Viajar con los padres en la edad adulta puede ser una experiencia beneficiosa y sanadora para ambas partes. Descubre cómo puede mejorar el bienestar y reforzar los vínculos familiares.

Cuando nos independizamos, estamos deseosos de disfrutar de esa recién adquirida autonomía. Nos centramos en construir nuestra carrera, nuestra familia y rutinas, y el tiempo que pasamos con nuestros padres se reduce considerablemente.

Quizá compartimos los festivos o los visitamos y acompañamos en algunos quehaceres diarios; sin embargo, los momentos de calidad se vuelven cada vez más escasos. Es por esto que te invitamos a viajar con tus padres en la edad adulta y disfrutar de todos los beneficios que conlleva.

Es muy posible que vuestra última experiencia compartida de esta índole se remonte a tus años de juventud, incluso tal vez a tu infancia. Desde entonces, fueron los amigos o la pareja quienes se convirtieron en compañeros de viaje.

Descubrir nuevas culturas, explorar nuevas ciudades y visitar paisajes diferentes de la mano de tus progenitores puede que te resulte extraño; incluso es posible que ellos también se nieguen de entrada a vivir estas aventuras. No obstante, hay varios motivos para hacerlo y queremos compartirlos contigo a continuación.

Padre e hijo adulto de excursión
Viajar con los padres en la adultez ayuda a estrechar lazos.

¿Por qué viajar con tus padres?

Si eres un alma viajera, ya conocerás todos los beneficios que nos aportan esas pequeñas o grandes escapadas. Sin embargo, vivirlas en compañía de tus padres puede ser aún más enriquecedor. Y estos son los principales motivos:

Aumenta el bienestar y la felicidad de ambas partes

Viajar nos hace felices, y esto ha sido comprobado en numerosas ocasiones. Salir de la rutina y vivir nuevas experiencias nos ayuda a reducir el estrés cotidiano y experimentar más emociones positivas. Pero esta felicidad surge incluso antes de salir de casa, y es que se ha visto que planificar un viaje y anticipar todo aquello que viviremos mejora el bienestar subjetivo y la satisfacción con la vida.

Esta dosis extra de ilusión puede ser especialmente beneficiosa para los adultos mayores. Y es que ciertos eventos que tienen lugar en esta etapa (como la jubilación, el síndrome del nido vacío o la pérdida de personas cercanas) pueden incrementar el riesgo de apatía, distimia o depresión. En este contexto, la expectativa de viajar en compañía de los hijos puede suponer un gran aliciente para el estado de ánimo.

Pero no solo los padres se benefician de estas vivencias; para los hijos también puede suponer una gran fuente de gratificación. De hecho, aunque en ocasiones se perciba como una obligación, viajar con los progenitores es una gran oportunidad para conversar con ellos, aumentar la camaradería, hacer cosas de interés compartido y disfrutar de la mutua compañía. Algo que puede resultar muy agradable, estimulante y satisfactorio.

Fomenta el sentimiento de pertenencia y propósito

Uno de los aspectos más duros de envejecer es sentir que ya no se es necesario. Cuando los hijos se independizan, los padres pueden sentir una sacudida en su identidad (seguramente construida de forma estrecha en torno a la paternidad y la maternidad). Poco a poco, van sintiéndose más lejanos a sus vástagos, menos útiles y necesarios para ellos y menos tenidos en cuenta.

Por lo mismo, proponerles un viaje compartido es una excelente forma de expresar cuán importantes siguen siendo para nosotros. Y es que, pese a que ya no dependamos de ellos, seguimos necesitando y valorando su apoyo, sus consejos, su experiencia y su compañía.

Permite estrechar lazos

Como decíamos, el tiempo de calidad que compartimos con los padres en la edad adulta es cada vez más escaso. Las obligaciones laborales, familiares y personales de ambas partes pueden hacer complicado encontrar momentos para convivir. Si queremos seguir nutriendo esos lazos que nos unen a nuestros progenitores, viajar es un excelente medio para lograrlo.

Y es que se trata de una experiencia en la que no hay horarios ni presiones, en la que podemos conversar, generar intimidad, redescubrirnos y, en definitiva, dedicarnos tiempo de calidad mutuamente. Hacer turismo en familia permite mejorar la comunicación, estrechar lazos y aumentar la satisfacción con el vínculo.

Nunca es tarde para aprender

Pese a que los adultos mayores se encuentren en el último tercio de su vida, esto no significa que no puedan disfrutar de unos años enriquecedores y transformadores a nivel personal. Esta etapa es propicia para la reflexión, el análisis de los valores y las prioridades y la ampliación de la perspectiva personal. Y, a este respecto, nada hay más apropiado que viajar para crecer personalmente.

El contacto con otras culturas, lugares y realidades puede ayudar a las personas (de cualquier edad) a desarrollar la tolerancia, la empatía y el pensamiento crítico. Además de resultar interesante y enriquecedor a nivel personal descubrir y experimentar la historia, las tradiciones y los modos de vidas de otros lugares.

Viajar con tus padres en la edad adulta te permitirá generar nutritivas conversaciones y debates con ellos respecto a diversos temas.

Familia en la playa
Viajar con los padres permite compartir opiniones y ampliar (ambas partes) la perspectiva gracias a las experiencias vividas.

Viajar con tus padres en la edad adulta es crear recuerdos imborrables

Más allá de todo lo anterior, viajar con tus padres siendo adulto es una excelente oportunidad para generar memorias que se convertirán en un regalo.

Cuando las obligaciones cotidianas o la distancia dificulten el contacto frecuente, cuando el deterioro propio de la edad impida vivir nuevas experiencias, o cuando ellos ya no puedan seguir acompañándonos en la vida, estos momentos compartidos serán un verdadero tesoro que nos alegraremos de haber experimentado.

“Esta Nabidad compra libros o si no acavarán escribiendo asin”. Esta es la frase que cierra la cruzada personal del escritor Sergio Sola contra las faltas de ortografía, materializada en un vídeo que se ha hecho viral durante las últimas semanas y cuyo objetivo es que los más pequeños aprendan a escribir correctamente mediante el hábito de la lectura.

Recientemente, también hemos sido testigos del lanzamiento de La tabla periódica de la ortografía, una creación del lingüista Juan Romeu que puede resultar muy útil para resolver rápidamente dudas concretas sobre la lengua española y para que los niños consulten y retengan algunas de sus principales normas de una forma divertida. Pero, además, gracias a las aplicaciones móviles, nuestros teléfonos y tabletas pueden convertirse en cuadernos digitales para aprender y reforzar la ortografía desde los primeros palotes. Todo de manera lúdica e incluso con propuestas para usuarios de cualquier edad. Estas son algunas de las apps que ayudan a escribir correctamente.

iCuadernos by Rubio, la preescritura

Desde la década de 1950, son ya varias generaciones las que han aprendido a escribir con los cuadernillos de Rubio, que han sabido reinventarse en formato app para dispositivos iOS y Android. Lo cierto es que en estas versiones digitales hay una mayor oferta de ejercicios matemáticos, pero también es posible encontrar cuadernos de Educación Infantil que proponen actividades de preescritura pensadas para facilitar la soltura manual y el desarrollo motriz de los niños, algo previo al aprendizaje de la escritura. Además, Rubio cuenta con otros cuadernos de iniciación a la escritura para niños de más de tres años centrados en el reconocimiento de las letras mayúsculas y minúsculas.

Gracias a las aplicaciones móviles, nuestros teléfonos y tabletas pueden convertirse en cuadernos digitales para aprender y reforzar la ortografía desde los primeros palotes

Con el fin de evitar disgustos, las compras de los iCuadernos están protegidas mediante control parental y cada nuevo cuaderno cuesta 100 rubis, la moneda propia de Rubio. Para entendernos, primero es necesario adquirir rubis y después canjearlos por cuadernos, según estas correspondencias: 0,99 euros son 100 rubis; 1,99 euros son 200 rubis; 8,99 euros son 1.000 rubis; y 16,99 euros son 2.000 rubis. Antes de comprar, la app permite crear hasta tres perfiles de usuario con los que se puede acceder a una muestra de los ejercicios que contienen los cuadernos, disponibles en español, catalán e inglés. Después, a medida que los niños van superando ejercicios, se les motiva con la obtención de premios en forma de medallas digitales.

