Cedric Villani

Matemático. Dir. Instituto Poincaré

Ir más allá de uno mismo y dominar el mundo“. Esta máxima podría haber salido de la imaginación de Stan Lee y Jack Kirby en forma de lema tatuado en el brazo de Charles Xabier, el poderoso fundador de los X-Men. Sin embargo se trata de la inscripción que aparece en el anverso de la Medalla Fields -un premio otorgado cada cuatro años que distingue a los mejores matemáticos del mundo- rodeando la cabeza de Arquímedes. Muy pocas personas están en posesión de esta medalla, lo que podría interpretarse como que son muy pocos quienes tienen la capacidad de “dominar el mundo”. Uno de ellos es Cedric Villani.

Bautizado por los medios de comunicación, ansiosos por etiquetar cualquier fenómeno, como el “Lady Gaga de las Matemáticas”, el científico francés llama la atención por su estrafalario aspecto. Su porte de poeta romántico no escamotea detalle: media melena cuidadosamente cortada, levita, pañuelo de seda (siempre con lazo Lavallière) y broche gigantesco en forma de araña prendido de la solapa. Pero, una vez que la fascinación por sus ropas decae, brillan sus palabras. Y, sí, entonces Villani se muestra como lo que es: una mente privilegiada que ha elegido ejercer como embajador del patito feo de las ciencias.

Tras ganar la medalla Fields, Cedric Villani se convirtió en una celebridad mundial gracias a su capacidad para explicar de forma amena y comprensible lo que para la mayoría es un arcano inextricable. Una relevancia pública que le habría horrorizado hace años, según confesó en una entrevista para el New Yorker: “era el niño más tímido que uno pueda imaginarse. La simple idea de hablar en clase me hacía sudar, ponerme colorado y sentirme confuso“. Ahora en cambio Villani recorre el planeta de punta a punta pontificando en conferencias acerca de la importancia de las matemáticas, colabora en medios de comunicación, concede entrevistas e incluso ha publicado un libro que fue un best-seller en Francia. Todavía no domina el mundo, pero podría hacerlo…

Texto: José L. Álvarez Cedena

http://one.elpais.com/tipo-te-convencera-las-matematicas-la-profesion-del-futuro/?id_externo_rsoc=FB_CM

Madurar es ser feliz sabiendo que no todo es perfecto. Es crecer con aprendizajes, avanzar, evolucionar con la vida y conocer los ritmos que se pueden llevar para elegir uno.

Es subir montañas y confrontar vivencias, fortalecernos con los sentimientos de vernos en la obligación de tener que lidiar con el malestar es una fuente de aprendizaje, cambio y crecimiento.

Con el tiempo aprendes que no hay amor más poderoso que el propio y que este es la base de nuestra habilidad ante la vida. Porque querernos supone nuestro punto de apoyo, nuestra muleta para levantarnos de cualquier caída y que nuestras fracturas duelan menos.

La madurez emocional es un campo de crecimiento que se abona con los años y con los daños. En este último sentido, es curioso cómo crecemos particularmente en los momentos de mayor complicación y sufrimiento.

En la época de los manuales para casi todo, nos hace falta un “Manual de vida para madurar” e ir creciendo entre la multitud de mensajes que nos indican lo que tenemos y lo que no tenemos que ser, así como lo que tenemos y lo que no tenemos que lograr.

dolor emocional curar

Sin embargo, aunque hubiera un libro que se titulase “Manual de vida para madurar”, realmente no hay fórmulas mágicas para hacerlo. Cada uno tiene su ritmo y su punto álgido, por lo que no hay algoritmo que pueda determinar cómo una persona tiene que o va a crecer.

“Madurez es lo que alcanzo cuando ya no tengo necesidad de juzgar ni culpar a nada ni a nadie de lo que me sucede”

-Anthony de Mello-

Algunas señales de madurez emocional

Generalmente llega un momento en el nuestro propio recorrido emocional nos hace plantearnos cuál es la calidad del camino que hemos ido conformando. ¿Cuáles son las señales que nos indican nuestra evolución emocional?

Saber decir adiós

Las personas emocionalmente maduras saben que la vida es mucho mejor si se vive en libertad. Así que dejan marchar lo que ya no les pertenece, pues comprenden que mirar al pasado nos impide cerrar etapas y cicatrizar nuestras heridas emocionales.

Visita este artículo: 6 pasos para sanar las heridas emocionales de la infancia

el dolor emocional es el que más tarda en sanar

Fluir con la vida y limpiar el dolor emocional

Cuando hemos aprendido lo suficiente de nuestro dolor, quitamos el miedo de mirar hacia nuestro interior para sanar nuestro pasado emocional y subir un nuevo escalón en la vida.

Conocer lo que se piensa y se siente y poder hablar de ello

Dejando de revisar nuestro interior no conseguimos escapar de él, sino permitir que lo negativo de nuestro pasado maneje a su antojo nuestra vida presente.Y esto, por supuesto, resta espacio a lo positivo y, además, duele. Duele mucho.

La claridad mental de las personas maduras contrasta con la pereza y el caos constante de las personas que no han alcanzado este punto de madurez.  Por eso, la madurez mental ayuda a resolver problemas  de la vida cotidiana de manera eficaz.

Dejar de quejarse

Las personas maduras  han aprendido que o cambiamos o aceptamos, pero que no sirve de nada quejarse.

las heridas emocionales duelen

Empatizar con los demás sin sentirse abrumadas

Las personas maduras son capaces de gobernar y manejar sus emociones y las que les contagian.

No castigarse por cometer errores

Los errores son la mejor manera de aprender, pues nos ayudan a comprender aquello en lo que fallamos. Por eso, las personas maduras no se castigan por sus limitaciones, sino que procuran trabajar para mejorarlas.

Apertura emocional

Cuando evolucionas te das cuenta de que las corazas solo dificultan el avance. Puede que ponernos barreras sea útil en algún momento, pero lo importante es que nos las quitemos a tiempo.

mujer con cerradura

Las personas maduras disfrutan tanto del tiempo en soledad como del tiempo compartido

El texto que os vamos a presentar más abajo se atribuye a Charles Chaplin. Sea o no esta su autoría, es un bello reflejo de las idas y venidas que supone caminar por la vida, madurar y cambiar.

