En ocasiones, inculcar el hábito de la lectura a los más pequeños no es fácil. Por eso, padres y profesores tienen que ingeniárselas para que los niños se enganchen a los libros.

Una madre italiana ha tenido una idea que ha gustado a muchos en las redes sociales hasta el punto de compartirse decenas de miles de veces. Otros, sin embargo, han criticado el ‘invento’.

La mujer dejó una nota en el frigorífico a los niños que decía así:

«Chicos:

La contraseña del Wifi de esta semana es el color del vestido de Anna Karenina en el libro. ¡He dicho el libro, no la película! ¡Buena suerte! Mamá.

PD: He empezado a leer El Conde de Montecristo».

El escrito, publicado el viernes por una página de Facebook italiana, se ha compartido 18.500 veces y ha generado 37.800 reacciones en Facebook.

En España lo ha compartido este mismo miércoles en Twitter el escritor Juan Gómez-Jurado junto al mensaje: «El increíble truco de esta madre para que sus hijos lean». Y ha logrado cerca de 1.000 compartidos y 1.500 compartidos en cuatro horas.

“Queremos ser algo más que un colegio de hippies en la jungla”, me dice Ben Macrory, el director de comunicación del Green School mientras recorremos el campus recientemente. A nuestro lado, en una clase sin paredes y con techo de paja, un profesor sentado en el suelo con las piernas cruzadas, explica a un grupo de niños a su alrededor la importancia de cuidar de las plantas. En otra clase de edad más avanzada, un grupo de alumnos de edades entre 16 y 18 años, discuten con su profesora las similitudes entre Shakespeare y Bob Dylan. Y más allá, en el aula “Anita Roddick” otro grupo de estudiantes mayores se afanan en la tarea de montar su propia empresa. Bienvenidos al Green School de Bali, donde la mayoría de sus alumnos y profesores no responden a los patrones tradicionales de un colegio.

Empecemos por el principio. El colegio que naciera en la cabeza de John Hardy, el creador del “lujo sostenible”, lleva su sello de identidad indiscutible: arquitectura abierta de bambú, énfasis en lo natural y en la creatividad y un diseño propio de los hoteles de lujo, pero a lo rustic chic. A Hardy le gusta decir que el ex-vicepresidente norteamericano Al Gore le cambió la vida. Cuenta que tras ver su documental sobre el cambio climático ‘Una Verdad Incómoda’, se quedó horrorizado del mundo que iban a heredar sus hijos, así que decidió vender su imperio de joyas y dedicar el resto de su vida a contribuir a un cambio de mentalidad.

El colegio abrió sus puertas en 2008 con un centenar alumnos (hoy cuenta con más de 300), con la idea de educar a futuros líderes en los valores del ecologismo, el desarrollo personal y, como no, las matemáticas, la literatura y demás materias importantes para funcionar en sociedad. El marco no podía ser más apetecible: en la localidad de Ubud en el interior de Bali, entre campos de arroz, ríos y naturaleza salvaje, los futuros líderes aprenderían de la naturaleza y de las culturas autóctonas valores universales y exportables al mundo global.

Las clases de jardinería y botánica en el exterior

Las clases de jardinería y botánica en el exterior

Green School

Después de unos inicios algo accidentados en los que la teoría de la educación libre se dio de bruces con la realidad, en el Green School siguen tan greencomo siempre, pero con una base educativa más sólida y camino de una certificación que homologue su plan de estudios.

El día que lo visité, a la hora del primer recreo del día, una docena de niños jugaban al fútbol en un campo de hierba, mezclados con adultos mitad profesores y mitad padres. En la cafetería del colegio, Living Food Lab, creada por un grupo de padres de alumnos, servían zumos naturales, té y comida sana cultivada en terrenos del propio colegio.

En nuestro recorrido por las instalaciones, paso cerca de un mini zoo con ovejas, terneros y cerdos. “Es para la clase de ciencias”, dice Ben. “Los alumnos los cuidan, aprenden a darles de comer y disfrutan del contacto con animales”. Seguimos paseando y descubrimos un terreno con “vallas vivas”, plantadas en el suelo y con ramas que crecen a modo de cercado. El estanque es un proyecto desarrollado por alumnos de cursos superiores. Más allá, un grupo de padres acaba de terminar una clase de yoga y van camino de la cafetería.