Pupitre, la apuesta de Santillana

Otra de las decanas en el mundo de la educación que también se ha adaptado a los nuevos tiempos para enseñar a escribir a los más pequeños es Santillana, que en 2012 lanzó Pupitre, una aplicación pensada para iPad y tabletas Android, si bien es cierto que la oferta de Lengua se limita al sistema operativo de Apple. En concreto, para estos dispositivos existen cuadernos con actividades de escritura para niños de 6 a 8 años, así como cuadernos de vacaciones para Educación Infantil y niños de hasta 8 años que incluyen fichas con ejercicios sobre la composición de las palabras o las normas de acentuación, entre otros. El funcionamiento es muy similar al de los iCuadernos de Rubio, pero sin moneda propia de por medio, de tal forma que cada cuaderno cuesta 0,99 euros, mientras que cada cuaderno de vacaciones tiene un precio de 3,99 euros.

Pupitre da la posibilidad de crear hasta cuatro perfiles distintos y también se basa en un sistema de recompensas acorde a la edad de cada usuario, con el fin de favorecer la curiosidad del niño y su interés por seguir aprendiendo.

Palabra correcta, para aprender mientras juegas

Con un diseño muy sencillo, esta aplicación gratuita para iOS y Android pone a prueba los conocimientos de gramática y ortografía de usuarios de todas las edades a través de distintos juegos. Entre ellos destaca el llamado Gramática (modo clásico), que viene a ser un test en el que hay que elegir, antes de que se agote el tiempo, la palabra exacta que completa los espacios en blanco de una frase. En caso de fallo, la app no sólo muestra la opción correcta, sino que además explica por qué con ejemplos adicionales.

Otras de las posibilidades de juego de Palabra correcta que ayudan a ampliar vocabulario son Arma Palabra, donde hay que ordenar letras para formar el vocablo descrito en una definición; Diccionario, cuyo reto es escoger la opción correcta entre distintas palabras que pueden corresponderse con una definición; y Sinónimos y Antónimos. Es posible batirse en duelo con otros usuarios mediante la opción multijugador o bien retarse a uno mismo.

Los Cazafaltas, el gran juego de la ortografía

Desarrollada por la editorial Planeta, esta app gratuita es un juego para iOS inspirado en el tablero del popular Juego de la Oca. Lo curioso es que para avanzar de casilla en casilla y llegar a la meta es necesario resolver las dudas ortográficas que se plantean en la pantalla del iPhone o el iPad. Con el fin de facilitar la tarea, en todo momento es posible acceder desde un botón a las reglas de la ortografía española, en las que se encuentran las respuestas a todas las preguntas de Los Cazafaltas.

Las partidas se desarrollan por turnos entre dos rivales, aunque cuenta con un modo para un solo jugador. En el primer caso, una vez finalizado el enfrentamiento se actualizan los datos del perfil de cada usuario, de tal modo que se puede acceder a un histórico con estadísticas y comprobar la evolución. Sin embargo, cuando se juega contra uno mismo la partida no queda registrada ni se acumulan los puntos conseguidos, aunque es un buen método de entrenamiento y una forma divertida de seguir aprendiendo ortografía.

http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2017/01/10/actualidad/1484045185_703072.html?id_externo_rsoc=FB_CM

No es ningún secreto que vivimos inmersos en una cultura del alcohol. Lo vemos en nuestras fiestas más emblemáticas, en las celebraciones familiares o sociales y en la mayoría de series y películas que encontramos en los suculentos catálogos de Netflix o HBO. El alcohol está por todas partes. Sin olvidarnos, por supuesto, de las vallas publicitarias, de YouTube y de redes sociales como Twitter, Instagram o Facebook. No es de extrañar, por tanto, que si el alcohol forma parte de nuestras vidas, también sea la sustancia psicoactiva más consumida entre los jóvenes españoles con edades comprendidas entre los 14 y los 18 años. Así lo recoge el último informe del Observatorio Español de la Droga y las Toxicomanías que sitúa la edad media de inicio en su consumo entre los 13 y los 16 años.

Para Xavier Pons, profesor del Departamento de Psicología Social de la Universitat de València, a esta cultura del alcohol y a las costumbres del mundo adulto, que incorpora el alcohol a todas sus actividades sociales, se une un factor más: el de la cultura de la despreocupación. “Nuestra sociedad ha creado una cultura de la banalidad y la despreocupación, que también es argumento para el consumo alcohólico en los jóvenes. La mayoría de niños son educados, cuando son niños, en los valores de la moderación, la prudencia, el autocontrol, el rigor, la responsabilidad… Esos valores deberían desembocar, más adelante, en actitudes y conductas consecuentes, tales como no beber alcohol y no abusar, si sabes (y lo sabes) que es perjudicial. Sin embargo, ese niño va creciendo y haciéndose adolescente en una sociedad que le transmite otro tipo de realidad: si es divertido es bueno. Da igual si es sano, ético, razonable, veraz, prudente, bello, inteligente, o si es todo lo contrario; mientras sea divertido será aceptable. No hay reparo alguno para la diversión en la sociedad de la despreocupación; todo lo que interfiera en la diversión será apartado u olvidado, y todo lo que la facilite será bien recibido”, explica.

Sumemos dos cuestiones más. Por un lado, el deseo de descubrimiento innato de la propia adolescencia, una etapa en la que, según Miguel Fuster, psicólogo clínico, “no se tiene la misma sensación de peligro a la hora de tomar decisiones; lo que lleva a un mayor aprendizaje pero, también, a ser más vulnerables como individuos ante los riesgos por falta de capacidad de evaluación de las consecuencias negativas”.

En el Grupo de Trabajo Alcohol y Alcoholismo de la Sociedad Española de Medicina Interna se hace hincapié en la neurotoxicidad y neuroinflamación que ejerce el alcohol en jóvenes, sobre todo en la modalidad de consumo en “atracones” o binge drinking (“botellón”). Su coordinador, Francisco Javier Laso apunta que cualquier consumo de alcohol es de “riesgo”, y tiene especial impacto en la adolescencia, “ya que han podido observar que implica consecuencias estructurales y funcionales en el sistema nervioso cuya “maduración” se está desarrollando, lo que promueve la aparición precoz de dependencia alcohólica”. Lo sugieren múltiples estudios, uno de los más recientes el publicado por investigadores suecos en enero en la revista Journal of Hepatology, en el que a través de un seguimiento a 40 años de 43.000 varones en Suecia, se asoció el consumo de alcohol en la juventud con un mayor riesgo de hepatopatía grave. Un riesgo que, aunque dependiente de la dosis, se encontraba desde el primer gramo de alcohol.

¿Permitir o prohibir?

Con un panorama tan desolador y complicado, cabe preguntarnos si como familia está en nuestra mano convertirnos en un “factor” de protección y prevención, o si por el contrario podemos acabar añadidos a la lista de factores de riesgo mencionados sin que tengamos conciencia de ello.

Un reciente trabajo publicado en el Journal of Adolescent Health y dirigido por la investigadora Jennifer L. Maggs, Parents Who Allow Early Adolescents to Drink, nos plantea la cuestión de que una actitud más relajada y permisiva con respecto al alcohol, con la creencia de que esto enseñará a nuestros hijos a beber con sensatez, puede ser un factor de riesgo para una iniciación temprana en el consumo de alcohol, incluso de problemas más graves a posteriori. La investigación, además, pone en evidencia que el nivel socioeconómico y cultural de los padres no es un factor protector sino más bien al contrario: un mayor nivel social y económico puede ser un factor de mayor riesgo para el consumo, ya que ese poder económico puede suponer una mayor disponibilidad económica también para los hijos, y con ello el acceso más fácil a esta sustancia.

“La sociedad ha creado una cultura de la banalidad, que también es argumento para el consumo alcohólico en los jóvenes”

Si la permisividad mantenida por los padres incrementa la probabilidad de consumo en los hijos adolescentes, ¿es la prohibición del alcohol la solución? Señala Xavier Pons que niños y adolescentes tienen que aprender a convivir con ciertas restricciones conductuales, “porque se van a encontrar con muchísimas en su vida adulta y tendrán que adaptarse a ello”. Por eso, entiende que las restricciones razonables ayudan a educar la tolerancia a la frustración y la responsabilidad. Y, muchas veces, la salud. Añade el profesor e investigador que, aunque está muy arraigada la idea de que lo prohibido resulta más atractivo “y acaba haciéndose más”, no hay ninguna evidencia de que eso sea así. “Las cosas son mucho más complejas que eso. Por ejemplo, siguiendo esa lógica, podríamos decir “prohibido estudiar” y a todos los chavales les entrarían unas ganas enormes de ponerse a estudiar, pero nada es tan simple. De hecho, lo prohibido suele acabar desapareciendo a largo plazo, siempre que junto con la prohibición haya un control de la conducta que se restringe”, argumenta.