Ya perdoné errores casi imperdonables. Trate de sustituir personas insustituibles, de olvidar personas inolvidables.  Ya hice cosas por impulso. Ya me decepcioné con algunas personas, mas también yo decepcioné a alguien. 

Ya abracé para proteger. Ya me reí cuando no podía. Ya hice amigos eternos. Ya amé y fui amado, pero también fui rechazado. Ya fui amado y no supe amar

Ya grité y salté de felicidad.  Ya viví de amor e hice juramentos eternos, pero también los he roto y muchos. 

Ya lloré escuchando música y viendo fotos. Ya llamé solo para escuchar una voz.  Ya me enamoré por una sonrisa. Ya pensé que iba a morir de tanta nostalgia…

Tuve miedo de perder a alguien especial (y termine perdiéndolo) ¡pero sobreviví!

¡Y todavía vivo!

Yo ya no paso por la vida. Y tú tampoco deberías dejarla pasar… 

¡¡¡VIVE!!!

Bueno es ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivir con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho más para ser insignificante.

Hoy, junto al Dr Enrique Orchansky, médico pediatra, reflexionamos en torno a las “nuevas infancias” y la necesidad de acompañar a los chicos en su crecimiento. “Nutrir no es sólo dar alimentos a un chicos”, indicó el doctor.

Cumplimos rituales formales, no está mal reflexionar sobre un día del niño, del padre o de la madre, en donde uno resume lo que siente por el otro y se lo dice. El problema es cuando nos quedamos en la forma, y la forma le va ganando al contenido, en donde sea más importante el envase de lo que va adentro. Eduardo Galeano lo decía, ha pasado a ser más importante el vestido de la novia que el amor por el cuál se casa.

Alejarnos de las formas y volver al fondo de la cuestión, supone celebrar un niño y no el día del niño, porque si hay algo que tenemos que celebrar en esta época es la niñez. Estamos adultizando tanto a los chicos desde tan temprano, en donde los chicos están ensayando cosas que ellos no saben, y por otro lado queremos que sigan haciendo lo que en realidad tienen que hacer que son dos tareas: jugar y aprender. Para ellos ambas tareas son lo mismo, juegan y aprenden. Basta ver un chico de jardín de infantes para ver que juega y aprende al mismo tiempo, y después entra a la primaria y empieza a jugar menos y empieza a aburrirse, y después llega al secundario y ya no sabe por qué está ahí.

¿Cuál es la función de los adultos respecto de los chicos? después de 35 años de estudios de pediatría, pedagogía, cursos y demás, para darse cuenta que en realidad todo estaba resumido en lo que decía mi abuela “se enseña con el ejemplo”. Y qué lastima haber estudiado tanto para volver a la misma síntesis que desde hace años funcionaba muy bien.

Hay cosas que no han cambiado, que siguen idénticas, y que no se modifican. Hacemos regalos para reemplazar nuestra presencia, pidiendo disculpas por no haber estado con ese niño. Así la vida transcurre y los chicos van recorriendo etapas como si fuera un recorrido pre-armado o un surco que tienen que caminar, y eso es muy desilusionante. Entonces estamos los que formamos una legión de gente, que no es poca, para hablar de lo que en verdad necesitan los chicos y para qué están delante nuestro. No están para cumplir nuestros sueños o deseos sino para que descubramos los deseos y sueños de ellos y los ayudemos a que los concreten.

Hay una confusión muy grande entre el apuro y lo urgente. Las generaciones actuales tienen una ventaja respecto de las anteriores, y haciendo foco en estos chicos que van terminando el secundario quieren mirar un nivel terciario, sea de estudio o trabajo, los chicos es como si tuvieran más posibilidades de probar. Pertenecen a una generación que van buscando trayectoria más que trayectoria. Nosotros desde hace años teníamos la promesa de que si trabajamos nos iba a ir bien. Los chicos de ahora no, quizás por algunos adultos que han promulgado demasiado que no hay futuro, que el trabajo no vale la pena, que el estudio no reditúa, etc

Necesitamos recuperar pasiones, mostrarle a los chicos que vale la pena vivir por cosas que nos emociona. Vale la pena de vez en cuando decir delante de los chicos “me encanta esta vida que tengo, doy gracias por ésto”, “me encanta mi trabajo”, “hoy ayudé a alguien”, “estoy estudiando y aprender es para siempre, no para rendir una materia, porque el conocimiento me libera, y porque leer me transporta a un mundo que quizás nunca pueda acceder”. Esos mensajes esperanzadores están al alcance de cualquier persona. No hace falta comprarles la Play 4 con todos los artefactos para que sean felices. Hay que trasladarles el por qué para que cuando ellos armen sus propios proyecto no del “qué quiero hacer” sino del “quién quiero ser”.

El concepto de calidad de vida es distinto para los adultos que para los niños. En los adultos por lo general, pasa por lo material y el concepto es de “lo que tengo soy”. Es curioso repasar los resultados de la 1º encuesta mundial que se está haciendo sobre la percepción subjetiva de los chicos sobre qué es la calidad de vida, auspiciada por UNICEF. Contestan chicos de 8  a 14 años. Los chicos dicen que quieren que los padres griten menos y que acuerden más; que apaguen sus celulares, los padres; que abracen más… Que quieren tener menos horas encerrados en los colegios y tener más actividades para mover el cuerpo; quieren ver más gente contenta; no se quieren mudar.

La calidad de vida que nosotros estamos procurando para los chicos necesita de la opinión de los chicos también. Necesitan comer menos ravioles pero que se los de un familiar, comer con alguien. Alimentarse no es suficiente para llegar a estar sanos y fuertes; alimentarse es estar con alguien, compartir. La palabra comida tiene una raíz comú con comunidad, y la comida es la comunión que uno hace con un plato al medio. También los chicos mayores quieren mirar la cara de alguien y en lo posible la madre, el padre, una abuela, algún familiar con el cual sentirse en comunidad y sentirse a salvo. Eso es nutrirlos. Estamos frente a una epidemia muy feroz de soledad infantil.

