Como alternativa al premio o al castigo, ambas proponen trabajar sobre comportamientos concretos, enseñarles que algunos son «recompensantes» en sí mismos, tratar, en definitiva, de lograr un acuerdo en el que el niño sea capaz de colaborar e implicarse.

8. «Eres mala, qué torpe eres»

Las frases calificativas del ser afectan directamente a la autoestima. Así lo afirma Ana Roa, que insiste en una máxima: «Califica la acción pero no califiques al niño o niña». En este sentido, propone frases como «esto puedes hacerlo mejor», frente a «eres muy torpe» o «esto no se ha hecho bien, te has comportado un poco mal», frente a «eres malo». «Cuando un niño está asumiendo y está registrando cerebralmente que es malo, ese mensaje hay que desmontarlo porque es dañino y, a medida que crece, puede desembocar en actos de maldad porque está identificado con ese patrón”.

Nuria Espinosa también está de acuerdo en que no hay que etiquetar y hay que huir de expresiones generales como «pórtate bien» o «no te portes mal». Y recuerda además que, aunque a veces simplemente tiene que ver con el nivel madurativo, en otras ocasiones, «con el comportamiento el niño nos está mostrando que algo no va bien».

http://www.eldiario.es/nidos/frases-decimos-ninos-deberiamos_0_718828882.html

 Es un momento de pánico. Estás discutiendo con tu hijo sobre alguno de los temas clásicos por los que todo adolescente y sus padres han peleado a lo largo de la historia desde que se inventó el lenguaje. Es posible que estés cansado, un día largo que te pilla con las defensas bajas. Y de repente sucede. Sin pensarlo, casi como un reflejo, salen de tu boca esas palabras que tantas veces escuchaste a tus padres y que, tantas veces también, te juraste no pronunciar nunca si alguna vez tenías tu propia familia. Pero ahí están y es posible que si haces un poco de memoria seas capaz de recordar lo que sentías al oírlas en tu más tierna adolescencia -aunque ahora siendo tú el padre lo de la ternura en la adolescencia te parece una broma-, pero no has podido evitar soltarlas. Y lo peor no es que te hayas convertido en tus padres: lo peor es que la mayoría de esas frases no aportan nada bueno.

Para esta ardua tarea hemos preguntado a tres expertos: Eva Bach, pedagoga, maestra y escritora de varios libros sobre adolescentes; Sonia Cervantes, psicóloga, escritora y terapeuta de programas como Hermano mayor, y Carlos Pajuelo, psicólogo, profesor en la facultad de Educación de la universidad de Extremadura y autor del blog Escuela de padres.

“Una frase como ‘me has decepcionado’ no debería decirse jamás. Le transmitimos que hay un punto de inflexión en el que el joven siente que no sabe si podrá volver a estar a la altura»

Antes de nada nos ofrecen consejos previos. “Con los hijos hay que pelearse, no queda otra”, asegura Pajuelo, que aconseja no olvidar que “los adolescentes son personas que están en formación” y esa educación depende de los padres. Por ello, “el adulto siempre es el que debe mantener la calma”, recalca Cervantes, Así que es mejor esperar un poco antes de enfrentarnos a lo que puede ser un problema. “Es importante que no queramos arreglar las cosas cuando el conflicto está candente”, puntualiza Bach. Y si todo falla, casi siempre hay solución. “A veces en las equivocaciones de los padres encontramos una oportunidad para enseñar”, señala Pajuelo.

Hemos seleccionado, con la ayuda de los especialistas, 15 frases que no se deberían decir…

«Me has decepcionado»

Es una de las frases más duras que pueden escucharse; a veces puede asomar a la punta de la lengua de los padres, pero es ahí donde se debe quedar porque, además, normalmente, no es cierta. Lo explica la psicóloga y escritora Sonia Cervantes: “Esto no debería decirse jamás. Le transmitimos que hay un punto de inflexión en el que el joven siente que no sabe si podrá volver a estar a la altura, y puede ser aún peor”. O sea, el adolescente puede pensar: «Si ya le he decepcionado, de perdidos al río».