Para Pons, además, lo que convierte al alcohol en algo atractivo no es que los adultos lo prohíban, sino que “los adultos lo consumen” y que los adultos “lo califican de peligroso para los jóvenes”. Por tanto, estamos aportando valor positivo y atractivo al consumo de alcohol sin darnos cuenta. “Para un adolescente abstenerse de hacer algo “peligroso” por el hecho mismo de serlo supondría manifestar indecisión o debilidad, mientras que hacerlo significa ser alguien “enrollado”, valiente, atrevido,… Es eso, más que ser “rebelde”, lo que motiva al adolescente. Realmente, hay poca rebeldía en hacer lo mismo que se ve que hacen los adultos, que son los que han institucionalizado el alcohol y lo comercializan”.

Entonces, ¿cuál es la mejor manera de hablar y actuar con un niño de 15 años sobre el alcohol? ¿Qué herramientas tenemos para hacerles resistentes ante la cultura del alcohol? La respuesta del investigador valenciano es clara: “No pensar que es un niño, porque, aunque para nosotros lo parezca, él o ella no lo va a ver así y no lo va a admitir. A los 15 años es normal creer que uno lo sabe todo de la vida y son sus padres los que no se enteran. Pero, al mismo tiempo, uno es consciente de estar sumido en una vorágine de dudas, que le cuesta mucho admitir, porque esas dudas no son congruentes con la imagen de fortaleza que desea proyectar. Esto no es malo, en el sentido de que se irá ajustando con la edad. Lo que pasa es que esa incertidumbre es terreno abonado para que los que comercializan el alcohol saquen beneficio”.

Para el psicólogo Miguel Fuster la idea de la prohibición como alternativa lleva a un problema igual que el que acarrea la permisividad, y opina que todo va a depender más de qué relación tengan los padres con el uso de sustancias como el alcohol y las drogas. “La mejor manera de hablar y de actuar es que haya una consistencia en mi manera de relacionarme con el alcohol y lo que yo les pido a mis hijos. Si hay una consistencia entre lo que yo digo como padre y lo que yo hago como padre el mensaje calara en mis hijos. Si hay una inconsistencia, mis hijos aprenderán de lo que yo hago y nunca de lo que yo digo. El mensaje verbal pierde toda su fuerza”.

Revisar nuestros hábitos y actitudes

La mayoría de nosotros, además de una baja percepción del riesgo que entraña el consumo de alcohol, no tenemos conciencia de cuándo y cuánto bebemos delante de nuestros hijos. “El 75 % de los individuos que bebe excesivamente cree que toma una cantidad “normal” de alcohol. Aunque frecuentemente en los medios surgen noticias sobre las bondades del consumo de pequeñas cantidades de alcohol, los estudios rigurosos demuestran que no hay ningún efecto saludable, y como indica la OMS: alcohol, cuanto menos mejor”, explica F. Javier Laso. En este sentido, el coordinador considera que si los padres tienen “información incompleta y sesgada”, no es de extrañar que se obvie hablar con los hijos sobre los riesgos del alcohol y que se considere su consumo como algo socialmente “natural”. Y es esa actitud permisiva parental “por ignorancia de riesgos” la que considera un hecho determinante para el consumo de alcohol en los adolescentes.

Preguntémonos honestamente cada uno de nosotros: ¿Qué pasaría si preparo una fiesta con adultos en mi casa en la que NO hubiese alcohol?

Y es que, además, muchos padres beben delante de sus hijos de manera habitual. Quizás los fines de semana, en bares, en el propio hogar. Señala Xavier Pons que hay muchos estudios que comprueban que en familias de padres bebedores habituales (no necesariamente alcohólicos) es más probable encontrar adolescentes bebedores abusivos, que en familias de padres abstemios. “Los hijos adquieren muchas conductas y actitudes por imitación de los padres. También los hábitos saludables/insaludables. Y, efectivamente, tiene más influencia en el hijo lo que ve que hacen sus padres que lo que estos dicen”, cuenta Pons.

Poca utilidad encuentra el psicólogo Miguel Fuster en las campañas centradas en las consecuencias del alcohol si no son acompañadas de coherencia en el uso que hacemos como adultos del alcohol. “Preguntémonos honestamente cada uno de nosotros: ¿Qué pasaría si preparo una fiesta con adultos en mi casa en la que NO hubiese alcohol? ¿Cómo reaccionaríamos todos y cada uno de nosotros? Desde ese planteamiento, ¿qué podemos hacer si asumimos que el alcohol es algo presente en nuestra vida? Seamos coherentes y el mensaje tendrá sentido”, plantea.

Opina Xavier Pons que las campañas de prevención que comenzaron en los primeros años ochenta del siglo XX han servido para crear a lo largo de todo este tiempo una actitud más crítica hacia el alcohol en la sociedad (“Somos más conscientes de sus riesgos que en generaciones anteriores, esa idea ha calado en la sociedad”), pero sabe que una campaña preventiva no va a servir para disminuir drásticamente el consumo juvenil de alcohol. “Conocer los riesgos que supone el abuso de alcohol no disuade a los jóvenes de iniciar y mantener su hábito de consumo; eso está totalmente comprobado por casi 40 años de investigación al respecto. Además, los que publicitan y comercializan el alcohol han sabido conectar con los adolescentes mejor que los que diseñan campañas preventivas”, se lamenta y vuelve a incidir en lo que señalábamos al principio: el consumo de alcohol responde a un modelo cultural arraigado y a un modelo de sociedad determinado por lo que, según concluye Pons, tendríamos que modificar radicalmente los valores culturales imperantes. Y no es nada fácil, no, salvo que empecemos por nuestras propias trincheras familiares.

https://elpais.com/elpais/2018/02/12/mamas_papas/1518421876_113910.html

La psicopedagoga Bárbara Tamborini y el médico y psicoterapeuta Alberto Pellai son pareja, padres de cuatro hijos y autores de La edad del tsunami (Paídós), un libro en el que se acercan a la preadolescencia, una etapa vital poco estudiada y sumamente desconocida “con características muy específicas, que requieren una atención educativa muy diferente de la dirigida a niños o adolescentes”.

Se supone que la preadolescencia se da entre los 10 y los 14 años, aunque ambos expertos reconocen que “asistimos a una aceleración del crecimiento” a la que ya se aproximaron en su anterior libro que, no por azar, se titulaba Tutto troppo presto (Todo demasiado pronto). Y ese “demasiado pronto” es precisamente una característica de esta etapa, marcada por “una revolución que concierne al cuerpo y a la mente”, en la que los menores se asoman a un mundo por explorar y descubrir, deseosos de “vivir experiencias emocionantes y emocionales” sin haber desarrollado aún, sin embargo, las habilidades cognitivas “para manejar los riesgos asociados con ellas y predecir las consecuencias que se derivan”. De ahí, el papel “fundamental” que los padres adquieren en estas edades.

PREGUNTA. Generalmente los padres tememos a la adolescencia de nuestros hijos, pero no tanto a la preadolescencia. Sin embargo, vosotros la definís como “la edad del tsunami”. ¿Qué tiene esta etapa vital para ser eso, un tsunami?

RESPUESTA. Las transformaciones que ocurren a nivel neurológico en las mentes de nuestros niños los convierten en tsunámicos: tienen el mismo poder que un huracán y les cuesta regular la impulsividad que los invade y los mantiene a su merced. Los preadolescentes son «toda emoción y poca razón» y es por eso por lo que son tan exigentes: no consiguen regular su energía emocional, carecen de la capacidad de ponerse límites. Somos los adultos quienes tenemos que proporcionarlos.

P. En ese sentido, prestáis una gran atención en el libro al cerebro del preadolescente. ¿Qué pasa en la mente humana en esta etapa del desarrollo?