No todos los centros escolares incluyen la «oratoria» entre sus asignaturas. Sin embargo, cada vez cobra mayor importancia no solo entre los alumnos —que se ven, sin saber muy bien cómo hacerlo, en la tesitura de exponer un trabajo ante sus compañeros—, sino también entre los profesionales de cualquier ámbito cada vez que presentan un negocio o proyecto en su propia empresa o ante clientes.

Lo que está claro es que saber comunicar una idea correctamente es una de las claves del éxito profesional y personal. Según Mónica Pérez de las Heras, directora de la Escuela Europea de Oratoria (EEO), los padres también pueden contribuir a fomentar que sus hijos potencien su capacidad para saber hablar en público, ser más convincentes y evitar esos nervios tan característicos que pueden tirar por tierra el más sencillo de los mensajes. Sus recomendaciones son los siguientes:

1.-Apóyalos para hablar en público.

Los niños aprenden y repiten muchas conductas de los padres. Si les enseñas que hablar en público es fácil y divertido, perderán el miedo a hacerlo. Muchos bloqueos e inseguridades nacen desde que somos pequeños y crecemos con algunas creencias que más tarde son difíciles de cambiar. Anímalos en este camino. Háblales en positivo sobre lo que significa ser un buen orador y recuérdales que todos podemos hacerlo.

2. Recuérdales que el secreto es ser uno mismo.

Los niños cumplen perfectamente las tres claves imprescindibles de la oratoria: naturalidad, humildad y corazón. Enséñales simplemente a ser ellos mismos. Cada vez que tengan que exponer en el colegio o hablar frente a sus compañeros, recuérdales que el mejor secreto es no tratar de imitar a nadie y que deben ser los mismos que están en la casa, jugando o divirtiéndose en la escuela. Fortalece sus cualidades. Recuérdales lo mucho que valen y que nunca se esfuercen en ser algo diferente a lo que son.

3. Ayúdalos a emplear la postura de «neutralidad».

Es una posición en la que el niño está de pie, con su peso equilibrado en ambas caderas y los brazos colgando. Sus brazos y sus manos se mueven en cuanto comienza a hablar. Enséñales que al hablar en público no pueden tocarse el pelo, la cara, poner «brazos en jarra» o cruzar brazos o piernas porque eso no da sensación de seguridad.

4. Anímales a contar historias.

La oratoria se nutre de grandes historias y anécdotas para enganchar al público. Es importante motivarles a inventar sus propias historias y a contarlas después. Celebra sus cuentos y recuérdales el valor que tienen sus vivencias cada vez que tengan que hablar frente a sus compañeros.

5.- Enséñales algunos trucos de la oratoria.

Anímalos a realizar «un buen principio» y «un buen final» en cualquier presentación que hagan. Se trata de un gran secreto que tienen los grandes oradores y que los niños pueden repetir en sus presentaciones. Puede ser una pregunta al público, entrar bailando o cantando, decir una frase con rotundidad o cualquier otra cosa que se les ocurra.

6. Ayúdalos a emplear su voz.

Para contar bien algo es necesario emplear «adecuadamente la voz», sin acelerarse o hablar demasiado despacio. Pídeles que ensayen frente a ti y recuérdales este punto. Y que sepan poner voz a cualquier personaje de su historia.

Y, por supuesto, después de tener en cuenta todos los pasos anteriores, recuérdales que la mejor clave para la oratoria es: practicar, practicar, practicar. Es decir, que cada vez lo harán mejor.

http://www.abc.es/familia/educacion/abci-seis-claves-ayudaras-hijos-hablar-publico-201605271608_noticia.html

Innovar es la respuesta adaptativa a un entorno cambiante, en sentido amplio y elemental. Suele decir Castells que no vivimos una época de cambio, sino un cambio de época, esto es, hacia un futuro enteramente distinto (en parte ya aquí, pero mal repartido, Gibson dixit). Yo veo otra vuelta de tuerca: no solo es un cambio de época, sino que entramos en una época de cambio; no vamos a un nuevo equilibrio estable, sino a una era transformacional, de cambio acelerado, permanente y multidireccional, con implicaciones profundas para la educación.

En el mundo escolar esto se manifiesta en cómo cambian en pocos años el público y el entorno de un centro y el propio centro; en cómo se diversifican por ello los centros, aun siendo en principio iguales (en particular los públicos), incluso vecinos, tanto entre sí como internamente; en cómo cambia el ecosistema de los medios de información, comunicación y aprendizaje que concurren y compiten con la enseñanza.

Este contexto en ebullición supone que el educador no puede trasladar sin más lo aprendido en su formación inicial, lo observado en otro contexto o lo practicado con anterioridad a la práctica en curso, sino que precisa innovar, si bien esto consiste básicamente en recombinar elementos de su bagaje profesional, de la experiencia propia y ajena y de ámbitos no escolares. Educar es hoy, y será cada vez más, innovar sobre el terreno, a no confundir ni con inventar desde cero en el nicho ni con la esperada reforma desde arriba.

Pero la innovación, además de ser posible y necesaria, ha de parecerlo, y casi todo conspira para que no lo haga. A diferencia de la gran prensa que pierde lectores, las empresas que luchan por la clientela o los partidos que ven desertar a sus votantes, la escuela tiene un público cautivo, retenido por la obligatoriedad y, antes y más allá de esta, por la delegación familiar de la custodia y el credencialismo del mercado de trabajo. En otras palabras, apenas hay feedback, nada que indique a la institución y la profesión qué poco público tendrían si solo dependiese de su eficacia o su atractivo.