«Te lo dije»

Es posible que sea una de las frases más odiosas que todos hemos escuchado y la gran mayoría de las veces la oímos en nuestra adolescencia aunque lo cierto es que no sirve para absolutamente nada, a juzgar por lo que opinan los adolescentes. “Esta frase es una falta de confianza hacia el adolescente, le estás diciendo que creías que no era capaz”, señala Sonia Cervantes.“Hay que advertir antes. Después lo que habría que hacer es hincapié en el aprendizaje, que el adolescente aprenda del error”, remata Eva Bach.

«Ya lo entenderás cuando seas mayor»

La realidad de esta frase es que los padres no tienen una bola de cristal, así que no pueden saber que sus hijos entenderán en un futuro lo que les dicen ahora. “Es importante que lo que les decimos sea razonable y razonado”, asegura Bach. Y esta argumentación no es ni una cosa ni la otra, y en el fondo lo sabemos.

«Deberías aprender de…»

Si a ningún adulto le gusta que le comparen, y más en esos términos, con otra persona ¿por qué le iba a resultar agradable escucharlo a un adolescente? “Sólo comparamos una parte, la que nos interesa, del comportamiento de otra persona. Hay que demostrarles que tenemos confianza en que sabrán organizar su vida y educarles para ello”, argumenta Carlos Pajuelo.

«No es para tanto»

Quizás en esta frase hay un trasfondo positivo: intentar que nuestro hijo descubra que el que le haya dejado esa novia con la que lleva tres semanas en realidad no es el fin de su vida sentimental. Sin embargo, es una frase que hay que evitar porque puede ningunear los sentimientos del crío. “Para ellos son problemas importantes y serios y a veces es necesario estar mal. Tienen que aprender que hay veces que hay problemas, que no pasa nada por estar tristes ya que es parte de la vida. Y, además, deben aprender a superar los reveses”, afirma Pajuelo. La frase «no es para tanto» también tiene otra vertiente negativa, que señala Cervantes: “No fomenta la comunicación porque la próxima vez que le pase algo no te lo contará porque pensará que para qué”.

«No deberías fumar, beber, o cualquier otra cosa que nosotros sí hacemos»

“Los hijos aprenden con lo que los padres hacen, aprenden de su comportamiento”, asegura Pajuelo. Así que decirles que no deben hacerlo porque sí o utilizando la ya denostada frase “ya lo entenderás cuando seas mayor” no es demasiado útil. ¿La mejor opción? “Hablar. Hay que darles información y no perder los papeles”, sentencia.

«No me gusta ese chico/chica/amigo/amiga para ti»

Si nos retrotraemos a nuestra época de adolescente, recordaremos que oír esa frase de boca de nuestros padres era un aliciente inmediato para querer estar mucho más con esas personas. “Es mejor preguntar qué es lo que encuentra en estos amigos que le hace sentir bien, qué es lo que ellos le aportan. Ahí es donde nos puede dar pistas y podemos encontrar otras maneras de satisfacer esa necesidad”, indica Bach, que además hace de abogado del diablo y asegura: “Nos preguntamos pocas veces si nuestros propios hijos son una buena compañía”.

«Te daba un bofetón…»

Es cierto que, afortunadamente, cada vez es menos habitual encontrar a padres que recurren a la violencia, pero aún existen los que no la usan pero la mentan. “Se transmite que con agresividad y violencia las cosas se arreglan. Si te pegan, el que fracasa es el que da la torta no el que la recibe”, explica Cervantes. Por no hablar de que el aprendizaje en este tipo de situaciones es nulo. “Solo aprende a evitar la agresión de la forma que sea”, explica el especialista.

«Yo a tu edad…»

Tú a su edad pagabas con pesetas, jugabas en la calle hasta la noche casi sin vigilancia y viajabas en un coche sin cinturón de seguridad. “No se pueden comparar los tiempos: antes las cosas no eran mejores, eran diferentes. Nuestra sociedad actual ha generado otra forma de comportamiento”, argumenta Pajuelo. Sin olvidar que “los padres tenemos recuerdos selectivos”. Porque desde luego a ningún padre se le ocurriría ahora meter a sus hijos en un coche sin cinturón porque era lo que se hacía cuando él tenía su edad.

