Cuatro colegios españoles innovadores -públicos y concertados- entran en la red de centros agentes del cambio de Ashoka como ejemplos a seguir

Aulas abiertas, mezclas de edades, integración de niños con disfunciones o trabajos por proyectos distinguen a estos centros.

En la barcelonesa Escola Sadako los alumnos no miran al profesor, se distribuyen por grupos.

No todo en educación son malas noticias. Como dicen desde Ashoka, no hace falta irse a Finlandia a buscar centros innovadores que estén reinventando la educación. Esta organización internacional sin ánimo de lucro dedicada a fomentar el emprendimiento social ha seleccionado a los cuatro primeros colegios de España que pasan a formar parte de su red internacional de Escuelas Changemaker (agentes del cambio), una red de centros que puedan servir a otros de inspiración.

«No son una élite, no es un ranking», explicó durante el acto de reconocimiento David Martín, director de Educación y Jóvenes de Ashoka España. Ni son únicos. «Por suerte son muchas más las escuelas que podríamos reconocer», añadió.

Ashoka busca en los centros que reconoce que fomenten la empatía, el trabajo en equipo, el liderazgo o la creatividad. Unas habilidades que agrupan bajo el nombre changemaker (agentes del cambio en inglés) y que promueven tengan el mismo peso en la educación que las competencias académicas tradicionales. Como dice su directora para España, Ana Sáenz de Miera, «del mismo modo que hace 100 años se decidió que todo niño debía saber leer y escribir, hoy tenemos que exigir que todo niño debe aprender a ser una persona con iniciativa, capacidad de innovar y tener empatía».

Centros públicos y concertados

Un poco de todo esto hay en los cuatro centros reconocidos (son públicos o concertados). Uno puede apostar más por las TIC, otro por el método o por su trato a la diversidad. Pero todos coinciden en algo: el alumno es el centro, el protagonista del aprendizaje, y se le da mucha importancia la empatía, el aprendizaje individualizado, la educación emocional. Estos son los modelos de tres de ellos.

Escola Sadako.  En esta escuela barcelonesa destaca, quizá por encima de todo, el nivel de participación de los alumnos en el sistema educativo y en el aprendizaje. Lo dice su director, Jordi Musons, y lo corrobora Ashoka. En Sadako no hay pupitres individuales, se fomenta el aprendizaje colaborativo, la educación emocional, social y filosófica, y los alumnos están involucrados en su comunidad: realizan proyectos de aprendizaje y lanzan sus propias iniciativas de emprendimiento social dentro y fuera del centro. Y todo ello en un contexto de «gran capacidad de innovación», explica Musons a eldiario.es. La cuestión tecnológica está muy presente en el centro.

En Sadako la innovación empieza por el diseño de los espacios. No hay ni un aula en toda la escuela —que cubre desde Infantil hasta Secundaria— en la que los alumnos miren al profesor. Están agrupados para fomentar el trabajo cooperativo. Cada alumno del grupo va adquiriendo un rol diferente, y todos participan en su evaluación a través de la autoevaluación o la coevaluación del trabajo desarrollado a lo largo del curso. También es muy frecuente que en una clase se trabaje a la vez con dos profesores que se van intercambiando los roles.

A la hora de estructurar el trabajo, Musons explica que se han ido separando paulatinamente de las asignaturas. «No tiene sentido trabajar con materias, trabajamos con competencias transversales», explica el director del centro. No es necesario aprender la Lengua y las Ciencias como si fueran elementos extraños e incompatibles, cada uno en su horario. Un proyecto sobre, por ejemplo, las ballenas, puede incluir la búsqueda de información (competencia de la información y digital), la redacción de un texto (competencia lingüistica) y la elaboración de un collage resumiendo las ideas principales (competencia artística o cultural). No hay libros de texto. A Musons le llama la atención que de pequeños los niños tienen una capacidad innata de hacerse preguntas, «pero algo falla en el sistema porque la pierden». En Sadako intentan que esta capacidad perdure en el tiempo.

El centro insiste mucho en fomentar «la capacidad de implicación, de querer organizar cosas», explica el director. Se potencia el emprendimiento, la capacidad de tener ideas, de gestionar sus propios aprendizajes. Se utilizan el tiempo y espacio de recreo como espacios innovadores, se promueven en ellos actividades que rompan con la tiranía del fútbol en los patios. Con unos resultados que sorprenden a las familias.

«Esta es la primera generación de padres que lleva a sus hijos a escuelas donde aprenden diferente de lo que lo hicieron ellos. Además, por el momento en el que estamos hay poca confianza entre las familias y las escuelas», admite. Y un poco más, a priori, ante una como Sadako con métodos innovadores. «Es importante recuperar estos vínculos de antes en los que las escuelas eran Dios, por decirlo de alguna manera». ¿Cómo se hace? «Con transparencia, abriendo las puertas del centro para que las familias participen», responde con naturalidad. Han llevado el ejemplo al extremo y la semana pasada metieron a cinco familias en clase a trabajar lo mismo que los chicos, con pequeños matices. «Ha sido precioso, han entendido perfectamente los matices. Y que los alumnos trabajen junto a sus familias crea un vínculo muy positivo», cierra.

Amara Berri. Amara Berri no es un colegio solo. Es un centro de San Sebastián, pero también es una red de 19 escuelas que cuenta con su propio sistema educativo desde 1979. Destaca de él Ashoka que «capacita a sus alumnos para ser agentes de cambio». Para ello mezcla edades en clase para que todos «vivan la experiencia de ser pequeño y tener que buscar ayuda o ser mayor y poder ofrecerla». Además, en Amara Berri no hay exámenes, apenas deberes y en vez de asignaturas tienen contextos de aprendizaje en el aula.