Únanse a esto la formación parca del maestro e inespecífica del profesor de secundaria, la ranciedumbre de las facultades de Educación, el aislamiento del trabajo en el aula, la opacidad de los centros y la asfixiante carga paleopolítica del debate educativo, y se entenderá tanto conservadurismo y tanta inercia pese a la urgencia y la importancia del cambio. Pero el cambio vendrá: la cuestión es cómo, de dónde, a qué coste (social, cultural e institucional, más que económico) y cuándo (para cuántas cohortes llegará tarde). Un provocativo John Hennessy, presidente de la Universidad de Stanford, de las que menos temen al futuro, dijo: “Se acerca un tsunami. No puedo decir con exactitud cómo va a estallar, pero mi intención es intentar navegarlo, no esperarlo ahí parado”.

El cambio vendrá: la cuestión es cuándo, cómo, de dónde, a qué coste (social, cultural, institucional y económico)

Sin duda lo que llama con más fuerza a las puertas de la escuela es la tecnología. Infancia, adolescencia y juventud viven ya de forma cotidiana con ella, los empleos que esperan y los que vendrán requieren competencias digitales, las compañías tecnológicas despliegan su oferta y las editoriales escolares renuevan la suya; last but not least, una porción relevante del profesorado capta la necesidad y la oportunidad y apuesta fuerte por la innovación.

No son solo aparatos y conductos (hardware), ni datos y algoritmos (software), sino tanto o más las nuevas relaciones de comunicación y aprendizaje que se levantan sobre ellos, opuestas a las viejas relaciones pedagógicas escolares: superación de límites espacio-temporales, adaptación a ritmos y estilos personales de aprendizaje, cooperación irrestricta entre iguales, interactividad incorporada a dispositivos y aplicaciones, retroalimentación inmediata de datos y analíticas sobre el aprendizaje mismo… Un entorno bullicioso y fascinante que hace aparecer a la escuela, parafraseando a Marx, como “la tradición de todas las generaciones muertas [que] oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.

No va a ser fácil, pues innovar en la escuela no es como hacerlo en la agricultura o la industria. La docencia entraña una elevada porción del tipo de conocimiento que Polanyi llamó tácito y Hippel pegajoso. Tácito, o muy difícil de formalizar, lo que impide transmitirlo en una facultad o con un libro (como montar en bicicleta, algo que todos saben hacer pero no explicar, que todos aprenden sin que nadie estudie). Pegajoso (sticky) porque es difícil separarlo del terreno en que se crea y aplica y se ha de transmitir y adquirir en la colaboración profesional o maestro-aprendiz. Por ello, aunque la presión venga de fuera y actores como universidades, editores, tecnológicas, administraciones y otros deban y puedan aportar, el proceso será de innovación distribuida y difusión horizontal.

La innovación distribuida supone que cada docente, equipo, centro o red de centros harán su propia innovación, aprendiendo unos de otros y ajustando y modificando lo aprendido, en ningún caso importando, trasladando o generalizando fórmulas comunes, llámense buenas prácticas, prácticas de éxito, educación basada en la evidencia o cualquier otro eufemismo. Nótese que no sólo son distintos los contextos y momentos, sino también los actores, como lo son las capacidades y limitaciones de cada profesor, equipo, claustro o comunidad. Supone que no vendrá solo del profesor, ni de la dirección, sino de ambos, así como de grupos intermedios o de otros actores implicados y colaboradores presentes en la comunidad y ajenos al núcleo profesional.

Una visión equivocada de la profesión ha restringido la presencia en el centro a poco más que las horas lectivas

En cuanto a la difusión horizontal, requiere condiciones hoy muy deterioradas. La primera, un contacto fluido y suficiente entre los educadores, lo que no sucede de un aula a otra ni en el breve recreo. Una visión equivocada de la profesión ha restringido la presencia en el centro a poco más que las horas lectivas, convirtiendo la docencia en un trabajo reducible por todos y reducido por muchos a empleo a tiempo parcial (pagado a tiempo completo), y ha eliminado los tiempos y espacios de contacto no planificado — dinamitando de paso la posibilidad de dedicar más tiempo a los alumnos en riesgo—. La solución no es compleja, aunque sí complicada: la jornada (horario y calendario) laboral debe transcurrir en el centro; eso sí, con el equipamiento adecuado y la flexibilidad necesaria, con independencia de que se pueda reducir la carga lectiva. Fuera del centro, administraciones, organizaciones profesionales, empresas proveedoras y otros actores como las fundaciones deben potenciar la horizontalidad a través de encuentros presenciales y redes virtuales.

Es importante considerar que educar no es ya cosa de un docente con un grupo discente, ni siquiera en primaria, donde de un tercio a la mitad del tiempo del alumno no discurre con su maestro-tutor, sino con especialistas, apoyos, monitores, cuidadores y otros, sin contar con que cada año o cada dos cambia de profesor principal, ni con bajas y traslados. Fuera de individuos carismáticos, pequeñas variantes y experiencias efímeras, una educación eficaz, un proyecto consistente o un proceso innovador requieren la escala de centro. Y a veces más: redes de centros que permiten ampliar experiencias, distribuir la experimentación y alcanzar economías de escala.

También, dentro del centro, se beneficia de la agrupación de aulas y la colaboración entre profesores, como en los bien conocidos proyectos interdisciplinares o en la fusión de grupos con un solo docente en grupos más amplios con equipos de dos o tres. La escala de centro, en fin, ampara mejor la innovación individual, al reducir (y aceptar) el riesgo de error e intensificar el feedback.

Toda organización, como estructura estable al servicio de un fin, tiende a ser conservadora; un centro escolar más, por su función de reproducción cultural, su base en la conscripción obligatoria, la incertidumbre de sus resultados y la asimetría entre profesión y público (a mediados del pasado siglo, P. Mort estimaba para la escuela típica 25 años de retraso en la adopción de buenas prácticas ya establecidas). La innovación necesita el impulso y liderazgo de la dirección y la cooperación de los profesores, pero en la escuela pública (dos tercios del alumnado), la primera tiene pocas competencias que no sean administrativas, el claustro vive atomizado y el funcionario puede desentenderse de todo. Estos problemas no existen en los centros privados, lo que, unido a la necesidad de seducir a su público y a la frecuencia con que son parte de redes más amplias, empresariales o religiosas, les dará, guste o no, una ventaja sustancial en los próximos años.