R. Gracias a los estudios de neurociencia llevados a cabo en los últimos 20 años, ahora sabemos que el cerebro de un preadolescente tiene dos partes con características específicas. Por un lado está la parte límbica, el cerebro emocional, aquella en la que se generan las reacciones de alegría, rabia, ira, que es hipersensible e hiperactiva en la preadolescencia. Los preadolescentes son tsunámicos porque su funcionamiento mental está dominado por la parte emocional de su cerebro, que provoca inestabilidad anímica y cambios repentinos: en cuestión de segundos pasan de una alegría infinita a una negatividad extrema. Por otro está la corteza frontal, el cerebro cognitivo, que en esta edad todavía es profundamente inmaduro y que se desarrolla completamente solo entre los 16 y los 20 años. Esta es la parte de la mente que evalúa los pros y los contras de las situaciones, que sabe cómo planificar los tiempos para alcanzar una meta, que puede renunciar a un placer o a una emoción, en vista de un trabajo o de un resultado con un peso y un sentido menos inmediato, pero más profundo para el desarrollo de la persona. De esta manera, el poder del cerebro emocional combinado con la inmadurez del cognitivo es lo que determina, durante la preadolescencia, la naturaleza tsunámica de nuestros hijos.

P. ¿Cuáles diríais que son los principales retos a los que nos enfrentamos los padres con un preadolescente en casa?

R. El desafío evolutivo para los padres es encontrar el equilibrio adecuado entre nuestra necesidad de proteger su crecimiento y su necesidad de explorar el mundo fuera del hogar. Tienen una gran prisa y un deseo infinito de sentirse inmediatamente adultos y de hacer cosas propias de los adultos. Nunca como en este período los psicoterapeutas nos enfrentamos a padres que piden ayuda, porque han descubierto que sus hijos han ingresado precozmente en el territorio de comportamientos de riesgo: tabaco, alcohol, sexualidad precoz y promiscua, además de los riesgos asociados con la vida online de los preadolescentes, que hoy es quizás la mayor emergencia educativa para quienes experimentan esta fase de crecimiento: la pornografía en línea, el sexting, los juegos de azar, la captación en línea, la sexualización temprana.

La bicicleta ya no se usa porque los padres tememos que se lastimen, que tengan accidentes. Nos preocupamos excesivamente por su seguridad física

P. “A esta edad los mayores desempeñamos un papel fundamental y podemos marcar verdaderamente la diferencia”, escribís en la introducción.

R. Nuestro papel de adultos es fundamental. Son muchas las atenciones educativas que hemos de tener con nuestros hijos en esta etapa de su crecimiento, pero hay dos que son de crucial importancia:

Por un lado no caer en excesos de protección de la realidad, del mundo real. Podríamos llamarlo «Más bicicleta y menos smartphone«. ¿Habéis notado que los preadolescentes ya no montan en bicicleta, mientras que todos tienen un smartphone? La bicicleta ya no se usa porque los padres tememos que se lastimen, que tengan accidentes. Nos preocupamos excesivamente por su seguridad física. Al mismo tiempo, ellos, los preadolescentes, que ya no pueden explorar el mundo real, lo hacen de manera virtual. Y luego se lanzan a la vida online, donde no hay reglas, donde no hay supervisión adulta, y donde los riesgos para su vida emocional y su desarrollo social son infinitos. Pero nosotros, los adultos, no nos preocupamos, ya que el smartphone no pone en riesgo la seguridad física de los niños.

Por otro no cargar con los esfuerzos que les corresponden y educarlos para que se esfuercen: ¿Alguna vez habéis visto madres que cargan sobre sus hombros la mochila de sus niños, ya casi tan altos como ellas? Dejemos de hacerlo. Acostumbrémoslos a la fatiga, a cuidar y a hacerse cargo de sus propias cosas y de algunas responsabilidades, gradualmente pero con decisión, empezando por pequeñas tareas en la esfera doméstica.

P. ¿Y cuáles diríais que son los principales errores que cometemos, las principales falsas creencias en las que caemos?

R. Por un lado, tendemos a ser padres «quitanieves», a eliminar cualquier dificultad y frustración del camino de crecimiento de nuestros hijos. De esta manera, sin embargo, nuestros hijos no están entrenados para la vida y es probable que sigan siendo dependientes e incapaces de construir una «musculatura emocional» que les permita funcionar bien en la vida real. Por otro lado, tendemos a subestimar el impacto que algunas experiencias tienen en sus vidas y para sus vidas. Hemos sido nosotros, los padres, los que hemos puesto en manos de los niños de 9-10 años herramientas poderosísimas, como Smartphones y tabletas, sin que ellos tengan las habilidades para manejar su complejidad. Es como dar a un niño de 13 años la licencia para conducir un Ferrari sin haber hecho siquiera una hora de autoescuela.

La neurociencia nos dice que nuestros hijos gritan porque todavía no saben cómo “mantener a raya” sus emociones

P. En ese sentido destacáis también la importancia de conocer el desarrollo cerebral que comentábamos antes para actuar en consecuencia. Y ponéis el ejemplo de palabras hirientes que los hijos pueden decir a sus padres en mitad de un estallido de ira. ¿Por qué es importante en estos casos conocer cómo funciona la mente de nuestros hijos?

R. Ese es el mensaje más importante del libro, por el que nos escribieron cientos de padres para darnos las gracias después de leerlo. Los preadolescentes están naturalmente predispuestos y fisiológicamente creados para enojarnos. Les hablamos y ellos no nos escuchan. De hecho, cuando tratamos de explicarles algo, comienzan a alzar la voz y nos dicen que no entendemos nada, que somos trogloditas. En este punto, los padres también tendemos a levantar la voz, a gritar e incluso, en algunos casos, a recurrir a las bofetadas y a la fuerza física para “domarlos”. Pero la neurociencia nos dice que nuestros hijos gritan porque todavía no saben cómo “mantener a raya” sus emociones, cómo regularlas, cómo calmarlas una vez que se activan. Nuestra tarea como adultos es enseñarles cómo regular las emociones, controlar la ira y mantener el control en situaciones en las que es tan fácil perderlo.

P. ¿Algún consejo en ese sentido?

R. En una disputa con el hijo, proponemos que los padres se centren en la regulación del tono de voz y en el uso de la mirada. De hecho, mirarse a los ojos establece otro tipo de conexión, una conexión real, humana, sensorial y emocional, de la que los niños tienen una profunda necesidad. El contacto visual es la principal herramienta de relación entre los seres humanos. La mirada, desde el nacimiento de nuestros hijos, permite la empatía, el reconocimiento de las emociones del otro por analogía con experiencias vividas. La mirada, el mirarse a los ojos, es una herramienta educativa extraordinaria, ya que permite que los padres comuniquen al niño que la prohibición, el “no” pronunciado para protegerlo y hacerle vivir experiencias nuevas pero no destructivas, es un límite necesario y no la anulación de su voluntad, sino lo contrario: es una manera de decir que te pongo un límite justamente porque te quiero. Una mirada vale mucho más que palabras gritadas o que una bofetada.

P. La preadolescencia, por último, es una etapa en la que los padres dejamos de ser superhéroes para nuestros hijos. Aceptar eso, intuyo, también es un trabajo que tenemos que hacer los padres, ¿no?

R. Absolutamente sí. Ser auténticos, completos, capaces incluso de disculparnos con un hijo cuando nos equivocamos, es la base para construir una relación leal y real con aquellos que están creciendo. Y luego, como invitamos a hacer en el libro, también es muy importante revisar nuestra propia historia: ¿qué tipo de niños hemos sido? ¿Qué padres tuvimos? Solo al volver a elaborar nuestra historia existencial, al aprender a corregir los errores de los que venimos y al no repetirlos, podremos convertirnos y ser los padres que nuestros hijos necesitan para su crecimiento y su éxito evolutivo.

Fuente: elpais.es

Alcohol, drogas, juego… las adicciones de los adolescentes. Eran las cuatro de la madrugada del pasado 7 de diciembre. Una patrulla de la policía local de Vigo encontraba a una joven de 15 años inconsciente, con signos evidentes de haber bebido. Tras avisar a los padres, la adolescente fue ingresada en un hospital. Policía y sanitarios repiten cada fin de semana y festivos la misma rutina; observan cómo muchos jóvenes beben sin control e intervienen cuando sufren intoxicaciones etílicas. Luego llega la llamada a los padres, unos progenitores que, en la mayoría de los casos, no dan crédito a lo que hacen sus vástagos. Porque todos piensan que son los hijos de los otros los que caminan dando traspiés, botella en mano, armando escándalo cuando cae la tarde.