«Eres un maleducado»

Esto, si lo pensamos bien, es tirar piedras contra nuestro propio tejado. “No hay que olvidar que los educamos nosotros. Con esta frase no solo atacamos su autoestima, sino que además nos estamos descalificando a nosotros mismos”, apunta Bach. “Es un etiquetaje que debería corregirse con un ‘has actuado de forma incorrecta”, puntualiza Cervantes.

«Eres un inútil»

Al igual que con la frase anterior, esta no tiene nada de positivo: estamos etiquetando y además lo hacemos con una persona que está en plena formación, como si lo que hay ya fuera definitivo. En general cualquier frase negativa que contenga un “eres un…” es una mala idea. “Hay que centrarse en la conducta no en el individuo”, explica Cervantes.

«Ahí tienes la puerta, pero si sales no vuelvas a entrar»

“Esto es muy típico de padres flamencos que, por cierto, suelen tener hijos igual de flamencos que aceptan el envite y se van de casa”, reflexiona Pajuelo. “Cuando los hijos están descontrolados necesitan padres controlados”, añade. Y ese tipo de amenazas, son la antítesis a estar controlado.

«Como sigas así vas a ser un desgraciado»

“Esa frase solo asusta al que la dice”, asegura Pajuelo. Y volvemos a la premisa anterior: los adolescentes necesitan padres controlados, no que les suelten amenazas vanas y sin sentido. “Después de discutir con un adolescente, él normalmente dormirá sus ocho horas mínimo y sin embargo sus padres estarán desvelados”, observa. Así que cuanto más se conserve la calma, mejor.

«Me sacas de quicio»

Aquí culpabilizamos al adolescente de una reacción nuestra. “Los culpables somos nosotros. No nos sacan de quicio ellos, sino la situación y no sabemos cómo llevarla de una mejor manera”, sentencia Bach. Lo mejor es esperar un poco, calmarnos todos, y hablar cuando sea posible hacerlo de una forma productiva.

«Contigo no hay manera»

Estamos dando por perdida a una persona a la que, seguramente, le queden más de 50 años de vida. Entonces esta frase es, cuanto menos, un poco tajante. “Lo mejor es decir que tiene que haber una manera, lo que pasa es que hay que seguir buscándola. Así responsabilizamos al adolescente para que nos ayude a buscarla”, aconseja Bach.

¿Nos estamos pasando con los regalos? ¿Somos capaces de controlar lo que les damos a nuestros pequeños en estas fiestas? A veces consentimos mucho. Muchas regalamos de mas. Y hacemos que nuestro hijo padezca el síndrome del niño hiperregalado. El pequeño que lo padece «es aquel que sufre ante la avalancha de obsequios y regalos en un mismo día», explica por correo electrónico la doctora Marisa Navarro, terapeuta y autora de los libros La medicina emocional y El efecto tarta. «Hay tantos focos en los que poner la atención que el niño es incapaz de concentrarse en ninguno. Esto provoca que se disperse y llegue incluso a perder la ilusión. Es por ello que al contrario de lo que se pretende, llegue a frustrarle y así se vuelva apático, se enfade y empiecen las quejas, con el típico “esto no es lo que quería” y otras cosas peores, que tan mal sientan a los padres», añade.

¿Cuándo se padece este síndrome?

Cumpleaños, días de Navidad y Reyes, son los más propicios para que los niños lo sufran, ya que además de los regalos de los padres, están los de familiares y amigos. En algunos casos, especialmente en los niños que pasan menos tiempo con sus padres, este síndrome puede ser algo habitual, cuando se intenta suplir la falta de atención con regalos, y también cuando se les quiere premiar constantemente y, para ello, se recurre una y otra vez a objetos materiales. «En estas situaciones, el estado de estos niños es peor, pues están ya tan acostumbrados a los regalos materiales, que les llegan en tantas ocasiones y muchas veces sin un motivo concreto, que no son capaces de conectar con la emotividad propia de los días de Reyes o Navidad, e incluso están tan desconcentrados, que no saben ni lo que quieren, ni que pedir», incide la experta.