Algunos problemas no existen en los centros privados y esto les dará una ventaja sustancial en los próximos años

Es justamente la organización lo que ha de cambiar. Lo que cuenta no es el contenido sino las relaciones: entre los alumnos y con los profesores, con contenidos y materiales, con el entorno, la organización de espacio y tiempo… Si se tratara del contenido se resolvería con buenos libros o buenos vídeos. El problema es que los centros son poco más que montones de aulas apiladas y, mientras que estas carecen de futuro (son el residuo de la escuela-fábrica y el profesor-grifo), aquellos, que seguirán y crecerán porque no hay mejor lugar fuera de la familia para los menores, no logran reinventar el suyo. Pero ese es el camino: más escuela y menos aula.

Mariano Fernández-Enguita es sociólogo, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, donde coordina el Doctorado de Educación. Es autor de La educación en la encrucijada (Fundación Santillana). www.enguita.info.

http://politica.elpais.com/politica/2016/05/26/actualidad/1464258460_668916.html

Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.

Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.

Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.

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Mi niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».

Empezaba mis frases con esas dos palabras.

Date prisa, vamos a llegar tarde.

Y las terminaba igual.

Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.

Date prisa y cómete el desayuno.

Date prisa y vístete.

Terminaba el día de la misma forma.

Date prisa y lávate los dientes.

Date prisa y métete en la cama.

Y aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más que las palabras «te quiero».

La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces, un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.

Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.

Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije: «Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú».

Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.

Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»

Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.

Mientras mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.

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«No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti, mamá», me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.

Le di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.

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Ya se trate de …

Tomarse un helado

Coger flores

Ponerse el cinturón de seguridad

Batir huevos

Buscar conchas en la playa

Ver mariquitas y otros bichos

Pasear por la calle

No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.

(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)

http://www.huffingtonpost.es/rachel-macy-stafford/el-dia-en-que-deje-de-decir-date-prisa_b_3747873.html

El ajedrez puede ser una actividad extraescolar muy educativa. Jugando al ajedrez se pueden aprender muchas cosas:

  • Mejora la memoria
  • Entrena nuestro razonamiento y pensamiento abstracto
  • Enseña a tomar decisiones
  • Nos ayuda a analizar situaciones, los pros y los contras
  • Ayuda a socializar
  • Nos recuerda que para ganar hay que respetar las reglas
  • Aumenta nuestra creatividad

Lo mejor es hacer concursos o torneos de ajedrez, una idea que puede ser muy estimulante si ofrecemos un gran premio al niño que gane. Muchos colegios e institutos organizan este tipo de eventos conforme se va acercando el final del curso.

Los niños pueden aprender a jugar al ajedrez a la edad de entre 3 y 7 años, aunque obviamente, tendrás que hacérselo muy sencillo para que puedan aprenderlo. En Ajedrez y Psicología recomiendan algunos trucos.

Ejercicios

  • Deja que dibujen las piezas. Les das una pieza del tablero a cada uno y un papel para que la dibujen y la pinten con lapiceros de colores. De esta forma, se irán familiarizando con ellas. Debajo del dibujo, si ya saben escribir, pueden poner el nombre: “Peón”, “Rey”, “Caballo”, etc.
  • Crea un tablero humano. Utiliza el cuerpo para enseñarles el movimiento de las piezas. Una idea creativa puede ser hacer un “tablero humano” en el patio, dibujando con tiza los cuadrados, y convirtiendo a los niños en piezas. “Tú eres un peón, tú eres una torre”.

Sólo una vez que estos juegos empiecen a dar frutos, empezarás a darte cuenta de quién lo maneja mejor.

Seguramente te encontrarás a más de algún niño muy avispado que con 5-6 años ya puede jugar una partida de ajedrez correctamente. Potencia su talento poniéndole ejercicios más difíciles que al resto.

Puedes encontrar una gran variedad de tableros de ajedrez en nuestra tienda online, desde por ejemplo los tradicionales tableros de ajedrez de madera, a otros juegos de ajedrez más creativos y con más diseño.

Jugando al ajedrez

Jugar al ajedrez con niños de 7-8 años

A la edad de los 7-8 años, los niños por lo general ya empiezan a entender mejor el juego, si han ido experimentando con él. Algunos ejercicios prácticos para enseñar:

  • Deja que jueguen sin reglas. Un buen ejercicio para que simplemente se vayan habituando al ajedrez es dejar que jueguen sin reglas durante algunos minutos antes de explicar. Que se vayan acostumbrando a tocar y mover las piezas.
  • Haz juegos de preguntas. Enséñales el tablero y las piezas para que se familiaricen con ellas. Diles primero el nombre de cada pieza y luego haz juegos de preguntas: “¿Qué pieza es ésta?”, ¿Cómo se mueve esta pieza?, “¿Qué pieza vale más?”. Así practicarán los números y las posiciones.
  • Muéstrales cómo se colocan las piezas al principio de la partida. Otro ejercicio consistirá en colocar las piezas correctamente al principio de la partida. Que ellos vean primero cómo lo haces tú, les das las piezas desordenadas y luego tienen que ordenarlas. Puedes darles un modelo la primera vez mientras lo van memorizando.
  • Muéstrales el movimiento de las piezas sobre el tablero. Los niños pondrá en práctica algunas nociones como adelante, atrás, diagonal, izquierda, derecha, etc. Que ellos vean cómo tú mueves cada pieza. Un movimiento difícil puede ser, por ejemplo, el enroque.
  • Muéstrales cómo se come una pieza a otra. Mediante una partida falsa o imaginaria, puedes enseñarles cómo una pieza se come a otra.
  • Muéstrales cómo acaba una partida. El jaque y el jaque mate son partes más complicadas de entender, ya que los niños tienen que mirar las posibilidades de movimiento del rey. Haz lo mismo, invéntate una partida falsa para que vean cómo es la jugada.

Jugando su primera partida de ajedrez

La primera partida de ajedrez debe ser tutelada y el objetivo no es tanto ganar, sino que los niños puedan presenciar una partida completa y su funcionamiento.