Esos padres desconocen que el 60% de los menores ha consumido alcohol en el último año y que con 14 años la mayoría ha probado al menos su sabor. Así lo atestigua la Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España (Edades)  realizada por la Delegación del Gobierno del Plan Nacional sobre Drogas. La ley prohíbe su compra a los menores, pero ellos se las ingenian para hacerse con destilados de baja calidad. Algunos recurren a amigos o hermanos mayores para conseguir las bebidas, otros los hacen ellos mismos sin mucha dificultad.

Hace unos meses la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) realizó un estudio y llegó a la conclusión de que el 57% de los menores consigue que le vendan bebidas alcohólicas sin tener que mostrar ninguna documentación. Según el mismo estudio, en los bazares conocidos como chinos y otros pequeños establecimientos se hace la vista gorda con mucha facilidad, a pesar de que se enfrentan a sanciones por estas ventas.

Alcohol, drogas, juego… las adicciones de los adolescentes

Para poner freno a la situación, el anterior Gobierno del Partido Popular puso en marcha la Ley de Alcohol y Menores de Edad, la denominada ley antibotellón, cuyas bases fueron aprobadas el pasado mes de abril en la Comisión mixta Congreso-Senado para el Estudio del Problema de las Drogas. En el borrador se incluían, entre otras medidas, multas a los padres de los menores encontrados ebrios. Pero con el cambio de gobierno, el trámite de la ley está paralizado y depende de la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, que se agilice su trámite.

José Antonio Jiménez es médico jefe de guardia del Samur (el servicio de asistencia de urgencias del Ayuntamiento de Madrid) y cuenta que en su turno «es común acudir a la llamada de niños de 11 y 12 años que se encuentran mal porque se han emborrachado. De todas las intoxicaciones que se ven en jóvenes, las de menores de edad pueden alcanzar un 20%. De ellos, un 40% necesita hospitalización y en un 10% requieren una UVI porque presentan complicaciones graves como el coma etílico. El alcohol provoca daños orgánicos en muchos casos -no olvidemos que el hígado en esas edades no está bien desarrollado-. Lógicamente, cuanto antes se inician en el consumo, más fácil es que este se convierta en un problema crónico».

Hace 24 años que el doctor Jiménez entró a formar parte del Samur y en este tiempo ha observado varios cambios en la forma de consumo; el primero, que se ha disparado la ingesta en la calle. El segundo, la incorporación de las chicas: «Ahora no está mal visto que las niñas se emborrachen para desinhibirse, una actitud que provocaba rechazo hace años. Ellas por lo general son más precoces, también en el consumo de alcohol, y las intoxicaciones son más graves porque el organismo femenino tiene menos tolerancia a esta sustancia».

Según los últimos datos, que corrobora el jefe médico del Samur, una forma de consumo copiada de los países del norte de Europa, el binge drinking (atracón de alcohol) continúa extendiéndose entre los menores españoles. «Esto se produce por un fallo en la supervisión familiar. Hay que educar a jóvenes y mayores en el consumo responsable, hablar de ello en las escuelas y fomentar actividades lúdicas, como el deporte, que alejen a los más pequeños de los botellones. Y las autoridades deben ser mucho más duras al penalizar el consumo en las calles», concluye el doctor José Antonio Jiménez.

Otro dato preocupante revelado por la encuesta Estudes sobre consumo de drogas entre los alumnos de secundaria es el que se refiere a cómo se ha disparado el número de menores que fuman: nada menos que uno de cada cuatro, a pesar de que muchos han nacido ya tras la entrada en vigor de la ley antitabaco . Según el último Eurobarómetro publicado sobre este tema, uno de cada cuatro europeos fumadores adquirió ese hábito entre los 15 y los 17 años, sobre todo en los países del sur del continente.

Según los responsables del estudio, esas alarmantes cifras se deben al bajo precio del tabaco, la falta de campañas de educación y el aumento del consumo de cannabis (porque conlleva mezclarlo con tabaco). Y es que también se está produciendo un repunte en el consumo de porros:el 14,3% de los menores de 18 años los han fumado en el último año, cifra que duplica al porcentaje de consumidores mayores de 45, que no llega ni al 8%.

Samuel (nombre ficticio para preservar su intimidad) llegó a un instituto público de Alicante con 12 años y enseguida se integró en el grupo de los alumnos más conflictivos de la clase. Durante las vacaciones de Navidad el hermano de uno de ellos compró tres botellas de vodka que se bebieron en poco más de una hora. La borrachera fue monumental y a partir de ahí los padres de Samuel comenzaron a vigilar lo que hacía su hijo. Pero dos años después bajaron la guardia y el chaval aprendió a disimular. No había cumplido los 15 cuando probó el primer porro y con él llegaron el absentismo escolar, la rebeldía en casa, la apatía… Hoy está ingresado en un centro de desintoxicación intentando rehabilitarse de sus adicciones. La terapeuta que lo trata, y que también prefiere mantener su anonimato, cuenta que se le parte el alma cuando ve «a la madre culpándose de no haber parado ese vicio a tiempo».

Detrás del caso de Samuel, como ocurre con tantos otros de menores consumidores, está la percepción del cannabis como una sustancia de moda desprovista de peligro, algo completamente equivocado. Un estudio realizado por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) afirma que el abuso de su consumo puede producir alteraciones del sistema nervioso comparables a la psicosis y la esquizofrenia; esto afecta especialmente a los más jóvenes.

Por su parte, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción ( FAD) demostró que esta droga fomenta comportamientos violentos, causa pérdida de memoria, afecta negativamente al desarrollo educativo y favorece el fracaso escolar. Por último, en muchos casos supone la puerta de entrada para otras drogas, como la cocaína o el éxtasis.

Ana Montero, psicóloga clínica y directora del Centro Los Mesejo, donde tratan a jóvenes de entre 12 y 25 años con problemas de adicción, hace un retrato robot de estos chavales: «El perfil medio se corresponde con un varón de 16 años que acude por problemas relacionados con el consumo de cannabis y que, además, tiene poca conciencia del problema que sufre. Es la familia la que solicita nuestra intervención en muchas ocasiones». Estos pacientes requieren «una atención especial, porque se encuentran en la transición de la infancia a la madurez, en el proceso de descubrir y definir su identidad».

La pregunta que subyace es qué lleva a estos chavales a consumir drogas. Ana Montero asegura que se trata de una mezcla de factores: «La presión del entorno y la búsqueda de una satisfacción inmediata pueden contribuir a que los adolescentes abusen de determinadas sustancias».

Y esos mismos motivos, señalan los expertos, pueden derivar, si no se pone freno, en otras conductas potencialmente adictivas, como el abuso de las nuevas tecnologías.

Lo sabe bien Graciela, madre de dos chicos de 12 y 14 años. Hace meses que desaparecen en su habitación y pasan horas jugando al Fortnite, el videojuego de moda. Esta madre, como tantas otras, se pregunta cuándo debería empezar a preocuparse, en qué momento debe prohibirles que se acerquen a su ordenador o racionar las horas frente a la pantalla.

El 21% de los jóvenes utiliza internet de forma compulsiva

La respuesta es difícil, pero los expertos consideran que debería estar alerta, ya que el 21% de los jóvenes usa Internet de forma compulsiva, según la mencionada encuesta Estudes, y muchos de ellos se enganchan a la nueva plaga que arrasa entre los menores, la adicción al juego online: un 6,4% de jóvenes entre 12 y 16 años jugaron dinero a través de internet, y entre el 0,2% y el 12 % de los adolescentes cumplen «criterios de juego problemático», según este estudio. Porque, como explica la psicóloga Ana Montero, «ha cambiado el perfil de los jugadores, ahora son más jóvenes, con mayor nivel de estudios, y hay más mujeres».

Para combatir el problema, todos los expertos coinciden en que solo queda una vía, la de la prevención. Beatriz Martín Padura, directora general de la FAD, destaca que «para sensibilizar a los jóvenes hay que utilizar las vías por las que ellos se comunican, sobre todo las redes sociales, ya no valen las tradicionales. Por eso acabamos de poner en marcha el proyecto The Real Young, para dar voz a los adolescentes de tú a tú y en los entornos donde se mueven, que son fundamentalmente digitales».