¿Los padres somos responsables? «Exactamente, tenemos mucha responsabilidad en esto, pues pensamos que llenar el árbol de regalos y que ellos vean gran cantidad de paquetes cuando se despiertan, es la mejor manera de demostrarles nuestro amor», explica la doctora. Según la experta, esto es la consecuencia del sentimiento de culpa que tenemos los padres por no tener el suficiente tiempo para estar con ellos, y pensar que no les prestamos la atención que requieren, por lo que les compramos más, incluso, de lo que ellos piden. «Por otro lado, están los padres, que quieren constantemente demostrar, ya sea ante otros padres o familia, lo pendientes que están de sus hijos, o lo mucho que les quieren y. para ello, les llenan de obsequios. O los padres separados, que entran en competencia por a ver quién regala más y en consecuencia quiere más al niño», argumenta. Pero si nos damos cuenta, el día de Navidad o Reyes no suele ser un día en el que los niños se frustren y se enfaden, por no haber recibido todo lo que han pedido, «sino que simplemente abren lo que tienen y comienzan a disfrutar con ello», continúa.

Consecuencias del síndrome del niño hiperregalado

Las consecuencias de hiperregalar a los niños son muy perjudiciales, ya que se les transmiten unos valores muy negativos, como dar poco o ningún valor a las cosas, o pensar que todo es fácil de conseguir, y que no necesitan esforzarse para obtener lo que desean. «De esta manera, estos niños se vuelven enormemente cómodos y, en consecuencia, tenemos pequeños frustrados y con falta de imaginación e ilusión por las cosas, o consumistas, caprichosos e indecisos, y que solo dan importancia a lo material», sugiere la doctora Navarro. «Además, les enseñamos a crearse necesidades que en realidad no tienen. Estas características les acompañarán cuando sean adultos, y se reflejarán en todas las facetas de su vida», incide.

¿Pautas a seguir?

Lo ideal es recibir como máximo cuatro o cinco regalos, siempre que sea posible.

  • Lo ideal es recibir como máximo cuatro o cinco regalos, siempre que sea posible. Estos deberían consistir en: un libro, siempre; algo útil como un nuevo estuche de pinturas para la escuela; algo necesario como unos nuevos zapatos o algo de ropa y, por supuesto, algún juguete que desee, del que habéis estado hablando al escribir la carta.
  • Si es posible una buena idea es recibir algo para otros niños, ya sea para algún familiar o para algún niño que pueda necesitarlo. Esta es una buena oportunidad para educarles en valores como saber compartir, o la amistad, la solidaridad, la bondad, generosidad, gratitud, empatía y muchas otras capacidades tan positivas, que les acompañarán en su vida adulta.

Consejos prácticos

  1. El mejor consejo es dedicar un rato a escribir la carta a los Reyes para conocer que es lo que más desean y qué les hace ilusión, pero más importante todavía, aprovecharla para estar tiempo con tus hijos, conocerles un poco mejor, cuidar el vínculo de amor que os une y educarles en aspectos tan importantes como la moderación, la solidaridad, la toma de decisiones, o el establecimiento de prioridades.
  2. Enseñarles a razonar, comentarles de antemano que en estas fechas los Reyes o Papá Noel, tienen que atender las peticiones de muchos niños, y es posible que no puedan traer todo lo que desearían.
  3. Háblarles de lo afortunados que son por recibir regalos, pero sobre todo por tener personas que les quieren y les cuidan a su alrededor.
  4. Y si la avalancha de juguetes por parte de familiares y amigos es enorme y no se puede evitar, también puede ir dosificándose la entrega en varios días, para que puedan centrar su atención y disfrutar más de los regalos. Aunque lo mejor, es ponerse de acuerdo con estos para que esta situación no se produzca.