El profesor debe mantenerse hablando durante la partida, chivándoselo todo. “No, esa pieza no se mueve de esa forma, ¿recuerdas?”, “Si pones esa pieza ahí, te la puedo comer”. Y así.

Por turnos, los niños irán pasando por el tablero del profesor para jugar una partida. También se puede hacer partidas simultáneas, siempre y cuando no haya demasiados alumnos y se pueda mantener el control.

Aprendiendo estrategias y tácticas

Aprender a jugar

Desde que los niños aprenden a colocar las piezas, los movimientos de cada una, respetar los turnos, comer otras fichas y en qué consiste un jaque mate, hasta que empiecen a desarrollar estrategias y tácticas, pasará bastante tiempo.

No obstante, ellos mismos irán desarrollando ideas como: “Si muevo esta ficha, pasará esto o esto”. Y como siempre, a fuerza de equivocarse y perder, irán entendiendo cómo mover las fechas de forma inteligente para que no se las coman.

En la medida del talento y capacidad de cada uno, podrán ir mejorando su capacidad para desarrollar pensamientos abstractos y complejos. Ningún niño aprende a la misma velocidad que otro. Una vez que se haya jugado cierto número de partidas y jueguen respetando las reglas de forma natural, ya puedes explicar estrategias y tácticas más complejas para ayudarles a ser buenos jugadores.

Consejo: después de jugar con el monitor y comprobar que ya manejan las reglas y pueden seguir una partida, deja que que jueguen entre ellos sin decir nada y organiza torneos.

http://www.stoksdidactic.com/es/blog/jugar-al-ajedrez-con-ninos/

«Ya existe un boceto de cómo será la escuela en el año 2030. Los conocimientos académicos ya no serán tan importantes y se valorarán mucho más las habilidades personales, la capacidad de empatizar con los demás o de tomar decisiones. El rol del profesor ya no será el de transmitir sus conocimientos al alumno, sino el de actuar como guía para que el propio estudiante construya los contenidos a partir de diferentes fuentes. Los métodos de enseñanza tendrán como base la creatividad y la metodología será cada vez más personalizada. Cada niño aprenderá según sus necesidades.

Ese es el escenario descrito por 1.550 profesores, estudiantes y responsables políticos en materia de educación de la organización WISE (la Cumbre Mundial por la Innovación en Educación, en sus siglas en inglés), creada en 2009 por la Fundación Qatar. Según las encuestas La escuela en 2030 (2014) y Conectando la educación con el mundo real (2015), el principal desafío al que se enfrentan los sistemas educativos en diferentes países del mundo es la calidad de los profesores. Según los expertos de WISE en España, el aprendizaje basado en proyectos es uno de los mayores retos para la escuela tanto en primaria como en secundaria.

¿Está preparado el grado de Magisterio para formar a los futuros profesores de acuerdo con esos cambios? Hasta la fecha no hay estudios que respondan a esa pregunta. Lo más cercano a la realidad son las opiniones de algunos docentes universitarios de diferentes campus españoles.

Carmen Alba, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense desde 1987, cree que muchas de las clases que se imparten hoy se parecen a las de hace 20 años. «Tenemos una herencia muy teórica. Puede haber profesores más pragmáticos, pero no sabemos si los alumnos están aprendiendo o no métodos más innovadores». Considera que el plan de estudios de los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria -nombre de la carrera de Magisterio tras la llegada del Plan Bolonia– tiene dos grandes lagunas: la competencia digital y la formación en atención a la diversidad. En su universidad ninguna de esas materias es obligatoria. “Todo maestro tendría que ser alfabetizado en cultura digital y es una asignatura optativa. Además, los niños tienen diferentes velocidades de aprendizaje y esa competencia no se está trabajando”, explica.

Entre los casi 300 profesores de los grados de Educación que se imparten en la Complutense, muchos están liderando proyectos de innovación docente, pero el principal freno, sostiene Alba, es que no existe un proyecto impulsado por la Facultad. «Para que las cosas cambien hace falta que se lance un plan estratégico desde la propia institución y que ésta defina qué tipo de profesor quiere formar». Por el momento, existe una comisión de calidad para cada uno de los títulos, pero solo evalúa si los contenidos se ajustan a la normativa y no la forma en que se enseña a los alumnos. «La evaluación tendría que ser de carácter pedagógico y no tan burocrática», critica Alba.

Daniel Ballesteros (i), María Iturzaeta y Daniel Figueras en la cafetería de la Facultad de Educación de la Complutense.
Daniel Ballesteros (i), María Iturzaeta y Daniel Figueras en la cafetería de la Facultad de Educación de la Complutense.

En la cafetería de la Facultad, tres alumnos de tercero del grado en Educación Primaria lamentan que las clases sigan el sistema tradicional. «No te dan ganas de venir, cada profesor se centra en dar su asignatura y no se preocupan de que aprendas a dar clase. Es todo muy monótono, una repetición de lo que ya dimos en el instituto», cuenta María Iturzaeta, de 21 años. En dos meses de prácticas ha aprendido más que en los casi tres años de carrera. «No utilicé nada de lo que he aprendido aquí».

Su compañero Álvaro Ballesteros, de 24 años, cree que el profesor sigue estando en un pedestal y que los alumnos solo escuchan. «Hay muy pocos profesores que hablen de la necesidad de innovar y de darle la vuelta a la enseñanza. Las asignaturas de didáctica, que son las que más nos interesan, son muy teóricas». «Te hacen memorizar papeleo», añade Daniel Figueras, otro estudiante de 21 años.

El aprendizaje basado en proyectos es uno de los mayores retos para la escuela tanto en primaria como en secundaria

Para David Reyero, profesor del grado en Educación Infantil de la Complutense desde hace 16 años, el problema de la innovación educativa en el sistema público es que no se tiene claro qué tipo de escuela se quiere. «A diferencia de lo que sucede con la privada, que está en continuo cambio para atraer a nuevos alumnos, aquí no hay presión externa que obligue a salir de lo que se está haciendo». La Universidad es, en su opinión, un elefante que se mueve de forma muy lenta, casi por inercia, al que le falta conexión con los colegios para conocer qué necesitan. «Esa es una de las líneas que habría que potenciar, analizar lo que está sucendiendo en las aulas para modificar el programa académico de los grados».