En la misma línea, el recién aprobado Plan de acción sobre adicciones 2018-2020 presta especial atención a los menores de edad y pone de relieve «el importante factor de riesgo que supone la baja percepción del peligro por parte de los adolescentes frente al consumo de drogas, especialmente el alcohol y el cannabis, y manifiesta la necesidad de incrementar los esfuerzos por llegar a esta población a través de mensajes y canales creíbles y de gran calado».

Y mientras tanto, ¿qué pueden hacer los padres de los chavales que tienen la tentación a la vuelta de la esquina? Azucena Martí, delegada del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, considera que «las familias son el pilar básico para la prevención de conductas de riesgo y es cierto que muchas se encuentran ante encrucijadas y mensajes contradictorios en la crianza y educación de sus hijos. Es necesario el apoyo de toda la sociedad para cumplir con ese cometido preventivo y contribuir al desarrollo de competencias familiares, herramientas para hacer frente a esas encrucijadas».

En lo que la mayoría de expertos coinciden es en que los menores no deben recibir mensajes contradictorios (un discurso sobre lo malo que es el alcohol pronunciado con una copa en la mano) y en que hay que ofrecerles modelos de ocio alternativos.

Fuente: El Mundo

Cristina tiene 12 años. A diario piensa en el día de Reyes. Aunque con suerte, y la ayuda de su padre, igual sucede en una tarde de este verano. Cristina no tiene móvil y no lo tendrá hasta Reyes porque su madre así lo ha decidido. Solo tres compañeros más de su clase están en la misma situación. ¿Cómo lo resiste? ¿Acabará siendo la última?

La última de la clase en tener móvil

“Mis amigas tienen el móvil de mi madre y así nos comunicamos”, dice. Ni móvil ni redes sociales. Por supuesto, ni pensar en Instagram. Primero de secundaria y Cristina va y vuelve del cole sin necesidad de estar pegada a una pantalla. Ella se muestra resignada y comprensiva, quizás porque sabe que la fecha se acerca. Quizás también porque no quiere dejar mal a su progenitora ante la prensa.

“Entiendo un poco a mi madre, ella me dice que para todo hay que esperar un poco, que si cojo un teléfono me engancharé y que no miraré el mundo. La verdad es que no me siento apartada, pensaba que iba a ser peor”. Su padre es su mejor aliado y quien presiona en casa para que el aparato se entregue en verano. “Él sufre más cuando voy fuera y no puedo llamarlos”. La madre de Cristina es lo que se podría denominar madre resistente. “No creo que a esta edad les beneficie, y no están preparados para todo lo que puede hacer un móvil hoy en día. Yo le ofrecí un móvil, no un smartphone, solo para llamadas, pero no lo quiso. Además, no me considero del todo radical porque tiene Ipad en casa con el que se puede comunicar con las amigas si es necesario”, explica Pilar.

El mejor momento

En España uno de cada cuatro niños de 10 años tiene móvil, según una reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadística. A la edad de Cristina, ya lo tienen el 75% de los chavales. John Hoffman es el principal responsable del Mobile World Congress, el congreso de telefonía móvil más importante del mundo. Pero, además, es padre de cuatro hijos de entre 26 y 12 años. Los mayores recibieron su primer móvil con 12 años; sin embargo, el pequeño contó con el aparato a los siete. “Depende del niño y de los padres. No es necesario que sea el primero de la clase, pero ser el último es realmente duro porque tienes mucha presión del entorno”, opina.

¿Cuándo es el mejor momento? Berta Saliner es psicóloga infantil y también madre. Como madre, opta por los 20 años. Y sonríe. Como experta explica: “Entre los 12 y los 14 años, junto con el inicio de la pubertad o adolescencia, se dan una serie de cambios neurofisiológicos que permitirán al niño ser capaz de iniciarse en la comprensión de las funciones de esa tecnología”.

“También es, en ese momento, cuando se despierta la necesidad psicológica más álgida de identificación y pertenencia de su grupo de iguales o de referencia… el cual se concentra y fomenta en gran parte hoy en día a través del móvil (chat, redes sociales, compartir fotos…)”, afirma. Su buen uso, añade Saliner, dependerá de la madurez del niño y de la enseñanza de las funciones de la tecnología, además de las limitaciones que impongan los padres.

SOBRE ESTE PROYECTO

Este reportaje es la séptima entrega de Crecer Conectados, una serie de artículos que explora la vida de niños y adolescentes en un mundo digital. Los códigos han cambiado, los chavales aprenden, juegan y se relacionan a través de redes y pantallas, rodeados de algoritmos y big data, nativos en entornos en los que sus mayores se mueven con desconcierto. Crecer Conectados reflexiona sobre los retos a los que se enfrentan y las posibilidades que se abren para estas generaciones. ¿Qué hacen, dónde están y cómo usan los menores la tecnología? Tienen entre 3 y 18 años: ellos serán nuestros guías.

https://elpais.com/sociedad/2019/05/11/actualidad/1557574247_036276.html

Cuando la situación con respecto a las consecuencias para el menor se complica y no se puede gestionar desde la familia, expertas de la FAD recomiendan acudir a un especialista.

Las cifras de consumo de alcohol entre los adolescentes son muy elevadas. El 70,5 % de los estudiantes de entre 14 y 18 años han tomado alguna vez alcohol durante los últimos 12 meses del año 2022, según el último estudio al respecto del Ministerio de Sanidad, que también señala que beben más las féminas que los varones menores de 18 años. Concretamente, un 73,3 % frente a un 67,8 %. En cuanto a la media de edad en que los adolescentes comienzan a tomar alcohol, se sitúa en los 15 años y las tiendas del barrio es donde más adquieren la bebida.

Cualquier cifra de consumo del alcohol en jóvenes menores de 18 años debería ser preocupante, “porque a esa edad se están desarrollando y beber puede tener consecuencias a largo plazo, como las dificultades para aprender y recordar. También puede afectar a su rendimiento académico, así como a sus relaciones sociales y familiares. Se pueden mostrar más agresivos tras las borracheras y perder oportunidades propias de su edad, como asistir a cursos o actividades de ocio, porque no han descansado de noche y se encuentran mal por la mañana, explica Celia Prat, jefa del Equipo de Formación de la Fundación FAD Juventud.MÁS INFORMACIÓNLos adolescentes que beben alcohol tienen menos amigos

Existe mucha permisividad con el consumo de alcohol en la sociedad y trasladamos ese modelo a nuestros hijos. “Les hemos enseñado el patrón de asociar el ocio y la diversión con beber alcohol. Lo ideal, sería ayudar a los jóvenes a desarrollar un pensamiento autónomo y crítico para que puedan contemplar y asumir otras opciones para divertirse que no impliquen beber, a pesar de que a su alrededor sea el modelo social frecuente. Desde casa, se pueden favorecer alternativas relacionadas con el deporte u otro tipo de actividades que les saquen del foco del consumo de alcohol como forma de divertirse y socializar”, añade Celia Prat.

Cómo prevenir el consumo de alcohol en los jóvenes

Las bases para un ocio sano de nuestros hijos cuando son jóvenes se asientan desde la cuna. ”Se trata de un trabajo a largo plazo para fomentar en ellos una autoestima sana, poniendo normas y límites adecuados, con una buena comunicación en casa y dando un ejemplo adecuado como adultos con respecto al consumo de alcohol. Conviene conocer a los chicos y para ello hay que propiciar un espacio de escucha, diálogo y afecto para que tengan confianza a la hora de comentar con sus padres su día a día y lo que les preocupa”, comenta Rocío Paños, responsable de Actuaciones con familias de FAD.

Cómo actuar si mi hijo menor de 18 años llega ebrio a casa

Cuando un joven llega a casa bebido por primera vez, es fundamental que los padres actúen frente a la situación de manera adecuada para sentar un precedente de cara a que su hijo no repita la experiencia. Es aconsejable “no abordar el tema en el momento en que llega ebrio, porque no se va a enterar y va a generar un conflicto. Una vez que se comprueba que está bien y no hay que ir a urgencias, conviene dejar que duerma y hablar del tema al día siguiente con calma y evitando los juicios. Se pueden hacer preguntas abiertas, como, ¿qué ha pasado? ¿Por qué decidiste beber? ¿Cómo te sientes al respecto? También, se pueden comentar las consecuencias de beber, como sentirse mal físicamente y buscar juntos alternativas consensuadas al consumo de alcohol para futuras ocasiones, así como compartir con ellos nuestra experiencia al respecto cuando éramos jóvenes”, añade Rocío Paños.