Su jefa de estudios, Maribi Gorosmendi, explica que el principal cambio es «la forma de interpretar a los alumnos». El niño pasa de ser un receptor de conocimientos al eje del aprendizaje. «Lo importante no es lo que aprendan sino la persona», argumenta Gorosmendi. Para ello han optado por «las diferencias metodológicas». Empezando por los contextos y siguiendo por la mezcla de edades.

Uno de los elementos diferenciadores de Amara Berri es cómo articulan las aulas. Cada una de las clases está especializada en una materia. Una en lengua, otra en matemáticas, etc. Y a su vez cada espacio se divide en cuatro contextos o centros de trabajo, especializado cada uno en un área de esa materia. Por ejemplo, en el caso del aula de lengua, dos de los cuatro centros de trabajo son la zona de charlas o la de creación literaria.

En Amara Berri, al contrario de lo que ocurre en la escuela tradicional, los grupos de niños van rotando por las aulas y por los espacios. Cada grupo se divide en cuatro subgrupos (uno por área de trabajo) y cada alumno desarrolla una actividad relacionada con su contexto. Pero a partir de sus intereses, una tendencia cada vez más en práctica. «Los niños deciden qué quieren trabajar. Cada actividad tiene su método de trabajo», explica Gorosmendi. «Les ayuda a ganar autonomía, saber planificar», añade.

Además de su método particular, en Amara Berri «la autogestión es clave», recuerda Ashoka. Alumnos y profesores tienen una reunión semanal para «debatir e identificar lo que funciona o no» en distintos ámbitos como el comedor, la biblioteca o las actividades extraescolares.

La escuela de O Pelouro, en Tui, Pontevedra, es un centro experimental reconocido como Escuela Changemaker de Ashoka.

En O Pelouro los alumnos trabajan a partir de sus propios intereses.

Por ejemplo el centro O Pelouro.Este centro es «una utopía real. Una realidad sintiente, la prevención, una escuela normosana que trabaja desde las múltiples inteligencias», explica a eldiario.es Teresa Ubeira, confundadora del centro. Situado en una pequeña localidad de Pontevedra, la escuela de O Pelouro es un centro experimental que acoge con los brazos abiertos a niños con Síndrome de Down, Asperger o autistas y los integra con el resto de compañeros. Un modelo único en España, con un decreto exclusivo para él, que utiliza herramientas como la psicodanza, la música o el arte para trabajar la expresión social, relacional y emocional en grupo a diario.

En O Pelouro se huye de los resultados, del «deseo mercantil» que invade la educación y que hace que los niños tengan que tener «una cuenta de resultados», sostiene Teresa Ubeira, la otra cofundadora. «Esto está haciendo niños a varias bandas, el que no llega y el que margina», añade. No es su preocupación. Su interés va más por fomentar las habilidades clave para ser una persona consciente de sí misma, activa con el mundo que le rodea a través de proyectos centrados en su identidad y la búsqueda de sus propias pasiones. Eso sí, aclara Ubeira, en O Pelouro no existe el fracaso.

Como ocurre en este tipo de centros innovadores, lo que se busca es encender en el alumno la chispa que le lleve a querer aprender, a querer conocer. El día arranca en el centro con una asamblea que reúne a todo el grupo escolar: desde alumnos a profesores pasando por padres si así lo desean. Una asamblea que marcará la pauta del día, en la que los niños decidirán —literalmente— qué quieren aprender. Dibujo libre los pequeños, un proyecto sobre el arte en la guerra y los surrealismos los mayores, por ejemplo. Cada jornada es diferente en esta escuela.

En O Pelouro no hay clases, hay grandes aulas que son talleres. Los niños hacen grupos y trabajan por proyectos. Se prepara el tema, se hace un mapa mental sobre hacia dónde evolucionará el proyecto y el profesor ejerce de mediador en esta tarea. Un niño puede trabajar el arte pintando un pez, y luego biología averiguando donde viven, cómo son por dentro, cuáles son sus hábitos, etc. Los talleres están intercomunicados, las puertas abiertas, los niños entran y salen. «Aquí no hay síntomas, ni carencias, ni pronósticos ni diagnósticos», cierra Teresa Ubeira. «Hay picotazos en el cristal. Nosotros estamos atentos y antes de que el pajarito rompa el cristal le abrimos la ventana para que vuele», completa la metáfora.

Centro de Formación Padre Piquer. El centro Padre Piquer, de los Jesuitas, en Madrid, lleva «décadas en la innovación educativa», destaca Ashoka. Igual que ocurre en los otros tres centros su método de trabajo se aleja de las asignaturas, estancas, para centrarse en los «ámbitos».

El método de los Jesuitas, que llaman Aula Cooperativa, se basa en diseñar clases flexibles en las que se trabaja en grupos grandes con la presencia de hasta tres profesores simultáneamente. El trabajo de los alumnos no tiene por qué pasar por los libros de texto. Se aprende en grupo, a través de dinámicas orientadas a la generación de ideas o la búsqueda creativa de soluciones. De nuevo, subyace una idea que se va extendiendo por los centros innovadores: «Queremos que los alumnos cooperen, que se enseñen entre ellos. El profesor sólo facilita material y dinamiza, ellos se organizan, debaten, comparten progreso, etc», explican desde el centro.

En el Padre Piquer hasta los recreos son momentos para la formación. Estos momentos y espacios se aprovechan para desarrollar juegos, dinámicas colaborativas más relajadas o la gestión de proyectos.

Este colegio no solo exige a sus alumnos. Adoptando lo que ocurre en el sistema universitario, los propios niños evalúan a sus maestros en competencias como la empatía, la asertividad o el trato que tienen con ellos. Para que nadie se relaje.

http://www.eldiario.es/sociedad/Finlandia-falta-hace_0_395111048.html
 

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