Lo que está claro, según los expertos consultados, es que el sistema educativo está agotado y no da más de sí. «La escuela tradicional es un aburrimiento y por eso hay tanto fracaso. En las pantallas los niños están aprendiendo de forma autodidacta y luego llegan a clase y chocan contra un sistema decimonónico», apunta Mariano Fernández Enguita, profesor de la Complutense.

En su libro La educación en la encrucijada, señala que la baja exigencia en las facultades de educación contribuye a la poca preparación con la que salen los profesores. «Los estudiantes de Educación se gradúan con la nota media más alta de los ocho grandes grupos de titulaciones (7,57 frente al 7,36 medio), mientras que su nota media de acceso está por debajo de la media (en 2013 fue de 7,5 para Infantil, por debajo del 8,37 del resto de grados). Hay dos interpretaciones: las facultades de Educación son las más eficaces o son menos exigentes», señala.

Muchas de las clases que se imparten hoy en las facultades se parecen a las de hace 20 años

Falta de reflexión en la Universidad

«El problema somos nosotros, que no tenemos competencias para formar a los docentes del futuro», asegura Nines Gutiérrez, coordinadora del grado en Educación Primaria de la Universidad Autónoma de Madrid. «Vamos siempre detrás de lo que dicta la industria en lugar de fijar las reglas desde las universidades. Empresas como LEGO lanzan un robot y en los colegios se crea la asignatura de robótica para enseñar a los niños a programarlos». Está claro que la programación fomenta la creatividad y ayuda a estructurar la mente, sostiene Gutiérrez, pero la reflexión de qué tipo de profesor y enseñanza se quiere debería nacer en la Universidad. «La Administración elabora rankings de las mejores universidades, pero ¿qué se hace con esos resultados? No se analizan los errores para intentar mejorar».

Con el objetivo de acelerar el proceso de cambio educativo y crear nuevas propuestas didácticas y metodológicas para la enseñanza universitaria, la Universidad Rey Juan Carlos lanzó hace casi un año el Observatorio para el estudio y desarrollo de innovaciones en el ámbito educativo, en el que ya participan 60 docentes de diferentes especialidades. «La sociedad ha evolucionado mucho y la educación no. La clave está en las facultades de Magisterio y pese al problema del corsé legal para la configuración de los grados, la innovación es nuestra responsabilidad», apunta Pilar Laguna, directora del Observatorio.

La clave es involucrar a docentes en investigaciones ligadas a la innovación y llevar los resultados a las aulas para que los alumnos participen en el cambio de paradigma educativo. En septiembre de 2015, el porfesor de la URJC Jesús Paz-Albo inició junto a investigadores de la Universidad de Washington un estudio para mejorar el rendimiento de los estudiantes en el aprendizaje de matemátcas. Sus alumnos del grado en Educación Primaria e Infantil están a punto de conocer las técnicas para conseguir que los niños se motiven al aprender con números. «Estamos trabajando con colegios en Estados Unidos y esa experiencia nos hace tomar conciencia de lo que pasa en las aulas. Hay que modificar la forma de enseñar, si no seguiremos teniendo los mismos resultados». El primer paso es, según este equipo de investigadores, conseguir un cambio de actitud en el profesorado.

http://economia.elpais.com/economia/2016/05/08/actualidad/1462704637_262325.html?id_externo_rsoc=FB_CM

Es posible que todos los días dejes escrita una nota o dos. Si extiendes esa práctica, te podrá ayudar a mejorar la memoria de forma exponencial.

Varios estudios han llegado a la conclusión de que los estudiantes que toman apuntes a mano en clase obtienen mejores resultados que los que los cogen a ordenador. Los alumnos que tomaban apuntes a mano eran capaces de retener información y de adquirir nuevos conceptos porque, según los psicólogos, escribirlos sobre papel los sitúa en un plano de pensamiento distinto que requiere un mayor esfuerzo mental que escribirlos a ordenador.

«Y precisamente lo que hace tan atractivo tomar apuntes a ordenador —la capacidad para tomarlos más rápido— es lo que provoca que disminuya el aprendizaje», explica el psicólogo educacional Kenneth Kiewra al periódico Wall Street Journal.

Despojarse de la dependencia digital —para cualquier cosa— es un reto en esta cultura saturada de tecnología en la que vivimos. Aunque hay quienes siguen escribiendo en papel de manera habitual, emplear el noble arte de la caligrafía para cualquier otra cosa que no sea dejar un recordatorio en un pósit parece haberse quedado obsoleto.

No obstante, además de mejorar la memoria, tomarse un tiempo para escribir en papel tiene otras ventajas. Según investigaciones que se han llevado a cabo al respecto, escribir en un papel los asuntos que te preocupan para luego tirarlo a la basura puede ayudar a aclarar las ideas. Practicar la escritura creativa en papel también puede estar relacionado con la mejora de los niveles de estrés.

¿Preparado para hacer un hueco a los lápices y los bolígrafos en tu vida? A continuación podrás encontrar algunas maneras de hacerlo (acompañadas de razones científicas por las que deberías ponerlo en práctica).

1. Haz garabatos.

Enséñale esto a tu jefe la próxima vez que parezca que estás vagueando. Según la ciencia, dar rienda suelta al bolígrafo sobre el papel durante una reunión puede ayudarte a prestar atención.

2. Haz una lista de tareas.

Apuntar las cosas que tienes que hacer en papel puede ser beneficioso para tu memoria: en vez de depender de las aplicaciones para apuntar notas del smartphone, intenta llevar una lista de quehaceres de tu puño y letra. Y aprovecha para desconectar un poco, ya que estás.

3. Escribe un diario.

Si nunca has intentado llevar un diario, esta es una buena excusa. Puedes empezar escribiendo cada día tres cosas por las que estás agradecido. Hay estudios que demuestran que la gratitud puede fomentar las emociones positivas y el optimismo.