Señales que indican que un joven consume alcohol

Si conocemos a nuestros hijos, sabremos detectar los indicios que advierten que consumen alcohol con menos de 18 años, como:

  • Disminuye su rendimiento escolar.
  • Se aísla durante más tiempo en su habitación.
  • Cambio el grupo de amigos habitual.
  • Se muestra desmotivado con actividades que antes le gustaban.

Cuando la situación con respecto a las consecuencias para el adolescente del consumo de alcohol se complica y no se puede gestionar desde la familia, se puede contactar con profesionales especializados, como con el servicio de información y orientación de la fundación FAD, en el teléfono anónimo y gratuito 900161515.

¿Por qué mi hijo bebe alcohol?

A los jóvenes les suele llamar la atención consumir alcohol porque lo consideran algo “divertido y transgresor. Es una forma de rebeldía propia de la edad que va contra las normas y rompe lo establecido por los padres. Pero si, anteriormente, se les ha hablado de las consecuencias negativas que tiene beber, hay más posibilidades de que no lo hagan. Conviene tener en cuenta que los adolescentes pueden consumir alcohol por cuestiones como sentirse integrados en el grupo, porque tienen una baja autoestima o necesitan sentirse reconocidos por los demás y no sentirse excluidos. Son aspectos que hay trabajar desde la familia a través del fomento de la adquisición de un sistema de valores sólido, para que no beban alcohol, simplemente, porque no es lo correcto y no me sienta bien; sin buscar más allá. Estamos convirtiendo a los jóvenes en débiles, porque no se quieren mostrar vulnerables y conviene transmitirles que el más valiente es el que se atreve a decir no”, concluye Ana López, pedagoga y especialista en neuropsicología educativa.

Fuente: El País.

Un estudio reciente dejó en evidencia el vínculo estrecho entre el consumo de alcohol y el cáncer.

De acuerdo a la investigación publicada en The Lancet Oncology, se estima que el alcohol causó más de 740.000 casos de cáncer en todo el mundo en 2020.

Los investigadores hallaron evidencia de esta relación causal en varios tipos de cáncer que incluyen el de mama, boca, garganta, laringe, esófago, hígado, colon y recto.

Si bien se ha hablado mucho sobre el impacto negativo en general del alcohol en la salud, su incidencia en el riesgo de cáncer es menos conocida y se sabe menos aún cómo lo provoca.

Toxina

La clave está en lo que sucede cuando el cuerpo procesa procesa el alcohol, según le explica a BBC Mundo Ketan Patel, director de la Unidad de Hematologia Molecular del Medical Research Council de la Universidad de Oxford, y experto en la relación entre ambos.

La causa «no se ha comprendido del todo, pero hay dos grandes áreas que merecen consideración», dice el científico.

Hombre que ha bebido mucho
Pie de foto,El riesgo exacto de una persona depende además de muchos otros factores ajenos a nuestro control, como la edad, la genética y si somos hombre o mujer.

Una se vincula a «cómo el alcohol se procesa dentro del cuerpo: cuando bebes, el cuerpo transforma el alcohol en energía», dice Patel.

En este proceso, «el alcohol se convierte en una toxina llamada acetaldehídoEsta toxina puede alterar el ADN y causar mutaciones«.

«Y como no puedes desarrollar cáncer sin genes mutantes, lo que sea que promueva la mutación de los genes, promoverá el cáncer», explica Patel.

Un ejemplo clásico de esto es la relación entre la exposición al sol y el cáncer de piel, o el tabaquismo y el cáncer de pulmón.

«Ambos incluyen agentes químicos o factores que dañan y provocan mutaciones en el ADN, que causan la aparición de cáncer debido a que los genes dan instrucciones equivocadas», explica el científico.

El segundo mecanismo del que habla Patel, tiene que ver con la energía metabólica que crea el alcohol y que «reacciona con las células y el cuerpo de forma que estimula a las células cancerígenas a aparecer y crecer, aunque la evidencia de esto por el momento es un poco débil», explica el investigador.

Claro que el beber alcohol no da necesariamente cómo resultado el desarrollo de un tumor cancerígeno, porque el riesgo exacto de una persona depende además de muchos otros factores ajenos a nuestro control, como la edad, la genética y si somos hombre o mujer.

Cientficos miran un modelo de ADN
,Al procesar el alcohol, se produce una toxina llamada acetaldehído que puede alterar el ADN.

Aunque este último factor «es dificil de separar de las diferencias en torno al consumo de alcohol, ya que los hombres tienden a beber más que las mujeres», le dice a BBC Mundo Harriet Rumgay, investigadora de la Rama de Vigilancia del Cáncer de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) en Francia, y coautora del estudio publicado en The Lancet en julio.

Pero reducir la cantidad que consumimos definitivamente reduce el riesgo.

El cuerpo se defiende

Frente al daño que hace el acetildehído, que se genera a partir de la descomposición del alcohol, el cuerpo se defiende con una enzima que elimina esta toxina (la ALDH2) y luego mediante un sistema que repara el daño en el ADN y evita que ocurra una mutación.

«Cada vez que bebes alcohol, estos dos sistemas de protección evitan que el alcohol te haga mucho daño. Y la evidencia de que esto es así es que cuando estos dos mecanismos no están (en humanos o en el laboratorio), se ve una sensibilidad extrema al alcohol y al daño que le hace al ADN, y predisposición al cáncer», explica Patel.

Esta falta o deficiencia, no obstante, es bastante común.

Gente en Asia
Algunas personas, en su mayoría de origen asiático, tienen una deficiencia de una enzima que los hace más vulnerables al alcohol.

Se estima que cerca de un 8% de la población mundial, la mayoría en el este asiático, tienen una deficiencia de ALDH2 -que hace que la piel se les enrojezca cuando beben alcohol- y esto los hace más vulnerables a ciertos tipos de cáncer.

Desde el punto de vista de la evolución, el enrojecimiento en las personas con esta deficiencia actúa como una señal de alarma, para evitar que consuman alcohol.

Cánceres específicos

El por qué afecta a ciertos tejidos en particular y no otros, es difícil de dilucidar.

Algunos cánceres a simple vista parecen más obvios -como el de boca, garganta, etc.- porque son las superficies que están en mayor contacto con el alcohol, pero hay que recordar que una vez «que el alcohol se absorbe en la sangre, puede viajar a otras partes del cuerpo donde se procesa», explica Rumgay.

Ilustración, cáncer de pecho
,Algunas teorías sostienen que alcohol podría aumentar los niveles de ciertas hormonas que aumentan el riesgo de cáncer de mama.

En el caso del cáncer de mama, una hipótesis que se baraja es que el alcohol puede también «aumentar los niveles de ciertas hormonas como el estrógeno, y los elevados niveles de estrógeno pueden incrementar el riesgo de cáncer de mama», señala la investigadora.

Sin embargo, Patel opina que la evidencia de ello no es muy contundente.

Hábitos

Cuando hablamos de tipos de alcohol, de si causa más daño el vino, o la cerveza o las bebidas espirituosas, lo que importante no es tanto de qué bebida se trate sino de la cantidad total de alcohol que consumamos, ya que el daño lo provoca el alcohol en sí mismo.

En cuanto a la cantidad, Rumgay señala que cualquier nivel de alcohol aumenta el riesgo de cáncer, «pero obviamente beber menos significa que el riesgo es más bajo en comparación con beber en grandes cantidades».

Hombre bebiendo y fumando.
Fumar y beber es combinar dos riesgos, que algunos creen que se potencian,.

Sobre las diferencias entre beber mucho en un período de tiempo breve, como por ejemplo el fin de semana, comparado con beber un poquito todos los días, aunque la data no es muy clara, Patel estima que si uno bebe excesivamente en poco tiempo, es mucho más probable que se saturen los mecanismos de defensa y funcionen de forma menos eficiente, que si uno bebe menos pero de forma crónica.

Combinaciones

Otro problema añadido al consumo de alcohol, es cuando se hace en asociación con el tabaco.