Living Food Lab, otro concepto de 'cafetería'

Living Food Lab, otro concepto de ‘cafetería’

Green School

Y llegamos a las “aulas”, unos pabellones abiertos, sin paredes y con un techo de hojas de palma y con grandes ventiladores que combaten el calor tropical . Nuestra visita no parece distraer a los alumnos. A pesar de que el paisaje de campos de arroz y naturaleza que les rodea sería suficiente para hacer volar la imaginación de cualquiera, los niños parecen concentrados en sus materias y acostumbrados a las visitas. En muchos casos, los alumnos adolescentes llevan melenas que rozan sus hombros, cuidadas rastas y una estética surfera y algo hippie, por qué no decirlo, que no desentona con el entorno.

El concepto del Green School se basa en el documento Three Springs (Tres Manantiales) redactado por Alan Wagstaff, que propone “una comunidad educativa con tres funciones interconectadas: educativa, social y comercial”. Según Wagstaff en esta comunidad primaría el desarrollo de las capacidades físicas, emocionales e intelectuales de los alumnos.

¿Toca Geología? Hoy se da clase en el volcán cercano. ¿Ríos? Los alumnos no tienen más que andar unos metros para sumergirse hasta la rodilla en uno, tras atravesar el puente de bambú. ¿Nutrición? Cada estudiante aprende a cultivar verduras en el huerto orgánico del colegio, que luego serán parte de su menú escolar. ¿Manualidades? Nada como aprender de cualquiera de las poblaciones autóctonas de la zona.

Este revolucionario concepto ha conseguido atraer a familias del todo el mundo, que han llegado a cambiar sus ciudades de residencia habituales por la paradisiaca isla de Bali para enrolar a su hijos en el Green School. Es el caso de los españoles Mersuka Dopazo y Felipe González, que tras encontrarse en internet artículos sobre el Green School empezaron a soñar con dar a sus cuatro hijos, de edades comprendidas entre los 8 y los 3 años, una educación que combinase un enfoque internacional con un énfasis en la ecología. Poco después hacían el traslado de Madrid a la isla indonesia, donde Mersuka abrió una galería de arte y Felipe comenzó a trabajar en proyectos inmobiliarios como arquitecto. De momento la experiencia no podría ser más positiva para esta familia, que no piensa en la vuelta. O el de Kaia Roman, una californiana que ha venido a visitar el colegio con la idea de traerse a sus dos hijas el próximo año, “no puedo dejar de preguntarme qué impacto van a tener mis hijas en el mundo, y creo que el Green School puede desarrollar su conciencia de manera muy positiva”, dice mientras se toma un zumo de zanahoria en la cafetería. Su marido trabaja en ventas y podría seguir haciéndolo desde Bali, y ella, en el campo de la sostenibilidad, espera poder encontrar trabajo en la isla.

Una clase en Green School

Una clase en Green School

Green School

Pero el Green School también tiene sus críticos. Es un colegio privado internacional sólo al alcance de lo más pudientes (entre 4.500 y 12.000 euros al año por matrícula). La mayoría de sus estudiantes son extranjeros con tan sólo un 20% de indonesios, casi todos becados por el colegio. Algunos se cuestionan si su currículum será suficientemente sólido para que sus hijos se reenganchen con éxito y compitan en el sistema tradicional.

«Todavía tenemos mucho que aprender, pero esperamos tener nuestro plan de estudio listo para la homologación el año que viene”, dice Ben. “También tenemos pendiente atraer a más estudiantes indonesios de pago y expandir nuestras becas”.

El Green School parece el sueño de Steve Jobs. La primera promoción, que se gradúa este curso, producirá sin duda jóvenes emprendedores, muy adaptables, con una gran seguridad en sí mismos y una fuerte conciencia medioambiental. Si serán capaces de competir con los ‘billgates’ de su generación, queda por ver.

Clase de arte
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