4. Crea un horario en papel.

Disfruta de un momento no tecnológico y utiliza un horario en papel. Disfrutarás de los beneficios de apuntar a mano (y de recordar mejor) las fechas de tus eventos y no tendrás que preocuparte por perder datos importantes si te quedas sin batería.

5. Escribe una nota de agradecimiento.

La próxima vez que alguien haga algo extraordinario por ti —o que quieras demostrarle a alguien que le apoyas— hazle llegar tu cariño por escrito. Este amable gesto no solo hará más feliz al receptor, sino que también aumentará tus niveles de alegría.

http://www.huffingtonpost.es/2016/05/05/escritura-mejora-memoria_n_9718914.html

Un niño no nace para estar quieto, no tocar cosas, ser paciente o entretenerse a sí mismo. Un niño no nace para estar sentado, viendo la televisión o jugando con la tablet. Un niño no quiere estar callado todo el tiempo.

Ellos necesitan moverse, explorar, buscar novedades, crear aventuras y descubrir el mundo que les rodea. Ellos están aprendiendo, son esponjas, jugadores natos, buscadores de tesoros, terremotos en potencia.

Ellos son libres, almas puras que buscan volar, no quedarse a un lado, encadenarse o ponerse los grilletes. No los hagamos esclavos de la vida adulta, de las prisas y de la escasez de imaginación de sus mayores.

No los apresemos en nuestro mundo de desencanto, potenciemos su capacidad de asombro, garanticémosles una vida emocional, social y cognitiva rica en contenidos, en perfumes de flores, en expresión sensorial, en alegrías y conocimiento.

¿Qué pasa en el cerebro de un niño cuando juega?

Los beneficios que tiene el juego para los niños a todos los niveles (fisiológico-emocional, comportamental y cognitivo) no es un misterio. De hecho podemos hablar de múltiples repercusiones interrelacionadas que tiene:

  • Regula su estado de ánimo y su ansiedad.
  • Favorece la atención, el aprendizaje y la memoria.
  • Reduce la tensión neuronal favoreciendo la calma, el bienestar y la felicidad.
  • Magnifica su motivación física, gracias a lo cual los músculos reaccionan impulsándolos a jugar.
  • Todo esto favorece un estado óptimo de imaginación y creatividad, ayudándoles a disfrutar de la fantasía que les rodea.

La sociedad ha ido alimentando la hiperpaternalidad o, lo que es lo mismo, la obsesión de los padres porque sus hijos alcancen unas habilidades específicas que garanticen una buena profesión en el futuro. Se nos olvida, como sociedad y como educadores, que los niños no valen por una nota escolar y que al no cejar en nuestro empeño de priorizar los resultados estamos descuidando las habilidades para la vida.

El valor de nuestros infantes es el de pequeñas personitas que necesitan que los amemos de manera independiente, no se definen por sus logros o por sus fracasos sino por ser ellos mismos, únicos por naturaleza. Como niños no somos responsables de lo que recibimos en la infancia pero, como adultos, somos totalmente responsables de arreglarlo.
Niña saltando

Simplificar la infancia, educar bien

Que cada persona es única es algo que solemos decir con frecuencia pero que realmente tenemos poco interiorizado. Esto se refleja en un hecho simple: establecemos una serie de reglas para educar a todos nuestros niños.

Realmente este es un error muy extendido y que no es para nada congruente con lo que creemos tener claro (que cada persona es única). Por lo tanto no es de extrañar que la confluencia de nuestra creencia y nuestra acción resulte conflictiva en la crianza.

Por otro lado, tal y como afirma Kim Payne, profesor y orientador estadounidense, estamos criando a nuestros niños en el exceso de, concretamente, cuatro pilares:

  • Demasiada información.
  • Demasiadas cosas.
  • Demasiadas opciones.
  • Demasiada velocidad.

Estamos impidiéndoles explorar, reflexionar o liberarse de las tensiones que acompañan a la vida cotidiana. Estamos atiborrándolos de tecnología, de juguetes y de actividades escolares y extraescolares, estamos distorsionando la infancia y, lo que es más grave, estamos impidiéndoles jugar y desarrollarse.

En la actualidad los niños pasan menos tiempo al aire libre que la gente que se encuentra en prisión. ¿Por qué? Porque los mantenemos “entretenidos y ocupados” en otras actividades que creemos más necesarias, intentando que se mantengan impolutos y no se manchen de barro. Esto es intolerable y, ante todo, extremadamente preocupante. Analicemos algunas razones de por qué debemos cambiar esto…

  • El exceso de higiene aumenta la posibilidad de que los niños desarrollen alergias, tal y como demostró un estudio del hospital de Gotemburgo, en Suecia.
  • No permitirles disfrutar al aire libre es una tortura que encarcela su potencial creativo y de desarrollo.
  • Mantenerlos pegados a la pantalla del móvil, de la tablet, del ordenador o de la televisión es altamente perjudicial a nivel fisiológico, emocional, cognitivo y comportamental.
Clase con profesora y niños

Podríamos seguir, pero realmente llegados a este punto creo que la mayor parte de nosotros ha encontrado ya innumerables razones que justifican que estamos destruyendo la magia de la infancia. Como afirma el educador Francesco Tonucci:

“La experiencia de los niños debería ser el alimento de la escuela: su vida, sus sorpresas y sus descubrimientos. Mi maestro siempre nos hacía vaciar los bolsillos en clase, porque estaban llenos de testigos del mundo exterior: bichos, cuerdas, cromos, boliches… Pues hoy deberíamos hacer lo contrario, pedirle a los niños que muestren lo que llevan en los bolsillos. De esta forma la escuela se abriría a la vida, recibiendo a los niños con sus conocimientos y trabajando alrededor de ellos”.

Esta, sin duda, es una manera mucho más sana de trabajar con ellos, de educarles y de garantizar su éxito. Si en algún momento se nos olvida esto debemos mantener muy presente lo siguiente: Si los niños no necesitan meterse urgentemente en la bañera, es que no han jugado lo suficiente. Esta es la premisa fundamental de una buena educación.