«Básicamente, si te sometes a dos riesgos -el alcohol y otro agente que daña tu ADN- va a haber un doble efecto sobre el tejido», epxlica Patel.

Pero además, añade Rumgay, «el alcohol puede hacer que les resulte más fácil a las sustancias químicas dañinas del tabaco penetrar en nuestras células».

El riesgo de cáncer siempre será mayor entre quienes beben, comparados con quienes no lo hacen, pero «la evidencia muestra que este nivel de riesgo elevado se reduce a un nivel similar al de aquellos que nunca consumieron alcohol despues de cerca de 20 años».

Fuente: BBC.com

El consumo excesivo de alcohol acelera el riesgo de producir múltiples enfermedades entre ellas el Covid-19, ya que genera en el paciente una inmunodepresión por lo que la persona está más expuesta a enfermarse de una forma más grave por coronavirus.

En los eventos sociales también se registra un riesgo considerable de contagio masivo de Covid porque las personas entran en un estado de relajamiento y olvidan tomar los recaudos sanitarios establecidos a modo de prevención de la enfermedad.

Una persona que ingesta con frecuencia mucho alcohol automáticamente daña su hígado, el alcohol produce una toxicidad en este órgano que va matando algunas células especializadas que se denominan hepatocitos.

El doctor Hernán Martínez, director general de Desarrollo de Servicios y Redes de Salud, explicó los riesgos que produce el alcohol en nuestro organismo.

“El hígado es un gran laboratorio bioquímico del organismo, ahí se metabolizan los medicamentos que uno ingiere, todo lo que nosotros consumimos el hígado lo transforma, ya sea en energía, en aminoácidos, etc.”.

El alcohol destruye las células llamadas hepatocitos, entonces el hígado paulatinamente va entrando en lo que se llama insuficiencia hepática o cirrosis que después acarrean un sinfín de problemas como una acumulación de líquidos en el paciente. Esto produce várices en el esófago y eso a la larga puede producir lo que se llama hemorragia digestiva y puede producir que el paciente muera desangrado”, refirió el profesional.

“El alcohol produce una disminución de la inmunidad, ya que al verse afectado un órgano el sistema inmune entonces trata de paliar esta situación”, explicó.

A un paciente con problemas de alcoholismo se le considera un paciente inmunodeprimido, es decir, es una persona mucho más propensa en adquirir cualquier tipo de enfermedad entre ellas el Covid”, aseveró el profesional.

RIESGO DE CONTAGIO

Por otra parte, señaló que cuando una persona está en una ronda de tragos es más propensa a infectarse por Covid. “El efecto del alcohol en el cerebro es inhibidor lo que farmacológicamente esta sustancia le hace al cerebro; en ese momento es donde uno comienza a relajarse y a descuidar los protocolos sanitarios”.

Se produce un relajamiento porque ya hay una desinhibición, las personas cuando están bebiendo en un grupo social se sacan los tapabocas, no respetan el distanciamiento físico y comparten los mismos vasos, se recomienda que una persona use sus propios utensilios a la hora de asistir a alguna reunión social, ya que el virus puede quedar en la superficie del vaso, de la botella y ahí se empezará a desencadenar un contagio masivo”, manifestó Martínez.

“No es que no se pueda tomar alcohol en la pandemia, la cuestión está en la moderación y no olvidar los recaudos sanitarios, ya que el alcohol de por sí debilita nuestro sistema inmune y sobre todo a una persona que toma muy a menudo”, enfatizó.

“El protocolo sanitario estipula que el alcohol debe ser consumido de manera moderada, cuando se empieza el relajamiento es donde se acelera una transmisión masiva y el comercio nuevamente se verá afectado. Depende de nosotros que esto siga en orden, del cuidado individual para que no se vuelva al retroceso de fases y el de los comercios”, afirmó.



No es que no se pueda tomar alcohol, la cuestión está en la moderación y tomar los recaudos sanitarios necesarios. Hernán Martínez, director de Servicios y Redes de Salud.

Fuente: UltimaHora



Hoy es el Día Internacional sin alcohol, y por ello te traemos nuestra infografía sobre la Prevención del inicio temprano de consumo de alcohol en menores. Puedes descargártela en el siguiente enlace:

DESCÁRGATE AQUÍ LA INFOGRAFÍA SOBRE EL INICIO TEMPRANO DE CONSUMO DE ALCOHOL

El 15 de noviembre se celebra el Día Mundial sin Alcohol, una efeméride promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), con la finalidad de concienciar a la población mundial acerca de los daños físicos y psicológicos que ocasiona el consumo de este tipo de sustancias en nuestro organismo. Es de vital importancia fomentar la responsabilidad en el consumo de alcohol, especialmente en los jóvenes.

Al respecto, la OMS implementó el Sistema Mundial de Información sobre el Alcohol y la Salud, con el objetivo de manejar datos referidos a la intensidad y las características del consumo de bebidas alcohólicas, sus consecuencias sanitarias y sociales, así como la implementación de las políticas pertinentes.

¿Por qué se celebra el Día Mundial Sin Alcohol?

En el siglo XX el alcoholismo fue declarado como enfermedad, siendo la principal causa de las 3 millones y media de muertes cada año, debido a los accidentes de tráfico que ocasionan, así como los traumatismos y discapacidades que afectan a unas 50 millones de personas.

El consumo excesivo de alcohol ocasiona los siguientes riesgos y consecuencias para la salud, generando más de 200 enfermedades y trastornos físicos y mentales:

  • Dificultades de memoria.
  • Enfermedades cardíacas y del hígado.
  • Cáncer de mama, boca, garganta, colon, hígado, laringe y recto.
  • Daño en las mucosas del aparato digestivo.
  • Aumento de la tensión arterial.
  • Accidentes cerebrovasculares.
  • Violencia, irritabilidad.
  • Dificultades de erección en los hombres.
  • Sensación de hormigueo en brazos y piernas.
  • Daños al feto durante el embarazo. Síndrome de Alcoholismo Fetal (SAF).

El alcohol: una práctica social permitida

El consumo de alcohol desde una edad temprana es una práctica social permitida e incluso exigida en ciertos círculos, propiciando que cada persona beba en promedio 8,4 litros de alcohol puro al año, lo que equivale a 2,2 litros por encima del promedio mundial.

Los factores que inciden en el hábito del consumo de alcohol son diversos: depresión, baja autoestima, necesidad de autonomía, evasión de la realidad, aceptación, presión social, entre otras causas.

Alcohólicos Anónimos: una solución a la adicción

Alcohólicos Anónimos (AA) es una comunidad internacional sin fines de lucro, de ayuda para tratar la adicción al alcoholismo, creada en el año 1935 en Ohio, Estados Unidos. No está afiliada a religiones, partidos políticos u otros organismos.

Está conformada por 2,1 millones de miembros a nivel mundial que forman parte de unos 120.000 grupos, presentes en más de 180 países alrededor del mundo. Se comparten experiencias acerca de la adicción al alcohol, aplicando 36 principios contenidos en 12 pasos y 12 tradiciones.

Los «Doce Pasos» son el núcleo central del Programa de Alcohólicos Anónimos para la recuperación de la adicción al alcoholismo, basados en las experiencias de los primeros miembros del programa. Describen actitudes y actividades que son importantes para alcanzar la sobriedad.

Estrategias para reducir el consumo de alcohol

En el año 2005 la Organización Mundial de la Salud aprobó una resolución, mediante la cual exhorta a los Estados Miembros a tomar medidas para reducir el consumo nocivo de alcohol, comprometiéndose a fortalecer su capacidad de respuesta ante los problemas de salud pública generados por el alcoholismo.

Algunas recomendaciones a aplicar son las siguientes:

  • Regular la venta y comercialización de bebidas alcohólicas.
  • Restringir la venta de bebidas alcohólicas a menores de edad.
  • Promulgar leyes y normas acerca de la conducción de vehículos en estado de ebriedad.
  • Aplicar mecanismos tributarios y de fijación de precios para disminuir la demanda de bebidas alcohólicas.
  • Incrementar las campañas educativas y de concienciación acerca de los riesgos y consecuencias del consumo de alcohol.
  • Brindar alternativas a la población para el acceso a tratamientos asequibles para el tratamiento del alcoholismo.
  • Proporcionar tratamiento accesible y asequible a las personas que padecen trastornos por abuso del alcohol.